[Chiesa/Omelie1/Pasqua/2PascuaC19MisericordiaDivinaConfesiónCruz]
Ø Domingo 2º de Pascua, Ciclo C. (2019). Domingo de la Misericordia Divina. El Sacramento de la Confesión o del Perdón es el Sacramento de la Misericordia Divina. En el evangelio de hoy, el mensaje más importante transmitido a sus discípulos comprende tres elementos: a) la misión apostólica v. 21 («Como el Padre me envió, así os envío yo»); b) el don del Espíritu v. 22 («Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo»); c) y el poder de perdonar los pecados v. 23 («a quienes les perdonareis los pecados les son perdonados»). Cuántos desiertos debe atravesar hoy el ser humano, sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo. Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos. He aquí, pues, la invitación que hago a todos: acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo.
v
Cfr. 2º Pascua, Ciclo C, 28 de abril de 2019
Todos los ciclos, A-B-C, de este domingo tienen el mismo evangelio:
Juan 20, 19-31.
Cfr. Temi di predicazione – omelie, Editrice
Domenicana Italiana, n. 49 N uova Serie, Ciclo C, Napoli – Bari, pp.8-16; Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Universidad
de Navarra 1999; Vincenzo Raffa,
Liturgia Festiva, Anni A-B-C, Tipografia Poliglota Vaticana 1983, p. 953.
Juan
20, 19-31: 19 Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las
puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con
vosotros". 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los
discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. 21 De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así os envío yo". 22 Después de decir esto,
sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid
al Espíritu Santo. 23 A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán
perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos". 24 Tomás, uno de los Doce, a quien
llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Los otros discípulos le dijeron: "Hemos visto al
Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en
su costado, no creeré". Ocho días después, estaban reunidos los discípulos
a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio
de ellos y les dijo: "La paz esté con vosotros". Luego le dijo a
Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en
mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: '¡Señor mío
y Dios mío!' 29 Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto. Dichosos los
que creen sin haber visto". 30 Muchos otros signos hizo también Jesús en
presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. 31 Sin
embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
El 5 de mayo del 2000 la Congregación del Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede declaró el Segundo Domingo
de Pascua, es decir, el domingo siguiente al Domingo de Resurrección, como “Segundo
Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia”.
Juan Pablo II: “En todo el mundo el Segundo Domingo de
Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación
perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia
divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años
venideros”.
Así, lo que era una devoción privada, muy extendida ya en muchas partes del mundo católico, pasó a ser Fiesta oficial de la Iglesia. El Papa dispuso que se conservaran los mismos textos tanto en el Misal Romano, como en la Liturgia de las Horas.
Así, lo que era una devoción privada, muy extendida ya en muchas partes del mundo católico, pasó a ser Fiesta oficial de la Iglesia. El Papa dispuso que se conservaran los mismos textos tanto en el Misal Romano, como en la Liturgia de las Horas.
El don de «perdonar los
pecados»:
una ola de misericordia
inunda toda la humanidad.
1. La institución del sacramento
de la Misericordia Divina
·
El Sacramento de la Confesión
o del Perdón es el Sacramento de la Misericordia Divina.
·
El
texto evangélico de ese domingo (Juan. 20, 19-31) es elocuente en
cuanto a la Misericordia Divina:
narra la
institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón. Es el Sacramento de la
Misericordia Divina.
·
Sagrada
Biblia, Nuevo Testamento, Universidad de Navarra 2004, nota 20, 19-23 “La misión que el Señor da a
los Apóstoles (vv. 22-23), similar al final del
Evangelio de Mateo (Mt 28, 18ss), manifiesta el origen divino de la misión de
la Iglesia y su poder para perdonar los pecados. «El Señor, principalmente
entonces, instituyó el sacramento de la Penitencia, cuando, resucitado de entre
los muertos, sopló sobre sus discípulos diciendo
‘Recibid el Espíritu Santo...’. Por este
hecho tan insigne y por tan claras palabras, el común sentir de todos
Lo Padres entendió siempre que fue
comunicada a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de
perdonar y retener los pecados para
reconciliar a los fieles caídos en pecado después del bautismo» (C. De
Trento, De Penit.1).
o Catecismo de la Iglesia Católica
·
n. 976: El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados
a la fe en el Espíritu Santo,
pero
también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el
Espíritu Santo a sus apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder
divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos" (Juan 20,22-23).
·
n.
