Ø Domingo
24 del tiempo ordinario, Año B. (16 de septiembre de 2018). La fe y las obras:
ver la 2ª Lectura, de la carta de
Santiago. Nos salvamos por la fe en Jesucristo, y esta fe se manifiesta - florece – en las obras. La fe sin obras
está muerta, actúa por la caridad. La fe debe realizarse en la vida sobre todo
en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres. La
parábola del buen samaritano. La fe dio fruto en él mediante una buena obra. Dios,
en quien creemos, nos pide obras semejantes. Estas son las obras de amor al
prójimo. En el trabajo hemos de buscar el bien de los demás, el servicio al
prójimo. El trabajo no es un medio para conseguir el triunfo personal: es
–tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás. La relación entre fe y
caridad, entre la fe y las obras en san Pablo. ¿A qué se reduciría una liturgia
que se dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en
servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad?
v
Cfr. 24º domingo tiempo ordinario Ciclo B
16
septiembre 2018
Isaías 50, 5-9a; Salmo 114, 1-9;
Santiago 2, 14-18; Marcos 8, 27-35
Marcos 8, 27-35. Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de
Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice
la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Unos, Juan Bautista;
otros, Elías; y otros, uno de los profetas". Él les preguntó: "Y
vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó: "Tú eres el Cristo".
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos:
"El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días". Se lo explicaba
con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.
Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: "¡Quítate de
mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" Después
llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el
que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por
el Evangelio la salvará".
Santiago 2 14 ¿De qué sirve,
hermanos míos, que alguien diga: « Tengo fe », si no tiene obras? ¿Acaso podrá
salvarle la fe? 15 Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento diario, 16 y alguno
de vosotros les dice: « Idos en paz, calentaos y hartaos », pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? 17 Así también la fe, si no tiene obras, está
realmente muerta. 18 Y al contrario, alguno
podrá decir: « ¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y
yo te probaré por las obras mi fe.
La fe y las obras
La fe actúa por la caridad
1. Nos salvamos por la fe en Jesucristo, y esta fe se manifiesta - florece – en las
obras.
Cfr. 2ª Lectura, de la Carta del Apóstol Santiago.
v
A. La fe y las obras en el Catecismo de la
Iglesia Católica
o
La fe sin obras está muerta
·
n. 1815: (…): «la fe sin obras está muerta»
(Santiago 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad,
la fe no une plenamente el fiel a
Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
·
n. 2044: «El mismo testimonio de la vida
cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu
sobrenatural son eficaces para
atraer a los hombres a la fe y a Dios» (Concilio Vaticano II, Decreto
Apostolicam Actuositatem, 6).
·
n. 162: (…)
la fe «debe «actuar por la caridad» (Gálatas 5, 6) (Cf Santiago 2,
14-26) (…) cfr. n. 1814.
·
n. 1815: (…) «la fe sin obras está muerta» (Santiago
2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el
fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
v
B. La fe debe realizarse en la vida sobre todo
en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres.
Cfr.
Benedicto XVI, Catequesis, Audiencia
General del 28 de junio de 2006
·
La carta de Santiago nos muestra un cristianismo
muy concreto y práctico. La fe debe realizarse en la
vida sobre todo
en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres. Este
es el
trasfondo con el
que se debe leer también la famosa frase: «Así como el cuerpo sin espíritu está
muerto, así
también la fe sin
obras está muerta» (Santiago 2, 26). A veces, esta declaración de Santiago ha
sido
contrapuesta a
las afirmaciones de Pablo, según las cuales, no somos justificados ante Dios en
virtud de
nuestras obras,
sino gracias a nuestra fe (Cf. Gálatas 2, 16; Romanos 3,28). Sin embargo, las
dos frases, que
aparentemente son
contradictorias, en realidad, si se interpretan bien, son complementarias. San
Pablo se
opone al orgullo
del hombre, que piensa que no tiene necesidad del amor de Dios que nos
previene, se opone
al orgullo de la
autojustificación sin la gracia que simplemente es donada y no merecida. Santiago
habla, por
el contrario, de
las obras como fruto de la fe: «El árbol bueno da frutos buenos», dice el Señor
(Mateo 7,17).
