[Chiesa/Testi/Eucaristía/Misa(12)LiturgiaEucarísticaIIPlegariaEucarística]
Ø
La Eucaristía (2018). La
Santa Misa (12). Liturgia eucarística:
II. La Plegaría eucarística.
Constituye el momento
central , ordenado a la Comunión. «El sentido de esta oración es que toda la
asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de
Dios y en la ofrenda del sacrificio». «El
sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio».
Elementos característicos de la Plegaria: primero está
el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones de Dios, en
concreto por el envío de su Hijo como Salvador. Luego está la invocación al
Espíritu para que, con su poder, consagre el pan y el vino. Invocamos al
Espíritu para que venga, y en el pan y en el vino esté Jesús. Celebrando el
memorial de la muerte y resurrección del Señor, la Iglesia ofrece al Padre el
sacrificio que reconcilia cielo y tierra: ofrece el sacrificio pascual de
Cristo ofreciéndose con Él y pidiendo, en virtud del Espíritu Santo, ser «en
Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu». Nadie es
olvidado. Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que pasan necesidad o
ya han pasado de este mundo al otro, puedo nombrarlos en ese momento,
interiormente y en silencio o encargar que el nombre se diga. Esta Plegaria
central de la Misa nos educa, poco a poco, a hacer de toda nuestra vida una
“eucaristía”, o sea una acción de gracias.
v
Cfr. Audiencia general de Papa Francisco
Miércoles, 7 de marzo de 2018
La Santa Misa - 12. Liturgia
eucarística: II. Plegaria eucarística
Continuamos
las catequesis sobre la Santa Misa y con esta catequesis nos detenemos en
la Plegaria eucarística. Concluido el rito de la presentación del pan y
del vino, comienza la Plegaria eucarística, que cualifica la celebración
de la Misa y constituye el momento central, ordenado a la sagrada Comunión.
Corresponde a lo que el mismo Jesús hizo, en la mesa con los Apóstoles en la
Última Cena, cuando «dio
gracias» sobre el pan y luego sobre el cáliz del vino cfr. Mt 26, 27; Mc 14, 23: Lc, 22,17.19; 1Cor
11,24): su agradecimiento revive en cada una de nuestras Eucaristías,
asociándonos a su sacrificio de salvación.
Y
en esta solemne Plegaria –la Plegaria eucarística es solemne– la Iglesia
expresa lo que hace cuando celebra la Eucaristía y el motivo por el que la
celebra, o sea estar en comunión con Cristo realmente presente en el pan y en
el vino consagrados. Después de haber invitado al pueblo a levantar los
corazones al Señor y darle gracias, el sacerdote pronuncia la Plegaria en voz
alta, en nombre de todos los presentes, dirigiéndose al Padre por medio de
Jesucristo en el Espíritu Santo. «El sentido de esta oración es que toda la
asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios
y en la ofrenda del sacrificio» (Ordenación General del Misal Romano, 78).
Y
para unirse debe comprender. Por eso, la Iglesia ha querido celebrar la Misa en
la lengua que la gente entiende, de modo que cada uno pueda unirse a esta
alabanza y a esta gran oración con el sacerdote. En realidad, «el sacrificio de
Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio» (Catecismo de
la Iglesia Católica, 1367).
En
el Misal hay varias fórmulas de Plegaria eucarística, todas constituidas
por elementos característicos, que
quisiera ahora recordar (cfr. OGMR, 79; CCC, 1352-1354). Son
bellísimas todas. Primero está el Prefacio, que es una acción de
gracias por los dones de Dios, en concreto por el envío de su Hijo como
Salvador. El Prefacio concluye con la aclamación del «Santo», normalmente cantada. Es bonito cantar el
“Santo”: “Santo, Santo, Santo es el Señor”. Es bonito cantarlo. Toda la
asamblea une su propia voz a la de los Ángeles y los Santos para alabar y
glorificar a Dios.
