Ø Primer domingo de Adviento, Año B (2017). Al comenzar el Adviento, “el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene” (Oración colecta). Preparación para la venida de Jesús.
Hemos de estar vigilantes. Vino por vez primera con su
Encarnación y Nacimiento, y volverá al fin de los tiempos para juzgarnos. Pero,
además, está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar
espiritualmente en nosotros mediante la fe y los sacramentos, si, por nuestra
parte, quitamos todo obstáculo; y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus
mandamientos [1].
El Adviento, por tanto, no es solamente una preparación para la celebración del
nacimiento de Jesús, sino una llamada a estar siempre vigilantes porque, en
cualquier momento, desea hacerse presente en nuestras vidas [2].
v
Cfr. 1 Domingo de Adviento
Año B - 3 diciembre 2017
Isaías 63, 16-17; 64, 2-7; 1 Corintios
1, 3-9; Salmo 79; Marcos 13, 33-37;
1 Corintios 1, 3-9: 3 Gracia a vosotros y paz de parte de Dios,
Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. 4 Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a
causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, 5 pues en él habéis sido enriquecidos en todo,
en toda palabra y en todo conocimiento, 6 en la medida en que se ha consolidado entre
vosotros el testimonio de Cristo. 7 Así, ya no
os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor
Jesucristo. 8 El os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprochables en el día de
nuestro Señor Jesucristo. 9 Pues fiel
es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo,
Señor nuestro.
Marcos 13, 33-37: En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 33 "Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. 34 Es igual que un
hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su
tarea, encargando al portero que velara. 35 Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa,
si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; 36 no sea
que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. 37 Lo que os digo a vosotros
lo digo a todos: !Velad!"
Sabemos de una triple venida del Señor.
Cristo vino por su Encarnación y Nacimiento
(1ª venida),
viene en nuestras vidas por la fe y los
sacramentos (2ª venida, intermedia),
y vendrá al fin de los tiempos para
juzgarnos (tercera venida).
Salir al encuentro de Cristo acompañados
por las buenas obras (Oración Colecta)
1. Textos que nos explican las tres venidas de Cristo a este mundo.
v Cristo vino por su Encarnación y Nacimiento (1ª), viene en
nuestras vidas por la fe y los sacramentos (2ª), y vendrá al fin de los tiempos
para juzgarnos.
o
De los
sermones de san Bernardo, abad (1090-1153)
Sermón 5
en el
Adviento del Señor, 1-3: Opera omnia, edición cisterciense, 4, 1996,
188-190
§ Primera (Encarnación y Nacimiento) y última (fin de los tiempos)
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la
primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero
ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los
hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última,
«todo hombre verá la salvación de Dios»
(Lc 3,6) y «mirarán al que traspasaron»
(Jn 19,37).
§ En cualquier momento, cuando el Señor se hace presente en nuestras
vidas (llamada “venida intermedia”).
La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo
los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se
salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y
debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y
majestad.
Esta
venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la
última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá
como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Y para que nadie piense que es pura invención lo que
estamos diciendo de esta venida
intermedia, oídle a él mismo: El que me ama —nos dice— guardará mi palabra, y
mi Padre lo amará, y vendremos a él (Cfr. Jn 14,23). He leído en otra parte: El
que teme a Dios obrará el bien (Si 15,1) ; pero pienso que se dice algo más del
que ama, porque éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el
corazón, sin duda alguna, como dice el profeta: «En mi corazón he guardado tus
palabras, para no pecar contra ti» (Sal 118,11).
Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios, porque
son dichosos los que la cumplen. Es como
si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus
afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma disfrutará con este
alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se
vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.
Si es así como guardas la palabra de Dios, no cabe
duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre,
vendrá el gran Profeta, que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal
será la eficacia de esta venida, que nosotros, «como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la
imagen del hombre celestial» (1 Cor 15,49). Y así como el viejo Adán se
difundió por toda la humanidad y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso
que Cristo lo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificará
todo.
o
De la Carta
sobre el Adviento, de San Carlos
Borromeo, Obispo de Milán (1538-1584)
Cartas Pastorales: Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683,
916-917
§ Así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma
manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar
espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, mediante la
fe y los sacramentos; si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo,
y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.
