[Chiesa/Omelie1/Gesucristo/20C19SeñorTraeFuegoEspírituSantoParaPurificarConcienciasCorazones]
Ø Domingo 20 del tiempo ordinario (2019). El fuego que Jesucristo ha traído a la tierra es símbolo de la acción del Espíritu Santo que nos hace partícipes de la vida divina. El Espíritu Santo purifica las conciencias (corazones). Las raíces del pecado y de los desequilibrios (injusticias, etc.) en el mundo proceden de los desequilibrios en el corazón humano. El hombre, aunque ha sido redimido y le ha sido dado el Espíritu, puede volver a ser «carne»: es decir, puede ser dominado por el propio egoísmo. Por «carne» se entiende el hombre natural, decaído, irredento, dominado por el propio egoísmo que pone todo, idolátricamente, en referencia a sí mismo. La moral cristiana es el modo «connatural» de actuar del hombre «espiritualizado», de quien ha llegado a ser, en el Espíritu, «otro Cristo». No es una moral de esclavos, no consiste en un conjunto de normas éticas impuestas desde fuera. El creyente es llevado a vivir según la lógica de la «nueva vida en Cristo» (cf. Efesios 4,17-30) y a tener los «sentimientos de Cristo». La vida del cristiano tiene la experiencia de la derrota y del pecado. El Espíritu solicita el arrepentimiento y concede el perdón de los pecados, y tiene el poder de renovar la vida divina, especialmente en el sacramento de la penitencia.
v
Cfr. 20 tiempo ordinario ciclo C 18 de agosto 2019
Jeremías
38, 4-6.8-10; Salmo 29; Hebreos 12, 1-4;
Lucas 12, 49-53.
Lucas 12, 49-53: 49 Fuego he
venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? 50 Tengo que
ser bautizado con un bautismo, y ¡cómo me siento urgido hasta que se lleve a
cabo! 51 ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino
división. 52 Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra
dos y dos contra tres, 53 se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra
el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra
la nuera y la nuera contra la suegra.
EL FUEGO QUE JESUCRISTO HA
TRAÍDO A LA TIERRA
SIMBOLIZA LA ENERGÍA
TRANSFORMADORA
DE LOS ACTOS
TRANSFORMADORES DEL ESPÍRITU SANTO,
QUE PURIFICA LAS
CONCIENCIAS,
LOS CORAZONES DE LOS
HOMBRES.
COMO EL FUEGO TRANSFORMA
EN SÍ TODO LO QUE TOCA,
ASÍ EL ESPÍRITU SANTO
TRANSFORMA EN VIDA DIVINA
LO QUE SE SOMETE A SU
PODER.
EL ESPÍRITU SANTO ES LA
POTENCIA INTERIOR QUE ARMONIZA
LOS CORAZONES DE LOS
FIELES CON EL CORAZÓN DE CRISTO.
“Fuego he venido a traer a la tierra, y
¿qué quiero sino que ya arda? (Lucas 12,
49)
1.
El símbolo del
fuego
v
Ya en el AT simboliza la soberana intervención
de Dios y de su Espíritu, para purificar las conciencias, los corazones.
·
El fuego
“simboliza ya en el AT (ver Isaías 1,25; Zacarías 13,9; Malaquías 3,2-3; Sirácida
2,5etc.), la intervención
soberana de Dios y de su Espíritu para purificar las conciencias” (Biblia de
Jerusalén Mateo 3,12). El fuego purifica
los corazones.
·
Tiene valores
comunes con el agua. Ya en el Antiguo Testamento el agua es signo de
fertilidad, de
benevolencia y de bendición
de Dios. Cae sobre la tierra y el desierto se convierte en un jardín [1]. Evoca
a la Sabiduría y al Espíritu: “Os rociaré con agua pura y os purificaré de
todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos (…) os infundiré un nuevo
espíritu. Infundiré mi espíritu en vosotros(…), os libraré de todas vuestras
inmundicias” (Ezequiel 36, 25-29).
v
En el Catecismo de la Iglesia Católica
o
La tradición espiritual conservará el simbolismo
del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo.
§ Simboliza
la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
·
n. 696: El fuego.
Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada
en el Espíritu Santo, el
fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El
profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como
antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el
sacrificio del monte Carmelo (cf. 1R 18, 38 - 39), figura del fuego del
Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al
Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo
como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16),
Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y
¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma
de lenguas "como de fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los
discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3 - 4). La
tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más
expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de
amor viva). "No extingáis el Espíritu"(1Ts 5, 19).
o
El Espíritu Santo transforma en Vida divina lo
que se somete a su poder, nos hace partícipes de la vida divina. La tradición de la Iglesia llama a esta obra
santificadora del Espíritu “divinización” o “deificación”.
·
n. 1127: « (…)
Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo
transforma
en Vida divina lo que se
somete a su poder».
