viernes, 9 de noviembre de 2018

Domingo 32 del tiempo ordinario ciclo B, 11 noviembre 2018





Ø Domingo 32 del tiempo ordinario, Año B. (2018). El óbolo de la viuda: echó en el cepillo del templo todo lo que tenía para vivir. Jesús inauguró la ofrenda y el sacrificio de sí mismo: aquí se realiza la finalidad última del hombre sobre la tierra. El Espíritu Santo infunde en nosotros no sólo el «don de Dios», sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. La conversión de nuestra vida en un don.  No me interesan vuestras cosas sino vosotros (2 Cor 12,14). El objetivo de la vida moral del cristiano es  hacer de la vida un don y «una ofrenda viva».

v  Cfr. Domingo 32 del tiempo ordinario ciclo B, 11 noviembre 2018

Marcos 12, 38-44; 1 Re 17,10-16; Hebreos 9,24-28
1 Reyes 17, 10-16: 10. Elías Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó Elías y dijo: « Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu jarro para que pueda beber. » 11 Cuando ella iba a traérsela, le gritó: « Tráeme, por favor, un bocado de pan en tu mano. » 12 Ella dijo: « Vive Yahveh tu Dios, no tengo nada de pan cocido: sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo prepararé para mí y para mi hijo, lo comeremos y moriremos. » 13 Pero Elías le dijo: « No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu hijo. 14 Porque así habla Yahveh, Dios de Israel: No se acabará la harina en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que Yahveh conceda la lluvia sobre la haz de la tierra. 15 Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su hijo. 16 No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que Yahveh había dicho por boca de Elías.
Marcos 12: 38 Decía también en su enseñanza: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, 39 ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 40 y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa. 41Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos  echaban mucho. 42 Llegó también una viuda pobre y echó dos monedas pequeñas, o sea, una cuarta parte del as. 43 Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. 44 Pues todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.
                                                                                        
EL ÓBOLO DE LA VIUDA
La viuda echó en el cepillo del templo «todo lo que tenía para vivir».
(Evangelio)
El objetivo de la vida moral del cristiano
es hacer de la vida un don y «una ofrenda viva» (cfr. Romanos 12,1) .


1. Para entender los relatos sobre las dos viudas de la liturgia de hoy.

Cfr. Raniero Cantalamessa, Di sabato insegnava, Piemme 1998, pp. 290-295

v  La condición de vida de las viudas en el Antiguo Testamento

·         «En aquella época, la viuda era una de las personas más pobres en la sociedad. La inserción en la
sociedad de la mujer se realizaba solamente a través del marido y la pérdida de éste significaba la pérdida de todos los derechos y de toda ayuda. No heredaba los bienes del marido, sino que ella misma  era  parte de la herencia del hijo primogénito. Por tanto, una viuda sin padre o sin hijos mayores estaba expuesta a toda clase de angustias y de riesgos». En el Antiguo Testamento, la viuda era, junto al huérfano y al forastero, una de las tres categorías símbolo de la pobreza, de la soledad y de la necesidad por lo que era una de las categorías más queridas por Dios que se definía “padre de los huérfanos y defensor de las viudas” (Salmo 68,6). 
·         En una de las salas del templo, la "sala del tesoro", había trece cepillos en donde se recogían las
limosnas para el culto. Jesús observa en silencio el comportamiento de la gente, ve que algunos ricos echan grandes cantidades haciendo ostentación, Jesús no se deja impresionar. En cambio, se conmueve al ver pasar a una pobre viuda que sólo echa dos de las monedas más pequeñas que había entonces.
·         En la primera Lectura de hoy, todo acaba bien, porque el Señor hace el milagro de que se multiplique
la harina y el aceite, como premio a la generosidad de la viuda que da de comer al profeta Elías con lo poco que tenía para ella y su hijo.

v  La viuda del Evangelio

·         En cambio, en la lectura del Evangelio no aparece que la viuda tenga algún premio por su generosidad.
 No hay ningún milagro. “Ella no sabe ni siquiera que ha sido observada desde lejos por Jesús. Su gesto acaba en el secreto entre ella y Dios”.  “En el Nuevo Testamento la recompensa no es fundamentalmente temporal sino eterna, es la posesión de Dios mismo: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo». (Mateo 25, 34)”. “Es verdad que  Jesús ha prometido cien veces más aquí a los que dejan todo por el evangelio, pero eso no consiste en bienes materiales sino espirituales, es decir en «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos, 14-17)”.  

