Que el bien convive con el mal lo experimentamos
dentro de nosotros y lo vemos en torno a nosotros. No parece ser éste, sin
embargo, el trasfondo de la parábola del trigo y la cizaña; en ella, más que de
la inevitable cercanía entre el bien y el mal, se trata de la cercanía escandalosa
entre ciudadanos del Reino y partidarios del Maligno.
La pregunta de los criados al amo: “Señor, ¿no
sembraste buena semilla en el campo?, ¿de dónde sale la cizaña?”, refleja
el escándalo que les causa la situación y el reproche nada velado que hacen al
dueño del campo.
La última pregunta de los criados: “¿quieres que
vayamos a arrancarla?”, describe esa reacción tan de nuestra casa, de
nuestra psicología, de nuestra condición humana, que es el impulso a erradicar de
inmediato lo que nos estorba, en este caso, gavillas enteras de agentes del mal
o de “partidarios del Maligno”.
Sobre ese trasfondo de escándalo, de reproche y de prisas
por erradicar, acontece la revelación del designio de Dios: “No hay más Dios
que tú, que cuidas de todo”.
Ya puedes, hermano mío, volver a escandalizarte de
ese Dios único –no hay otro-, que cuida de su Hijo y de quienes crucifican a su
Hijo, cuida de la adúltera amenazada de muerte y de quienes la acusan para
matarla, cuida del publicano y del fariseo, del africano pobre y del europeo
rico, de los que se ahogan en la miseria y de los que nadan en la abundancia,
de quienes mueren abrasados por el sol de Dios en una barca sin pan y sin agua,
y de quienes se tuestan al sol para presumir de verano.
Ya puedes volver a escandalizarte de ese Dios único –no
hay otro- “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos
e injustos”. Tal vez estas palabras escandalosas de Jesús nos ayuden a
entender las palabras escandalosas de la Sabiduría que hemos escuchado en
nuestra celebración: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos
gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres”. Tú
juzgas con moderación haciendo salir tu sol para todos; tú gobiernas con gran
indulgencia haciendo bajar tu lluvia sobre todos.
Hay palabras que pierden el tono del sarcasmo sólo
si las pronuncia alguien que sufre, un vencido, un pobre, una víctima, y las
palabras que hablan de Dios pertenecen todas a esa familia, también las
palabras con las que nosotros hemos orado hoy: “Tú, Señor, eres bueno y
clemente… lento a la cólera, rico en piedad y leal”. Palabras-verdad si las
dice un crucificado; palabras-sarcasmo si las dice quien se burla de un crucificado.
Palabras de fe si las dice un pobre que confía en el Señor; confesión agradecida
si las pronuncia quien, de la mano de Dios, ha pasado de la esclavitud a la
libertad, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.
Pero todos sabemos que entre aquella súplica confiada
y aquella confesión agradecida está la noche oscura de la humanidad que sufre,
la noche de las víctimas, la noche de Cristo crucificado; entonces en los
labios del creyente sólo quedan palabras de entrega confiada; entonces la
confianza se hace puro abandono: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
Queridos: No penséis que unos son los que piden
esperanzados la salvación, otros los que agradecen porque la han recibido, y
otros aún los que han nacido para conocer sólo la oscuridad de la noche. En realidad,
cada uno de nosotros experimenta en sí mismo esos tiempos distintos de la fe, y
estamos tan familiarizados con ellos que, mientras oramos confiadamente al
Señor de nuestras vidas, ya agradecemos como si hubiésemos recibido la
salvación que anhelamos, y nos mostramos dispuestos a aceptar con amor de hijos
la oscuridad de la noche que puede envolvernos. Y si oramos desde la oscuridad
de la noche, entonces la confianza es sólo confianza, el agradecimiento es puro
agradecimiento, y el amor es pura gratuidad, humilde semejanza del amor perfecto
de Dios.
Sólo la comunión real con el dolor de Cristo y con el
dolor de la humanidad puede llenar de verdad y purificar de sarcasmo las
palabras de nuestra oración.
Entonces empezarán a tener un profundo significado
también para esta asamblea eucarística las palabras de la revelación, que
hablan de “juzgar con moderación, gobernar con indulgencia, dar lugar al
arrepentimiento, enseñar a ser humano”.
Cristo y los pobres nos enseñan a creer, a orar, a
amar. Dios non enseña a ser humanos. Feliz comunión con Cristo y con los que
sufren. Feliz domingo.
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