[Chiesa/Omelie1/Avvento/¿QuienEsParaMíJesucristo?HomilíaJPII]
v Cfr.
3º Domingo Adviento Ciclo A. 15 diciembre 2019
Isaías 35, 1-6.8.10; Salmo Resp. 145,
7-10; Santiago 5, 7-10; Mateo 11, 2-11
Isaías 35, 1-6.8.10: 1 Que el desierto
y la tierra árida se alegren,
regocíjese la estepa y la florezca como flor; 2 estalle en flor y se regocije
hasta lanzar gritos de júbilo. La gloria del Líbano le ha sido dada, el
esplendor del Carmelo y del Sarón. Se verá la gloria de Yahveh, el esplendor de
nuestro Dios. 3 Fortaleced las manos
débiles, afianzad las rodillas
vacilantes. 4 Decid a los de corazón intranquilo
[otra traducción: pusilánime [1]]: ¡Animo, no temáis! Aquí está vuestro Dios,
llega la venganza, la retribución de Dios, él vendrá y os salvará. 5 Entonces se despegarán los ojos de los
ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. 6 Entonces saltará el cojo como
ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en
el desierto aguas, y torrentes en la estepa.
8 Habrá allí una senda y un camino, vía sacra se la llamará; no pasará
el impuro por ella, ni los necios por ella vagarán 10 Los redimidos de Yahveh
volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus
cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!
Santiago 5, 7-10: 7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la Venida del Señor. Mirad: el labrador
espera el fruto precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta recibir
las lluvias tempranas y las tardías. 8 Tened
también vosotros paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la Venida
del Señor está cerca. 9 No os quejéis, hermanos, unos de otros, para que no
seáis juzgados; mirad que el Juez está ya a la puerta. 10 Tomad, hermanos, como
modelos de una vida sufrida y paciente a los profetas, que hablaron en nombre
del Señor.
Salmo 145,6-7; 8-9; 10: 6 Del poder de tus portentos se hablará, y yo tus
grandezas contaré; 7 se hará memoria de tu inmensa bondad, se aclamará tu
justicia. 8 El Señor es clemente y compasivo, Lento a la ira y rico en misericordia. 9 El Señor es bueno con todos, y su misericordia se extiende a
todas sus obras. 10 Que todas tus obras
te den gracias, Señor, todas tus obras y tus fieles te
bendigan.
Mateo 11, 2-11: 2 En aquel tiempo, Juan, que había oído en
la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus
discípulos: 3 -«¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?» 4 Jesús les respondió: -«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo
y oyendo: 5 los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a
los pobres se les anuncia el Evangelio. 6 ¡Y dichoso el que no se
escandalice de mí!» 7 Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre
Juan: -«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el
viento? 8 ¿0 qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con
lujo habitan en los palacios. 9 Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un
profeta? Sí, os digo, y más que profeta; 10 él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante
ti." 11 Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que
él.»
v Cfr.
Juan Pablo II - Homilía en la parroquia de la Natividad de
Nuestro Señor (Roma) - 14 de diciembre
de 1980 - Tercer domingo de Adviento
Queridos hermanos y hermanas:
1. Me alegro por el hecho de que hoy puedo estar en
vuestra parroquia. Efectivamente, ya están muy cerca para nosotros las fiestas
de la Navidad del Señor, y vuestra parroquia está dedicada precisamente
a la Natividad. Por eso el período del Adviento se vive en
vuestra comunidad de modo particularmente profundo, y me alegro porque puedo
participar hoy en este modo vuestro de vivir el Adviento.
(…)
v Una
pregunta de los discípulos de San Juan Bautista y la respuesta del Señor
remitiéndose a sus obras.
2. "¿Eres tú el que
ha de venir o tenemos que esperar a otro?" (Mt 11, 3).
Hoy, III domingo de Adviento, la Iglesia repite la pregunta
que fue hecha por primera vez a Cristo por los discípulos de Juan Bautista:
¿Eres tú el que ha de venir?
Así preguntaron los discípulos de aquel que dedicó toda su
misión a preparar la venida del Mesías, los discípulos de aquel que "amó y
preparó la venida del Señor" hasta la cárcel y hasta la muerte. Ahora
sabemos que, cuando sus discípulos presentan esta pregunta a Jesús, Juan
Bautista se encuentra ya en la cárcel, de la que no podrá salir más.
Y Jesús responde, remitiéndose a sus obras y a sus palabras
y, a la vez, a la profecía mesiánica de Isaías: "Los ciegos ven y los
inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia... Id a anunciar a
Juan lo que estáis viendo y oyendo" (Mt 11, 5. 4).
En el centro mismo de la liturgia del Adviento nos encontramos, pues, esta pregunta dirigida
a Cristo y su respuesta mesiánica.
v Nosotros
podemos hacer siempre de nuevo esa pregunta
o
¿Eres tú el que me explicará
el sentido el sentido de mi existencia?