1422: Artículo 4: El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación. «Los que se acercan al
sacramento de la Penitencia obtienen de
la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El
y, al mismo tiempo, se reconcilian con la
Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a
conversión con su amor, su ejemplo y sus
oraciones» (Lumen gentium 11).
·
La Segunda parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los
pecados por el Bautismo, el
sacramento de la Penitencia y los
demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar
brevemente, por tanto, algunos
datos básicos.
2. Diversos aspectos del don de
Jesús a los Apóstoles de “perdonar los pecados”.
v
A) El gesto de Jesús de mostrar las manos y el
costado (v. 27): el don de «perdonar los pecados» brota de las heridas de sus
manos y de sus pies, y de su costado traspasado. Una ola de misericordia inunda
toda la humanidad.
·
Juan Pablo II, 22 abril 2001: “El evangelio, que acabamos de proclamar,
nos ayuda a captar
plenamente el
sentido y el valor de este don. El evangelista san Juan nos hace compartir la
emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con Cristo,
después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro,
que transmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros
de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su costado con los signos de
su pasión, y les comunica: "Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo" (Jn 20, 21). E
inmediatamente después "exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
"Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos"" (Jn 20, 22-23). Jesús les confía el don
de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus
manos, de sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad.”
v B) En
el evangelio de hoy, el mensaje más importante transmitido a sus discípulos
comprende tres elementos:
a)
la misión apostólica v.
21 («Como el Padre me envió, así os envío
yo»);
b)
el don del Espíritu v. 22
(«Dicho esto sopló sobre ellos y les
dijo: Recibid el Espíritu Santo»);
c)
y el poder de perdonar
los pecados v. 23 («a quienes les
perdonareis los pecados les son
perdonados»).
·
Los discípulos continuarán en
la Iglesia la misma misión de Jesús. Les da un “don inefable que
tan estrechamente los incorporaba a la
obra divina, porque sólo Dios posee el poder de perdonar los pecados” [1]. Se harán guiar por el
mismo Espíritu Santo que Jesús les transmitió soplando sobre ellos. Se debe notar que el gesto de soplar (v. 22) sobre ellos evoca
el gesto creativo de Dios, que dio la vida al primer hombre plasmado del fango
de la tierra: “e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un
ser viviente” (Gén. 2,7). La remisión de
los pecados supone la vuelta de todo
hombre a la original y perdida intimidad con Dios Padre, supone un nuevo
comienzo, como una re-creación de la humanidad [2].
v
C) Jesús trae el Espíritu Santo en virtud de su
crucifixión.
Cfr. Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 24:
“La venida del Señor llena de gozo a los presentes: «
Su tristeza se convierte en gozo » (Cf Juan 16,20), como ya había prometido
antes de su pasión. Y sobre todo se verifica el principal anuncio del discurso
de despedida: Cristo resucitado, como si preparara una nueva creación, « trae » el Espíritu Santo a los apóstoles. Lo trae a costa de su « partida
»; les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: « les
mostró las manos y el costado ». En virtud de esta crucifixión les dice: «
Recibid el Espíritu Santo ».
Se establece así una relación profunda
entre el envío del Hijo y el del Espíritu
Santo. No se da el
envío del Espíritu
Santo (después del pecado original) sin la Cruz y la Resurrección: « Si no me
voy, no vendrá a vosotros el Paráclito ».(Juan 16,7) Se establece también una
relación íntima entre la misión del
Espíritu Santo y la del Hijo en la Redención. La misión del Hijo, en cierto
modo, encuentra su « cumplimiento » en la Redención: « Recibirá de lo mío y os
lo anunciará a vosotros ».(Juan 16,15)
La Redención es realizada totalmente
por el Hijo, el Ungido, que ha venido y actuado con el poder del Espíritu
Santo, ofreciéndose finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de la
Cruz. Y esta Redención, al mismo tiempo, es realizada
constantemente en los corazones y en las conciencias humanas —en la
historia del mundo— por el Espíritu Santo, que es el « otro Paráclito ».”
v
D) Juan
Pablo II: La Misericordia revelada en la cruz y en la resurrección.
Cfr. Enc. Dives in misericordia,
nn. 7-8
El
mensaje mesiánico de Cristo y su actividad entre los hombres terminan con la
cruz y la resurrección. (...)