·
Cfr. nn.
1987-1989. Por el poder del Espíritu
Santo participamos en la pasión de Cristo, muriendo al
pecado y, en su Resurrección,
naciendo a una vida nueva; somos miembros de su cuerpo que es la Iglesia ( cf.
1 Corintios 12), sarmientos unidos a la vid que es él mismo. La tradición de la
Iglesia llama a esta obra santificadora del Espíritu “divinización” o
“deificación”, expresión, esta última, usada especialmente por la tradición del
cristianismo oriental que la enlaza expresamente con la acción del Espíritu
Santo [2].
v
Juan Pablo II, Catequesis, 17 de octubre de 1990
o
Fuente de calor y de luz; fuego purificador que
expresa la exigencia de santidad y de pureza que trae el Espíritu de Dios.
§ El
fuego del amor de Dios que “ha sido derramado en nuestro corazones por el
Espíritu Santo” (Romanos 5,5).
·
«Sabemos
que Juan Bautista anunciaba en el Jordán: “Él (o sea, Cristo) os bautizará en
Espíritu Santo y
fuego” (Mt 3,
11). El fuego es fuente de
calor y de luz, pero es también una fuerza que destruye. Por esto, en los
evangelios se habla de “arrojar al fuego” al árbol que no da frutos (Mateo 3, 10; cf. Juan 15, 6); se habla también de quemar la
paja con fuego que no se apaga (Mateo 3, 12). El bautismo “en Espíritu y
fuego” indica el poder purificador del fuego: de un
fuego misterioso, que expresa la exigencia de santidad y de pureza que trae el
Espíritu de Dios.
Jesús
mismo decía: “He venido a
arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido!” (Lucas 12,
49). En este caso se trata del fuego del amor de Dios, de aquel amor que “ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5, 5). Las “lenguas como de fuego” que aparecieron el día de Pentecostés
sobre la cabeza de los Apóstoles significaban que el Espíritu traía el don de
la participación en el amor salvífico de Dios. Un día, santo Tomás dirá que la
caridad, el fuego traído por Jesucristo a la tierra, es “una cierta
participación del Espíritu Santo” (participatio quaedam Spiritus Sancti: Summa Theologiae, II-II, q. 23, a. 3, ad 3). En este
sentido, el fuego es un símbolo del Espíritu Santo, Persona que es Amor en la
Trinidad divina».
v
Juan Pablo II, Catequesis, 6 de septiembre de
1989
o
Un medio usado por Dios para purificar las
conciencias (corazones).
·
“El
vínculo entre el Espíritu Santo y el fuego se ha de colocar en el contexto del
lenguaje bíblico, que ya
en el Antiguo
Testamento presentaba el fuego como el medio usado por Dios para purificar las
conciencias (cf Isaías 1, 25; 6, 5-7; Zacarías 13, 9; Malaquías 3, 2-3; Sirácida 2, 5, etc.)”. (…)
o
Purifica a los hombres bien dispuestos, y quema
“la paja con fuego que no se apaga” a todo aquel que no se ha dejado purificar.
·
Juan
el Bautista proclamaba «que si con el fuego del Espíritu el Mesías iba a
purificar a fondo a los
hombres bien
dispuestos, recogidos como “trigo en el granero”, sin embargo quemaría “la paja
con fuego que no se apaga”, como el “fuego de la gehenna” (cf. Mateo 18, 8-9), símbolo de la consumación a
la que está destinado todo lo que no se ha dejado purificar (cf. Isaías 66, 24; Judit 16, 17; Sirácide 7, 17; Sofonías 1, 18; Salmo 21, 10, etc.)».
v
Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 19:
o El Espíritu Santo es esa potencia
interior que armoniza los corazones de los fieles con el corazón de Cristo
(...) Al morir en la cruz - como narra el evangelista - , Jesús «entregó el espíritu» (cf. Juan
19, 30), preludio del don del Espíritu Santo que otorgaría después de su
resurrección (cf. Juan 20, 22). Se cumpliría así la promesa de los
«torrentes de agua viva» que, por la efusión del Espíritu, manarían de las
entrañas de los creyentes (cf. Juan 7, 38-39). En efecto, el Espíritu es esa potencia interior que
armoniza su corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los
hermanos como Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de sus
discípulos (cf. Juan 13, 1-13) y, sobre todo, cuando ha entregado su
vida por todos (cf. Juan 13, 1; 15, 13).
2. La
importancia de la conciencia (corazón) en el hombre
o
a) La conciencia es «la propiedad clave del
sujeto personal».