§ ¿Quién es para mí Jesucristo? ¿Para mis pensamientos, para mi corazón, para mi actuación?
¿Doy testimonio de Él, al
menos ante los que están más cercanos a mí en la casa paterna, en el ambiente
de trabajo, de la universidad o de la escuela, en toda mi vida y en mi
conducta?
Aunque esta pregunta se haya hecho una sola vez, sin
embargo nosotros la podemos hacer siempre de nuevo. Debe ser
hecha. ¡Y en realidad se hace!
El hombre plantea la pregunta en torno a Cristo. Diversos
hombres, desde diversas partes del mundo, desde países y continentes, desde
diversas culturas y civilizaciones, plantean la pregunta en torno a Cristo. En
este mundo, en el que tanto se ha hecho y se hace siempre para cercar a Cristo
con la conjura del silencio, para negar su existencia y misión, o para
disminuirlas y deformarlas, retorna siempre de nuevo la pregunta en
torno a Cristo. Retorna también cuando puede parecer que ya se ha
extirpado esencialmente.
El hombre pregunta: ¿Eres tú, Cristo, el que ha de
venir? ¿Eres tú el que me explicará el sentido definitivo de mi
humanidad? ¿El sentido de mi existencia? ¿Eres tú el que me ayudará a plantear
y a construir mi vida de hombre desde sus fundamentos?
Así preguntan los hombres, y Cristo constantemente responde. Responde
como respondió ya a los discípulos de Juan Bautista. Esta pregunta en torno a
Cristo es la pregunta de Adviento, y es necesario que nosotros la hagamos
dentro de nuestra comunidad cristiana. Hela aquí:
¿Quién
es para mi Jesucristo?
¿Quién
es realmente para mis pensamientos, para mi corazón, para mi actuación? ¿Cómo
conozco yo, que soy cristiano y creo en El, y cómo trato de conocer al que
confieso? ¿Hablo de El a los otros? ¿Doy testimonio de El, al menos ante los
que están más cercanos a mí en la casa paterna, en el ambiente de trabajo, de
la universidad o de la escuela, en toda mi vida y en mi conducta? Esta es
precisamente la pregunta de Adviento, y es preciso que, basándonos en ella, nos
hagamos las referidas, ulteriores preguntas, para que profundicen en nuestra
conciencia cristiana y nos preparen así a la venida del Señor.
v Hay
diversos Advientos
o
Para el niño inocente, para
los padres, para los hombres dedicados a múltiples formas de trabajo, para los
ancianos, para los enfermos, ancianos abandonados …
3. El Adviento retorna cada año, y cada año se
desarrolla en el arco de cuatro semanas, cediendo luego el lugar a la alegría
de la Santa Navidad.
Hay, pues, diversos Advientos:
Está el adviento del niño inocente y el adviento de la
juventud inquieta (frecuentemente crítica); está el adviento de los novios;
está el adviento de los esposos, de los padres, de los hombres dedicados a
múltiples formas de trabajo y de responsabilidad con frecuencia grave.
Finalmente están los advientos de los hombres ancianos, enfermos, de los que
sufren, de los abandonados. Este año está el adviento de nuestros compatriotas
víctimas de la calamidad del terremoto y que han quedado sin casa.
v "Hermanos,
tened paciencia, hasta la venida del Señor”
o
Nuestros corazones deben
parecerse a la espera de la recolección.
§ El labrador aguarda el fruto de la tierra durante todo un año o
durante algunos meses.
En cambio la mies de la vida humana se
espera durante toda la vida.
La mies de la vida humana espera el momento en el que
aparecerá en toda la
verdad ante Dios y ante Cristo,
que es juez de nuestras almas.
Hay diversos advientos. Se repiten cada año, y
todos se orientan hacia una dirección única. Todos nos preparan a la
misma realidad. Hoy, en la segunda lectura litúrgica, escuchamos lo que escribe
el Apóstol Santiago: "Hermanos, tened paciencia, hasta la venida del
Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras
recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos
firmes, porque la venida del Señor está cerca". Y añade inmediatamente
después: "Mirad que el juez está ya a la puerta'' (5, 7-9).
Precisamente este reflejo deben tener tales advientos
en nuestros corazones. Deben parecerse a la espera de la recolección.
El labrador aguarda el fruto de la tierra durante todo un año o durante algunos
meses. En cambio, la mies de la vida humana se espera durante toda la vida. Y
todo adviento es importante. La mies de la tierra se recoge cuando está madura,
para utilizarla en satisfacer las necesidades del hombre. La mies de la
vida humana espera el momento en el que aparecerá en toda la verdad
ante Dios y ante Cristo, que es juez de nuestras almas.
La venida de Cristo, la venida de Cristo en Belén anuncia
también este juicio. ¡Ella dice al hombre por qué le es dado
madurar en el curso de todos estos advientos, de los que se compone su vida en
la tierra, y cómo debe madurar él!
