[Chiesa/Omelie1/Gesucristo/30C19BuscadRostroSeñorSalmosBXVIJPII]
Ø 30 domingo del tiempo ordinario. Ciclo C (2019). Buscad
continuamente el Rostro del Señor. Salmo 104, Antífona de entrada de la Misa. El
rostro del Señor en los salmos y en textos de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
v Cfr. 30 domingo del tiempo ordinario (Año C). 27 octubre 2019. Lucas 18, 9-14; Sirácida 35, 12-14.16-18. Salmo 34 (33), 2-3; 17-18; 19-20;
2
Timoteo 4, 6-8.16-18.
- Lucas 18, 9-14: 9 En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y
despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: 10 - «Dos hombres subieron
al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. 11 El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no
soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. 12
Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." 13 El publicano, en cambio, se quedó atrás
y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho,
diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de
este pecador. "14 Os digo que
éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece
será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
-Salmo Responsorial: Salmo 34 (33), 2-3; 17-18; 19-20 - R.: 7ª Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha (otras traducciones: Cuando el pobre invoca al Señor, él lo
escucha) 2 Bendigo al señor
en todo tiempo; su alabanza está en mi boca de continuo.// 3 Mi
alma se gloría en el Señor; que lo escuchen los humildes y se alegren.// 17 El rostro del Señor está
contra los malhechores para borrar de la tierra su memoria. // 18 Claman y el
Señor los escucha y los libra de todas sus angustias // 19 El Señor está cerca de los contritos de corazón, y salva a los de
espíritu abatido. 20 Muchas son las aflicciones del Justo, pero el Señor les
libra de todas.
-2 Timoteo 4, 6-8.16-18: 6 Pues yo estoy a punto de ser derramado
en libación, y el momento de mi partida es inminente.
7 He luchado en el noble combate, he alcanzado la meta,
he guardado la fe; 8 por lo demás, me está reservada la merecida corona que el
Señor, el Justo Juez, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a
todos los que desean con amor su venida. 16 Nadie me asistió en mi primera
defensa, sino que todos me abandonaron; que no les sea tenido en cuenta.
17 Pero el Señor
me apoyó y me fortaleció para que, por medio de mí, se proclamara plenamente el
mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león.
18 El Señor me librará de todo mal, y me salvará para su reino celestial. A El
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Que se alegren los que
buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su
poder, buscad continuamente su rostro
(Salmo 104, 3-4) (Antífona de entrada de la Misa)
A. El rostro del Señor en los Salmos
§ Salmo 4, 7-8
7 Muchos dicen: " ¿Quién nos hará ver la
dicha? "¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Yahveh , 8 tú has dado a mi corazón más alegría que
cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo.
§ Salmo 13,2:
2 ¿Hasta cuándo, Yahveh , me olvidarás? ¿Por siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
§ Salmo 31 (30)
8 Yahveh , tu favor me afianzaba sobre fuertes
montañas; mas retiras tu rostro y ya
estoy conturbado.
16 Está en tus manos mi destino, líbrame
de las manos de mis enemigos y perseguidores;
17 haz que alumbre a tu siervo tu
semblante, ¡sálvame, por tu amor!
§ Salmo 44,4
4 no por su espada
conquistaron [nuestros padres] la tierra, ni su brazo les dio la victoria, sino
que fueron tu diestra y tu brazo, y la
luz de tu rostro, porque los amabas.
§ Salmo 44,25
25 ¿Por
qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?
§ Salmo 69, 18
18 no retires tu rostro de tu siervo, que en
angustias estoy, pronto, respóndeme;
§ Salmo 80,
4¡Oh Dios, haznos
volver, y que brille tu rostro, para
que seamos salvos!
8 ¡Oh Dios Sebaot, haznos volver, y brille tu rostro, para que seamos
salvos!
§ Salmo 89
15 Justicia y Derecho, la base de tu trono, Amor
y Verdad ante tu rostro marchan.
16 Dichoso el pueblo que la aclamación conoce, a la luz de tu rostro caminan, oh
Yahveh ;
§ Salmo 104
29 Escondes
tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo, y expiran y a su polvo
retornan.
30 Envías tu soplo y
son creados, y renuevas la faz de la tierra.
§ Salmo 105
4 ¡Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso.
v
El Salmo 27. Buscar su
rostro: tratar de conocerlo, vivir en su presencia.
