Ø Domingo 17
del tiempo ordinario, Ciclo B. Homilía de san Juan Pablo II (29 de julio de
1979).
Cristo es el Pan de
Vida. La Eucaristía y la Palabra de Dios.
v
Cfr.
Juan Pablo II, Homilía. Cristo es el Pan de Vida: la Eucaristía y la Palabra de
Dios.
29 julio 1979 – Domingo 17 del
Tiempo Ordinario B.
1.
Frente al obtuso malentendido
de la misión de Jesús por parte de los que fueron
testigos del milagro de la multiplicación de los panes, Jesús se
retira, solo, a la montaña.
v
¿Con qué actitud seguimos nosotros a Jesús?
“¿Dónde podemos comprar pan para que éstos puedan comer?”.
Ante la multitud que le había
seguido desde las orillas del mar de Galilea hasta la montaña para escuchar su
palabra, Jesús da comienzo, con esta pregunta, al milagro de la multiplicación
de los panes, que constituye el significativo preludio al largo discurso en el
que se revela al mundo como el verdadero pan de vida bajado del cielo (cfr. Jn
6,41).
Hemos oído la narración evangélica:
con cinco panes de cebada y dos peces, proporcionados por un muchacho, Jesús
sacia el hambre de cerca de cinco mil hombres. Pero éstos, no comprendiendo la
profundidad del “signo” en el cual se habían visto envueltos, están convencidos
de haber encontrado finalmente al Rey-Mesías, que resolverá los problemas
políticos y económicos de su nación. Frente a tan obtuso malentendido de su
misión, Jesús se retira, completamente solo, a la montaña.
También nosotros hemos seguido a
Jesús. Pero podemos y debemos preguntarnos: ¿Con qué actitud interior? ¿Con la
auténtica de la fe, que Jesús esperaba de los Apóstoles y de la multitud cuya
hambre ha saciado, o con una actitud de incomprensión? Jesús se presentaba en
aquella ocasión algo así -pero con más evidencia- como Moisés, que en el
desierto había quitado el hambre al pueblo israelita durante el éxodo; se
presentaba algo así -y también con más evidencia- como Eliseo, el cual con
veinte panes de cebada y de álaga [1], había dado de
comer a cien personas. Jesús se manifestaba, y se manifiesta hoy a nosotros,
como quien es capaz de saciar para siempre el hambre de nuestro corazón: “Yo
soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendrá más hambre y el que cree en
mí jamás tendrá sed” (Jn 6,35).
El hombre, especialmente el de estos
tiempos, tiene hambre de muchas cosas: hambre de verdad, de justicia, de amor,
de paz, de belleza; pero sobre todo, hambre de Dios. “¡Debemos estar
hambrientos de Dios!”, exclamaba San Agustín. ¡Es Él, el Padre celestial, quien
nos da el verdadero pan!
2.
En el camino de nuestra vida
necesitamos el Pan de Vida, a Cristo.
v
a) Cristo se nos entrega en los signos
sacramentales de la Eucaristía.
Este pan, de que estamos tan necesitados, es ante todo Cristo, el cual
se nos entrega en los signos sacramentales de la Eucaristía y nos hace sentir,
en cada Misa, las palabras de la última Cena: “Tomad y comed todos de él;
porque éste es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”. Con el sacramento
del pan eucarístico -afirma el Concilio Vaticano II- “se presenta y realiza la
unidad de los fieles, que constituyen un solo Cuerpo en Cristo (cfr. 1 Cor
10,17). Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo que es Luz del
mundo; de Él venimos, por Él vivimos, hacia Él estamos dirigidos” (Lumen
Gentium 3).
v
b) el pan que necesitamos es, también, la Palabra
de Dios.
El pan que
necesitamos es, también, la Palabra de Dios, porque, “no sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Dt 8,3).
Indudablemente también los hombres pueden pronunciar y expresar palabras de tan
alto valor. Pero la historia nos muestra que las palabras de los hombres son, a
veces, insuficientes, ambiguas, decepcionantes, tendenciosas; mientras que la
Palabra de Dios está llena de verdad (cfr. 2 Sam 7,28; 1 Cor 17,26); es recta
(Sal 33,4); es estable y permanece para siempre (cfr. Sal 119,89; 1 Pe 1,25).
Debemos ponernos continuamente en
religiosa escucha de tal Palabra; asumirla como criterio de nuestro modo de
pensar y de obrar; conocerla, mediante la asidua lectura y personal meditación.
Pero, especialmente, debemos hacerla nuestra, llevarla a la práctica, día tras
día, en toda nuestra conducta.
Por último, el pan que necesitamos
es la gracia, que debemos invocar y pedir con sincera humildad y con incansable
constancia, sabiendo bien que es lo más valioso que podemos poseer.
o
b) San Agustín: la Eucaristía y la Palabra de
Dios son el alimento cotidiano que necesitamos
El camino de nuestra vida, trazado por el amor providencial de Dios, es
misterioso, a veces humanamente incomprensible y casi siempre duro y difícil.
Pero el Padre nos da “el pan del cielo” (cfr. Jn 6,32), para ser aliviados en
nuestra peregrinación por la tierra.
Quiero concluir con un pasaje de San
Agustín, que sintetiza admirablemente cuanto hemos meditado: “Se comprende muy
bien... que tu Eucaristía sea alimento cotidiano. Saben, en efecto, los fieles
lo que reciben y está bien que reciban el pan cotidiano necesario para este
tiempo. Ruegan por sí mismos, para hacerse buenos, para perseverar en la
bondad, en la fe, en la vida buena... La Palabra de Dios, que cada día se os
explica y, en cierto modo, se os reparte, es también pan cotidiano”.
Vida Cristiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.