Ø Domingo 32 del tiempo ordinario, Año B. (2018). El óbolo de la viuda: echó en el cepillo del templo todo lo que tenía para vivir. Jesús inauguró la ofrenda y el sacrificio de sí mismo: aquí se realiza la finalidad última del hombre sobre la tierra. El Espíritu Santo infunde en nosotros no sólo el «don de Dios», sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. La conversión de nuestra vida en un don. No me interesan vuestras cosas sino vosotros (2 Cor 12,14). El objetivo de la vida moral del cristiano es hacer de la vida un don y «una ofrenda viva».
v Cfr.
Domingo 32 del tiempo ordinario ciclo B, 11 noviembre 2018
Marcos 12,
38-44; 1 Re 17,10-16; Hebreos 9,24-28
1 Reyes 17, 10-16: 10. Elías Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por
la puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó
Elías y dijo: « Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu jarro para que
pueda beber. » 11 Cuando ella iba a traérsela, le
gritó: « Tráeme, por favor, un bocado de pan en tu mano. » 12 Ella dijo: « Vive Yahveh tu Dios, no tengo nada de pan
cocido: sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la
orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo prepararé para mí y para mi
hijo, lo comeremos y moriremos. » 13 Pero
Elías le dijo: « No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una
torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu hijo. 14 Porque así habla Yahveh, Dios de Israel: No se acabará
la harina en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que
Yahveh conceda la lluvia sobre la haz de la tierra. 15 Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su
hijo. 16 No se acabó la harina en la
tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que Yahveh había
dicho por boca de Elías.
Marcos 12: 38 Decía también en su enseñanza:
«Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados
en las plazas, 39 ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros
puestos en los banquetes; 40 y que devoran la hacienda de las viudas so capa de
largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa. 41Jesús se sentó
frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del
Tesoro: muchos ricos echaban mucho. 42 Llegó
también una viuda pobre y echó dos monedas pequeñas, o sea, una cuarta parte
del as. 43 Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad
que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del
Tesoro. 44 Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía,
todo lo que tenía para vivir.
EL
ÓBOLO DE LA VIUDA
La viuda echó en el
cepillo del templo «todo lo que tenía para vivir».
(Evangelio)
El objetivo de la vida
moral del cristiano
es hacer de la vida un don
y «una ofrenda viva» (cfr.
Romanos 12,1) .
1. Para entender los relatos sobre las dos viudas de la
liturgia de hoy.
Cfr. Raniero Cantalamessa, Di sabato insegnava, Piemme 1998, pp. 290-295
v
La condición de vida de las viudas en el Antiguo
Testamento
·
«En
aquella época, la viuda era una de las personas más pobres en la sociedad. La
inserción en la
sociedad de la mujer se realizaba solamente a través
del marido y la pérdida de éste significaba la pérdida de todos los derechos y
de toda ayuda. No heredaba los bienes del marido, sino que ella misma era
parte de la herencia del hijo primogénito. Por tanto, una viuda sin
padre o sin hijos mayores estaba expuesta a toda clase de angustias y de
riesgos». En el Antiguo Testamento, la viuda era, junto al huérfano y al
forastero, una de las tres categorías símbolo de la pobreza, de la soledad y de
la necesidad por lo que era una de las categorías más queridas por Dios que se
definía “padre de los huérfanos y defensor de las viudas” (Salmo 68,6).
·
En
una de las salas del templo, la "sala del tesoro", había trece
cepillos en donde se recogían las
limosnas para el
culto. Jesús observa en silencio el comportamiento de la gente, ve que algunos
ricos echan grandes cantidades haciendo ostentación, Jesús no se deja
impresionar. En cambio, se conmueve al ver pasar a una pobre viuda que sólo
echa dos de las monedas más pequeñas que había entonces.
·
En
la primera Lectura de hoy, todo acaba bien, porque el Señor hace el milagro de
que se multiplique
la harina y el
aceite, como premio a la generosidad de la viuda que da de comer al profeta
Elías con lo poco que tenía para ella y su hijo.
v
La viuda del Evangelio
·
En
cambio, en la lectura del Evangelio no aparece que la viuda tenga algún premio
por su generosidad.