La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor
tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez
nos enseña que la venida de Cristo no
sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia
continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los
sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta
conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así
como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está
dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en
nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre
amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos,
cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir
convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a
enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro
Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al
mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los
patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.
o
Benedicto XVI, Homilía 1º Domingo Adviento, 30
noviembre de 2008, en la Basílica de S. Lorenzo Extramuros,
§ Significado del término "Adviento" en el mundo antiguo y
para los cristianos. Significa hacer memoria de la primera venida del Señor en
la carne, pensando ya en su vuelta definitiva; y, al mismo tiempo, significa
reconocer que Cristo presente en medio de nosotros se hace nuestro compañero de
viaje en la vida de la Iglesia, que celebra su misterio.
Con este primer domingo de Adviento
entramos en el tiempo de cuatro semanas con que inicia un nuevo año litúrgico y
que nos prepara inmediatamente para la fiesta de la Navidad, memoria de la
encarnación de Cristo en la historia. Pero el mensaje espiritual de Adviento es
más profundo y ya nos proyecta hacia la vuelta gloriosa del Señor, al final de
nuestra historia. Adventus es palabra latina que podría traducirse por
"llegada", "venida", "presencia". En el lenguaje
del mundo antiguo era un término técnico que indicaba la llegada de un
funcionario, en particular la visita de reyes o emperadores a las provincias,
pero también podía utilizarse para la aparición de una divinidad, que salía de
su morada oculta y así manifestaba su poder divino: su presencia se celebraba
solemnemente en el culto.
Los cristianos, al adoptar el
término "Adviento", quisieron expresar la relación especial que los
unía a Cristo crucificado y resucitado. Él es el Rey que, al entrar en esta
pobre provincia llamada tierra, nos ha hecho el don de su visita y, después de
su resurrección y ascensión al cielo, ha querido permanecer siempre con
nosotros: percibimos su misteriosa presencia en la asamblea litúrgica.
En efecto, al celebrar la
Eucaristía, proclamamos que él no se ha retirado del mundo y no nos ha dejado
solos, y, aunque no lo podamos ver y tocar como sucede con las realidades
materiales y sensibles, siempre está con nosotros y entre
nosotros; más aún, está en nosotros, porque puede atraer a sí y
comunicar su vida a todo creyente que le abra el corazón. Por tanto, Adviento
significa hacer memoria de la primera venida del Señor en la carne, pensando ya
en su vuelta definitiva; y, al mismo tiempo, significa reconocer que Cristo
presente en medio de nosotros se hace nuestro compañero de viaje en la vida de
la Iglesia, que celebra su misterio.
§ La escucha de la Palabra de Dios, debería ayudarnos a ver el mundo
de una manera diversa, a interpretar cada uno de los acontecimientos de la vida
y de la historia como palabras que Dios nos dirige, como signos de su amor que
nos garantizan su cercanía en todas las situaciones; debería prepararnos para
acogerlo cuando "de nuevo venga con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin"
Esta certeza, queridos hermanos y
hermanas, alimentada por la escucha de la Palabra de Dios, debería ayudarnos a
ver el mundo de una manera diversa, a interpretar cada uno de los
acontecimientos de la vida y de la historia como palabras que Dios nos dirige,
como signos de su amor que nos garantizan su cercanía en todas las situaciones;
en particular, esta certeza debería prepararnos para acogerlo cuando "de
nuevo venga con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá
fin", como repetiremos dentro de poco en el Credo. En esta
perspectiva, el Adviento es para todos los cristianos un tiempo de espera y de
esperanza, un tiempo privilegiado de escucha y de reflexión, con tal de que se
dejen guiar por la liturgia, que invita a salir al encuentro del Señor que
viene.
2. Las venidas del Señor – ya sea cuando quiere
hacerse presente en esta vida, ya sea al
fin de los tiempos - son una sorpresa. Tenemos que estar vigilantes.
v «Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa,
si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea
que venga inesperadamente y os encuentre dormidos (Evangelio)»
·
La
venida del Señor en nuestra historia
personal y en la historia universal es libre y misteriosa, y
no se pueden
hacer previsiones cronológicas como se obstinan ciertas sectas. Por tanto, es
necesario ser hombres «despiertos», no entorpecidos por la indiferencia; es
necesario tener los ojos abiertos para descubrir su presencia, y los oídos atentos para oír sus pasos y sus palabras. De
tal manera es una sorpresa, que el mismo Señor dice que vendrá «como un ladrón»
(Mt 24,42); es una realidad de la que también hablarán los Apóstoles al inicio
del cristianismo: «el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche».( 1 Ts
5,2); «Como un ladrón llegará el día del
Señor». (2 P 3,10).
