Domingo 31 del tiempo ordinario, Año B, 4 de noviembre de 2018. Los dos primeros
mandamientos de la Ley de Dios: amor a Dios y amor al prójimo. Hay entre ellos una inseparable relación y una imprescindible interacción. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.
Cfr.
Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas est; Raniero Cantalamessa, La parola
e la vita, anno B, Cittá Nuova IX edizione giugno 2001; Gianfranco
Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996, Domenica XXXI, pp.
318-323
Cfr. Domingo 31 del tiempo ordinario, Año B, 4 noviembre de 2018.
Deuteronomio
6,2-6; Hebreos 7, 23-28; Marcos 12, 28-34
Marcos 12, 28-34:
28 Se acercó uno de los escribas que les había oído y, viendo
que les había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el
primero de todos los mandamientos?» 29 Jesús le contestó: «El
primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único
Señor, 30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor
que éstos.» 32 Le dijo el escriba: «Muy
bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay
otro fuera de El, 33 y amarle con todo el corazón, con toda la
inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si
mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo:
«No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a
hacerle preguntas.
Deuteronomio 6, 2-6:
“En aquellos días, habló Moisés al pueblo y le dijo: «2 a Teme
a Yahveh tu Dios, guardando todos los preceptos y mandamientos que yo
te prescribo hoy, tú, tu hijo y tu nieto, todos los días de tu
vida, y así se prolonguen tus días. 3 Escucha,
Israel; cuida de practicar lo que te hará
feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el
Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. 4 Escucha,
Israel: Yahveh nuestro Dios es el único
Yahveh. 5 Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.
6 Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy”.
Algunos otros textos fundamentales de la Escritura sobre la relación entre el amor a Dios y amor al prójimo
El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios
- Mateo 22,34-40: Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un
lugar
y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a
prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el
principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen
toda la Ley y los Profetas».
Nuevo
Testamento, EUNSA 2004,
Nota a Mateo 22, 34-40: (…) Jesús enseña que toda la Ley se
condensa en los dos mandamientos del amor (Dt 2,5; Lv 19, 18). Toda
la tradición evangélica es testigo de cómo Jesús vinculó el
amor a Dios con el amor al prójimo. El relato de Mateo lo recoge de
una manera singular: el escriba pregunta por «el mandamiento
principal de la Ley» (v. 36), y Jesús contesta con una mandamiento
que se traduce en dos, o mejor, con dos mandamientos que son uno: en
todo caso queda claro que este mandamiento se distingue de los demás:
«Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si le falta el otro,
porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar al prójimo, ni se
puede amar al prójimo sin amar a Dios. Sólo ésta es la verdadera
y única prueba del amor a Dios, si procuramos esta solícitos del
cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos (S. Beda, Homiliae
2, 22). Sin embargo lo más importante es amar a Dios, porque el amor
al prójimo es consecuencia y efecto del amor a Dios y, cuando es
amado el hombre, es amado Dios ya que el hombre es imagen de Dios
(cfr. S. Tomás de Aquino, Sup.
Matt. In loc.).
- Mateo 25, 40: Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de
estos,
mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Nuevo
Testamento, EUNSA 2004,
Nota a Mateo 25, 40: “Es significativo el pasaje si lo
comparamos con otro
anterior donde el Señor prometió que cualquiera que diera de beber
sólo un vaso de agua fresca uno de «estos pequeños por ser
discípulo» (10, 42), no quedaría sin recompensa. Pero ahora no se
menciona el discípulo: al servir a cualquier hombre se sirve a
Cristo. De aquí la importancia de practicar las obras de
misericordia - corporales y espirituales – recomendadas por la
Iglesia y también la entidad que tiene el pecado de omisión: no
hacer lo que se debe supone dejar a Cristo mismo despojado de tales
servicios. Las dimensiones del amor de Dios se mden por las obras de
servicio a los demás”.
- Marcos 12, 28-34: Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se
acercó
y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu
ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor
es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el
corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al
prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le
dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a
hacerle más preguntas.
- 1 Juan 2, 3-11: En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.
Quien
dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un
mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra,
ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto
conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe
caminar como él caminó. Queridos míos, no os escribo un
mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el
principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis
escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –y esto
es verdadero en él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la
luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a
su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano
permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano
está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va,
porque las tinieblas han cegado sus ojos.
El que no ama a su hermano a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve
- 1 Juan 4,20-21: 20 Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso;
pues
quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien
no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios,
ame también a su hermano.
La pregunta del escriba o letrado; ¿qué mandamiento es el primero de todos?
Una pregunta «normal»: en la Biblia había 613 mandamientos. Al tener tantos, las escuelas rabínicas dedicaban mucho tiempo a discutir sobre la jerarquías de esos preceptos.
Resultaba espontáneo preguntarse, entre tantas reglas, ¿qué es lo esencial?
- En la ley bíblica había 613 mandamientos. Independientemente de la intención subjetiva de este
escriba,
la pregunta podría ser clasificada como “normal”, ya que, al
tener tantos mandamientos la Ley judía, las escuelas rabínicas
dedicaban mucho tiempo a discutir sobre la jerarquía de esos
mandamientos, sobre cómo podrían ser clasificados, etc.
