[Chiesa/Omelie1/Vigilancia/VigilanciaVidaCristianaVeladConcienciaMaduraJPII]
Ø Domingo de la semana 33 de tiempo ordinario, ciclo B (18 de noviembre de 2018). La vigilancia en la vida cristiana. “Velad y orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre”. Homilía de San Juan Pablo II (1979). El Señor nos dirige especialmente una palabra: “Velad”. Que esta exhortación plasme nuestra vida desde sus fundamentos. Que nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Que dé a la vida de cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los otros.
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Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, Domingo 33 del
tiempo ordinario, ciclo B
Daniel 12,1-3; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13,24-32
Parroquia de San Juan Evangelista, Spinaceto (Roma) (18-XI-1979)
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La necesidad de velar
En la liturgia de este domingo, el Señor nos
dirige, especialmente una palabra: “Velad”. Cristo la ha pronunciado bastantes
veces y en circunstancias diversas. Hoy la palabra “velad” se une a la
perspectiva escatológica, a la perspectiva de las realidades últimas: “velad y
orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre” (cfr.
Mt 24, 42. 44).
A este ruego corresponden ya las palabras de la
primera lectura del libro del profeta Daniel. Pero sobre todo corresponden las
palabras del Evangelio según Marcos. Estas palabras afirman que “el cielo y la
tierra pasarán” (Mt 13,31) e incluso delinean el cuadro de este pasar,
refiriéndose al fin del mundo.
Me permito referirme a las palabras de la
Encíclica Redemptor hominis: “El hombre...vive cada vez más en el
miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino
algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y
de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme
que puedan convertirse en medios e instrumentos de una auto destrucción
inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la
historia que conocemos parecen palidecer” (Redemptor Hominis III,15).
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Ese “velad” de Cristo, que resuena en la
liturgia de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a
cada hombre.
Ese “velad” de Cristo, que resuena en la liturgia
de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a cada
hombre. Cada uno de nosotros tiene su propia parte en la historia del mundo y
en la historia de la salvación, mediante la participación en la vida de la
propia sociedad, de la nación, del ambiente de la familia.
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Piense cada uno de nosotros en su vida personal.
Piense cada uno de nosotros en su vida personal.
Piense en su vida conyugal y familiar. El marido piense en su comportamiento
con la mujer; la mujer en su comportamiento con el marido; los padres para con
los hijos, y los hijos para con los padres. Los jóvenes piensen en sus
relaciones con los adultos y con toda la sociedad, que tiene derecho de ver en
ellos su propio futuro mejor. Los sanos piensen en los enfermos y en los que
sufren; los ricos en los necesitados. Los Pastores de almas en estos hermanos y
hermanas, que constituyen el “redil del Buen Pastor”, etc.
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Este modo de pensar, que nace del contenido
profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida
interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia.
Este modo de pensar, que nace del contenido
profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida
interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de
la responsabilidad para consigo y para con los otros. A través de este modo de
pensar y de actuar, cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión
de la Iglesia.
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No podemos cerrar los ojos ante el significado
definitivo de nuestra existencia terrena. Debemos vivir con los ojos bien
abiertos.
En la Carta a los Hebreos se afirma que
Jesucristo “con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados”
(Hb 10,14). Nosotros mediante la fe, vivimos en la perspectiva de este
Sacrificio y Único, y lo realizamos constantemente, cada uno por su cuenta y
todos en comunidad, con nuestra vida, con nuestra vela.
No podemos cerrar los ojos a las realidades
últimas. No podemos cerrar los ojos ante el significado definitivo de nuestra
existencia terrena.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán” (Mc 13,31), dice el Señor. Debemos vivir con los ojos bien
abiertos.
o
Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la
fe, trae también la paz y la alegría.
§ Y
nos permite vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la
libertad madura.
Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la
fe, trae también la paz y la alegría, como testifican las palabras del salmo
responsorial de la liturgia de hoy. La alegría se deriva del hecho que “el
Señor es el lote de mi heredad y mi copa” (Sal 16,5). No vivimos en el vacío, y
no caminamos en el vacío.
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,/ mi
suerte está en tu mano./ Tengo siempre presente al Señor,/ con Él a mi derecha
no vacilaré./ Por esto se me alegra el corazón,/ se gozan mis entrañas” (Sal
16,5.8.9).
Por lo tanto no tengo miedo de aceptar esta
exhortación: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor”,
velad “porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt
24,42.44).
Esta exhortación plasme nuestra vida desde sus
fundamentos. Nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es
decir, en la libertad madura. Dé a la vida de cada uno de nosotros esa
dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo.
Vida Cristiana
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