·
Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n, 43: «El Concilio Vaticano II ha recordado la enseñanza
católica sobre la
conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en particular, de la
dignidad de la persona humana. Precisamente la
conciencia decide de manera
específica sobre esta dignidad. En efecto, la conciencia es « el núcleo más secreto y el sagrario del hombre », en
el que ésta se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más
íntimo. Esta voz dice claramente a « los oídos de su corazón advirtiéndole ...
haz esto, evita aquello ». Tal capacidad de mandar el bien y prohibir el mal,
puesta por el Creador en el corazón del hombre, es la propiedad clave del sujeto
personal».
§ Aunque
no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o
malo.
Pero, al mismo tiempo, « en lo más profundo de su conciencia
descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a si mismo, pero
a la cual debe obedecer ».165 La conciencia, por tanto, no es una fuente autónoma y exclusiva
para decidir lo que es bueno o malo; al contrario, en ella está grabado
profundamente un principio de
obediencia a la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la
congruencia de sus decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se
basa el comportamiento humano, como se entrevé ya en la citada página del Libro del Génesis.166 Precisamente, en este sentido, la conciencia es el « sagrario
íntimo » donde « resuena la
voz de Dios ». Es « la voz de
Dios » aun cuando el hombre reconoce exclusivamente en ella el principio del
orden moral del que humanamente no se puede dudar, incluso sin una referencia
directa al Creador: precisamente la conciencia encuentra siempre en esta
referencia su fundamento y su justificación.
165 Const past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 16.
165 Const past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 16.
o
b) Las raíces del pecado y de los desequilibrios
(injusticias, etc.) en el mundo proceden
de los desequilibrios en el corazón humano.
·
Juan Pablo II,
Enc. Dominum et vivificantem, n. 44: De
este modo se llega a la demostración de
las raíces del pecado que están en el interior del hombre, como pone en
evidencia la misma Constitución pastoral: « En realidad de verdad, los
desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus
raíces en el corazón humano. Son
muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer
de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin
embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por
muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo
y pecador, no raramente hace lo que no
quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo » (Const. Pastoral Gaudium et spes, 10).El texto conciliar
se refiere aquí a las conocidas palabras de San Pablo (Cf. Romanos 7, 14-15.19).
o
c) Los condicionamientos de la libertad de las
conciencias
·
Se ve necesaria
la acción de ese fuego purificador de las conciencias/corazones si se tienen en
cuenta los condicionamientos
de la conciencias, admitidos universalmente: salud, enfermedad, hábitos,
temperamentos, ignorancia, pasiones, dificultades patológicas, violencia, etc.
3. La
lucha contra la «carne» para conseguir el «fruto» del Espíritu
Cfr.
El Espíritu del Señor, BAC Madrid
1997, cap. VIII, El Espíritu en la vida
del cristiano, pp. 137-169
v
a) El
hombre, aunque ha sido redimido y le ha sido dado el Espíritu, puede volver a
ser «carne»: es decir, puede ser dominado por el propio egoísmo. Vive su
condición filial solamente gracias a la intervención del Espíritu. La
contradicción entre «carne» y Espíritu.
o
Por «carne» se entiende el hombre natural,
decaído, irredento, dominado por el propio egoísmo que pone todo,
idolátricamente, en referencia a sí mismo [4].
Este proceso de purificación cumplido
en el Espíritu es llamado en las cartas a los Gálatas (cf. 5,13.16-18) y a los
Romanos (cf. 8,1-12) lucha contra la
carne. Aunque, de hecho, el hombre ya ha sido redimido y el Espíritu ya le
ha sido dado, sin embargo permanece en él la triste posibilidad de volver a ser
carne, es decir, hombre natural,
decaído, irredento, dominado por el propio egoísmo que pone todo,
idolátricamente, en referencia a sí mismo. El Espíritu Santo, entonces, ayuda
al creyente a liberarse de esta radical fuerza negativa, lo hace capaz de
adherirse a la ley fundamental de la vida, que consiste en abrirse a Dios y a
los hermanos, orientando la propia existencia según los criterios del amor. El
cristiano, que está «llamado a la libertad» (Gál 5,13), puede permanecer en
esta gloriosa condición filial sólo gracias a la intervención del Espíritu,
garantía y principio activo de su libertad. He aquí el motivo de la exhortación
de San Pablo a «caminar según el Espíritu», a «dejarse guiar por el Espíritu»:
«Os digo, pues, andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne;
pues la carne desea contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne. Hay entre
ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el
Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley» (Gál 5,16-18). Es conocido que
la contradicción entre carne y Espíritu está dentro de cada fiel; él es ya hijo
de Dios y tiene el Espíritu, pero persisten en él posibilidades nefastas y
centrífugas - las obras de la carne, que son: «fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias,
rencores, rivalidades, partidismos, sectarismos, discordias, borracheras,
orgías y cosas por el estilo» (Gálatas 5, 19-20)- capaces de devolverlo a la
vieja condición de esclavitud y sofocar las obras del Espíritu.
v
b) La moral
cristiana es el modo «connatural» de actuar del hombre «espiritualizado», de
quien ha llegado a ser, en el Espíritu, «otro Cristo». Los frutos del Espíritu.
o
No es una moral de esclavos, no consiste en un
conjunto de normas éticas impuestas desde fuera. El creyente es llevado a vivir según la lógica de la «nueva vida
en Cristo» (cf. Efesios 4,17-30) y a tener los «sentimientos de Cristo».