- “Habían catalogado en la Biblia 613 mandamientos, 365 negativos, tantos como los días del año,
y
248 positivos, tantos como pensaban que eran los huesos del cuerpo
humano, símbolo de la estructura de la misma persona. Se discutía
pedantemente sobre la jerarquía de estos preceptos, llegando alguna
vez a rozar la manía”. (Gianfranco Ravasi o.c. p. 322).
- Por otra parte, se ha observado que ese escriba debía saber muy bien cuál era la respuesta, puesto
que
todo judío dos veces al día, por la mañana y por la tarde,
recitaba una oración llamada el Shemá,[esta
palabra significa «escucha» y es la primera palabra hebrea del
párrafo citado] en
la que se recordaba al pueblo judío su obligación de amar a Dios
con todo su ser. Incluso, los judíos ponían - incrustado en las
puertas, dentro de un pequeño cilindro – un trozo de pergamino en
el que estaban escritas las palabras del primer mandamiento tal como
las utilizó Jesús en su respuesta. Y lo besaban, al entrar y salir
de casa, con veneración.
- Por no hablar del pequeño rollo donde tienen las mismas palabras, que conservan en unas cajitas
de
cuero - las filacterias - que a su vez llevan en la frente y
colgando del brazo cuando rezan.
- La ley de Moisés se había ido hinchando de preceptos, explicaciones, y reinterpretaciones;
resultaba
espontáneo preguntarse: ¿qué es lo esencial entre tantas reglas,
qué cosa da unidad al todo? (Cfr. R. Cantalamessa o.c. p. 333)
La respuesta de Jesús
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
- Jesús en su respuesta recoge esas palabras del c. 6 del Deuteronomio de la primera
Lectura,
y el verso 18 del c. 19 del
Levítico, donde se dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
El escriba lo entiende muy bien, «reconoce la profundidad de la
respuesta de Cristo», y repite las palabras del Señor añadiendo
otra afirmación: «amar al prójimo como a si mismo vale más que
todos los holocaustos y sacrificios». En realidad este añadido
forma parte de un aspecto fundamental de la enseñanza de los
profetas que bien conocían los judíos: «Porque yo quiero amor, no
sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos» (Oseas 6,6).
- “En el Antiguo Testamento se procuraba definir los mandamientos fundamentales: el autor del
Salmo
15 hace una lista de 11, considerándolos como condición requerida
para acceder al culto en el Templo de Jerusalén; Isaías (33,15)
indicaba 6, Miqueas (6,8) indicaba 3 y Amos (5,4) sugería 2. En
realidad, si observamos atentamente la selección que hace Jesús,
nos damos cuenta de que ha roto el recurso al esquema, a la lista, a
la graduación.
Al
presentar como precepto capital el amor - que no es un acto singular
sino una actitud radical y constante – Jesús quiere ofrecer una
perspectiva de fondo permanente con la que se viven todos los
mandamientos de la Ley. Él no quiere sugerir una escala de valores
con una graduación, sino llevar al hombre a la raíz y a la esencia
de toda experiencia religiosa y moral. No quiere imponer un código,
con el que, una vez cumplido, el hombre pueda estar tranquilo e
indiferente, seguro de la salvación y libre de otros compromisos.
Jesús quiere indicar una disposición total de la existencia que
sirva para regir toda la vida, para guiar todos los gestos, todos los
momentos, toda respuesta religiosa y humana. Un poco como hace la
persona enamorada que no ama solamente durante algunas horas o en
algunas circunstancias, sino que está siempre interiormente ligada y
orientada hacia la persona que ama” (Gianfranco Ravasi o.c. p.
322).
Amor a Dios y amor al prójimo
Cfr.
Benedicto XVI, enc. Deus caritas est
La inseparable relación y la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo. Son un único mandamiento.
a) Hay una inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo
«Si alguno dice: ‘‘amo a Dios'', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Juan 4, 20).
Este texto subraya la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo.
16.
(…) Este texto “lo que se subraya es la inseparable relación
entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente
entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una
mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El
versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de
que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios,
y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en
ciegos ante Dios”.
b) El amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Aprendo a mirar a la otra persona desde la perspectiva de Jesucristo.
Hay una imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo.
18.
De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido
enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en
Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni
siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del
encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en
comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces
aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y
sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi
amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su
anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago
llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello,
y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los
ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas
necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En
esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y
amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera
carta de Juan.
Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina.
Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios.
Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios,
podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir
reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida
omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso»
y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la
relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta»,
pero sin amor.
Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.
Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para
manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el
servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo
mucho que me ama.
Los Santos han adquirido su capacidad de amar al prójimo gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás.
Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de
Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera
siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y,
viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad
precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al
prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos
viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así,
pues, no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo
imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un
amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado
a otros. El amor crece a través del amor. El amor es «divino»
porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso
unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras
divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios
sea «todo para todos» (cf. 1 Corintios 15, 28).
Vida
Cristiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.