·
Precisamente
Cristo ocultó la fecha de su venida para que permanezcamos vigilantes. Del
comentario de san Efrén de Siria (306-373), diácono,
Doctor de la Iglesia, sobre el Diatésaron: “Para atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el
momento de su venida, Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los ángeles ni el
Hijo (Cfr. Mt 24,36). No os toca a
vosotros «conocer los tiempos o los momentos» (Hch 1,7). Quiso ocultarnos esto
para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que
ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida
hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y las naciones y siglos en
que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero
sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y todas las épocas lo
esperan ardientemente.”
3. La vigilancia en la vida
cristiana
v La vigilancia es una actitud necesaria, y siempre recomendada.
o Para
que el cuerpo no caiga en un pesado sopor ni el alma en el
entorpecimiento
y el temor
·
San Efrén de Siria (306-373), diácono,
Doctor de la Iglesia, comentario sobre el Diatésaron:
“Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la
naturaleza quien nos domina; y nuestra actividad entonces no está dirigida por
la voluntad, sino por los impulsos de la naturaleza. Y cuando reina sobre el
alma un pesado sopor - por ejemplo, la pusilanimidad o la melancolía -, es el
enemigo quien domina al alma y la conduce contra su propio gusto. Se adueña del
cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del alma el enemigo.
Por eso ha hablado nuestro Señor de la vigilancia del
alma y del cuerpo, para que el cuerpo no
caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el temor, como
dice la Escritura: despertaos como es justo (Cfr 1Co 15,34); y también: Me he levantado y
estoy contigo (cfr. Sal 138,18); y todavía: No os acobardéis. Por todo ello,
nosotros, encargados de este ministerio, no desfallecemos (cfr. 2 Co 4,1)”.
o
Ante la imprevisibilidad de la llegada de Dios
«a los suyos», la reacción del hombre no puede ser la del sueño, de la
indiferencia, de la pereza y de la distracción.
·
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture
Año B, Piemme IV Edizione settembre 1996, pp.
9- 14: “Ante
la imprevisibilidad de la llegada de Dios «a los suyos» - como dice el
evangelista
Juan en
su prólogo (1,11) – la reacción del hombre no puede ser la del sueño, de la
indiferencia, de la pereza y de la distracción. Como frecuentemente repetirá
san Pablo, el retrato del cristiano es muy diferente: él es el hombre del día y
no de las tinieblas, es activo y no se deja distraer por los fantasmas, por las
apariencias, por los colores fatuos de las cosas. Aunque esté materialmente
inmerso en tantos asuntos exteriores, aunque físicamente deba dormir, su
espíritu y su conciencia están vigilantes, precisamente como dice la mujer del
Cantar de los Cantares: «Yo duermo, pero mi corazón vigila. La voz de mi amado
llama a la puerta: ¡Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma, mi preciosa!»
(5,2).
Con demasiada frecuencia, sin embargo, nuestra actitud es
bastante diversa. Es curioso observar cómo precisamente los discípulos que
escuchan al Señor las palabras que se leen en el evangelio de hoy, pocas líneas
más adelante serán sorprendidos como inmersos en el sueño más profundo,
tumbados bajo los olivos del jardín de Getsemaní. Y sin embargo aquella era la
noche de una grande venida de Dios en medio de los hombres. Por última vez, en
la niebla del entumecimiento y en la oscuridad de la noche, ellos oirán resonar
las mismas palabras de Jesús, palabras que llegan hasta nosotros y que penetran
en el interior de nuestra noche: «¿no habéis sido capaces de velar una hora?
Velad y orad …!» (Mc 14, 37-38)”.
o
Las palabras de Cristo bajan como un torbellino
del diluvio para sacudir las conciencias inmersas en el entorpecimiento. Hay,
en efecto, una inquietud de la conciencia que es indicio de sensibilidad, de
vida, de espiritualidad, de fe.
