[Chiesa/Omelie1/Parola
Dio/23B18PalabraCristoCuraciónSorderaEspiritual]
- Domingo 23 del Tiempo Ordinario, Ciclo B (2018). Jesús: cura a un sordomudo. Una palabra
relevante:
«Effatá»,
ábrete. Ya la Iglesia primitiva había entendido que esa palabra no
se refería sólo a la sordera física, sino también a la
espiritual. En el rito del Bautismo: después de haber bautizado al
niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios, diciendo:
«¡Effatá, ábrete!». Se pide no el milagro físico, sino que
quien recibe el bautismo escuche la palabra de Dios y la comunique a
los demás con sus labios y con su vida; se pide que no sea sordo
para el Evangelio. El
oído sordo es signo de un corazón pusilánime (indiferente,
embotado, pesado, ofuscado) que no escucha la palabra de Dios. La
acción del Espíritu Santo que convierte el corazón, haciéndolo
capaz de escuchar la palabra de Dios.
Cfr. 23 Tiempo Ordinario Ciclo B, 9 de septiembre de 2018.
Isaías 35, 4-7; Santiago 2, 1-5; Marcos 7,
31-37
Is 35, 4-7:
4 Decid a los de corazón
intranquilo [pusilánime]:
¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la
recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. 5 Entonces se
despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los
sordos se abrirán.
6 Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará
gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y
torrentes en la estepa, 7 se trocará la tierra abrasada en
estanque, y el país árido en manantial de aguas. En la guarida
donde moran los chacales verdeará la caña y el papiro.
Marcos 7, 31-37:
31 Se
marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de
Galilea, atravesando la Decápolis. 32 Le presentan un sordo que,
además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre
él. 33 Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos
en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34 Y, levantando
los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá»,
que quiere decir: «¡Abrete!»
35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su
lengua y hablaba correctamente. 36 Jesús les mandó que a nadie se
lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo
publicaban.37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha
hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Salmo 146 [145],7; 8-9ª; 9bc-10:
7 hace justicia a los
oprimidos, da el pan a los hambrientos, Yahveh suelta a los
encadenados. 8 Yahveh abre los ojos a los ciegos, Yahveh a los
encorvados endereza. Ama Yahveh a los justos, 9 Yahveh protege al
forastero, a la viuda y al huérfano sostiene, mas el camino de los
impíos tuerce; 10Yahveh reina para siempre, tu Dios, Sión, de edad
en edad.
Una
palabra relevante del Señor:
«Effatá»,
que quiere decir: «¡Abrete!»
(Evangelio: Marcos 7, 34)
Ya la Iglesia
primitiva entendió
que esa palabra se
refería no sólo a la sordera física, sino también a la
espiritual.
1.
Una sencilla observación preliminar
Son las personas que acompañan al Señor quienes le presentan un sordo y le ruegan que le cure.
- En primer lugar podemos observar, en el Evangelio de hoy, el papel fundamental de los demás
en
nuestra vida. Como alguien ha hecho notar, no parece que el sordomudo
se haya mostrado muy activo en esta historia que le toca a él
personalmente. Son las personas que le acompañan quienes le acercan
al Señor y le piden que le imponga la mano para curarle de lo que
tenga necesidad 1.
2. Evangelio. La curación del sordomudo: la fuerza de la palabra de Jesús
El momento fundamental es cuando Jesús pronuncia en arameo, su idioma, una orden: «Effatá», «ábrete».
En el rito del Bautismo: después de haber bautizado al niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios, diciendo: «¡Effatá, ábrete!».
Se pide no el milagro físico, sino que quien recibe el bautismo escuche la palabra de Dios y la comunique a los demás con sus labios y con su vida; se pide que no sea sordo para el Evangelio. Se trata no de la sordera física sino de la sordera espiritual.
- Para hacer el milagro, Jesús sigue el ritual que entonces era común según la cultura de aquella época:
toca
con saliva el órgano del cuerpo que está enfermo, según la
mentalidad que atribuía un efecto terapéutico a la misma; lo mismo
hizo con un ciego (Juan 9,6), aplicando fango hecho con saliva a los
ojos.