El
misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la
misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia
en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el
hombre y, mediante el hombre, en el mundo. Cristo que sufre, habla sobre todo
al hombre, y no solamente al creyente. También el hombre no creyente podrá
descubrir en El la elocuencia de la solidaridad con la suerte humana, como
también la armoniosa plenitud de una dedicación desinteresada a la causa del
hombre, a la verdad y al amor. (...)
o Creer en el Hijo crucificado significa « ver al Padre », (Cf. Juan
14,9) significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es
más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo
están metidos. Creer en ese amor significa creer
en la misericordia.
Creer
en el Hijo crucificado significa « ver al Padre », (Cf. Juan 14,9) significa
creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que
toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos.
Creer en ese amor significa creer en la
misericordia. En efecto, es ésta la dimensión indispensable del amor, es
como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su revelación y actuación
respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo
asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle « perecer en la
gehenna ».(Mateo 10, 28)
v
E) Un amor más fuerte que la muerte, más fuerte
que el pecado.
Cfr.
Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia,
n. 8:
o La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más
dolorosas de la existencia terrena del hombre
La
cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre y todo lo que
el hombre —de modo especial en los momentos difíciles y dolorosos— llama su
infeliz destino. La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más
dolorosas de la existencia terrena del hombre, es el cumplimiento, hasta el
final, del programa mesiánico que Cristo formuló una vez en la sinagoga de
Nazaret (Lucas 4, 18-31) y repitió más tarde ante los enviados de Juan Bautista(Lucas
7, 20-23). Según las palabras ya escritas en la profecía de Isaías,(Isaías
35,5; 61, 1-3) tal programa consistía en la revelación del amor misericordioso
a los pobres, los que sufren, los prisioneros, los ciegos, los oprimidos y los
pecadores. (...)
Cristo,
a quien el Padre « no perdonó » (Romanos 8,32) en bien del hombre y que en su
pasión así como en el suplicio de la cruz no encontró misericordia humana, en
su resurrección ha revelado la plenitud del amor que el Padre nutre por El y,
en El, por todos los hombres. « No es un Dios de muertos, sino de vivos »(Marcos
12,27). En su resurrección Cristo ha
revelado al Dios de amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacia la resurrección. Por esto
—cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte— nuestra fe y
nuestra esperanza se centran en el Resucitado: en Cristo que « la tarde de aquel
mismo día, el primero después del sábado... se presentó en medio de ellos » en
el Cenáculo, « donde estaban los discípulos,... alentó sobre ellos y les dijo:
recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados
y a quienes los retengáis les serán retenidos » (Juan 20, 19-23).
o El Hijo de Dios en su resurrección ha experimentado radicalmente
la misericordia, es decir, el amor del
Padre que es más fuerte que la muerte y se revela a sí mismo como fuente
inagotable de la misericordia.
Este
es el Hijo de Dios que en su resurrección ha experimentado de manera radical en
sí mismo la misericordia, es decir, el amor del Padre que es más fuerte que la muerte. Y es también el mismo Cristo, Hijo de
Dios, quien al término —y en cierto sentido, más allá del término— de su misión
mesiánica, se revela a sí mismo como fuente inagotable de la misericordia, del
mismo amor que, en la perspectiva ulterior de la historia de la salvación en la
Iglesia, debe confirmarse perennemente más
fuerte que el pecado. El Cristo pascual es la encarnación definitiva de la
misericordia, su signo viviente: histórico-salvífico y a la vez escatológico.
En el mismo espíritu, la liturgia del tiempo pascual pone en nuestros labios
las palabras del salmo: « Cantaré eternamente las misericordias del Señor » (Cf
Sal 89[88],2).
3. El salmo responsorial de hoy:
117
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
L. Diga la casa de Israel: "Su
misericordia es eterna". Diga la casa de Aarón: "Su misericordia es
eterna". Digan los que temen al Señor: "'Su misericordia es
eterna" /R.
L. La
piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto
es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Este es el día del triunfo
del Señor, día de júbilo y de gozo /R.
L. Libéranos, Señor, y danos tu
victoria. Bendito el que viene en nombre del
Señor. Que Dios desde su templo nos bendiga. Que el Señor, nuestro Dios, nos
ilumine/ /R.
v
La piedra que descartaron los constructores, es
ahora la piedra angular
Cfr. Vincenzo
Raffa, Liturgia Festiva, Anni A-B-C, Tipografia Poliglota –Vaticana 1983, p. 953.