No hay ningún milagro. “Ella no sabe ni
siquiera que ha sido observada desde lejos por Jesús. Su gesto acaba en el
secreto entre ella y Dios”. “En el Nuevo
Testamento la recompensa no es fundamentalmente temporal sino eterna, es la
posesión de Dios mismo: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del
Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo». (Mateo 25, 34)”. “Es verdad que Jesús ha prometido cien veces más aquí a los
que dejan todo por el evangelio, pero eso no consiste en bienes materiales sino
espirituales, es decir en «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos, 14-17)”.
2. Comentarios de San Agustín
o
Sermón 107 A . La viuda echó en el
cepillo del templo todo lo que poseía.
§ Dios
no valora la cantidad sino la voluntad.
Retened lo que
poseéis, pero de forma que deis a los necesitados. Al hombre que no había
robado lo ajeno, pero que miraba por lo suyo con diligencia inmoderada, nuestro
Señor Jesucristo le dijo: Necio, esta
noche se te quitará tu alma. ¿Para quién será lo que acumulaste? (Lc
12,20). Pero. luego añadió: Así es todo
el que atesora para sí y no es rico en Dios. ¿Quieres ser rico en Dios? Da
a Dios. Da no tanto en cantidad, como en
buena voluntad. Pues no por dar poco, de lo poco que posees, se considerará
como poco cuanto dieres. Dios no valora la cantidad sino la voluntad. Recordad,
hermanos, aquella viuda. Oísteis decir a Zaqueo: Doy la mitad de mis bienes a los pobres. Dio mucho de lo mucho que
tenía y compró la posesión del reino de los cielos a gran precio, según las
apariencias. Pero si se considera cuán gran cosa es, todo lo que dio es cosa
sin valor comparado con el reino de los cielos. Parece que dio mucho porque era
muy rico.
Contemplad
aquella pobre viuda que llevaba dos pequeñas monedas. Los presentes observaban
lo mucho que echaban los ricos en el cepillo del templo y contemplaban sus
grandes cantidades. Entró ella al templo y echó dos monedas. ¿Quién se preocupó
ni siquiera de echarle una mirada? Pero
el Señor la miró, y de tal manera que sólo la vio a ella y la recomendó a los
que no la veían, es decir, les recomendó que mirasen a la que ni siquiera
veían. «Estáis viendo -les dijo- a esta viuda, -y entonces se fijaron en ella-;
ella echó mucho más en ofrenda a Dios que aquellos ricos que ofrecieron mucho de lo mucho que
poseían». Ellos ponían sus miradas en las grandes ofertas de los ricos,
alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuándo vieron aquellas
dos monedas? Ella echó más en ofrenda a
Dios -dijo el Señor- que aquellos
ricos. Ellos echaron mucho de lo mucho que tenían; ella echó todo lo que
poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el
alma que oro en el arca. ¿Quién echó más que la viuda que no se reservó nada
para sí?
o
Sermón 105 A , 1. Nadie dio tanto
como la que no reservó nada para sí
§ ¿Acaso
eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela,
y siguieron al Señor.
(…) El Señor no
se fija en si las riquezas son grandes, sino en la piedad de la voluntad. ¿Acaso eran ricos los apóstoles?
Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela, y siguieron al Señor.
Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella viuda
que depositó dos monedas en el cepillo del templo. Según el Señor, nadie dio más que ella.
A pesar de que
muchos ofrecieron mayor cantidad, ninguno, sin embargo, dio tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo (Lc 21,1-2). Muchos ricos echaban en abundancia, y él los
contemplaba (Mc 12,41), pero no porque echaban mucho. Esta mujer entró con
sólo dos monedillas. ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo aquel que al
verla no miró si la mano estaba llena o no, sino al corazón. La observó,
pregonó su acción y al hacerlo proclamó que nadie había dado tanto como ella.
Nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí. Das poco, porque tienes
poco; pero si tuvieras más, darías más. Pero ¿acaso por dar poco a causa de tu
pobreza, te encontrarás con menos, o recibirás menos porque diste menos?
§ Podemos
fijarnos en las cosas que se dan o en el corazón que se da.
