domingo, 20 de octubre de 2019

Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C (2019). La oración de Moisés y de la viuda.



[Omelie1/Preghiera/29C19MoisésViudaJuezCaracterísticasOración]
  • Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C (2019). La oración de Moisés y de la viuda. La oración cristiana: dos aspectos: A) lucha y fidelidad también en los momentos de silencio de Dios, en la aridez y en la oscuridad; B) confianza en la paternidad de Dios y certeza de ser amados y escuchados. El diálogo con Dios mediante sus palabras. La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. En el Libro de los Salmos y en otros textos de la Escritura, se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.


  • Cfr. Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C 20/10/19

Éxodo 17, 8-13; Salmo 120, 1-2.3-8; 2 Tim 3, 14-4,2; Lucas 18, 1-8
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme I Edizione economica, 1999,
XXIX Domenica. pp. 309-314; Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Anno C, Città
Nuova 1998, pp. 381-388 1.

Éxodo 17, 8-13: 8 Vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim. 9 Moisés dijo a Josué: « Elígete algunos hombres, y sal mañana a combatir contra Amalec. Yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano. » 10 Josué cumplió las órdenes de Moisés, y salió a combatir contra Amalec. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. 11 Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. 12 Se le cansaron las manos a Moisés, y entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol. 13 Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada.
Del Salmo 120, 1-2 – Salmo responsorial de hoy: 1 Alzo mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?, 2 Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Lucas 18, 1-8: 1 En aquel tiempo, Jesús, les proponía una palabra sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, 2 diciendo: - «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. 3 En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." 4 Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, 5 como esta viuda está molestándome, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."» 6 Y el Señor añadió: - «Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7 pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? 8. Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?,
el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
(Del salmo responsorial de hoy, salmo 120, 1-2)
Jesús les propuso una parábola
sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer.
(Lucas 18,1, Evangelio de hoy)
Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?
(Lucas, 18, 7)

1. Cuatro personajes de la Biblia: Moisés, Amalec, el juez y la viuda


  • Moisés: primera Lectura de hoy

  • Moisés es como la personificación de todo el pueblo de Dios en oración.

  • Sin esta vigilancia orante, en vano confiamos en el compromiso y la fuerza humanos.
  • Ravasi o.c. p. 312: «La figura orante de Moisés, con las manos alzadas hacia el cielo, es el telón de
    fondo ideal en esta liturgia de la Palabra que tiene come centro una parábola de Jesús que solamente
    encontramos en Lucas. Mientras Israel afronta a los amalecitas en la llanura de Refidim, Moisés es como la
    personificación de todo el pueblo de Dios en oración. Sin esta vigilancia orante, en vano confiamos en el
    compromiso y la fuerza humanos. Es lo que expresa sugestivamente el Salmo 127: “Si el Señor no edifica la
    casa, en vano se afanan los constructores. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”. La
    eficacia y la constancia en la oración en la hora de la espera, constituyen también el tema que sostiene la
    narración del juez y la viuda».
  • Moisés y Amalec: primera Lectura de hoy

    Cfr. Raniero Cantalamessa, o.c., pp. 386-388.
  • La figura de Amalec: símbolo de las fuerzas hostiles: el mal, el pecado, el mundo.