8 Dice de ti mi corazón: " Busca su rostro. "Sí, Yahveh , tu
rostro busco:
9 No me
ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio.
No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación.
o Biblia de Jerusalén
v. 8: Busca su
rostro. La expresión (ver Amós 5,4), que en principio significaba «ir a
consultar a Yaveh» en un santuario (2 Samuel 21, 1), tomó un sentido más
general: tratar de conocerlo, vivir en su presencia. «Buscar a Yahvé»,
Deuteronomio 4, 29; Salmo 40.
v
El salmo 67: el deseo
insistente de la bendición divina
2 ¡Dios nos tenga piedad y nos bendiga, su rostro haga brillar sobre nosotros!
7 La tierra ha dado su cosecha: Dios,
nuestro Dios, nos bendice.
8 ¡Dios nos bendiga, teman ante él todos
los confines de la tierra!
o Juan Pablo II, Catequesis del 9 de octubre de 2002
§ La bendición sobre Israel será como una semilla de
gracia y de salvación
3. Al
inicio y en la conclusión del Salmo, se expresa un insistente deseo de
bendición divina: «El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre
nosotros... Nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga»
(versículos 2.7-8).
Es fácil escuchar en estas palabras el eco de la famosa
bendición sacerdotal enseñada, en nombre de Dios, por Moisés y Aarón a los
descendientes de la tribu sacerdotal: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que
el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre
su rostro y te conceda la paz» (Números 6, 24-26).
Pues bien, según el Salmista, esta bendición sobre Israel
será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo
entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol
frondoso.
El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el
Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te
bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán
todos los linajes de la tierra» (Génesis 12, 2-3).
B. El rostro de Dios está en el rostro de
Cristo
v
San Juan 14, 5-11
5 Tomás le dijo:
Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? 6 Le respondió
Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí. 7
Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le
conocéis y le habéis visto. 8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos
basta.9 Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no
me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú:
Muéstranos al Padre? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?
Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en
mí, realiza sus obras. 11 Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si
no, creed por las obras mismas.
C. Buscar el rostro de Jesús debe ser el
anhelo de todos los cristianos.
v
Cfr. Discurso de Benedicto
XVI en el santuario de la
Santa Faz de Manoppello, 1 de septiembre de 2006
(…)
o Para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse
modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad
completa" (Jn 16, 13).
§ Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él
resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles
comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo
reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del
mundo.
Cuando, hace poco, me encontraba orando, pensaba en
los dos primeros Apóstoles, los cuales, impulsados por Juan Bautista, siguieron
a Jesús junto al río Jordán, como leemos en el evangelio de san Juan (cf. Jn 1,
35-37). El evangelista narra que Jesús se volvió hacia ellos y les preguntó:
"¿Qué buscáis?". Ellos respondieron: "Rabbí, ¿dónde
vives?". Y él a su vez les dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1,
38-39).
Ese mismo día los dos que lo siguieron hicieron una
experiencia inolvidable, que los impulsó a decir: "Hemos encontrado al
Mesías" (Jn 1, 41). Aquel a quien pocas horas antes consideraban un simple
"rabbí", había adquirido una identidad muy precisa, la del Cristo
esperado desde hacía siglos. Pero, en realidad, ¡cuán largo camino tenían aún
por delante esos discípulos! No podían ni siquiera imaginar cuán profundo podía
ser el misterio de Jesús de Nazaret; cuán insondable e inescrutable sería su
"rostro"; hasta el punto de que, después de haber convivido con él
durante tres años, Felipe, uno de ellos, escucharía de labios de Jesús estas palabras
durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me
conoces, Felipe?", y luego las palabras que expresan toda la novedad de la
revelación de Jesús: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn
14, 9).
Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con
él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles
comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo
reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo.
Entonces se convirtieron en sus mensajeros
incansables, en sus testigos valientes hasta el martirio.
"El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre". Sí, queridos hermanos y hermanas, para "ver a Dios" es
preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los
creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El que encuentra a
Jesús, el que se deja atraer por él y está dispuesto a seguirlo hasta el
sacrificio de la vida, experimenta personalmente, como hizo él en la cruz, que
sólo el "grano de trigo" que cae en tierra y muere da "mucho
fruto" (cf. Jn 12, 24).
