[Chiesa/Omelie1/18C16AvariciaIdolatríaVanidad]
Domingo 18 del tiempo ordinario (4 de agosto de 2019), Ciclo C. La avaricia, la idolatría y la vanidad en las Lecturas de este domingo. La avaricia es una idolatría. La idolatría consiste en divinizar lo que no es Dios. La vanidad evoca lo ilusorio de las cosas y la consiguiente decepción que éstas reservan al hombre. Es una enfermedad espiritual muy grave. No sabemos qué será de nuestra vida el día de mañana, porque somos como un vaho que aparece un instante y enseguida se evapora. El Espíritu Santo nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas. Pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que entren en nosotros las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia. Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo.
Cfr. Domingo 18 tiempo ordinario Ciclo C, 4 de agosto de 2019
Eclesiastés 1,2; 2, 21-23; Colosenses 3, 1-5.9-11;
Lucas 12, 13-21
Eclesiastés 1, 2;
2, 21-23
¡Vanidad
de vanidades,
dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo
es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que
dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es
vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos
los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su
tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto
es vanidad.
Colosenses 3,
1-5. 9-11
: 1Ya
que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba,
donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; 2 aspirad
a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
3 Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en
Dios. 4 Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también
vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. 5 En
consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la
fornicación, la impureza, la pasión, la codicia
la avaricia, que es una idolatría.
9
No
sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos
del
hombre viejo, con sus obras, 10 y revestíos
del
nuevo, que se renueva para lograr un conocimiento pleno según la
imagen de su creador, 11 para quien no hay distinción entre judíos
y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas,
esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en
todos.
Lucas 12,
13-21:
13 Uno de entre la multitud le dijo: Maestro, di a mi hermano que
reparta la herencia conmigo. 14 Pero él le respondió: Hombre,
¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?
15
Y añadió: Estad alerta y guardaos
de toda avaricia,
porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de
aquello que posee. 16 Y les propuso una parábola diciendo: Las
tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, 17 y pensaba para
sus adentros: ¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha?
18 Y dijo: Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré
otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. 19
Entonces
diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para
muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien.
20 Pero Dios le dijo: Insensato,
esta misma noche te reclaman el alma; lo que has preparado, ¿para
quién será? 21 Así ocurre al que atesora para sí y no es rico
ante Dios.
AVARICIA
IDOLATRÍA
VANIDAD
1. Según el diccionario, la avaricia es “el afán de poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie”.
- Es uno de los siete pecados
capitales 1.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1866) que “son
llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios”. En
la catequesis se enseña que la virtud que vence la avaricia es la
generosidad que se puede definir como dar con gusto de lo propio a
los necesitados.
2. San Pablo condena la avaricia, que es una idolatría.
Fijar la mirada en las cosas de arriba no impide buscar el pan cotidiano.
San Pablo no condena la preocupación por los hermanos.
Cfr. R. Cantalamessa, La parola e la
vita, Anno C, ed. Città Nuova 1998, XVIII
Domenica, pp. 305- 306:
- “¿Qué significa «aspirad a los bienes de arriba y no a los de la tierra»? No significa descuidar
los
propios deberes e intereses terrenos (el trabajo, el estudio, la
familia, la ganancia honrada); significa buscar estas realidades como
«resucitados con Cristo», por tanto, con espíritu nuevo, con
intención y estilos nuevos. En efecto, ¿qué es lo que condena san
Pablo, acaso el trabajo o la preocupación por los hermanos? ¡Sabemos
que no! Condena, como aparece en el mismo texto, «la
avaricia, que es una idolatría». Sí,
idolatría porque es evidente que el dinero, buscado obsesivamente,
por sí mismo, se convierte en dueño, en un absoluto. Es el ídolo
de metal fundido del que habla la Biblia, al que se sacrifica todo:
el reposo, la salud, los afectos, las amistades y la honradez. El
corazón va detrás, «porque donde está tu tesoro allí estará tu
corazón» (Mateo 6,21). Si fijamos la mirada en las cosas de arriba,
es decir, en Jesús resucitado, veremos que esto no impide buscar el
pan cotidiano y también todo el resto; es más, obrando con más
calma, con una esperanza de inmortalidad en el corazón, con menos
egoísmo y agitación, sucederá que haremos mejor las cosas de aquí
abajo”.
El hombre necio o insensato en el Evangelio de hoy
Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue más allá de la muerte: no son los bienes, sino las obras.
La cosa más importante en la vida no es tener bienes, sino hacer el bien.