2. Comentarios de San Agustín

o   Sermón 107 A. La viuda echó en el cepillo del templo todo lo que poseía.

§  Dios no valora la cantidad sino la voluntad.
Retened lo que poseéis, pero de forma que deis a los necesitados. Al hombre que no había robado lo ajeno, pero que miraba por lo suyo con diligencia inmoderada, nuestro Señor Jesucristo le dijo: Necio, esta noche se te quitará tu alma. ¿Para quién será lo que acumulaste? (Lc 12,20). Pero. luego añadió: Así es todo el que atesora para sí y no es rico en Dios. ¿Quieres ser rico en Dios? Da a Dios. Da no tanto en cantidad, como en buena voluntad. Pues no por dar poco, de lo poco que posees, se considerará como poco cuanto dieres. Dios no valora la cantidad sino la voluntad. Recordad, hermanos, aquella viuda. Oísteis decir a Zaqueo: Doy la mitad de mis bienes a los pobres. Dio mucho de lo mucho que tenía y compró la posesión del reino de los cielos a gran precio, según las apariencias. Pero si se considera cuán gran cosa es, todo lo que dio es cosa sin valor comparado con el reino de los cielos. Parece que dio mucho porque era muy rico.
Contemplad aquella pobre viuda que llevaba dos pequeñas monedas. Los presentes observaban lo mucho que echaban los ricos en el cepillo del templo y contemplaban sus grandes cantidades. Entró ella al templo y echó dos monedas. ¿Quién se preocupó ni siquiera de echarle una mirada? Pero el Señor la miró, y de tal manera que sólo la vio a ella y la recomendó a los que no la veían, es decir, les recomendó que mirasen a la que ni siquiera veían. «Estáis viendo -les dijo- a esta viuda, -y entonces se fijaron en ella-; ella echó mucho más en ofrenda a Dios que aquellos ricos que ofrecieron mucho de lo mucho que poseían». Ellos ponían sus miradas en las grandes ofertas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuándo vieron aquellas dos monedas? Ella echó más en ofrenda a Dios -dijo el Señor- que aquellos ricos. Ellos echaron mucho de lo mucho que tenían; ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca. ¿Quién echó más que la viuda que no se reservó nada para sí?

o   Sermón 105 A, 1. Nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí

§  ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela, y siguieron al Señor.
(…) El Señor no se fija en si las riquezas son grandes, sino en la piedad de la voluntad. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela, y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella viuda que depositó dos monedas en el cepillo del templo. Según el Señor, nadie dio más que ella.
A pesar de que muchos ofrecieron mayor cantidad, ninguno, sin embargo, dio tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo (Lc 21,1-2). Muchos ricos echaban en abundancia, y él los contemplaba (Mc 12,41), pero no porque echaban mucho. Esta mujer entró con sólo dos monedillas. ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo aquel que al verla no miró si la mano estaba llena o no, sino al corazón. La observó, pregonó su acción y al hacerlo proclamó que nadie había dado tanto como ella. Nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí. Das poco, porque tienes poco; pero si tuvieras más, darías más. Pero ¿acaso por dar poco a causa de tu pobreza, te encontrarás con menos, o recibirás menos porque diste menos?
§  Podemos fijarnos en las cosas que se dan o en el corazón que se da.
Si se examinan las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas abundantes, otras escasas. Si, en cambio, se escudriñan los corazones de quienes dan, hallarás con frecuencia en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco uno generoso. Tú miras a lo mucho dado y no a cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, cuánto fue lo que en definitiva otorgó, o cuánto robó quien de ello da algo a los pobres, como queriendo corromper con ello a Dios, el juez. Lo que consigues con tu donación es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque si fueres pobre y, desde tu pobreza, dieses, aunque fuera poco, se te imputaría tanto como al rico que da en abundancia, o quizá más, como a aquella mujer.