Luego
está la invocación al Espíritu para que, con su poder, consagre el pan y el
vino. Invocamos al Espíritu para que venga, y en el pan y en el vino esté
Jesús. La acción del Espíritu Santo y la eficacia de las mismas palabras de
Cristo pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las
especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en
la
cruz una vez por todas
(cfr. CCC, 1375). Jesús en esto fue clarísimo. Hemos escuchado al inicio
cómo San Pablo relata las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo, esta es mi
sangre”. “Esta es mi sangre, esto es mi cuerpo”. Jesús mismo fue quien lo dijo.
No debemos tener pensamientos extraños: “Pero, cómo es posible que…”. ¡Es el
cuerpo de Jesús, y se acabó! La fe: viene en nuestra ayuda la fe; con un acto
de fe creemos que es el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el «misterio de la fe»,
como decimos tras la consagración. El sacerdote dice: “Misterio de la fe” y
respondemos con una aclamación.
Celebrando
el memorial de la muerte y resurrección del Señor, en espera de su regreso
glorioso, la Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia cielo y
tierra: ofrece el sacrificio pascual de Cristo ofreciéndose con Él y pidiendo,
en virtud del Espíritu Santo, ser «en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu»
(PE III; cfr. Sacrosanctum Concilium, 48; OGMR, 79f). La Iglesia
quiere unirnos a Cristo y ser, con el Señor, un solo cuerpo y un solo espíritu.
Esa es la gracia y
el fruto de la Comunión
sacramental: nos alimentamos del Cuerpo de Cristo para ser, nosotros que lo
comemos, su Cuerpo vivo hoy en el mundo.
Misterio
de comunión es esto: la Iglesia se une a la ofrenda de Cristo y a su
intercesión y en esa luz, «En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia
representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de
orante». Es bonito pensar que la Iglesia ora, reza. Hay un pasaje en el Libro
de los Hechos de los Apóstoles; cuando Pedro estaba en la cárcel, y la
comunidad
cristiana dice: “Oraba
incesantemente por Él”. La Iglesia que ora, la Iglesia orante. Y cuando vamos a
Misa es para hacer eso: hacer Iglesia orante. «Como Cristo que extendió los
brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede
por todos los hombres» (CCC, 1368).
La
Plegaria eucarística pide a Dios que recoja a todos sus hijos en la perfección
del amor, en unión con el Papa y el Obispo, mencionados por su nombre, signo
que celebramos en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia
particular. La súplica, como la ofrenda, es presentada a Dios por todos los
miembros de la Iglesia, vivos y difuntos, en espera de la bienaventuranza esperanza
de compartir la herencia eterna del cielo, con la Virgen María (cfr. CCC,
1369-1371).
Nadie
ni nada es olvidado en la Plegaria eucarística, sino que todo se reconduce a
Dios, como recuerda la doxología que la concluye. Nadie es olvidado. Y si tengo
alguna persona, parientes, amigos, que pasan necesidad o ya han pasado de este
mundo al otro, puedo nombrarlos en
ese momento, interiormente y
en silencio o encargar que el nombre se diga. “Padre, ¿cuánto debo pagar para
que mi nombre se diga ahí?”—“Nada”. ¿Está claro esto? ¡Nada! La Misa no se
paga. La Misa es el sacrificio de Cristo, que es gratuito. La redención es
gratuita. Si quieres hacer una ofrenda hazla, pero no se paga. Esto es
importante entenderlo.
Esta
fórmula codificada de plegaria quizá podemos sentirla un poco lejana –es verdad,
es una fórmula antigua– pero, si comprendemos bien el significado, entonces
seguramente participaremos mejor. Porque expresa todo lo que hacemos en la
celebración eucarística; y además nos enseña a cultivar tres actitudes que
nunca deberían faltar en los discípulos de Jesús. Las tres
actitudes: primera, aprender
a “darte gracias, siempre y en todo lugar”, y no solo en ciertas ocasiones,
cuando todo va bien; segunda, hacer de nuestra vida un don de amor, libre
y gratuito; tercera, construir la concreta comunión, en la Iglesia y con
todos. Así pues, esta Plegaria central de la Misa nos educa, poco a poco, a
hacer de toda nuestra vida una “eucaristía”, o sea una acción de
gracias.
Vida Cristiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.