Y Santiago nos lo
repite a nosotros.”
2. El servicio de la caridad brota, para el cristiano, de un sentimiento profundamente
religioso.
San Juan Pablo II,
Catequesis, 10 de enero de 2001
v
El compromiso por la justicia, la lucha contra
toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el
cristiano expresiones de filantropía motivada sólo por la pertenencia a la
familia humana.
·
El servicio de la
caridad, coherentemente vinculado a la fe y a la liturgia (cf. Jc 2,14-17), el compromiso
por la justicia, la lucha
contra toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el
cristiano expresiones de filantropía motivada sólo por la pertenencia a la
familia humana. Al contrario, se trata de opciones y actos que brotan de un
sentimiento profundamente religioso: son auténticos sacrificios en los que Dios
se complace, según la afirmación de la carta a los Hebreos (cf. He 13,16). Particularmente incisiva es la
advertencia de san Juan Crisóstomo: "¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo?
No lo descuides cuando se encuentra desnudo. No le rindas homenaje aquí en el
templo con vestidos de seda, para luego descuidarlo fuera, donde sufre frío y
desnudez" (In Matthaeum hom. 50,
3).
3. La parábola del buen samaritano.
Lucas
10, 29-37. Cfr. San Juan Pablo II, Homilía en la Celebración Eucarística en el
Valle de Cochabamba
(Bolivia). (11 de mayo de 1988).
La fe dio fruto en él
mediante una buena obra.
Dios, en quien creemos,
nos pide obras semejantes.
v
Una situación que puede plantearse en cualquier
sitio del mundo.
En esta parábola del Señor, el buen samaritano se
distingue claramente de otras dos personas –una de ellas un sacerdote y la otra
un levita– que, recorriendo el mismo camino de Jerusalén a Jericó, se cruzan
con el hombre asaltado por los malhechores. Ninguno de los dos se detiene
ante aquel pobre desdichado, víctima de los ladrones sino que al verlo dan un rodeo
y pasan de largo (cf. Lucas 10, 31-32). Un samaritano, en cambio,
refiere San Lucas, “llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima”
(Ibíd. 10, 33), es decir, siente compasión. El desdichado lo necesitaba, porque
no sólo había sido despojado, sino también tan herido que había quedado junto
al camino medio muerto.
El
samaritano –al contrario de los otros dos que habían pasado anteriormente junto
al herido– no lo abandonó, sino que “se le acercó, le vendó las heridas..., lo
llevó a una posada y lo cuidó” (Ibíd.10, 34). Y cuando tuvo que proseguir su
viaje, lo dejó al cuidado del dueño de la posada, comprometiéndose a pagar
cualquier gasto que fuese necesario.
¡Qué
elocuente es esta parábola! Porque, aunque Jesús sitúe el relato en el
camino de Jerusalén a Jericó, en Tierra Santa, la situación puede
repetirse en cualquier sitio del mundo, ¡también aquí, en tierra boliviana! Y,
ciertamente, se habrá repetido más de una vez.
o
“¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si
no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro..., es
inútil” (Santiago 2, 14.17.20).
El
Señor Jesús quería aclarar con esta parábola la dificultad que le había
planteado un letrado: “¿Quién es mi prójimo?” (Lucas 10,29). Después de escuchar el relato
de Jesús, su interlocutor ya no encuentra ningún obstáculo para indicar quién
era el que se había comportado como verdadero prójimo. Evidentemente es el
samaritano, aquel que ha tenido compasión de otro hombre en la desgracia,
aunque fuera un extraño y desconocido. Jesús le dice entonces: “Anda, haz tú lo
mismo”. Con otras palabras el Apóstol Santiago pone de relieve la necesidad de
la actitud del buen samaritano cuando escribe en su epístola: “¿De qué le sirve
a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está
muerta por dentro..., es inútil” (Santiago 2, 14.17.20).
Sin
duda alguna, los dos que pasaron de largo conocían los libros sagrados y se
consideraban no sólo creyentes, sino también profundos “conocedores” de las
verdades de fe. Sin embargo, no fueron ellos sino el samaritano quien dio una
prueba ejemplar de su fe. La fe dio fruto en él mediante una buena obra.
