[Chiesa/Omelie1/Misericordia/7C19ElPerdónSedMisericordiososComoVuestroPadre]
Ø El perdón. Sed misericordiosos como
vuestro Padre es misericordioso. El pecado: si lo reconocemos y
lo confesamos, se
convierte en lugar de encuentro con Dios. A los confesores: no regañar en la
confesión. Dios no se cansa de perdonar, nosotros nos cansamos de pedir perdón.
Aspectos fundamentales: el perdón y la justicia son compatibles; una falsa
alternativa; una meta ardua. ¿Perdón o justicia?: una falsa alternativa. La
autoridad legítima tiene el derecho y el deber de imponer reparaciones a los
desórdenes introducidos por delitos que
lesionan derechos humanos y la convivencia civil.
v
Cfr. Domingo 7º del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
24
de febrero de 2019
1 Samuel 26, 2.7-9.12-13.22-23; Salmo
102, 1-13; 1 Corintios 15, 45-49; Lucas 6, 27-38.
Salmo
responsorial: Salmo 102, 1-2.3-4. 8 y 10.12-13 (R.: 8a)
R. El Señor es compasivo y misericordioso
1Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. 2
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
3 Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; 4 él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura.
8 El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia. 10 no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según
nuestras culpas.
12 como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros
delitos; 13 como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura
por sus fieles.
Lucas 6, 27-38: 27 En cambio, a vosotros los que me escucháis os digo:
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, 28 bendecid a los
que os maldicen, orad por los que os calumnian. 29 Al que te pegue en una
mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome
también la túnica. 30 A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo
reclames. 31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 32 Pues, si
amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que
los aman. 33 Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores hacen lo mismo. 34 Y si prestáis a aquellos de los que
esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros
pecadores, con intención de cobrárselo. 35 Por el contrario, amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra
recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y
desagradecidos. 36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; 37 no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y
no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; 38 dad, y se os dará: os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá
a vosotros».
SED MISERCORDIOSOS
COMO VUESTRO PADRE ES MISERCORDIOSO
PERDONAD Y SERÉIS PERDONADOS
(Lucas 6, 36.37)
ÉL PERDONA TODAS TU CULPAS
(Salmo
responsorial 103/102, 3)
1.
Una
breve referencia sobre la acogida de la misericordia en el Catecismo de la
Iglesia Católica.
·
La acogida de la
misericordia exige la confesión de nuestras faltas ( n. 1847)
·
Necesidad del
arrepentimiento para acoger la misericordia (n. 1864)
·
Jesús invita a la
conversión y muestra su misericordia (n. 545)
·
Las obras de misericordia
(n. 2447)
·
La misericordia
no puede penetrar en nuestro corazón si no perdonamos a los que nos han ofendido (n. 2840).
2.
Textos de
Papa Francisco sobre el pecado y la confesión, que son lugar de encuentro con
la misericordia de Dios
o
Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento,
sino fiel servidor del perdón de Dios.
v
A. El pecado: si lo reconocemos y lo confesamos,
se convierte en lugar de encuentro con Dios.
¡Nada podrá separarnos del Amor
de Dios! Ni siquiera los barrotes de una cárcel. Lo único que nos puede separar
de Él es nuestro pecado; pero si lo reconocemos y lo confesamos con verdadero
arrepentimiento, ese mismo pecado se
convierte en un lugar de encuentro con Él, porque Él es misericordia. (Visita a
la Prisión de Poggioreale (Nápoles), 21
de marzo de 2015.
v
B. A los confesores: no regañar en la confesión.
A mí me duele mucho cuando
encuentro a gente que no va más a confesarse porque le han regañado. Han
sentido que las puertas de la Iglesia se les han cerrado en la cara. Por favor,
no hagáis esto. ¡Misericordia!, misericordia! (Ordenación de diáconos, 12 de
mayo de 2014).
v
C. Dios no se cansa de perdonar, nosotros nos
cansamos de pedir perdón.
Dios que espera, y también Dios
que perdona. Es el Dios de la misericordia: no se cansa de perdonar. Somos
nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él no se cansa. Setenta
veces siete: adelante con el perdón. (Santa Marta, Homilía el 28 de marzo de 2014).
v
D. Cada confesor deberá acoger a los fieles como
el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del
hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes.
Cfr.
Francisco, Misericordiae Vultus, Bula de la
convocatoria del Jubileo de la Misericordia (11/04/2015), n.
17.
o
Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino
fiel servidor del perdón de Dios.
§ Saldrá
al encuentro también del otro hijo que se quedó fuera, para explicarle que su
juicio severo es injusto. No hará preguntas impertinentes.
Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un
verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa.
Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de
perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma
misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que
perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo
para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros
es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor
deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un
padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus
bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve
a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de
salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de
alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún
sentido ante la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán
preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el
discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el
corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En
fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada
situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.