- El Señor llama insensato al hombre rico cuya única preocupación en la vida fue la de “descansar,
comer,
beber y pasarlo bien”, después de almacenar muchos bienes para sí.
Y le llama insensato, necio, porque no había pensado en que el
Señor le podía llamar y ya no sabría para quién serían esos
bienes. “Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te reclaman
el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? Así ocurre al
que atesora para sí y no es rico ante Dios (vv. 20-21)”.
- R. Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999, 218-219: “Hay algo que podemos llevar con
nosotros,
que nos sigue más allá de la muerte: no son los bienes, sino las
obras. No lo que hemos tenido sino lo que hemos hecho. Por tanto la
cosa más importante en la vida no es tener bienes, sino hacer el
bien, porque esto es lo que permanece para siempre. «Bienaventurados
los muertos que desde ahora mueren en el Señor. Sí, dice el
Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras les
acompañan» (Apocalipsis 14, 13).
B. “Aspirad a los bienes de arriba, no a los bienes de la tierra”
Colosenses 3,2
- El Señor lo dice en San Mateo con otras palabras: «No amontonéis tesoros en la tierra, donde la
polilla
y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban.
Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la
herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan y roban» (Mateo
6, 19-21).
“No es una invitación a despreciar las realidades terrestres – el mundo de abajo - creando una religión de evasión y alienación”.
El mundo de abajo es la actitud concreta del rico de la parábola de S. Lucas, y se encarna en el catálogo de los vicios enumerados en el v. 5 de la Carta a los Colosenses.
- Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Ciclo C, Piemme 1999, pp. 247-248: El sentido de la antítesis
de
las palabras de San Pablo “no es una invitación a despreciar las
realidades terrestres creando una religión de evasión y
alienación. Ese contraste queda más claro si lo formulamos con las
palabras de los vv. 9-10: el mundo de abajo es el «hombre viejo»,
es la «carne», el «pecado» que el cristiano debe dejar atrás
porque los ha sepultado en la fuente bautismal (Rm 6, 2-7). El mundo
de abajo es la actitud concreta del rico de la parábola de S. Lucas,
y se encarna en el catálogo de los vicios enumerados en el v. 5 [de
Colosenses], entre los cuales destaca «la avaricia insaciable que es
una idolatría». El mundo de arriba es, por el contrario, el «hombre
nuevo», el «espíritu», la «gracia» que constituyen la realidad
presente de los bautizados. Esta vida nueva que irrumpe en nosotros y
que es Cristo mismo (v. 4) está, sin embargo, «escondida» en Dios,
y es, por tanto, un misterio. Quien quiere experimentarla, debe creer
en ella y amarla porque no se puede entender con los ojos físicos,
sino con la iluminación de la fe. Es aquel «tesoro escondido en el
campo» por el que «se vende todo cuanto se tiene» (Mateo 13,44)”.
Se trata de dar muerte día a día al hombre pecador (hombre viejo), para revestirse del hombre nuevo, re-creado en Cristo.
-
Colosenses
3,5:
«mortificad
cuanto en vosotros es terreno».
Biblia de Jerusalén: « La muerte y resurrección, realizadas por el
bautismo de manera instantánea y absoluta en el plano místico de la
unión con Cristo celeste, ver 2,12ss2o; 3, 1-4; Romanos 6,4+, deben
realizarse de forma lenta y progresiva en el plano terrestre del
viejo mundo en el que sigue sumergido el cristiano. Muerto ya en
principio, debe
morir de hecho, “dando muerte día a día “al hombre viejo”
pecador que vive aún en él”.
El «hombre viejo» es el que se deja dominar por las inclinaciones de la concupiscencia desordenada.
-
Colosenses 3,9: “El
«hombre viejo» (v. 9) es el que se deja dominar por las
inclinaciones de la
concupiscencia
desordenada. El discípulo de Cristo, que ha sido renovado y vive
para el Señor, posee un nuevo y más perfecto conocimiento de Dios y
del mundo, ve las cosas con una perspectiva más alta, con visión
sobrenatural, que no es sino «dejarse mover y poseer por la poderosa
mano del autor de todo bien” (S. Ignacio de Loyola, Epist. 4
561-562).” (Sagrada Biblia, Nuevo Testamento Eunsa, comentario a
Colosenses 3, 5-11).