- En este caso del sordomudo, el momento fundamental es cuando Jesús pronuncia en arameo, su
idioma,
una orden: Effetha,
«ábrete». Es la palabra de Cristo, como la de Dios Padre, que obra
y libera. Esa palabra que Jesús dijo en su lengua se conservó en
el Evangelio.
- En el rito del Bautismo: después de haber bautizado al niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios,
diciendo:
«¡Effatá, ábrete!». Como veremos en el número siguiente (n. 2),
se pide no el milagro físico, sino que quien recibe el bautismo
escuche la palabra de Dios y la comunique a los demás con sus labios
y con su vida; se pide que no sea sordo para el Evangelio. Se trata
no de la sordera física sino de la sordera espiritual.
3. Una palabra relevante: Effatá/Àbrete
Ya la Iglesia primitiva había entendido que esa palabra no se refería sólo a la sordera física, sino también a la espiritual.
Cfr.
Raniero Cantalamessa, Di
sabato insegnava,
Piemme 1998, XXIII domenica del Tempo Ordinario Anno B
Ábrete a la escucha de la palabra de Dios, a la fe, a la alabanza, a la vida.
Nuestro corazón puede estar «abierto» o «cerrado».
El motivo del
relieve dado a la palabra «Effatá» está en que ya la Iglesia
primitiva había entendido que no se refería sólo a la sordera
física, sino también a la espiritual. Por esto entró enseguida en
el ritual del Bautismo, donde ha permanecido hasta nuestros días.
Inmediatamente después de bautizar al niño, el sacerdote le toca
los oídos y los labios, diciendo: Effatá.
Ábrete, queriendo decir: ábrete a la escucha de la palabra de
Dios, a la fe, a la alabanza, a la vida.
De repente
descubrimos que el evangelio de hoy no se refiere solamente a los
sordos-sordos, sino también a los sordos-oyentes, aquellos que, como
en el caso de los ídolos, “tienen oídos pero no oyen; tienen ojos
pero no ven” (Salmo 115, 5-6). También el corazón tiene sus oídos
para oír y sus ojos para ver. Esto forma parte de las convicciones
humanas más universales y se expresa también en algunos modos de
decir comunes. ¿No decimos de una persona que tiene el corazón
«abierto» o, por el contrario, que es «sorda de corazón»?, que
está «cerrada» a toda compasión?
«Effatá». ¡Ábrete! es un grito dirigido a todos los hombres, no sólo al sordo.
Es aplicable las relaciones entre nosotros y a nuestras relaciones con Dios.
«Effatá».
¡Ábrete! Es, por tanto un grito dirigido a todos los hombres (no
sólo al sordo) y a todo el hombre. Es una invitación a no cerrarse
en sí mismo, a no ser insensible ante las necesidades de los demás;
positivamente, a realizarse estableciendo relaciones libres, bellas y
constructivas para las personas, dando y recibiendo de ellas. Si lo
aplicamos a nuestras relaciones con Dios, ¡ábrete! es una
invitación a escuchar la palabra de Dios transmitida por la Iglesia,
a dejar entrar a Dios en nuestra vida.
En este sentido, un
eco fuerte del Effatá
de Cristo fue el grito de Juan Pablo II el día de la inauguración
de su ministerio pontifical: «¡Abrid las puertas a Cristo!»
Una aplicación a la escucha de la palabra de Dios
San Pablo dice que
«la fe viene de la predicación» (Romanos 10, 17). No hay fe
posible sin esta profunda escucha del corazón. Muchos justifican el
hecho de no creer, diciendo que la fe es un don y ellos,
sencillamente, no han recibido ese don. Esto es verdad, pero antes de
estar seguros de que se trate precisamente de esto, sería necesario
preguntarnos si de verdad hemos dado a Dios la posibilidad de
hablarnos. Si hemos dicho, como Samuel: «Habla, que tu siervo
escucha» (1 Samuel 3, 10).
Algunos de los puntos del Catecismo que nos hablan de la necesidad y eficacia de la escucha de la palabra de Dios.