3. San Josemaría

v  Camino 829

·         «¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña
limosna? Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des». [1]

4. La conversión de nuestra vida en un don.

                         

v  El Espíritu Santo infunde en nosotros no sólo el «don de Dios», sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. Nos contagia, por así decirlo, con su mismo ser.

Cfr. Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu, Meditaciones sobre el Veni Creator,  PPC
            1999 pp. 91-93
“El Espíritu Santo no infunde en nosotros sólo el «don de Dios», sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. Nos contagia, por así decirlo, con su mismo ser. Él es la «donación», y donde llega crea un dinamismo que nos conduce a convertirnos, a nuestra vez, en don para los demás. (p. 93).
«Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones». (Rm 5,5,)

La palabra «amor» indica  tanto el amor de Dios por nosotros como nuestra nueva capacidad de volver a amar a Dios y a los hermanos.  Indica «el amor por el que nos hacemos amantes de Dios» (San Agustín, El espíritu y la letra, 32,56). El Espíritu Santo no infunde, por tanto, en nosotros sólo el amor, sino también la capacidad de amar.  Lo mismo cabe decir a propósito del don: al venir a nosotros, el Espíritu no nos trae sólo el don de Dios, sino también el «donarse» de Dios. El Espíritu Santo es verdaderamente el agua viva que, cuando la recibimos «se convierte en un manantial de agua que brota para vida eterna» (Juan 4,14), es decir, rebota y se derrama sobre quienes están a nuestro alrededor”.  (p. 93)

v  Jesús inauguró la ofrenda y el sacrificio de sí mismo: aquí se realiza la finalidad última del hombre sobre la tierra.

Cfr. Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu -  Meditaciones sobre el Veni Creator, PPC 1999  p. 94-95
Jesús inauguró una nueva modalidad de ofrenda y sacrificio: la ofrenda y el sacrificio de sí mismo. Él se presenta al Padre «no con sangre de machos cabríos ni de toros, sino con su propia sangre» (Hebreos 9,12), ofreciéndose a sí mismo como sacrificio de suave olor (cfr. Efesios 5,2). En esto, recomienda el Apóstol, tenemos que ser todos «imitadores de Dios» Efesios 5,1). Dios dice a todos los hombres lo que Pablo dice a  sus fieles: «No me interesan vuestras cosas, sino vosotros» (2 Corintios 12,14).  (p. 94)
Aquí se realiza la finalidad última de la existencia del hombre en la tierra. ¿Por qué Dios nos ha hecho el don de la vida, si no es para que tuviéramos, a nuestra vez, algo grande y hermoso que ofrecerle a él como don? Escribe san Ireneo:
«Nosotros hacemos ofrendas a Dios, no porque él las necesite, sino para darle gracias con sus mismos dones y santificar la creación. No es Dios quien necesita algo de nosotros, somos nosotros quienes necesitamos ofrecerle algo» (Contra las herejías, IV, 18,6). (p. 94)