3.
Algunas
características del perdón, explicadas con brevedad.
v
Se trata de ver aspectos fundamentales: el
perdón y la justicia son compatibles; una falsa alternativa; una meta
ardua.
-
«No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón»
(Juan Pablo II, Mensaje para la
Celebración de la Jornada Mundial por la paz, 2002). El perdón no
se opone a la justicia, sino al rencor, a la venganza, al odio. El perdón no
consiste en inhibirse ante las legítimas exigencias de reparación del orden
violado, sino en una recuperación de las heridas abiertas. El perdón y la
justicia son compatibles.
v
¿Perdón o justicia?: una falsa alternativa
·
Ante
hechos indignantes y muy numerosos -
desgraciadamente - que suceden en
la vida,
crímenes y todo tipo
de injusticias), que proporcionan indecibles sufrimientos a personas y pueblos,
podemos caer en la tentación de preguntarnos: ¿debo perdonar como dice el Señor
o dejar de hacerlo y promover que se haga justicia?. La indignación que
sufrimos antes determinados hechos objetivamente condenables, nos lleva a estar
de acuerdo con lo que un autor ha escrito: “perdonar las
ofensas no es fácil, y probablemente no forma parte del código genético de la
criatura humana”.
- Pero plantearnos en
términos alternativos el perdón y la justicia es falso, como observa Juan
Pablo II en su Mensaje para la
Celebración de la Jornada Mundial por la Paz (1 de enero de 2002).
Se proponen a continuación, de manera esquemática y breve,
los puntos que nos pueden ayudar a resolver esa falsa alternativa, según ese
documento y algunos otros del magisterio eclesiástico; como se observará se
trata de procurar hacer compatible las exigencias de la justicia con las de la
misericordia y del perdón. Esto no deja de ser una meta ardua.
v
En breve: el perdón y la justica son compatibles
- El perdón y la
justicia son compatibles. El
perdón no se opone a la justicia, sino al rencor, a
la venganza, al
odio; se opone al instinto de devolver mal por mal. La autoridad legítima tiene el derecho y el
deber de imponer reparaciones a los desórdenes introducidos por delitos que lesionan derechos humanos y la
convivencia civil. El odio voluntario a la persona es contrario a la caridad.
La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al
enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto
enemigo. La enseñanza del Padrenuestro: «como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden”, nos recuerda que estamos llamados a ser una sola cosa con
Cristo. Pero observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Sólo el
Espíritu Santo puede hacer nuestros los sentimientos de Cristo Jesús.
v
¿Por qué perdonar?
Cfr. Raniero Cantalamessa, Famiglia Cristiana 11/09/05
En aquel tiempo Pedro se acercó a Jesús y le dijo (Mateo 18, 21-35):
«Señor ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?
¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta
setenta veces siete». Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que
quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado
uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el
señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se
le pagase.
¿Pero cuánto perdonar?
Perdonar es algo serio, humanamente
difícil, si no imposible. No se debe hablar de ello a la ligera, sin darse
cuenta de lo que se pide a la persona ofendida cuando se le dice que perdone.
Junto al mandato de perdonar hay que proporcionar al hombre también un motivo
para hacerlo. Es lo que Jesús hace con la parábola del rey y de los dos
siervos. Por la parábola está claro por qué se debe perdonar: ¡porque Dios,
antes, nos ha perdonado y nos perdona! Nos condona una deuda infinitamente
mayor que la que un semejante nuestro puede tener con nosotros. ¡La diferencia
entre la deuda hacia el rey (diez mil talentos) y la del colega (cien denarios)
se corresponde a la actual de tres millones de euros y unos pocos céntimos!
San Pablo ya puede decir: «Como el
Señor os ha perdonado, haced así también vosotros» (Col 3,13). Está superada la
ley del talión: «Ojo por ojo, diente por diente». El criterio ya no es: «Lo que
otro te ha hecho a ti, házselo a él»; sino: «Lo que Dios te ha hecho a ti,
házselo tú al otro». Jesús no se ha limitado, por lo demás, a mandarnos
perdonar; lo ha hecho él primero. Mientras le clavaban en la cruz rogó
diciendo: «Padre, ¡perdónales, porque no saben lo que hacen!» (Lc 23,34). Es lo
que distingue la fe cristiana de cualquier otra religión.
También Buda dejó a los suyos la
máxima: «No es con el resentimiento como se aplaca el resentimiento; es con el
no-resentimiento como se mitiga el resentimiento». Pero Cristo no se limita a
señalar el camino de la perfección; da la fuerza para recorrerlo. No nos manda
sólo hacer, sino que actúa con nosotros. En esto consiste la gracia. El perdón
cristiano va más allá de la no-violencia o del no-resentimiento.