La moral cristiana, por el contrario,
no es una moral de esclavos, no consiste en un conjunto de normas éticas
impuestas desde fuera, sino que es el modo «connatural» de actuar del hombre
«espiritualizado», del creyente que ha llegado a ser, en el Espíritu, «otro
Cristo», llevado a vivir según la lógica de la «nueva vida en Cristo» (cf. Efesios
4,17-30) y a tener los «sentimientos de Cristo» (Filipenses 2,5). De esta
manera, el Espíritu abre al hombre a la lógica del Sermón del monte y de las
Bienaventuranzas, en cuya perspectiva será fácil servir a Dios «en Espíritu
nuevo, no en la letra vieja» (Romanos 7,6). En este caso el fruto del Espíritu resplandecerá en la
vida del cristiano auténtico, el fruto original y esencial que es el ágape-amor cristiano: «la caridad de
Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que
se nos ha dado» (Romanos 5,5). El don del Espíritu es, por tanto, el germen de
una vida moralmente armoniosa que el cristiano está invitado a realizar, caracterizándola
como vida animada por el Espíritu. Las diversas manifestaciones que signan la
vida del cristiano no son otra cosa que la irradiación del don original y
fundamental, que es la caridad. El Catecismo
de la Iglesia Católica, sirviéndose de la Vulgata, explica y enumera los frutos
del Espíritu: «Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en
nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de
la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad,
bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia,
castidad" (Gálatas 5,22-23 Vulgata)» (n. 1832).
v
c) La vida
del cristiano tiene la experiencia de la derrota y del pecado. El Espíritu
solicita el arrepentimiento y concede el perdón de los pecados, y renueva la
vida divina.
o
Solicita el arrepentimiento y concede el perdón
de los pecados
La vida en Cristo,
el «caminar en el Espíritu» no siempre está coronado por el éxito; más bien, el
cristiano con frecuencia tiene la experiencia de la derrota y del pecado. Pero
es aquí precisamente cuando el Espíritu no abandona al creyente e interviene
con dulzura para levantar a quien ha caído y ponerlo de nuevo en camino,
solicitando el arrepentimiento y concediéndole el perdón de los pecados: una
consoladora verdad que la Escritura y la Tradición de la Iglesia atestiguan
abundantemente. (…)
o
Tiene el poder de dar y renovar la vida divina,
especialmente en el sacramento de la penitencia.
El Espíritu, por
tanto, no sólo mueve al cristiano a arrepentirse, sino que tiene el poder de
dar y renovar la vida divina, además de perdonar los pecados cuando existe
arrepentimiento, especialmente en el sacramento de la Penitencia. Este
sacramento no es el resultado de un mecanismo absolutorio, sino un prodigio de
conversión que sólo el Espíritu puede realizar y que se puede verificar en
tanto el sacerdote como el penitente estén invadidos por el Espíritu Santo. Es
El quien cumple todo esto, creando y donando el «corazón nuevo», instaurando
una nueva condición en el amor hacia Dios y de aceptación de su voluntad.
Vida Cristiana
[1] Isaías 35, 6-8: 6 Entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará
la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la
estepa. 7 El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.
En el lugar donde se echan los chacales habrá hierbas, cañas y juncos.
[2]
Cfr. El Espíritu del Señor, BAC,
Madrid 1997, cap. VIII: El Espíritu en la vida del cristiano, pp. 137-169.
[3]-
«La unión del alma y de la carne, recibiendo el
Espíritu de Dios, constituye al hombre espiritual», afirma San Ireneo (Contra las herejías, V, 8,2), concepto
que se encuentra todavía más explícitamente en la misma obra: «Estos son los
hombres que el Apóstol llama espirituales (I Corintios 2, 15; 3, 1 ), siendo
espirituales gracias a la participación del Espíritu, no gracias a la privación
y eliminación de la carne» (Contra las
herejías, V, 6,1).
- Es Cristo que Pasa, 103: Cristo vive en el
cristiano. La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no
ángeles. Seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y
con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo
de la resurrección gloriosa. Cristo ha
resucitado de entre los muertos y ha venido a ser como las primicias de los
difuntos; porque así como por un hombre vino la muerte, por un hombre debe
venir la resurrección de los muertos. Que así como en Adán mueren todos, así en
Cristo todos serán vivificados (1 Corintios 15, 20-21).
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