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Ø Segundo
domingo después de Navidad (5 de enero de 2010). Acoger/recibir al Señor. La
búsqueda
del
rostro del Señor. Resumen con textos de la Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” de
Juan Pablo II (6 de enero de 2001), propuesta como programa para el tercer Milenio.
ACOGER/RECIBIR A JESÚS:
LA BÚSQUEDA DEL ROSTRO DEL SEÑOR
Un programa para el Tercer Milenio
-
Juan 1, 35-39: 35 Al día siguiente, estaba Juan con dos
de sus discípulos y, 36 fijándose en
Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». 37 Los
dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió y,
al ver que lo seguían, les pregunta: « ¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». 39 Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde
vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Algunos textos de la Carta Apostólica “Novo Millennio
Ineunte” de Juan Pablo II (6 de enero de 2001),
al concluir el año 2000, que calificó él mismo como “programa para el
tercer Milenio”. En concreto, se recogen
textos en los que se habla del “rostro del Señor”.
Al comienzo del nuevo milenio,
mientras se cierra el Gran Jubileo
en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús
y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino ….
(Inicio del documento: n. 1)
v 1. Ven,
Señor Jesús
1. (…) La alegría
de la Iglesia, que se ha dedicado a contemplar el rostro de su Esposo y Señor,
ha sido grande este año. Se ha convertido, más que nunca, en pueblo peregrino,
guiado por Aquél que es « el gran Pastor de las ovejas » (Heb 13,20). (…)
A él, meta de la historia y único
Salvador del mundo, la Iglesia y el Espíritu Santo han elevado su voz: «
Marana tha - Ven, Señor Jesús » (cf. Ap 22,17.20; 1
Co 16,22).
La plenitud de los tiempos
5. (…) Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es
el sentido y la meta última. En efecto, es por medio él, Verbo e imagen del
Padre, que « todo se hizo » (Jn 1,3; cf. Col 1,15).
Su encarnación, culminada en el misterio pascual y en el don del Espíritu, es
el eje del tiempo, la hora misteriosa en la cual el Reino de Dios se ha hecho
cercano (cf. Mc 1,15), más aún, ha puesto sus raíces, como una
semilla destinada a convertirse en un gran árbol (cf. Mc 4,30-32),
en nuestra historia. (…)
v 2. Un
rostro para contemplar
o
El testimonio de los
Evangelios
16. « Queremos ver a Jesús » (Jn 12,21). Esta petición,
hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para
la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos
en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres
de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de
hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no
es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la
historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo
milenio?
Nuestro testimonio sería, además,
enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. (…)
17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo
en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el
final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo
Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo
afirma con vigor: « Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo » [8]. Teniendo como fundamento la Escritura,
nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15,26), que es el
origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los
Apóstoles (cf. ibíd., 27), que tuvieron la experiencia
viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con
sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1 Jn 1,1). (…)
8. «Ignoratio enim Scripturarum
ignoratio Christi est »: Comm. in Is., Prol.: PL 24,
17.
23. « Señor, busco tu rostro » (Sal 2726,8). El
antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente
más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido
verdaderamente y ha hecho « brillar su rostro sobre nosotros » (Sal 6766,3).
(…)
El rostro doliente (n,25); el rostro del
resucitado (n. 28) (…)
3. Caminar desde Cristo
v Una
certeza
29. « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo » (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas,
ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en
nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar
un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además,
la fuerza inspiradora de nuestro camino. (…)
No se trata, pues, de inventar un nuevo
programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y
la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que
conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con
él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un
programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta
del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz.
Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio. (…)
4. Algunas prioridades
pastorales
- La santidad (nn. 30 ss); la oración (nn. 32 ss); la Eucaristía dominical
(nn. 35 ss); el sacramento de la Reconciliación n. 37); primacía de la gracia
n. 38); Escucha de la Palabra n. 39); (Anuncio de la Palabra n. 40).
5. La inspiración en el
mandamiento nuevo
42. « En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros » (Jn 13,35).
Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, queridos hermanos y
hermanas, nuestra programación pastoral se inspirará en el « mandamiento nuevo
» que él nos dio: « Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los
unos a los otros » (Jn 13,34). (…)
6. Atención especial a la pastoral de la familia
47. Una atención especial se ha de prestar también a la pastoral
de la familia, especialmente necesaria un momento histórico como el
presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de
esta institución fundamental. En la visión cristiana del matrimonio, la
relación entre un hombre y una mujer —relación recíproca y total, única e
indisoluble— responde al proyecto primitivo de Dios, ofuscado en la historia
por la « dureza de corazón », pero que Cristo ha venido a restaurar en su
esplendor originario, revelando lo que Dios ha querido « desde el principio »
(cf. Mt 19,8). En el matrimonio, elevado a la dignidad de
Sacramento, se expresa además el « gran misterio » del amor esponsal de Cristo
a su Iglesia (cf. Ef 5,32). (…)
En este punto la Iglesia no puede ceder a
las presiones de una cierta cultura, aunque sea muy extendida y a veces «
militante ». Conviene más bien procurar que, mediante una educación evangélica
cada vez más completa, las familias cristianas ofrezcan un ejemplo convincente
de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al
proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto la
de los cónyuges como, sobre todo, la de los más frágiles que son los hijos. Las
familias mismas deben ser cada vez más conscientes de la atención debida a los
hijos y hacerse promotores de una eficaz presencia eclesial y social para
tutelar sus derechos. (…)
7. El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a
ponernos en camino
58. (…) El Cristo
contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: « Id
pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo » (Mt 28,19). El mandato
misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo
entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar
con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos
empuja hoy a partir animados por la esperanza « que no defrauda » (Rm 5,5).
(…)
59. (…) Que
Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer
como a los discípulos de Emaús « al partir el pan » (Lc 24,30), nos
encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia
nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: « ¡Hemos visto al Señor! » (Jn 20,25).
(…)
Vida Cristiana
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