·
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture
Año B, Piemme IV Edizione settembre 1996, pp.
9- 14: “Bienestar, distracción, banalidad,
superficialidad son como una red que aprisiona el cerebro y el corazón. En el
discurso paralelo de Mateo, Jesús evoca
sugestivamente el momento que precedió al diluvio: «Como en los días que
precedieron al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta el día
mismo en que Noé entró en el arca, y no se dieron cuenta sino cuando llegó el
diluvio y los arrebató a todos (Mateo 24, 38-39)». Las palabras de Cristo bajan como un
torbellino del diluvio para sacudir las conciencias inmersas en el
entorpecimiento. Hay, en efecto, una inquietud de la conciencia que es indicio
de sensibilidad, de vida, de espiritualidad, de fe. Siguiendo una expresión
paradójica pero cristiana del escritor francés Julián Green podríamos decir que
«cuando estamos inquietos se puede estar tranquilos».
Hay, por otra parte, una calma que
es superficialidad, indiferencia, vacío del espíritu, ceguera del placer y del
egoísmo. (…) Un comentador del Evangelio
de Marcos, E. Lohmeyer, escribe a este propósito: «La vida del hombre fiel no
se desarrolla en el sopor, en los sueños y pasiones, sino en el compromiso
siempre vigilante y sobrio del corazón»”.
o
Vigilar con Cristo
es mirar adelante sin olvidar el pasado.
- J.
H. Newman “Vigilar: ¿qué quiere decir, por Cristo? Estar
vigilantes. [...] Vigilar
con Cristo es mirar adelante sin olvidar
el pasado. Es no olvidar que Él ha sufrido por nosotros; es perdernos en la
contemplación atraídos por la grandeza de la redención. Es renovar
continuamente en el propio ser la pasión y la agonía de Cristo; es revestirnos
con alegría de aquel manto de aflicción con el que Cristo quiso primero
vestirse y después dejarlo para irse al cielo. Es despegarse del mundo sensible
y vivir en el no sensible. Así Cristo vendrá y lo hará en el modo en que lo
dijo que lo hará".[3]
4. La espera en la venida del
Señor también fue siempre un estímulo para los cristianos: para ser firmes en
la fe, para vivir la caridad, etc.
v Quien prepara el encuentro con el Señor al final de su vida,
presta atención a cuanto puede apartarle
de esa meta.
o
La necesidad de la paciencia
apartarle de esa meta. 1
Pedro 5,8-9: «Vivid con sobriedad y estad alerta.
El diablo, vuestro enemigo, ronda como león rugiente buscando a quien
devorar».
·
Al
celebrar el Adviento, no sólo manifestamos una grande alegría por la primera venida,
es decir,
por el
Nacimiento del Hijo de Dios, sino que también renovamos “el ardiente deseo de
su segunda Venida”, como hacían ya los primeros cristianos repitiendo “¡Ven,
Señor Jesús!” (cfr. Apocalipsis 22,20),
en las reuniones litúrgicas. Ellos, teniendo en cuenta la brevedad de la vida,
consideraban que la venida del Señor - la Parusía - estaba siempre cerca,
aunque, para cada uno, fuese incierto el
momento en que sería llamado por el
Señor. En cualquier caso, esa proximidad de la venida del Señor fue siempre un
estímulo para los cristianos: para ser firmes en la fe; para vivir una vida sobria «confiando todas
nuestras preocupaciones al Señor pues él cuida de nosotros»; porque él nos «hará idóneos y nos
consolidará, nos dará fortaleza y estabilidad»;
para vivir la caridad; para ser hospitalarios y no murmurar; para vivir
al servicio de los demás, etc. (Cfr. 1 Pedro 5, 7-10; 4, 7-11).
·
En
este contexto se entienden diversos textos del Nuevo Testamento que les advertían
sobre la
necesidad de la
paciencia, que sin duda alguna hace eficaz el deseo de la segunda venida; como
ejemplo nos fijamos en la Carta de Santiago: “Tened, pues, paciencia, hermanos,
hasta la venida del Señor. Mirad, el labrador espera el fruto precioso de la
tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y
tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está
cerca” (Santiago 5, 7-8).
v La esperanza en la última venida del Señor, es decir, la esperanza
en la vida eterna, no debe debilitar, sino avivar la preocupación por cultivar
esta tierra.
o
La esperanza de una nueva tierra no debe
atenuar, sino más bien excitar la preocupación por perfeccionar esta tierra.