  • Cuando el creyente reza, es más fuerte del mal que hay dentro de él y a su alrededor, nadie lo puede vencer; en todos los campos - en el dolor, en la contrariedad, en la persecución, en la duda y en el cansancio – él es «más que un vencedor». Pero cuando baja las manos - cuando cesa de rezar – es un vencido; Amalec, es decir la sensualidad, la pereza, la ira, la codicia, son más potentes que él y lo arrollan.
La primera lectura nos ha hecho contemplar a Moisés mientras reza, en el monte, con los brazos levantados; cuando sus brazos están levantados Israel es más fuerte que Amalec; cuando sus brazos, cansados, se bajan, Amalec es más fuerte y vence a Israel. Ésta es una parábola. Algunos Padres de la Iglesia (por ejemplo, Orígenes) han hecho, desde hace tiempo, una interpretación espiritual. Amalec es el símbolo de las fuerzas hostiles (el mal, el pecado, el mundo) que se oponen al pueblo de Dios. Cuando el creyente reza, es más fuerte del mal que hay dentro de él y a su alrededor, nadie lo puede vencer; en todos los campos - en el dolor, en la contrariedad, en la persecución, en la duda y en el cansancio – él es «más que un vencedor». Pero cuando baja las manos - cuando cesa de rezar – es un vencido; Amalec, es decir la sensualidad, la pereza, la ira, la codicia, son más potentes que él y lo arrollan. Su vida espiritual se asemeja a una pequeña barca que ha perdido la vela y el timón, y está parada en medio del mar, expuesta a todas las tormentas. Muchas exigencias de la vida cristiana parecen imposibles y superiores a las fuerzas humanas (¡y lo son!), pero se convierten en posibles con ayuda de la oración. Sucede, en la oración, algo semejante a lo que sucede en el árbol, gracias al proceso de la clorofila: el árbol vive y florece porque sus hojas, expuestas a la luz, fijan el oxígeno del aire; el creyente vive y se renueva cuando en la oración se «expone» a la luz de Dios y «fija» en su alma al Espíritu Santo. La oración es nuestro oxígeno espiritual”.

  • El juez: evangelio de hoy

  • Es la representación de la arrogancia del poder, una presencia constante, por desgracia, en la historia, que ya denunció de modo lapidario el profeta Isaías

  • Cfr. Ravasi o.c. p. 312: «El juez es un individuo sin fe (“no temía a Dios”), y sin caridad (“no le
    importaban los hombres”). Es la representación de la arrogancia del poder, una presencia constante, por desgracia, en la historia, que ya denunció de modo lapidario el profeta Isaías (10, 1-2): “ ¡Ay! los que decretan decretos inicuos, y los escribientes que escriben vejaciones, excluyendo del juicio a los débiles, atropellando el derecho de los míseros de mi pueblo, haciendo de las viudas su botín, y despojando a los huérfanos”. El jurista “laico” Piero Calamandrei (1889-1956) se lamentaba de que el Crucifijo estuviese en las aulas judiciales en la espaldas de los jueces y delante solamente de las personas juzgadas como señal dolorosa de los errores procesales. Y escribía: “Por el contrario, debería estar ante la cara de los jueces, bien visible en la pared de enfrente, para que lo contemplen con humildad mientras juzgan, y no olviden jamás que sobre ellos incumbe el terrible peligro de condenar un inocente”».
  • La viuda: evangelio de hoy

  • Su coraje no se debilita y reclama continuamente su derecho conculcado ante el juez arrogante e indiferente.

  • Ravasi o.c. p. 313: «La viuda, sobre todo en el pasado, era la persona más expuesta al abuso, de tal
    manera que Dios mismo es invocado en el Antiguo Testamento como “el defensor de las viudas”, que estaban privadas de la tutela del marido (salmo 68,6), y los profetas amonestaban: “17 aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (Isaías 1, 17). Pero, en la parábola, la viuda tiene una característica decisiva. Efectivamente es víctima, pero no resignada o desesperada. Su coraje no se debilita y reclama continuamente su derecho conculcado ante el juez arrogante e indiferente. Su incansable perseverancia no se rompe ante la puerta cerrada, el rechazo aburrido, la reacción irritada. Su pretensión resuena en las heladas aulas judiciales con una advertencia inexorable: “Hazme justicia”. Y, al fin, hay un viraje en la actitud del juez. Se da cuenta de que no hay nada que podrá apagar el ansia de justicia y, aun ignorando el respeto por la ética de su profesión, él, cansado por la insistencia, decide librarse de ella haciendo justicia. Es curioso, a este respecto, el original griego de Lucas, que es muy realista. El razonamiento del juez se puede traducir de varias maneras: “para que no venga a importunarme continuamente”; “para que no venga finalmente a golpearme en la cara”; “para que, finalmente, exasperada, no me rompa la cara”. Se trata de una vigorosa y pintoresca nota de indignación del evangelista de los pobres, Lucas, en relación con los poderosos y los vulgares burócratas, inertes y provocadores ».