-
n. 104: En
la Sagrada Escritura,
la Iglesia encuentra
sin cesar su alimento
y
su fuerza
(Cf
DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino
lo que es realmente: la Palabra de Dios (Cf 1 Ts 2, 13). «En
los libros sagrados, el Padre
que está en el cielo sale
amorosamente al encuentro
de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).
-
n. 131:
LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA - «Es tan grande el
poder
y la fuerza de la palabra de Dios,
que constituye sustento
y vigor
de la Iglesia, firmeza
de fe para sus hijos, alimento
del alma,
fuente
límpida y perenne
de vida espiritual» (108). «Los fieles han de tener fácil acceso a
la Sagrada Escritura» (DV 22).
-
n. 162:
(...) Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos
alimentarla con la palabra de Dios.
-
n. 543:
(...) Para entrar en el Reino es necesario acoger la palabra de
Jesús (...)
-
n. 764:
(...) Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino» (...)
-
n.1101:
El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según
las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la
Palabra de Dios. (...)
- n.
2653: La Palabra de
Dios - La Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles...
la
lectura asidua de la Escritura para que adquieran "la ciencia
suprema de Jesucristo" (Flp 3, 8)... (...)
4. La auténtica finalidad de las curaciones [de los milagros] que hizo el Señor.
Al mismo tiempo que revelan la realidad de un Dios que ama, consiste en que los hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella.
Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ed.
Cristiandad 2ª edición 2005, p. 88
Las
curaciones de Jesús son obra de Dios, revelación de Dios, camino
hacia Dios. Sus milagros de curación están siempre en relación con
la fe. En Nazaret no pudo hacer ningún milagro, porque sus
compatriotas no creían. Imponer un milagro sería destruir su mismo
sentido, pues siempre hace referencia a la fe (Lucas 4,23-30). Los
discípulos no pueden curar al joven epiléptico porque tienen poca
fe y la fuerza que debe actuar en virtud del Espíritu Santo se ve
coartada (Mateo 17,14-21). (…)
Las curaciones de Jesús hacen
referencia a la fe, igual que el anuncio del mensaje; y al mismo
tiempo revelan la realidad de un Dios que ama. La auténtica
finalidad de esas curaciones consiste en que los hombres descubran la
realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella.
5. En la Biblia, frecuentemente, las orejas sordas son presentadas como signo de un corazón pusilánime, indiferente, embotado, pesado, ofuscado.
El corazón pusilánime, embotado: es ni más ni menos que “vivir el presente como si fuese definitivo”.
- En el diccionario de la lengua, pusilánime es un adjetivo que indica una falta de ánimo y valor para
tolerar
las desgracias o para intentar cosas grandes. Es semejante a apocado,
cohibido.
- En la Biblia, las orejas sordas se consideran como signo de un corazón indiferente. El Señor habla
también
de otro adjetivo, que es una realidad semejante: “Cuidad de que no
se emboten vuestros corazones” [el corazón embotado, pesado].
- Una de las causas para estar embotados son, según el Señor en el mismo texto, “las preocupaciones de la
vida”
(Lucas 34), que es ni más ni menos que “vivir el presente como si
fuese definitivo”.
Importancia del corazón en la vida humana
En la Escritura
- Biblia de Jerusalén, nota a Sabiduría 1,3: El «corazón» se considera la sede de nuestra actividad
consciente,
intelectual, así como de la afectiva.
- Biblia de Jerusalén, nota a Génesis 8,21: “El corazón es lo interior del hombre como distinto de lo que
se
ve, y sobre todo distinto de la «carne» (2,21+) 2.
Es
la sede de
las facultades y de la personalidad, de la que nacen pensamientos y
sentimientos, palabras, decisiones, acción. Dios
lo conoce a fondo,
sean cuales fueren las apariencias (1 S 16,7); Salmo 17,3; 44,22; Jr
11,20+). El
corazón es el centro de
la conciencia religiosa y de la vida moral (Salmo 51, 12.19; Jeremías
4,4+; 31, 31-33;+; Ezequiel 36,26). En
su corazón
busca
el hombre a Dios (Deuteronomio 4,29; Sal 105,3; 119,2.10), le
escucha
(1 Reyes 3,9; Siracida 3, 29; Oseas 2,16; ver Deuteronomio 30,14);
le
sirve
1 Samuel 12,20.24; le
alaba
(Salmo 111,1); le
ama
(Dueteronomio 6,5). El
corazón sencillo, recto, puro es
aquel al que no divide ninguna reserva
o segunda intención, ninguna hipocresía, con respecto a Dios o los
hombres. Ver Efesios 1,18+. (...)”.