El hombre nuevo, re-creado en Cristo, que es imagen de Dios, vuelve a encontrar la rectitud anterior y el verdadero conocimiento moral
-
Colosenses
3,10:
«os habéis revestido del hombre nuevo ... según la imagen de su
Creador»
Biblia
de Jerusalén:
«El
hombre creado, Génesis 1,26+, se perdió buscando el conocimiento
del bien y del mal fuera de la voluntad divina, Génesis 2,17+. Desde
entonces, convertido en esclavo del pecado y de sus apetencias,
Romanos 5,12+, el hombre viejo quedó condenado a morir , Romanos
6,6; Efesios 4,22. El hombre nuevo, re-creado en Cristo, Efesios
2,15+, que es imagen de Dios, Romanos 8,29+, vuelve a encontrar la
rectitud anterior y el verdadero conocimiento moral, 1,9; Hebreos
5,14.»
3. La vanidad evoca lo ilusorio de las cosas y la consiguiente decepción que éstas reservan al hombre.
No sabemos qué será de vuestra vida el día de mañana, porque somos un vaho que aparece un instante y enseguida se evapora.
-
Eclesiastés
1,2:
«Vanidad
de vanidades».
Biblia
de Jerusalén:
«El término, cuya traducción tradicional “vanidad” en general
conservamos, significa en primer lugar “vaho”, “aliento”, y
forma parte del repertorio de imágenes (el agua, la sombra, el humo,
etc.) que en la poesía hebrea describen la fragilidad humana. Pero
la palabra ha perdido su sentido concreto y para Qo (Eclesiastés)
únicamente evoca lo ilusorio de las cosas y, en consecuencia, la
decepción que éstas reservan al hombre».
-
He
aquí cómo lo explica el Apóstol Santiago: «Vosotros decís: “hoy
o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí un año, negociaremos
y obtendremos buenas ganancias”, cuando en realidad no sabéis qué
será de vuestra vida el día de mañana, porque sois un vaho que
aparece un instante y enseguida se evapora» (4, 13-14).
4. Los dones del Espíritu Santo: el don de ciencia. Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas.
Cfr. Juan Pablo II, El Espíritu Santo con el don de la ciencia, nos lleva a poner en su justo puesto las criaturas. Usar de ellas sin idolatrarlas; sólo para la gloria de Dios.
Rezo del Angelus
el 23 de abril de 1989 (publicado en L’Osservatore Romano 30/04/89)
1.
La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, que hemos
comenzado en los domingos anteriores, nos lleva hoy a hablar de otro
don: el de ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero
valor de las criaturas en su relación con el Creador.
El hombre contemporáneo, ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida
Sabemos que el hombre
contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las
ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una
interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de
las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de
absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin
supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de
las riquezas, del placer, del poder, que, precisamente, se pueden
derivar de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales,
ante los que el mundo se postra demasiado a menudo.
Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador.
2.
Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias
nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo
socorre al hombre con el don de la ciencia. Es ésta la que le ayuda
a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del
Creador. Gracias a ella - como escribe Santo Tomás- el hombre no
estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en
Dios, el fin de su propia vida (cf. S. Th., II-II, q. 9, a. 4).
Así el hombre logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y, como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias.
Así logra descubrir el sentido
teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones
verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza,
del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente
impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos,
oración, acción de gracias. Esto es lo que tantas veces y de
múltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. ¿Quién no se
acuerda de alguna de dichas manifestaciones? “El cielo proclama la
gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal
18/19, 2; cf. Sal 8, 2); “Alabad al Señor en el cielo, alabadlo en
su fuerte firmamento... Alabadlo sol y luna, alabadlo estrellas
radiantes” (Sal 148, 1.3).
3.
El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre al mismo
tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su
intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir cuando, al
pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le lleva a
advertir con pena su miseria y le empuja a volverse con mayor ímpetu
y confianza a Aquél que es el único que puede apagar plenamente la
necesidad de infinito que le acosa.
Esta ha sido la experiencia de
los Santos; también lo fue - podemos decir- para los cinco Beatos
que hoy he tenido la alegría de elevar al honor de los altares. Pero
de forma absolutamente singular esta experiencia fue vivida por la
Virgen que, con el ejemplo de su itinerario personal de fe, nos
enseña a caminar “para que en medio de las vicisitudes del mundo,
nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría” (Oración
del domingo XXI per annum).
5. Una breve descripción práctica del vanidoso
Alfonso
Aguiló, en interrogantes.net
La vanidad
convierte a las personas en rehenes de la imagen que quieren dar a
los demás. La vanidad hace estar pendientes de lo accesorio y
olvidar lo principal. La vanidad hace perder la compostura a gente
supuestamente inteligente, pero que precisamente con eso manifiestan
que su discernimiento y su agudeza son escasas, y que su inteligencia
se reduce a unos ámbitos muy limitados.