·
Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et
spes, 39: “Se nos
advierte que de nada sirve al
hombre ganar el
mundo entero, si se pierde a sí mismo (Cf. Lc 9,25). Mas la esperanza de una
nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación por
perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que
puede ya ofrecer una cierta prefiguración del mundo nuevo. Por ello, aunque hay
que distinguir con sumo cuidado entre el progreso temporal y el crecimiento del
Reino de Cristo, el primero, en cuanto contribuye a una sociedad mejor
ordenada, interesa en gran medida al Reino de Dios (Cf. Pio XI, enc.
Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 207).
En efecto; los bienes todos de la dignidad humana, de
la fraternidad y de la libertad, es decir, todos los buenos frutos de la
naturaleza y de nuestra actividad, luego de haberlos propagado - en el Espíritu
de Dios y conforme a su mandato - sobre la tierra, los volveremos a encontrar
de nuevo, pero limpios de toda mancha a la vez que iluminados y transfigurados,
cuando Cristo devuelva a su Padre el reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad
y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz (Prefacio de la fiesta de
Cristo Rey). Aquí, en la tierra, existe ya el Reino, aunque entre misterios;
mas, cuando venga el Señor, llegará a su consumada perfección.”.
§ Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para
desagraviar.
·
San Josemaría, Hoja Informativa n. 1,
Mayo 1976: “Entiendo muy bien aquella exclamación
que San Pablo
escribe a los de Corinto: tempus breve
est!, ¡qué breve es la duración de nuestro paso por la tierra! Estas
palabras, para un cristiano coherente, suenan en lo más íntimo de su corazón
como un reproche ante la falta de generosidad, y como una invitación constante
para ser leal. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para
desagraviar”.
§ El amor al prójimo limpia los ojos para ver a Dios.
·
S. Agustín (In Ioann. Ev. 17,8): “El amor de Dios es lo primero
que se manda, y el amor del
prójimo lo
primero que se debe practicar (...) Tú, que todavía no ves a Dios, amando al
prójimo te harás merecedor de verle a El. El amor del prójimo limpia los ojos
para ver a Dios, como dice claramente Juan: Si no amas al prójimo, a quien ves,
¿cómo vas a amar a Dios, a quien no ves? (cfr. 1 Jn 4,20)”.
§ Los cristianos se sienten comprometidos a no descuidar los deberes
de su ciudadanía terrenal
camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana
de cada uno a sus propias tareas. .... los cristianos se sienten más que
nunca comprometidos a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal.
Es cometido suyo contribuir con la luz del Evangelio a la edificación de un
mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios”.
5. La vigilancia según algunos
puntos del Catecismo de la Iglesia Católica
o
Velando en la oración es como no se cae en la
tentación.
·
n. 2612. En Jesús "el Reino de Dios está próximo",
llama a la conversión y a la fe pero también a
la vigilancia.
En la oración, el discípulo espera atento a aquél que "es y que
viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y
en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Marcos 13; Lucas
21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un
combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lucas
22, 40. 46).
o
La acedia o apatía es fruto del
descuido de la vigilancia.
·
n. 2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales
entienden por ella una forma de aspereza
o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mateo 26, 41). (…)
o
La acedía o pereza espiritual llega a
rechazar el gozo que viene de Dios
n. 2094: (…) La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que
viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. (…)
o
La vigilancia es "guarda del corazón”.
·
n. 2849 (…) La
vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que
"nos guarde en su
Nombre" (Juan
17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta
vigilancia (cf 1 Corintios 16, 13; Colosenses 4, 2; 1 Tesalonicenses 5, 6; 1 Pedro
5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación
final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira
que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Apocalipsis 16, 15).
Vida
Cristiana
[1] El mismo Jesús nos ha
dicho: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos
a él y haremos morada en él” (Juan 14, 23). En la segunda Lectura san Pablo
afirma (1 Corintios 1,9) que Dios nos ha llamado a “vivir en comunión con su hijo
Jesucristo”.
[2] “Mira, estoy a la
puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).
[3] J. H. Newman, Diario spirituale e meditazione, 93.
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