Este es el camino de Cristo, el camino del amor total,
que vence a la muerte: el que lo recorre y "el que odia su vida en este
mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25). Es decir, vive en
Dios ya en esta tierra, atraído y transformado por el resplandor de su rostro.
o Los santos han reconocido y amado en los hermanos, especialmente
en los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado
con amor en la oración.
§ ¿Quiénes buscan el rostro de Dios? Los que tienen “manos inocentes y puro corazón”. Los que no dicen mentiras ni juran contra
el prójimo en falso (cf. vv. 3-4).
Esta es la experiencia de los verdaderos amigos de
Dios, los santos, que han reconocido y amado en los hermanos, especialmente en
los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado
con amor en la oración. Ellos son para nosotros ejemplos estimulantes, dignos
de imitar; nos aseguran que si recorremos con fidelidad ese camino, el camino
del amor, también nosotros, como canta el salmista, nos saciaremos de gozo en
la presencia de Dios (cf. Sal 16, 15).
"Jesu... quam bonus te quaerentibus",
"Jesús, qué bondadoso eres con los que te buscan". Así hemos cantado
hace poco, entonando el antiguo canto "Jesu, dulcis memoria", que
algunos atribuyen a san Bernardo. Es un himno que adquiere un significado
especial en este santuario dedicado a la Santa Faz y que nos trae a la mente el salmo 23:
"Esta es la generación de los que lo buscan, los que buscan tu rostro, oh
Dios de Jacob" (v. 6). Pero, ¿cuál es la "generación" que busca
el rostro de Dios?, ¿cuál es la generación digna de "subir al monte del
Señor", de "estar en el recinto sacro"? Explica el salmista: son
los que tienen "manos inocentes y puro corazón", los que no dicen
mentiras ni juran contra el prójimo en falso (cf. vv. 3-4).
Así pues, para entrar en comunión con Cristo y
contemplar su rostro, para reconocer el rostro del Señor en el de los hermanos
y en las vicisitudes de todos los días, es preciso tener "manos inocentes
y puro corazón". "Manos inocentes" quiere decir existencias
iluminadas por la verdad del amor, que vence a la indiferencia, la duda, la
mentira y el egoísmo. Además, hay que tener un corazón puro, un corazón
arrebatado por la belleza divina, como dice santa Teresa de Lisieux en su
oración a la Santa Faz ;
un corazón que lleve impresa la faz de Cristo.
Queridos sacerdotes, si queda impresa en vosotros,
pastores de la grey de Cristo, la santidad de su rostro, no tengáis miedo:
también los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral se contagiarán y
transformarán. Y vosotros, seminaristas, que os preparáis para ser guías
responsables del pueblo cristiano, no os dejéis atraer por nada que no sea Jesús
y el deseo de servir a su Iglesia.
Lo mismo os digo a vosotros, religiosos y religiosas,
para que todas vuestras actividades sean reflejo visible de la bondad y de la
misericordia divina.
o Buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos
"Busco tu rostro, Señor". Buscar el rostro
de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos, pues nosotros somos
"la generación" que en este tiempo busca su rostro, el rostro del
"Dios de Jacob". Si perseveramos en la búsqueda del rostro del Señor,
al final de nuestra peregrinación terrena será él, Jesús, nuestro gozo eterno,
nuestra recompensa y gloria para siempre: "Sis Jesu nostrum gaudium, qui
es futurus praemium: sit nostra in te gloria, per cuncta semper saecula".
Esta es la certeza que ha impulsado a los santos de
vuestra región, entre los cuales me complace citar en particular a Gabriel de la Dolorosa y Camilo de
Lelis; a ellos va nuestro recuerdo reverente y nuestra oración. Pero ahora
queremos dirigir un pensamiento de especial devoción a la "Reina de todos
los santos", la
Virgen María , a la que veneráis en diversos santuarios y
capillas esparcidas por los valles y los montes de los Abruzos.
Que la
Virgen , en cuyo rostro, más que en cualquier otra criatura,
se ven los rasgos del Verbo encarnado, vele sobre las familias y las
parroquias, sobre las ciudades y las naciones del mundo entero. Que la Madre del Creador nos ayude
a respetar también la naturaleza, gran don de Dios que aquí podemos admirar
contemplando las estupendas montañas que nos rodean. Este don, sin embargo,
siempre corre un serio peligro de degradación ambiental y por tanto es preciso
defenderlo y protegerlo. Se trata de una urgencia que, como decía mons. Forte,
pone muy bien de relieve la
Jornada de reflexión y oración para la salvaguardia de la
creación, que celebra precisamente hoy la Iglesia en Italia.
Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os doy
nuevamente las gracias por vuestra presencia y por vuestros dones, invoco sobre
todos vosotros y sobre vuestros seres queridos la bendición de Dios con la
antigua fórmula bíblica: "El Señor os bendiga y os guarde; ilumine su
rostro sobre vosotros y os sea propicio; el Señor os muestre su rostro y os
conceda la paz" (cf. Nm 6, 24-26).
D. «El cristianismo es una persona, una
presencia, un rostro».
Cfr. Discurso de Juan Pablo II a los jóvenes suizos, en el Palacio del
Hielo de Berna, 6 de junio de 2004
o El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús,
que da sentido y plenitud a la vida del hombre.
§ No es un simple libro de cultura o una ideología, tampoco es un
mero sistema de valores o de principios, por más elevados que sean.
1. «Steh auf! Lève-toi! Alzati! Sto se!» --Levántate-- (Lucas
7, 14).
¡Esta palabra del Señor dirigida al joven de Naím resuena hoy con
fuerza en nuestra asamblea y se dirige a vosotros, queridos jóvenes amigos,
chicas y chicos católicos de Suiza! (...)
2. El Evangelio
de Lucas narra un encuentro: por una
parte aparece el apesadumbrado cortejo que acompaña al cementerio al joven hijo
de una madre viuda; por otra, el grupo festivo de los discípulos que siguen a
Jesús y le escuchan. También hoy, queridos jóvenes, es posible formar parte de
ese triste cortejo que avanza por la calle del pueblo de Naím. Esto sucede si os dejáis llevar por la
desesperación, si los espejismos de la sociedad de consumo os seducen y os
distraen de la verdadera alegría para devoraros en placeres pasajeros, si la
indiferencia y la superficialidad os rodean, si ante el mal y el sufrimiento
dudáis de la presencia de Dios y de su amor por cada persona, si buscáis en la
deriva de una afectividad desordenada la respuesta a la sed interior de amor
verdadero y puro.
Precisamente en estos
momentos Cristo se acerca a cada uno de vosotros y, como el muchacho de Naím,
dirige la palabra que sacude y despierta: «Levántate». «¡Acepta la invitación
que te vuelve a poner de pie!».
No se trata de meras
palabras: el mismo Jesús está ante vosotros, el Verbo de Dios hecho carne. Él
es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Juan 1, 9), la verdad que nos
hace libres (Cf. Juan 14, 6), la vida que nos da en abundancia el Padre (Cf.
Juan 10, 10). El cristianismo no es un
simple libro de cultura o una ideología, tampoco es un mero sistema de valores
o de principios, por más elevados que sean. El cristianismo es una persona, una
presencia, un rostro: Jesús, que da sentido y plenitud a la vida del hombre.
o Lugares donde encontrar a Cristo
§ En la lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura, en la
oración personal y comunitaria; buscadle en la participación activa en la
Eucaristía; buscadle al encontraros con un sacerdote en el sacramento de la
Reconciliación; buscadlo en la Iglesia. Buscadlo en el rostro del hermano que
sufre, que tiene necesidad o que es extranjero.
3. Pues bien, yo
os digo a vosotros, queridos jóvenes: no tengáis miedo de encontraros con
Jesús. Es más, buscadle en la
lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura, en la oración personal y
comunitaria; buscadle en la participación activa en la Eucaristía; buscadle al
encontraros con un sacerdote en el sacramento de la Reconciliación; buscadlo en
la Iglesia, que se os manifiesta en los grupos parroquiales, en los movimientos
y en las asociaciones; buscadlo en el rostro del hermano que sufre, que tiene
necesidad o que es extranjero.
Esta búsqueda
caracteriza la existencia de muchos jóvenes de vuestra edad en camino hacia la
Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Colonia en verano del
próximo Ya desde ahora os invito también a vosotros a esta gran cita de fe y de
testimonio.
Como vosotros, yo
también tuve veinte años. Me gustaba el deporte, esquiar, hacer teatro.
Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos y preocupaciones. En aquellos años que ya
son lejanos, en tiempos en los que mi tierra natal estaba herida por la guerra
y después por el régimen totalitario, buscaba el sentido que debía dar a mi
vida. Lo encontré en el seguimiento del Señor Jesús.
o El entrenamiento en la
difícil disciplina de la escucha
§ Escucha la voz del Señor que te habla a través de acontecimientos
de la vida cotidiana, a través de las alegrías y sufrimientos que la acompañan,
a través de las personas que están a tu lado, a través de la voz de la
conciencia sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y belleza.
Si sabes abrir el corazón y la mente con disponibilidad,
descubrirás «tu vocación», es decir, ese proyecto que Dios, en su amor, ha
pensado desde siempre para ti.
4. La juventud es
el momento en el que también tú, querido muchacho, querida muchacha, te
preguntas qué tienes que hacer con tu vida, cómo puedes contribuir a hacer un
mundo algo mejor, cómo promover la justicia y construir la paz.
Esta es la segunda
invitación que te dirijo: «¡Escucha!». No te canses de entrenarte en la difícil
disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor que te habla a través de
acontecimientos de la vida cotidiana, a través de las alegrías y sufrimientos
que la acompañan, a través de las personas que están a tu lado, a través de la
voz de la conciencia sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y belleza.
Si sabes abrir el
corazón y la mente con disponibilidad, descubrirás «tu vocación», es decir, ese
proyecto que Dios, en su amor, ha pensado desde siempre para ti.
5. Y podrás
construir una familia, fundada sobre el matrimonio como pacto de amor entre un
hombre y una mujer que se comprometen en una comunión de vida estable y fiel.
Podrás afirmar con tu testimonio personal que, a pesar de todas las
dificultades y obstáculos, es posible vivir en plenitud el matrimonio cristiano
como experiencia llena de sentido y como «buena noticia» para todas las
familias.
Si es tu llamada,
podrás ser sacerdote, religioso o religiosa, entregando tu vida a Cristo y a la
Iglesia con un corazón sin divisiones y convirtiéndote de este modo en signo de
la presencia amorosa de Dios en el mundo de hoy. Podrás ser, al igual que lo
han sido otros muchos antes que tú, apóstol intrépido e incansable, vigilante
en la oración, alegre y acogedor en el servicio de la comunidad.
Sí, ¡también tú
podrías ser uno de éstos! Sé bien que ante a una propuesta así experimentas
dudas. Pero te digo: ¡No tengas miedo! ¡Dios no se deja vencer en generosidad!
Después de casi sesenta años de sacerdocio, estoy contento de ofrecer aquí,
ante todos vosotros, mi testimonio: ¡es bello poder entregarse hasta el final
por la causa del Reino de Dios!
o No te contentes con discutir, haz el bien
6. Tengo, además,
una tercera invitación: joven de Suiza, «¡Ponte en camino!». No te contentes con discutir; no esperes
ocasiones que quizá no lleguen nunca para hacer el bien. ¡Ha llegado la hora de
la acción!
A inicios de este
tercer milenio, también vosotros, jóvenes, estáis llamados a proclamar el
mensaje del Evangelio con el testimonio de la vida. La Iglesia tiene necesidad
de vuestras energías, de vuestro entusiasmo, de vuestros ideales juveniles para
hacer que el Evangelio penetre en el tejido de la sociedad y suscite una
civilización de justicia auténtica y de amor sin discriminaciones. En estos
momentos más que nunca, en un mundo al que con frecuencia le falta luz y la
valentía de nobles ideales, no es hora de avergonzarse del Evangelio (Cf.
Romanos 1, 16). Ha llegado más bien la hora de salir a predicarlo desde los
tejados (Cf. Mateos 10, 27).
El Papa, vuestros
obispos, la comunidad cristiana entera cuentan con vuestro compromiso, con
vuestra generosidad y os siguen con confianza y esperanza: jóvenes de Suiza,
¡poneos en marcha! El Señor camina con vosotros.
Llevad en la mano la
Cruz de Cristo, en los labios, las palabras de la Vida. ¡En el corazón la
gracia salvífica del Señor resucitado!
«Steh auf! Lève-toi! Alzati! Sto se!» --Levántate-- Es Cristo quien os
habla. ¡Escuchadle!
E. ¿Qué hemos de hacer hermanos? (Hechos
2, 37).
Un rostro para contemplar en el Tercer
milenio.
Cfr.
Juan Pablo II, Carta Apostólica «Novo Millennio Ineunte», cap. II
1.