Si se examinan
las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas abundantes,
otras escasas. Si, en cambio, se
escudriñan los corazones de quienes dan, hallarás con frecuencia en quienes dan
mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco uno generoso. Tú miras a lo
mucho dado y no a cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, cuánto fue lo
que en definitiva otorgó, o cuánto robó quien de ello da algo a los pobres, como
queriendo corromper con ello a Dios, el juez. Lo que consigues con tu donación
es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque si fueres
pobre y, desde tu pobreza, dieses, aunque fuera poco, se te imputaría tanto
como al rico que da en abundancia, o quizá más, como a aquella mujer.
3. San Josemaría
v
Camino 829
·
«¿No
has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el
templo su pequeña
limosna? Dale tú
lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la
voluntad con que lo des». [1]
4. La conversión de nuestra vida en un don.
v
El Espíritu Santo infunde en nosotros no sólo el
«don de Dios», sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. Nos
contagia, por así decirlo, con su mismo ser.
Cfr. Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu, Meditaciones sobre el Veni Creator, PPC
1999 pp. 91-93
“El Espíritu Santo no infunde en nosotros sólo el «don
de Dios», sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. Nos contagia,
por así decirlo, con su mismo ser. Él es la «donación», y donde llega crea un
dinamismo que nos conduce a convertirnos, a nuestra vez, en don para los demás.
(p. 93).
«Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su
amor en nuestros corazones». (Rm 5,5,)
La palabra «amor» indica tanto el amor de Dios por nosotros como
nuestra nueva capacidad de volver a amar a Dios y a los hermanos. Indica «el amor por el que nos hacemos amantes de Dios» (San Agustín, El espíritu y la letra, 32,56). El
Espíritu Santo no infunde, por tanto, en nosotros sólo el amor, sino también la capacidad de amar. Lo mismo cabe decir a
propósito del don: al venir a nosotros, el Espíritu no nos trae sólo el don de Dios, sino también el «donarse»
de Dios. El Espíritu Santo es verdaderamente el agua viva que, cuando la
recibimos «se convierte en un manantial de agua que brota para vida eterna»
(Juan 4,14), es decir, rebota y se derrama sobre quienes están a nuestro
alrededor”. (p. 93)
v Jesús
inauguró la ofrenda y el sacrificio de sí mismo: aquí se realiza la finalidad
última del hombre sobre la tierra.
Cfr. Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu - Meditaciones sobre el
Veni Creator, PPC 1999 p. 94-95
Jesús
inauguró una nueva modalidad de ofrenda y sacrificio: la ofrenda y el sacrificio
de sí mismo. Él se presenta al Padre «no con sangre de machos cabríos ni de
toros, sino con su propia sangre» (Hebreos 9,12), ofreciéndose a sí mismo como
sacrificio de suave olor (cfr. Efesios 5,2). En esto, recomienda el Apóstol,
tenemos que ser todos «imitadores de Dios» Efesios 5,1). Dios dice a todos los
hombres lo que Pablo dice a sus fieles:
«No me interesan vuestras cosas, sino vosotros» (2 Corintios 12,14). (p. 94)
Aquí se realiza la finalidad última de la existencia
del hombre en la tierra. ¿Por qué Dios nos ha hecho el don de la vida, si no es
para que tuviéramos, a nuestra vez, algo grande y hermoso que ofrecerle a él
como don? Escribe san Ireneo:
«Nosotros
hacemos ofrendas a Dios, no porque él las necesite, sino para darle gracias con
sus mismos dones y santificar la creación. No es Dios quien necesita algo de
nosotros, somos nosotros quienes necesitamos ofrecerle algo» (Contra las herejías,
IV, 18,6). (p. 94)
Al final de la vida, sólo lo que hayamos
dado nos quedará en la mano, transformado en algo terreno. Uno de los poemas de
Tagore presenta a un mendigo que cuenta su historia. Convertido en prosa, dice
así:
“Había estado
mendigando de puerta en puerta por toda la aldea, cuando apareció a lo lejos
una carroza de oro. Era la carroza del hijo del rey. Yo pensé: «Es la
oportunidad de mi vida». Me senté abriendo mi alforja de par en par, esperando
que se me daría la limosna sin tener que pedirla siquiera; más aún, que las
riquezas lloverían al suelo a mi alrededor.
Pero cuál fue mi sorpresa cuando, al llegar junto a mí, la carroza se
paró, el hijo del rey bajó y, tendiendo la mano derecha, me dijo: ¿Qué tienes
para darme?. ¿Qué clase de gesto real era ese de tenderle la mano a un mendigo?