San Josemaría Escrivá
Es Cristo que pasa, n.164
- Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la
persona
que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse
los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que
podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado
como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los
pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que
vale su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro.
Al corazón
pertenecen la alegría: que
se alegre mi corazón en tu socorro (Salmo
12,6); el arrepentimiento: mi
corazón es como cera que se derrite dentro de mi pecho (Salmo
21,15); la alabanza a Dios: de
mi corazón brota un canto hermoso (Salmo
44,2); la decisión para oír al Señor: está
dispuesto mi corazón (Sal
56,8);
la vela amorosa: yo
duermo, pero mi corazón vigila (Cant
5,2). Y también la duda y el temor: no
se turbe vuestro corazón, creed en mí (Juna
14,1).
El corazón no sólo
siente; también sabe y entiende. La ley de Dios es recibida en el
corazón (Cf Salmo 39,9), y en él permanece escrita (Cf Proverbios
7,3). Añade también la Escritura: de
la abundancia del corazón habla la boca (Mateo
12,34). El Señor echó en cara a unos escribas: ¿por
qué pensáis mal en vuestros corazones? (Mateo
9,4). Y, para resumir todos los pecados que el hombre puede cometer,
dijo: del corazón
salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios,
fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias (Mateo
15,19).
Cuando en la
Sagrada Escritura se habla del corazón, no se trata de un
sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla
del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el
mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que
considera su bien: porque
donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mateo
6,21).
6. Una petición necesaria al Espíritu Santo, para vivir la vida cristiana: la conversión del corazón.
El Espíritu santo habita en los corazones de los fieles como en un templo, y ahí desarrolla su acción.
- Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 25: Como escribe el Concilio, «el Espíritu habita en
la
Iglesia y en el
corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Corintios 3, 16;
6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf.
Gálatas
4, 6; Romanos
8, 15-16.26). Guía
a la Iglesia a toda la
verdad (cf. Juan
16, 13), la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con
diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus
frutos (cf. Efesios
4, 11-12; 1 Corintios
12, 4; Gálatas 15,
22) con la fuerza del Evangelio rejuvenece
la Iglesia, la
renueva
incesantemente y la
conduce a la unión
consumada con su Esposo ». (Juan Pablo II, Encíclica. Dominum
et vivificantem,
n.25)
- Tal vez nos sintamos espiritualmente sordos, ciegos o cojos. Si no nos comportamos como nos pide el
Evangelio
o lo hacemos con fatiga; si tenemos dificultad en perdonar o no
ayudamos al prójimo, o no tomamos decisiones a la luz de la fe ....
Todo ello tiene que ver con los límites del hombre, que tienen su
raíz en la fatiga o dureza de corazón3
- Pidamos a Jesús que - enviándonos su Espíritu - abra nuestros oídos para saber escuchar su Palabra, y
que
libere nuestra lengua para que sepamos transmitir la fe que hemos
recibido. Es necesaria la conversión - con frecuencia fatigosa
(Cfr. Dominum
et vivificantem,
n. 45) - del corazón humano, que realiza el Espíritu Santo (cf.
Dominum
et vivificantem,
n. 42).
Vida
Cristiana
1
Cfr. También Marcos 8, 22-26.
2
Nota de la Redacción de Vida Cristiana: “Carne” en este
caso es la exterioridad, las apariencias. “Carne” es también en
la Escritura la condición de debilidad y de precariedad de nuestra
existencia humana cuando no está enriquecida o transformada por la
acción del Espíritu Santo. De ahí las expresiones “vivir según
la carne” o “vivir según el Espíritu”.
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