Dios, en quien creemos, nos pide obras semejantes. Estas son las obras de amor
al prójimo.
o
La Palabra de Dios nos plantea a nosotros, los
creyentes, una pregunta fundamental.
§ ¿Es
fructuosa de veras nuestra fe? La fe sin obras es inútil.
¿Es
fructuosa de veras nuestra fe?, ¿fructifica realmente en obras buenas?, ¿está
viva o, tal vez está muerta?
Esta
pregunta deberíamos hacérnosla todos los días de nuestra vida; hoy y cada día,
porque sabemos que Dios nos juzgará por las obras cumplidas en espíritu de fe.
Sabemos que Cristo dirá a cada uno en el día del juicio: Cada vez que
hicisteis estas cosas a otro, al prójimo, a mí me lo hicisteis; cada vez
que dejasteis de hacer estas cosas con el prójimo, conmigo las dejasteis de
hacer (cf. Mateo 25,40-45). Exactamente igual que en
la parábola del buen samaritano.
Esto
mismo hemos oído en la Epístola de Santiago: Si «un hermano o una hermana andan
sin ropa y faltos del alimento diario, y... uno de vosotros les dice: “Dios os
ampare, abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el
cuerpo; ¿de qué les sirve?...; la fe sin las obras es inútil» (Santiago 2,
15-16.20). (…)
o
La respuesta no podemos darla sólo con palabras;
hay que darla con la propia vida.
La
respuesta no podemos darla sólo con palabras; hay que darla con la propia vida.
“Enséñame tu fe sin obras –acabamos de escuchar– y yo, por las obras, te
probaré mi fe” (Santiago 2,18).
Probaréis vuestra fe con esas obras que sirven para aliviar el sufrimiento
físico –la enfermedad, el hambre, la desnudez, la falta de techo– y el
sufrimiento moral –hambre de educación, de comprensión, de consuelo–.
(…)
v
En el trabajo hemos de buscar el bien de los
demás, el servicio al prójimo.
o
El trabajo no es un medio para conseguir el
triunfo personal: es –tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás.
Esta
vocación de servicio, que abarca todas las dimensiones de la existencia humana,
encuentra su cauce apropiado y fecundo en la realización de cualquier trabajo
honrado. El trabajo no es un medio para conseguir el triunfo personal: es
–tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás. El verdadero bien que
habéis de buscar siempre en el trabajo es el bien para los demás, el servicio
al prójimo.
o
La misión de servicio del trabajo tiene algunas
características singulares en algunas profesiones.
§ Quienes
se dedican a los problemas de la salud
Sin
embargo, para algunos, esta misión de servicio reúne unas características
singulares. Su trabajo les lleva a estar cerca de los que
sufren, asumiendo los problemas de la salud, procurando aliviar el dolor
que llega hasta ellos, adoptando continuamente la actitud del buen samaritano.
Por
desgracia, el dolor, la enfermedad, es algo que afecta a muchas personas en
Bolivia. La desnutrición, el alto índice de mortalidad infantil, el mal de
Chagas, el bocio y tantas otras dolencias, a la par que la falta de agua
corriente y de otras condiciones sanitarias elementales, afectan a muchos
hogares bolivianos. Los niños, esperanza de vuestra patria, son con frecuencia
los más afectados. Resolver esta situación es un desafío para todos; pues,
como escribía en la Carta Apostólica “Salvifici
Doloris”: “La revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del
dolor no se identifica de ningún modo con una actitud de pasividad” (Salvifici Doloris, 30).
§ Dios
quiere contar con nuestra colaboración para resolver los problemas.
Dios
quiere contar con nuestra colaboración para resolver esos
problemas. Alabo y expreso mi gratitud a cuantos dedican sus conocimientos
y esfuerzos a curar las enfermedades y dolencias de la población
boliviana: médicos, enfermeras y enfermeros, asistentes sociales, religiosos y
religiosas, y voluntarios laicos. Vosotros realizáis un trabajo que el Señor
elogia en el buen samaritano: “Al verle..., acercándose, vendó sus heridas,
echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le
llevó a una posada y cuidó de él” (Lucas 10,33-34). Seguid viendo en los
enfermos al mismo Cristo (cf. Mateo 25,40-45). No dejéis que la rutina
cosifique vuestro trabajo y os haga insensibles al sufrimiento. Compensad
la falta de medios con vuestro amor, vuestra disponibilidad y vuestro ingenio.