2. Algunas características de la oración

  • Constancia, lucha, fidelidad

Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. pp 310-311
  • Implacable constancia
  • «La cualidad fundamental de la viuda es su implacable constancia, que ignora el silencio del juez, la
    amargura de su indiferencia e incluso la dureza de su larvada hostilidad.
  • La oración tiene frecuentemente, en la Biblia, la fisonomía de una lucha: fidelidad en los momentos del silencio de Dios y en los tiempos de aridez y de oscuridad.
  • »Rezar no es tan fácil como pronunciar una fórmula mágica que todo lo allana y lo resuelve.
    »La oración es una aventura misteriosa que, en la Biblia, tiene frecuentemente la fisonomía de una lucha:
    »pensemos en el célebre episodio de la lucha de Jacob con Dios a lo largo de la orilla del río Yaboc (Gn 32, 23-33)2; »en la lucha que el profeta Oseas interpreta, en efecto, como un símbolo de la oración (12, 4-6).
    »Pensemos en también en aquella extraña frase usada por Pablo en la carta a los Romanos: “Os suplico, hermanos, a luchar conmigo en vuestras oraciones” (15,30). En griego, el Apóstol usa la palabra ‘agonia’, es decir, combate decisivo y supremo. Cualidad indispensable de la oración es, por tanto, la fidelidad también en los momentos del silencio de Dios, en los tiempos de aridez y de oscuridad” ».
  • La certeza de ser escuchados3

Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. p.311
  • Si un juez corrompido e injusto como el de la parábola está dispuesto a ceder ante la constancia de una viuda indefensa e implorante, cuanto más los hará el Juez justo y perfecto que es Dios.

  • La fe en la paternidad de Dios es la raíz de la oración.
  • «Esto es desarrollado por medio de una técnica de razonamientos que se suele definir a fortiori: si un
    juez corrompido e injusto como el de la parábola está dispuesto a ceder ante la constancia de una viuda indefensa e implorante, cuanto más los hará el Juez justo y perfecto que es Dios 4.
    » Lucas había ya presentado la misma consideración - también sobre el tema de la oración – en una bella frase de Jesús: “Si vosotros siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (11,13).
    » Aparece así un nuevo aspecto, bastante sorprendente en el contexto de esta parábola tan helada: la fe en la paternidad de Dios es la raíz de la oración e impone el estilo y la atmósfera. En su Diario, en la fecha del 6 de enero de 1839, el grande filósofo y creyente danés S. Kierkegaard escribía: “Padre celeste, cuando se despierta el pensamiento sobre ti en nuestra oración, haz que no se despierte como un pájaro sobrecogido y desorientado que revolotea aquí y allí, sino como un niño que se despierta con su sonrisa celestial”. No es en vano el que el texto bíblico que representa de la manera más luminosa la relación orante entre Dios y el hombre, el Salmo 131, usa como imagen la de un niño en el regazo de su madre, que se abandona totalmente en ella.
    » La frase final que Jesús pronuncia [vv. 7-8] sintetiza idealmente las dos tesis de la lección sobre la oración que Jesús nos ha impartido hoy: por una parte, está nuestro grito ‘día y noche’, un grito que es, por tanto, constante y confiado; por otra, está Dios que ‘hará justicia a sus elegidos’».
  • Ravasi o.c. p. 314: «La invitación a la vigilancia orante, a la perseverancia confiada, lleva consigo
    también la certeza de que el obrar divino es con frecuencia misterioso, que sigue caminos que no son nuestros caminos, son pensamientos que no encajan con los nuestros, pero la meta de llegada está en la luz y no en el abismo de la nada y del mal».
  • La oración viva

Cfr. Amigos de Dios, nn. 310-311
  • Para un discípulo que busque amorosamente al Maestro, es muy distinto el sabor de las tristezas, de las penas, de las aflicciones: desaparecen en cuanto se acepta de veras la Voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus designios, como hijos fieles, aunque los nervios den la impresión de romperse y el suplicio parezca insoportable.