Confuso e indeciso, saqué de mi alforja un
grano de arroz, sólo uno, el más pequeño, y se lo di. Pero qué tristeza
sentí por la noche cuando, hurgando en mi alforja, encontré un pequeño grano de
oro, sólo uno. Lloré amargamente por no haber tenido el valor de dárselo todo”
(Cfr. Tagore, R.: Gitanjali, 50). (pp. 94-95)
Todo lo que no damos se
pierde, ya que, estando destinados a morir, morirá con nosotros todo aquello
que hayamos conservado hasta el último momento, mientras que lo que damos se
sustrae a la corrupción y, por así decirlo, es enviado a la eternidad. (p. 95)
-
“Ese mendigo avaro somos nosotros,
cuando extendemos continuamente la mano a Dios para pedirle
favores
y no vemos nunca su mano extendida
«majestuosamente» hacia nosotros. Él no pide porque tiene necesidad, sino para
poder transformar en oro nuestros pequeños «granos de arroz»” [2].
o
La Misa es el medio
instituido por Cristo para dar a cada creyente la posibilidad de ofrecerse al
Padre en unión con él.
Cf. Raniero Cantalamessa o.c. pp. 96-97
“Con todo, no podemos, por nosotros mismos, hacer de
nuestra vida este don a Dios a favor de los hermanos, sin una ayuda especial
del Espíritu Santo. El propio Jesús, como hemos visto, se ofreció al Padre «con
un Espíritu eterno», o «con la cooperación del
Espíritu Santo, como dice una antigua plegaria de la misa. Y sus
miembros no pueden ofrecerse de otra manera. Por eso la liturgia, cuando invoca
al Espíritu sobre la asamblea, después de la consagración., insiste
precisamente sobre este aspecto:
«Que él haga de nosotros un sacrificio
perpetuo agradable a ti»
«Concédenos a cuantos compartimos este pan y este
cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el
Espíritu Santo,
seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria»
(Misal Romano.
Plegarias eucarísticas III y
IV) (p. 96)
La Misa es el medio instituido por Cristo para dar a
cada creyente la posibilidad de ofrecerse al Padre en unión con él. Elevado
sobre la cruz, Jesús «atrae a todos hacia sí» (Cfr. Jn 12,32), no en el sentido
de una genérica atracción de los corazones y de las miradas, sino en el sentido
de que nos une íntimamente a su ofrecimiento, hasta el punto de formar con él
una única oblación, como las gotas de agua que, unidas al vino, forman en el
cáliz una única bebida de salvación. De este modo, el humilde ofrecimiento de
nosotros mismos adquiere a su vez un valor inmenso. (...)”. (p. 97)
v
El objetivo de la vida moral del cristiano es hacer de la vida un don y «una ofrenda viva» (cfr.
Romanos 12,1)
Cf. Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu - Meditaciones
sobre el Veni Creator, PPC 1999,
Cap. V Don Altísimo de Dios: El Espíritu Santo nos
enseña a hacer de nuestra vida un don pp. 87-103
·
El
Espíritu Santo (que prolonga en la historia el acto de donarse del Dios trino)
“es el único que puede
ayudarnos a hacer de nuestra vida un don y una «ofrenda
viva». En esto se resume todo el objetivo de la vida moral del cristiano: ésta
es, para Pablo, la única respuesta adecuada a la Pascua de Cristo:
«Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios,
que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo
y agradable a Dios»
(Rm 12,1). (p. 93)
Vida
Cristiana
·
[1] Nota de la Redacción de Vida Cristiana. Frente a la ostentación
de los escribas y a la apariencia de
los ricos, Jesús
opone la rectitud de intención y la generosidad de esa pobre viuda: Cfr. La ostentación de los escribas: Y él,
instruyéndolos, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con
amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de
honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los
bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una
condenación más rigurosa» (Marcos 12,
38-40): 38; la apariencia de los ricos:
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que
iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y
echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les
dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las
ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero
esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Marcos 12, 41-44).
[2] Nota de la redacción de
Vida Cristiana: no se ha conseguido
comprobar de dónde se ha sacado esta cita.
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