            Al final de la vida, sólo lo que hayamos dado nos quedará en la mano, transformado en algo terreno. Uno de los poemas de Tagore presenta a un mendigo que cuenta su historia. Convertido en prosa, dice así:
“Había estado mendigando de puerta en puerta por toda la aldea, cuando apareció a lo lejos una carroza de oro. Era la carroza del hijo del rey. Yo pensé: «Es la oportunidad de mi vida». Me senté abriendo mi alforja de par en par, esperando que se me daría la limosna sin tener que pedirla siquiera; más aún, que las riquezas lloverían al suelo a mi alrededor.  Pero cuál fue mi sorpresa cuando, al llegar junto a mí, la carroza se paró, el hijo del rey bajó y, tendiendo la mano derecha, me dijo: ¿Qué tienes para darme?. ¿Qué clase de gesto real era ese de tenderle la mano a un mendigo? Confuso e indeciso, saqué de mi alforja un  grano de arroz, sólo uno, el más pequeño, y se lo di. Pero qué tristeza sentí por la noche cuando, hurgando en mi alforja, encontré un pequeño grano de oro, sólo uno. Lloré amargamente por no haber tenido el valor de dárselo todo” (Cfr. Tagore, R.: Gitanjali, 50). (pp. 94-95)
Todo lo que no damos se pierde, ya que, estando destinados a morir, morirá con nosotros todo aquello que hayamos conservado hasta el último momento, mientras que lo que damos se sustrae a la corrupción y, por así decirlo, es enviado a la eternidad.  (p. 95)
-          Ese mendigo avaro somos nosotros, cuando extendemos continuamente la mano a Dios para pedirle
favores y  no vemos nunca su mano extendida «majestuosamente» hacia nosotros. Él no pide porque tiene necesidad, sino para poder transformar en oro nuestros pequeños «granos de arroz»” [2].

o   La Misa es el medio instituido por Cristo para dar a cada creyente la posibilidad de ofrecerse al Padre en unión con él.  

Cf. Raniero Cantalamessa o.c. pp. 96-97
“Con todo, no podemos, por nosotros mismos, hacer de nuestra vida este don a Dios a favor de los hermanos, sin una ayuda especial del Espíritu Santo. El propio Jesús, como hemos visto, se ofreció al Padre «con un Espíritu eterno», o «con la cooperación del  Espíritu Santo, como dice una antigua plegaria de la misa. Y sus miembros no pueden ofrecerse de otra manera. Por eso la liturgia, cuando invoca al Espíritu sobre la asamblea, después de la consagración., insiste precisamente sobre este aspecto:
                                    «Que él haga de nosotros un sacrificio perpetuo agradable a ti»
«Concédenos a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el
 Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria»
 (Misal Romano. Plegarias  eucarísticas  III  y IV)  (p. 96)

La Misa es el medio instituido por Cristo para dar a cada creyente la posibilidad de ofrecerse al Padre en unión con él. Elevado sobre la cruz, Jesús «atrae a todos hacia sí» (Cfr. Jn 12,32), no en el sentido de una genérica atracción de los corazones y de las miradas, sino en el sentido de que nos une íntimamente a su ofrecimiento, hasta el punto de formar con él una única oblación, como las gotas de agua que, unidas al vino, forman en el cáliz una única bebida de salvación. De este modo, el humilde ofrecimiento de nosotros mismos adquiere a su vez un valor  inmenso. (...)”.  (p. 97)

v  El objetivo de la vida moral del cristiano es  hacer de la vida un don y «una ofrenda viva» (cfr. Romanos  12,1) 

Cf. Raniero Cantalamessa, El canto del Espíritu -  Meditaciones sobre el Veni  Creator, PPC 1999,
Cap. V  Don Altísimo de Dios: El Espíritu Santo nos enseña a hacer de nuestra vida un don pp. 87-103  
·         El Espíritu Santo (que prolonga en la historia el acto de donarse del Dios trino) “es el único que puede
ayudarnos  a hacer de nuestra vida un don y una «ofrenda viva». En esto se resume todo el objetivo de la vida moral del cristiano: ésta es, para Pablo, la única respuesta adecuada a la Pascua de Cristo:
«Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios,
que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Rm 12,1).  (p. 93)

Vida Cristiana


·         [1] Nota de la Redacción de Vida Cristiana. Frente a la ostentación de los escribas y a la apariencia de
los ricos, Jesús opone la rectitud de intención y la generosidad de esa pobre viuda: Cfr. La ostentación de los escribas: Y él, instruyéndolos, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más  rigurosa» (Marcos 12, 38-40): 38; la apariencia de los ricos: Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Marcos  12, 41-44).
[2] Nota de la redacción de Vida Cristiana: no se ha conseguido comprobar de dónde se ha sacado esta cita.

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