La contemplación del rostro
de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura.
v
La mirada se queda más que
nunca fija en el rostro del Señor.
16. «Queremos ver a Jesús » (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos
griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha
resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como
aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás
no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de
Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la
Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer
resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?
Nuestro testimonio sería, además, enormemente
deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo
más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo
ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este
período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.
El testimonio de los Evangelios
17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre
todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el
final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo
Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo
afirma con vigor: « Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo ».8
Teniendo como fundamento la Escritura,
nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn
15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. ibíd., 27), que tuvieron la experiencia
viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con
sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1
Jn 1,1).
Lo que nos ha llegado por medio de ellos es una visión
de fe, basada en un testimonio histórico preciso. Es un testimonio verdadero
que los Evangelios, no obstante su compleja redacción y con una intención
primordialmente catequética, nos transmitieron de una manera plenamente
comprensible.9
o En los Evangelios emerge el rostro del Nazareno con un fundamento
histórico seguro.
18. En realidad los Evangelios no pretenden ser una
biografía completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica moderna.
Sin embargo, de ellos emerge el rostro
del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se
preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables (cf. Lc 1,3) y trabajando sobre documentos
sometidos al atento discernimiento eclesial. Sobre la base de estos testimonios
iniciales ellos, bajo la acción iluminada del Espíritu Santo, descubrieron el
dato humanamente desconcertante del nacimiento virginal de Jesús de María,
esposa de José. De quienes lo habían conocido durante los casi treinta años
transcurridos por él en Nazaret (cf. Lc
3,23), recogieron los datos sobre su vida de « hijo del carpintero » (Mt 13,55) y también como « carpintero »,
en medio de sus parientes (cf. Mc
6,3). Hablaron de su religiosidad, que lo movía a ir con los suyos en
peregrinación anual al templo de Jerusalén (cf. Lc 2,41) y sobre todo porque acudía de forma habitual a la sinagoga
de su ciudad (cf. Lc 4,16).
Después los relatos serán más extensos, aún sin ser
una narración orgánica y detallada, en el período del ministerio público, a
partir del momento en que el joven galileo se hace bautizar por Juan Bautista
en el Jordán y, apoyado por el testimonio de lo alto, con la conciencia de ser
el « Hijo amado » (cf. Lc 3,22),
inicia su predicación de la venida del Reino de Dios, enseñando sus exigencias
y su fuerza mediante palabras y signos de gracia y misericordia. Los Evangelios
nos lo presentan así en camino por ciudades y aldeas, acompañado por doce
Apóstoles elegidos por él (cf. Mc
3,13-19), por un grupo de mujeres que los ayudan (cf. Lc 8,2-3), por muchedumbres que lo buscan y lo siguen, por enfermos
que imploran su poder de curación, por interlocutores que escuchan, con
diferente eco, sus palabras.
La narración de los Evangelios coincide además en
mostrar la creciente tensión que hay entre Jesús y los grupos dominantes de la
sociedad religiosa de su tiempo, hasta la crisis final, que tiene su epílogo
dramático en el Gólgota. Es la hora de las tinieblas, a la que seguirá una
nueva, radiante y definitiva aurora. En efecto, las narraciones evangélicas
terminan mostrando al Nazareno victorioso sobre la muerte, señalan la tumba
vacía y lo siguen en el ciclo de las apariciones, en las cuales los discípulos,
perplejos y atónitos antes, llenos de indecible gozo después, lo experimentan
vivo y radiante, y de él reciben el don del Espíritu Santo (cf. Jn 20,22) y el mandato de anunciar el
Evangelio a « todas las gentes » (Mt
28,19).
2.
Sólo la fe puede franquear el
misterio del rostro de Cristo
El camino de la fe
19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor » (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles
contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien
habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa
de su nueva vida mostrándoles « las manos y el costado » (ibíd.). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús
creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó
únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de
aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber
hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su
mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A
Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas
etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de
Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los
discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta
quién dice la « gente » que es él, recibiendo como respuesta: « Unos, que Juan
el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas » (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero
distante aún —¡y cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión
religiosa realmente excepcional de este rabbí
que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los
hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy
distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al
nivel profundo de su persona, lo que él espera de los « suyos »: « Y vosotros
¿quién decís que soy yo? » (Mt
16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los
tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: « Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo » (Mt
16,16).
3.
