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La confesión es un abrazo caluroso
de la misericordia de Dios Padre
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Cfr. Papa Francisco, Catequesis, El sacramento
de la confesión, Audiencia General del 19 de febrero de 2014.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
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El sacramento de la Reconciliación es un
sacramento de curación. Cuando yo voy a confesarme es para sanarme, curar mi
alma, sanar el corazón y algo que hice y no funciona bien.
§ El
perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no
puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la
Confesión pedimos el perdón a Jesús.
A través de los sacramentos de iniciación cristiana, el
Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en
Cristo. Ahora, todos lo sabemos, llevamos esta vida «en vasijas de barro» (2
Cor 4, 7), estamos aún
sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado,
podemos incluso perder la nueva vida. Por ello el Señor Jesús quiso que la
Iglesia continúe su obra de salvación también hacia los propios miembros, en
especial con el sacramento de la Reconciliación y la Unción de los enfermos,
que se pueden unir con el nombre de «sacramentos de curación». El sacramento de
la Reconciliación es un sacramento de curación. Cuando yo voy a confesarme es
para sanarme, curar mi alma, sanar el corazón y algo que hice y no funciona
bien. La imagen bíblica que mejor los expresa, en su vínculo profundo, es el
episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se
revela al mismo tiempo médico de las almas y los cuerpos (cf. Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26).
El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota
directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el
Señor se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras
dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 21-23). Este pasaje nos
descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el
hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos
nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide,
se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es
fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu
Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota
incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y
resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar
en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente
en la paz. Y esto lo hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a
confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el
perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz del alma tan bella que sólo Jesús
puede dar, sólo Él.
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Uno puede decir: yo me confieso sólo con Dios.
Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros
pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es
necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del
sacerdote.
A lo largo del tiempo, la celebración de este sacramento
pasó de una forma pública —porque al inicio se hacía públicamente— a la forma
personal, a la forma reservada de la Confesión. Sin embargo, esto no debe hacer
perder la fuente eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la
comunidad cristiana el lugar donde se hace presente el Espíritu, quien renueva
los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una cosa sola, en
Cristo Jesús. He aquí, entonces, por qué no basta pedir perdón al Señor en la
propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humilde y
confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración
de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la
comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que
escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que le alienta
y le acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana.
Uno puede decir: yo me confieso sólo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios
«perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los
hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a
los hermanos, en la persona del sacerdote.
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«Pero padre, yo me avergüenzo...».
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Incluso la vergüenza es buena, es salud tener un
poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable.
§ Incluso
la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el sacerdote recibe con
amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios perdona.
«Pero padre, yo me avergüenzo...». Incluso la vergüenza es
buena, es salud tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable.
Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un
«sinvergüenza». Pero incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes,
y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de
Dios perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es
bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas, que tanto pesan a
mi corazón. Y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el
hermano. No tener miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para
confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza, pero después,
cuando termina la Confesión sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco,
feliz. ¡Esto es lo hermoso de la Confesión! Quisiera preguntaros —pero no lo
digáis en voz alta, que cada uno responda en su corazón—: ¿cuándo fue la última
vez que te confesaste? Cada uno piense en ello... ¿Son dos días, dos semanas,
dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga cuentas, pero cada uno se
pregunte: ¿cuándo fue la última vez que me confesé? Y si pasó mucho tiempo, no
perder un día más, ve, que el sacerdote será bueno. Jesús está allí, y Jesús es
más bueno que los sacerdotes, Jesús te recibe, te recibe con mucho amor. Sé
valiente y ve a la Confesión.
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Celebrar el
sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso:
es el abrazo de la infinita misericordia del Padre.
Queridos amigos, celebrar el sacramento de
la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo
de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la hermosa, hermosa parábola
del hijo que se marchó de su casa con el dinero de la herencia; gastó todo el
dinero, y luego, cuando ya no tenía nada, decidió volver a casa, no como hijo,
sino como siervo. Tenía tanta culpa y tanta vergüenza en su corazón. La
sorpresa fue que cuando comenzó a hablar, a pedir perdón, el padre no le dejó
hablar, le abrazó, le besó e hizo fiesta. Pero yo os digo: cada vez que nos
confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta. Sigamos adelante por este
camino. Que Dios os bendiga.
Vida Cristiana
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