Mejorad vuestra entrega a los demás con un constante perfeccionamiento técnico
y científico. Y, sobre todo, ayudad siempre a los enfermos a comprender el
significado del dolor dentro del plan salvífico de Dios.
§ La
oración y la frecuencia de los sacramentos dan la fuerza necesaria para llevar
adelante el compromiso con los que sufren.
No
olvidéis nunca que el auténtico amor al prójimo es inseparable del amor a Dios
con todo el corazón y con todas las fuerzas (cf. Lucas 10,27). La oración y la frecuencia de los
sacramentos –especialmente la Penitencia y la Eucaristía– os darán la fortaleza
necesaria para llevar adelante vuestro compromiso con los que sufren. Y, con
esa fuerza, ayudaréis a los enfermos a permanecer unidos a Dios acercándoles
a los sacramentos, a través de los cuales nos llega constantemente la gracia de
Cristo. (…)
4. San Pablo subraya, junto a la gratuidad de la justificación, la relación
entre fe y
caridad, entre la fe y las obras.
Cfr. Benedicto XVI, Catequesis, 26 de noviembre de 2008
v
En la misma carta a los Gálatas
·
Es importante que
san Pablo, en la misma carta a los Gálatas, por una parte, ponga el acento
de forma
radical en la gratuidad de la
justificación no por nuestras obras, pero que, al mismo tiempo, subraye también
la relación entre la fe y la caridad, entre la fe y las obras: "En Cristo
Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la
fe que actúa por la caridad" (Gálatas 5,6). En consecuencia, por una
parte, están las "obras de la carne" que son "fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría..." (cf. Gálatas 5,19-21): todas obras contrarias a
la fe; y, por otra, está la acción del Espíritu Santo, que alimenta la vida
cristiana suscitando "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gálatas 5,22-23): estos son los frutos del
Espíritu que brotan de la fe.
Al
inicio de esta lista de virtudes se cita al agapé, el amor; y, en la
conclusión, el dominio de sí. En realidad, el Espíritu, que es el Amor del
Padre y del Hijo, derrama su primer don, el agapé, en nuestros corazones
(cf. Romanos 5,5); y el agapé, el amor,
para expresarse en plenitud exige el dominio de sí. Sobre el amor del Padre y
del Hijo, que nos alcanza y transforma profundamente nuestra existencia, traté
también en mi primera encíclica: Deus caritas est. Los creyentes saben que
en el amor mutuo se encarna el amor de Dios y de Cristo, por medio del
Espíritu.
Volvamos
a la carta a los Gálatas. Aquí san Pablo dice que los creyentes,
soportándose mutuamente, cumplen el mandamiento del amor (cf. Gálatas 6,2). Justificados por el don de la
fe en Cristo, estamos llamados a vivir amando a Cristo en el prójimo, porque
según este criterio seremos juzgados al final de nuestra existencia. En
realidad, san Pablo no hace sino repetir lo que había dicho Jesús mismo. (…), en la parábola del Juicio final.
v
El himno a la caridad en la primera carta a los
Corintios
En
la primera carta a los Corintios, san Pablo hace un célebre elogio del
amor. Es el llamado "himno a la caridad": "Aunque hablara las
lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce
que suena o címbalo que retiñe. (...) La caridad es paciente, es servicial; la
caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca
su interés..." (1 Corintios 13,1 1Co 13,4-5). El amor cristiano es muy
exigente porque brota del amor total de Cristo por nosotros: el amor que nos
reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene, hasta atormentarnos, porque nos
obliga a no vivir ya para nosotros mismos, encerrados en nuestro egoísmo, sino
para "Aquel que ha muerto y resucitado por nosotros" (cf. 2 Corintios 5,15). El amor de Cristo nos
hace ser en él la criatura nueva (cf. 2 Corintios 5,17) que entra a formar parte
de su Cuerpo místico, que es la Iglesia.