En el Evangelio de hoy Cristo, ante las muchedumbres
reunidas, da el siguiente juicio sobre Juan Bautista: "Os
aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque
el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él" (Mt 11,
11). Mi deseo es que nosotros, queridos hermanos y hermanas, podamos ver el
momento en que escuchemos palabras semejantes de nuestro Redentor, como la
verdad definitiva sobre nuestra vida.
4. Estoy meditando sobre este mensaje de Adviento, unido a la
liturgia de este domingo, juntamente con vosotros, queridos feligreses de la
comunidad dedicada a la Natividad del Señor.
Por tanto, es necesario que cada uno lo considere como
dirigido a él mismo y es necesario también que todos lo
acojáis en vuestra comunidad.
Efectivamente, la parroquia existe para que los hombres
bautizados en la comunidad, esto es, completándose y ayudándose recíprocamente, se
preparen a la venida del Señor.
o
La vida en actitud de fe más viva,
ante la cotidiana, constante, venida de Cristo en nuestra vida.
§ La vida sacramental, cuando está iluminada por un paralelo y
profundo anuncio de Cristo, es el camino más expedito para ir al encuentro de Él.
En la oración y, ante todo, en la participación
en la Santa Misa dominical nos encontramos precisamente con El.
Pensándolo bien, esta participación es la renovación, cada semana, de la
conciencia de la "venida del Señor".
A este
propósito quisiera preguntar: ¿Cómo se desarrolla y cómo debería
desarrollarse en la comunidad esta preparación a la venida del
Señor? La respuesta podría ser doble: desde un punto de vista
inmediato, se puede decir que esta preparación se realiza siguiendo "en
sintonía" la acción pedagógica de la Iglesia en el presente, típico
período del Adviento: esto es, acogiendo la renovada invitación a la conversión
y meditando el eterno misterio del Hijo de Dios que, encarnándose en el seno
purísimo de María, nació en Belén. Pero, desde un punto de vista más amplio, no
se trata sólo del Adviento de este año, o de la Navidad, para vivir en actitud
de fe más viva; se trata también de la cotidiana, constante venida de Cristo en
nuestra vida, gracias a una presencia que se alimenta con la catequesis y,
sobre todo, con la participación litúrgico-sacramental.
Sé que
en vuestra parroquia ésta es una de las líneas pastorales fundamentales: efectivamente,
se da la catequesis sistemática y permanente, según las diversas edades, y se
dedica una atención especial a la sagrada liturgia. En realidad, la vida
sacramental, cuando está iluminada por un paralelo y profundo anuncio de
Cristo, es el camino más expedito para ir al encuentro de El. En la oración y,
ante todo, en la participación en la Santa Misa dominical nos
encontramos precisamente con El. Pensándolo bien, esta participación es la
renovación, cada semana, de la conciencia de la "venida del Señor".
Si ella faltase, se disiparía esta conciencia, se debilitaría y pronto se
destruiría. Por esto quiero dirigir la exhortación del Concilio acerca del
permanente valor del domingo como "fiesta" primordial que se debe
inculcar a la piedad de tos fieles, "a fin de que se reúnan en asamblea
para escuchar la Palabra de Dios y participar en la Eucaristía" (cf. Sacrosanctum Concilium, 106).
Pero —
como bien sabemos — Cristo viene a nosotros también en las personas de los
hermanos, especialmente de los más pobres, de los marginados y de los alejados.
También a este respecto sé que vuestra comunidad está comprometida según una
línea pastoral, que configura una opción precisa y valiente. Sé, por ejemplo,
que son muchas las Asociaciones y los grupos eclesiales que practican la
acogida evangélica como "una sincera atención para todos los males, las
tristezas y las esperanzas del hombre de hoy" (cf. Relazione
pastorale, pág. 2): bajo la coordinación del consejo pastoral, esta
solicitud florece en numerosas obras de asistencia, de promoción y de caridad.
Deseo
expresaros públicamente mi aprecio y también mi gratitud por cuanto hacéis en
favor de los ancianos, de los jóvenes en dificultad, de los enfermos, de las
familias necesitadas, como por el interés y la ayuda que ofrecéis a la misión
de Matany en Uganda.
5. Y ahora permitidme que
termine esta meditación sobre el Adviento con las palabras que sugiere el
Profeta Isaías: "Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a
vuestro Dios ... El os salvará" (Is 35, 3-4).
Que
nunca falte en vuestra vida, queridos feligreses de la parroquia de la
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, esta esperanza que su venida deposita en
el corazón de cada hombre y en la que lo confirma saludablemente.
Vida Cristiana
[1] Pusilánime: se dice de quien muestra poco ánimo, poco valor para emprender acciones, o para
enfrentarse a peligros o dificultades.
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