“El Antiguo
Testamento recurre a veces a la metáfora de la piedra para indicar el punto de
fuerza de un nuevo orden querido por Dios, y para delinear también la suerte feliz de cuantos se
inscriben y la desgracia de los que lo repudian. Isaías 28, 16: «He aquí que yo pongo por fundamento en Sión
una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella
no vacilará». Isaías 8,14-15: «Dios 14 Será piedra de tropiezo, la roca
desde la que se despeñen ... 15 Muchos tropezarán en ella, caerán y se harán
pedazos, quedarán atrapados y presos»
En conformidad con la imagen
profética de la piedra como fundamento, el Mesías fue matado por los Hebreos
(«piedra descartada») y resucitado por Dios para ser la cabeza de un nuevo
pueblo de elegidos, santos, sacerdotes del Altísimo («convertido en piedra
angular»). (...)
En el ámbito de la salvación total
del hombre no existe otro fundamento que Cristo (Hechos 4,12; 1 Corintios 3,
11; cfr. Romanos 15, 20-21).
La seguridad de una construcción
depende del fundamento. Quien pone a Cristo como fundamento con fe operativa,
tiene la garantía de la vida eterna (Romanos 9,33; 1 Pedro 2, 6-11). Pero es
fatal precipitar sobre un bloque o ser golpeado por él. Quien se arroja sobre
Cristo, o quien es golpeado por su condena, está contra Dios y, por tanto, se
pierde (Mateo 21, 44; Romanos 9, 32-33; 1 Pedro 2,8).
A este propósito se podría recordar
la comparación de la casa fundada sobre la roca y la fundada sobre la arena (Mateo 7, 24-27;
Lucas 6, 47-49).” (Vincenzo Raffa, o.c. p. 953).
4. Cuántos desiertos debe
atravesar hoy el ser humano, sobre todo el desierto que está dentro de él,
cuando falta el amor de Dios y del prójimo.
Cfr. Papa Francisco, Mensaje de Pascua de 2013
o
Pero la misericordia de Dios
puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a
los huesos secos. He aquí, pues, la invitación que hago a todos: acojamos la
gracia de la Resurrección de Cristo.
·
Pidamos a Jesús resucitado, que transforma la
muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en
paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de él la paz para el
mundo entero.
Cuántos desiertos debe
atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de
él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de
ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la
misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede
hacer revivir incluso a los huesos secos. He aquí, pues, la invitación que hago
a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por
la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también
nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través
de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer
florecer la justicia y la paz. Así, pues, pidamos a Jesús resucitado, que
transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor, la venganza en
perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de
él la paz para el mundo entero.
5. San Josemaría
Escrivà
v
Cfr. Amigos
de Dios, 215: Dios no se cansa de perdonar
“Advierte la Escritura
Santa que hasta el justo cae siete veces [Proverbios 24, 16.]. Siempre que he
leído estas palabras, se ha estremecido mi alma con una fuerte sacudida de amor
y de dolor. Una vez más viene el Señor a nuestro encuentro, con esa advertencia
divina, para hablarnos de su misericordia, de su ternura, de su clemencia, que
nunca se acaban. Estad seguros: Dios no quiere nuestras miserias, pero no las
desconoce, y cuenta precisamente con esas debilidades para que nos hagamos santos.
Una sacudida de amor, os
decía. Miro mi vida y, con sinceridad, veo que no soy nada, que no valgo nada,
que no tengo nada, que no puedo nada; más: ¡que soy la nada!, pero Él es el
todo y, al mismo tiempo, es mío, y yo soy suyo, porque no me rechaza, porque se
ha entregado por mí. ¿Habéis contemplado amor más grande?
Y una sacudida de dolor, pues repaso mi
conducta, y me asombro ante el cúmulo de mis negligencias. Me basta examinar
las pocas horas que llevo de pie en este día, para descubrir tanta falta de
amor, de correspondencia fiel. Me apena de veras este comportamiento mío, pero
no me quita la paz. Me postro ante Dios, y le expongo con claridad mi
situación. Enseguida recibo la seguridad de su asistencia, y escucho en el
fondo de mi corazón que El me repite despacio: meus es tu! [Isaías 43, 1]; sabía -y sé- cómo eres, ¡adelante!
No puede ser de otra manera. Si
acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará
nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales:
Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no
logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia,
cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir
a los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que
estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar
nuestra esperanza en Cristo Jesús.
Vida Cristiana
[1] Louis Claude
de Fillion, Nuestro Señor Jesucristo
según los Evangelios, Edibesa 2000, p. 434
[2] Cf. Biblia de Jerusalén, Desclée De Brouwer,
Bilbao 1998, nota a Juan 20,22
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