Es necesaria la gracia de la
«revelación»
v
Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte
adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico,
fiel y coherente, de aquel misterio.
20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a
nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo
nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la
confesión de Pedro: « No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los cielos » (16,17). La expresión « carne y sangre » evoca
al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es
necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos ofrece un dato que
sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se
desarrolló mientras Jesús « estaba orando a solas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho
de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con
nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración
ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el
conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su
expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: « Y la
Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad » (Jn 1,14).
4.
La encarnación
La profundidad del misterio
21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada
entre los hombres! En la unión íntima e
inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la
formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): « Una persona en dos
naturalezas ». La persona es aquélla, y sólo aquélla, la Palabra eterna, el
hijo del Padre. Sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación
alguna posible, son la divina y la humana.10
Somos
conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque
siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido
doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del
misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como el
apóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus
llagas, es decir, a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a
la muerte, transfigurada por la resurrección: « Acerca aquí tu dedo y mira mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado » (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado,
en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente: ¡« Señor mío y
Dios mío »! (Jn 20,28).
22. « La Palabra se hizo carne » (Jn 1,14). Esta espléndida presentación joánica del misterio de
Cristo está confirmada por todo el Nuevo Testamento. En este sentido se sitúa
también el apóstol Pablo cuando afirma que el Hijo de Dios nació de la estirpe
de David « según la carne » (Rm 1,3;
cf. 9,5). Si hoy, con el racionalismo que reina en gran parte de la cultura
contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye
un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la
tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico concreto de la humanidad
de Jesús. Pero para la fe de la Iglesia es esencial e irrenunciable afirmar que
realmente la Palabra « se hizo carne » y asumió todas las características del ser humano, excepto el pecado (cf. Hb 4,15). En esta perspectiva, la
Encarnación es verdaderamente una kenosis,
un "despojarse", por parte del Hijo de Dios, de la gloria que tiene
desde la eternidad (cf. Flp 2,6-8; 1 P 3,18).
Por otra parte, este rebajarse del Hijo de Dios no es
un fin en sí mismo; tiende más bien a la plena glorificación de Cristo, incluso
en su humanidad. « Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un Nombre sobre todo
nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para
gloria de Dios Padre » (Flp 2,9-11).
v
En Cristo Dios ha hecho «
brillar su rostro sobre nosotros » y Cristo nos revela también el auténtico
rostro del hombre, « manifiesta plenamente el hombre al propio hombre »
23. «Señor, busco tu rostro » (Sal 27/26,8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una
respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de
Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho « brillar su
rostro sobre nosotros » (Sal 67/66,3).
Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico
rostro del hombre, « manifiesta plenamente el hombre al propio hombre ».11
Jesús es el « hombre nuevo » (cf. Ef 4,24; Col 3,10) que
llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de
la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más
allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más
aún, hacia la meta de la « divinización », a través de la incorporación a
Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria.
Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han
insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el
hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.12
(8) « Ignoratio enim Scripturarum
ignoratio Christi est »: Comm. in
Is., Prol.: PL 24, 17.
(9) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 19.
(10) « Siguiendo,
pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno
solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la
divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo
verdaderamente hombre [...] uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en
dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, [...]
no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito,
Dios Verbo y Señor Jesucristo »: DS
301-302.
(11) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.
(12) A este
respecto observa san Atanasio: « El hombre no podía ser divinizado
permaneciendo unido a una criatura, si el Hijo no fuese verdaderamente Dios », Discurso II contra los Arrianos 70: PG 26, 425 B - 426 G.
v
El rostro del Hijo cfr. n. 24
v
El rostro doliente cfr. nn.
25-27
v
El rostro del resucitado cfr.
n. 28
F. Caminar desde Cristo cap. III
v
Algunas prioridades
pastorales
o La santidad nn. 30-31
o La oración nn. 32-34
o La Eucaristía dominical nn.
35-36
o El sacramento de la Reconciliación
n. 37
o Primacía de la gracia n. 38
o Escucha de la Palabra n. 39
o Anuncio de la Palabra n. 40-41
G. Testigos del amor cap. IV
o «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis
amor los unos a los otros » (Jn
13,35) n. 42
o Espiritualidad de comunión n. 43-45
o Promoción de vocaciones n.
46
o Pastoral de la familia n.
47
o Promover la comunión en el campo ecuménico n. 48
Vida
Cristiana
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