Desde esta perspectiva, la centralidad de
la justificación sin las obras, objeto primario de la predicación de san Pablo,
no está en contradicción con la fe que actúa en el amor; al contrario, exige
que nuestra misma fe se exprese en una vida según el Espíritu. A menudo se ha
visto una contraposición infundada entre la teología de san Pablo y la de
Santiago, que, en su carta escribe: "Del mismo modo que el cuerpo sin
espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (Santiago 2,26).
En realidad, mientras que san Pablo se preocupa ante todo en demostrar que la
fe en Cristo es necesaria y suficiente, Santiago pone el acento en las
relaciones de consecuencia entre la fe y las obras (cf. Santiago 2,2-4).
Así
pues, tanto para san Pablo como para Santiago, la fe que actúa en el amor
atestigua el don gratuito de la justificación en Cristo. La salvación, recibida
en Cristo, debe ser conservada y testimoniada "con respeto y temor. De
hecho, es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece.
Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones (...), presentando la palabra de
vida", dirá también san Pablo a los cristianos de Filipos
(cf. Filipenses 2, 12-14.16).
v
Los malentendidos que caracterizaban a los
cristianos de Corinto
o
Las consecuencias de una fe que no se encarna en
el amor son desastrosas.
Con
frecuencia tendemos a caer en los mismos malentendidos que caracterizaban a la
comunidad de Corinto: aquellos cristianos pensaban que, habiendo sido
justificados gratuitamente en Cristo por la fe, "todo les era
lícito". Y pensaban, y a menudo parece que lo piensan también los
cristianos de hoy, que es lícito crear divisiones en la Iglesia, Cuerpo de
Cristo, celebrar la Eucaristía sin interesarse por los hermanos más
necesitados, aspirar a los carismas mejores sin darse cuenta de que somos
miembros unos de otros, etc.
Las
consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se
reduce al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los
hermanos. Al contrario, siguiendo a san Pablo, debemos tomar nueva conciencia
de que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos
ya a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y
por eso estamos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra
existencia (cf. 1Co 6,19). Sería un desprecio del
inestimable valor de la justificación si, habiendo sido comprados al caro
precio de la sangre de Cristo, no lo glorificáramos con nuestro cuerpo.
§ Nuestro
culto "razonable" y al mismo tiempo "espiritual", por el
que san Pablo nos exhorta a "ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios".
¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera sólo al Señor y que no se
convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se
expresara en la caridad?
En
realidad, este es precisamente nuestro culto "razonable" y al mismo
tiempo "espiritual", por el que san Pablo nos exhorta a "ofrecer
nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (cf. Rm 12,1). ¿A qué se reduciría una liturgia
que se dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en
servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad? Y el Apóstol
pone a menudo a sus comunidades frente al Juicio final, con ocasión del cual
todos "seremos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que
cada cual reciba conforme a lo que hizo en su vida mortal, el bien o el
mal" (2Co 5,10 cf. también Rm 2,16). Y este pensamiento debe
iluminarnos en nuestra vida de cada día.
Si
la ética que san Pablo propone a los creyentes no degenera en formas de
moralismo y se muestra actual para nosotros, es porque cada vez vuelve a partir
de la relación personal y comunitaria con Cristo, para hacerse realidad en la
vida según el Espíritu. Esto es esencial: la ética cristiana no nace de un
sistema de mandamientos, sino que es consecuencia de nuestra amistad con
Cristo. Esta amistad influye en la vida: si es verdadera, se encarna y se
realiza en el amor al prójimo.
Por
eso, cualquier decaimiento ético no se limita a la esfera individual, sino que
al mismo tiempo es una devaluación de la fe personal y comunitaria: de ella
deriva y sobre ella influye de forma determinante. Así pues, dejémonos alcanzar
por la reconciliación, que Dios nos ha dado en Cristo, por el amor
"loco" de Dios por nosotros: nada ni nadie nos podrá separar nunca de
su amor (cf. Romanos 8,39). En esta certeza vivimos. Y
esta certeza nos da la fuerza para vivir concretamente la fe que obra en el
amor.
Vida Cristiana
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