La vanidad suele
fundirse con la envidia, porque los jactanciosos, en su carrera por
la vanagloria, enseguida se entristecen si ven brillar a otros. Les
parece que, de alguna forma, los logros de otros restan protagonismo
a su vanidad ansiosa. Tienden a pensar mal de los demás y a hablar
mal de ellos. Intentan enemistar a otros con sus siempre numerosos
enemigos. (…) Reducen la grandeza del hombre a su propio tamaño, y
les gustaría decapitar a la humanidad de todo lo que sobrepase su
corta estatura moral. (…)
6. La idolatría en el Catecismo de la Iglesia Católica
El primer mandamiento exige al hombre no creer en más dioses que el Dios verdadero.
-
n.
2112.
La idolatría. El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al
hombre no creer en más dioses que el Dios verdadero. Y no venerar
otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda
constantemente este rechazo de los "ídolos, oro y plata, obra
de las manos de los hombres", que "tienen boca y no hablan,
ojos y no ven… "Estos ídolos vanos hacen vano al que les da
culto: "Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos
ponen su confianza" (Salmo 115, 4 - 5. 8; cf. Isaías 44, 9 -
20; Jeremía 10, 1 - 16; Daniel 14, 1 - 30; Baruc 6; Sb 13, 1 -
Sabiduría 15, 19). Dios, por el contrario, es el "Dios vivo"
(Josué 3, 10; Salmo 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la
historia.
La idolatría consiste en divinizar lo que no es Dios
-
n. 2113: La
idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es
una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es
Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y
reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de
demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la
raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. «No podéis
servir a Dios y al dinero», dice Jesús (Mt 6, 24). (…)
-
n. 2114 La
vida humana se unifica en la adoración del Dios Único. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva
de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del
sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que "aplica
a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios"
(Orígenes, Cels. 2, 40).
7. Benedicto XVI sobre la vanidad.
La humildad es una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad.
Cfr.
Jornada Mundial de la Juventud 2011 (Madrid), 19 de agosto, Discurso
a profesores
universitarios.
En
segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a
estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a
ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que
nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual
y docente, la humildad es asimismo una virtud indispensable, que
protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos
atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia
esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os
propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que
da luz sin hacer ruido (cf. Mt
5,13-15).
Todo
esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro
resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino
que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros
y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos
guías de nuestros jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el
amparo de la Virgen María, Trono de la Sabiduría, para que Ella os
haga colaboradores de su Hijo con una vida colmada de sentido para
vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de conocimiento como de
fe, para vuestros alumnos. Muchas gracias.
Pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que en nosotros entren las “vanitates”, las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia.
Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo
Cfr. Homilía, en la Misa
“In Cena Domini”, 9 de abril de 2011
En
un himno de la Liturgia de las Horas pedimos al Señor que custodie
nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que en nosotros entren las
“vanitates”,
las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia. Pidamos que
a través de los ojos no entre el mal en nosotros, falsificando y
ensuciando así nuestro ser. Pero queremos pedir sobre todo que
tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno,
para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo.
Pidamos, para que miremos el mundo con ojos de amor, con los ojos de
Jesús, reconociendo así a los hermanos y las hermanas que nos
necesitan, que están esperando nuestra palabra y nuestra acción.
8. Papa Francisco: la vanidad es una enfermedad espiritual muy grave
Cfr.
Homilía de la Misa en Santa Marta, 25
de septiembre de 2014
-
La vanidad es una enfermedad espiritual muy grave. Los Padres
egipcios del deserto decían que la vanidad es una tentación contra
la cual tenemos que luchar toda la vida, porque siempre vuelve para
quitarnos la verdad. Y para explicarlo decían: es como la cebolla,
la coges y empiezas a quitarle capas, y le quitas la vanidad hoy, y
un poco de vanidad mañana, y toda la vida arrancando la vanidad para
vencerla. Y al final estás contento: he quitado la vanidad, he
pelado la cebolla, pero te queda el olor en las manos. Pidamos al
Señor la gracia de no ser vanidosos, de ser verdaderos, con la
verdad de la realidad y del Evangelio.
Vida
Cristiana
1
El número siete fue dado por el Papa San Gregorio llamado Magno, es
decir, el Grande. Nació en Roma alrededor del 540, y murió el 12
de marzo del 604. Fue Papa (desde septiembre del 590), y es uno de
los Padres de la Iglesia latina. Los pecados capitales son: la
soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la
pereza (Cfr. Catecismo …. n. 1866).
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