310. Me alzaré y rodearé la ciudad: por las calles y las plazas buscaré al que amo... (Cant III,2) Y no sólo la ciudad: correré de una parte a otra del mundo —por todas las naciones, por todos los pueblos, por senderos y trochas— para alcanzar la paz de mi alma. Y la descubro en las ocupaciones diarias, que no me son estorbo; que son —al contrario— vereda y motivo para amar más y más, y más y más unirme a Dios.
Y cuando nos acecha —violenta— la tentación del desánimo, de los contrastes, de la lucha, de la tribulación, de una nueva noche en el alma, nos pone el salmista en los labios y en la inteligencia aquellas palabras: con El estoy en el tiempo de la adversidad. (Ps XC,15) ¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz, la mía; ante tus heridas mis rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita pesadumbre que has cargado Tú sobre mis espaldas? Y los corazones vuestros, y el mío, se llenan de una santa avidez, confesándole —con obras— que morimos de Amor (Cfr. Cant V,8).

311. Nace una sed de Dios, una ansia de comprender sus lágrimas; de ver su sonrisa, su rostro... Considero que el mejor modo de expresarlo es volver a repetir, con la Escritura: como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios mío! (Ps XLI, 2). Y el alma avanza metida en Dios, endiosada: se ha hecho el cristiano viajero sediento, que abre su boca a las aguas de la fuente (Cfr. Ecclo XXVI, 15).
Con esta entrega, el celo apostólico se enciende, aumenta cada día —pegando esta ansia a los otros—, porque el bien es difusivo. No es posible que nuestra pobre naturaleza, tan cerca de Dios, no arda en hambres de sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, de regar todo con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo (Cfr. Ioh XIX, 34), de empezar y acabar todas las tareas por Amor.
Os hablaba antes de dolores, de sufrimientos, de lágrimas. Y no me contradigo si afirmo que, para un discípulo que busque amorosamente al Maestro, es muy distinto el sabor de las tristezas, de las penas, de las aflicciones: desaparecen en cuanto se acepta de veras la Voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus designios, como hijos fieles, aunque los nervios den la impresión de romperse y el suplicio parezca insoportable.

3. El diálogo con Dios mediante sus palabras

Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica «Verbum Domini», n. 24
  • La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él.

  • En el Libro de los Salmos y en otros textos de la Escritura, se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.
Así, la palabra que el hombre dirige a Dios se hace también Palabra de Dios, confirmando el carácter dialogal de toda la revelación cristiana.
24. La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. Pensamos espontáneamente en el Libro de los Salmos, donde se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.[73] En los Salmos, en efecto, encontramos toda la articulada gama de sentimientos que el hombre experimenta en su propia existencia y que son presentados con sabiduría ante Dios; aquí se encuentran expresiones de gozo y dolor, angustia y esperanza, temor y ansiedad. Además de los Salmos, hay también muchos otros textos de la Sagrada Escritura que hablan del hombre que se dirige a Dios mediante la oración de intercesión (cf. Ex 33,12-16), del canto de júbilo por la victoria (cf. Ex 15), o de lamento en el cumplimiento de la propia misión (cf. Jr 20,7-18). Así, la palabra que el hombre dirige a Dios se hace también Palabra de Dios, confirmando el carácter dialogal de toda la revelación cristiana,[74] y toda la existencia del hombre se convierte en un diálogo con Dios que habla y escucha, que llama y mueve nuestra vida. La Palabra de Dios revela aquí que toda la existencia del hombre está bajo la llamada divina.[75]

[73] Cf. Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins de París
(12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 721-730.
[74] Cf. Propositio 4.
[75] Cf. Relatio post disceptationem, 12.


Vida Cristiana

1 La traducción del comentario de estos dos autores es de la redacción de VIDA CRISTIANA
2 CEC 2573: Dios renueva su promesa a Jacob, origen de las doce tribus de Israel (Cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con «alguien» misterioso que rehúsa revelar su nombre, pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (Cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
3 Acerca de la certeza de ser amados – previa a la de ser escuchados - , gracias al poder del Espíritu: vid. CEC 2778 y Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2, 28; 3, 21; 5, 14
4 CEC 2592: La oración de Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a quienes perseveran. CEC 2752: La oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador. El combate de la oración es inseparable del «combate espiritual» necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.

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