Alguno podría objetar: ¿perdonar
setenta veces siete no representa alentar la injusticia y dar luz verde a la
prepotencia? No; el perdón cristiano no excluye que puedas también, en ciertos
casos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia, sobre todo cuando
están en juego los intereses y el bien incluso de otras personas. El perdón
cristiano no ha impedido, por poner un ejemplo cercano a nosotros, a las viudas
de algunas víctimas del terror o de la mafia buscar con tenacidad la verdad y
la justicia en la muerte de sus maridos.
Pero no hay sólo grandes perdones;
existen también los perdones de cada día: en la vida de pareja, en el trabajo,
entre parientes, entre amigos, colegas, conocidos. ¿Qué hacer cuando uno
descubre que ha sido traicionado por el propio cónyuge? ¿Perdonar o separarse?
Es una cuestión demasiado delicada; no se puede imponer ninguna ley desde
fuera. La persona debe descubrir en sí misma qué hacer.
Pero puedo decir una cosa. He
conocido casos en los que la parte ofendida ha encontrado, en su amor por el
otro y en la ayuda que viene de la oración, la fuerza de perdonar al cónyuge
que había errado, pero que estaba sinceramente arrepentido. El matrimonio había
renacido como de las cenizas; había tenido una especie de nuevo comienzo.
Cierto: nadie puede pretender que esto pueda ocurrir, en una pareja, «setenta
veces siete».
Debemos estar atentos para no caer
en una trampa. Existe un riesgo también en el perdón. Consiste en formarse la
mentalidad de quien cree tener siempre algo que perdonar a los demás. El
peligro de creerse siempre acreedores de perdón, jamás deudores. Si
reflexionáramos bien, muchas veces, cuando estamos a punto de decir: «¡Te
perdono!», cambiaríamos actitud y palabras y diríamos a la persona que tenemos
enfrente: «¡Perdóname!». Nos daríamos cuenta de que también nosotros tenemos
algo que hacernos perdonar por ella. Aún más importante que perdonar es pedir
perdón.
v
La autoridad legítima tiene el derecho y el
deber de imponer reparaciones a los desórdenes introducidos por delitos que lesionan derechos humanos y la
convivencia civil.
·
Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 2266: “A la
exigencia de la tutela del bien común
corresponde
el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de
los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La
legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas
proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad
de reparar el desorden introducido por
la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere
un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público
y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en
la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable”.
o
El perdón no se opone a la justicia, sino al
rencor, a la venganza, al odio ...
El perdón no consiste en inhibirse ante las legítimas exigencias de
reparación del orden violado, sino en una recuperación de las heridas abiertas.
·
cfr. Mensaje, n. 3:
“El perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la justicia. (...)
El perdón
en modo alguno se
contrapone a la justicia, porque no consiste en inhibirse ante las legítimas
exigencias de reparación del orden violado. (...) pretende una profunda
recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación, son esenciales
ambos, la justicia y el perdón.” (…).
·
Catecismo ….. n. 2262: “En el Sermón de la Montaña, el
Señor recuerda el precepto: «No
matarás»
(Mateo 5, 21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la
venganza.” (...)
o
El perdón se opone al instinto de devolver mal
por mal. Raíz y dimensiones divinas del
perdón y razones humanas.
·
Mensaje...., n.8: “El perdón, antes de ser un hecho social,
nace en el corazón de cada uno. Sólo
en la medida en que
se afirma una ética y una cultura del perdón se puede esperar también en una
" política del perdón ", expresada con actitudes sociales e
instrumentos jurídicos, en los cuales la justicia misma asuma un rostro más
humano.
En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción
del corazón que va
contra el instinto
espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia
en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo
supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: " Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen " (Lc 23, 34).
Así pues, el perdón tiene una raíz y una
dimensión divinas. No obstante, esto no excluye que
su valor pueda
entenderse también a la luz de consideraciones basadas en razones humanas. La
primera entre todas, es la que se refiere a la experiencia vivida por el ser
humano cuando comete el mal. Entonces se da cuenta de su fragilidad y desea que
los otros sean indulgentes con él. Por tanto, ¿por qué no tratar a los demás
como uno desea ser tratado? Todo ser humano abriga en sí la esperanza de poder
reemprender un camino de vida y no quedar para siempre prisionero de sus
propios errores y de sus propias culpas. Sueña con poder levantar de nuevo la
mirada hacia el futuro, para descubrir aún una perspectiva de confianza y
compromiso.”
o
El odio voluntario a la persona es contrario a
la caridad.
·
Catecismo … n. 1933: (...) La enseñanza de Cristo exige incluso
el perdón de las ofensas.
Extiende el mandamiento
del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (Cf Mateo 5, 43-44). La liberación en el espíritu
del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no
con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.”
·
Catecismo … n. 2303: El odio voluntario es contrario a la
caridad. El odio al prójimo es pecado
Cuando se le desea
deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un
daño grave. «Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial...» (Mt 5, 44-45).
Vida Cristiana
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