[Chiesa/Omelie1/Madonna/Mater1ºGennaio/20PlenitudTiemposGálatasMeditaciónBendiciónDios]
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1
de enero de 2020). a) Segunda Lectura. La plenitud de los tiempos: la
venida del Señor. Los cristianos queremos tomar conciencia de la importancia
del tiempo: el deber de santificarlo. b) Primera Lectura: pedimos la bendición
de Dios para el año que comienza. Que Dios nos muestre su rostro y nos conceda
la paz. c) Evangelio. María guardaba todas estas cosas ponderándolas [o meditándolas]
en su corazón. El valor y la necesidad de la meditación, para comprender el
porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el
Señor pide.
Números
6, 22-27: 22 Habló Yahveh
a Moisés y le dijo: 23 Habla a Aarón y a sus hijos y diles: «Así habéis de
bendecir a los israelitas. Les diréis:
24 Yahveh te bendiga y te guarde; 25 ilumine Yahveh su
rostro sobre ti y te sea propicio; 26 Yahveh te muestre su rostro
y te conceda la paz.» 27 Que
invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.»
Gálatas
4, 4-7: 4 Pero, al llegar la plenitud
de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, 5
para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la
filiación adoptiva. 6 La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! 7 De modo
que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de
Dios.
Lucas
2, 16-21: 16 Y vinieron presurosos y encontraron a María y a José, y al niño
acostado en el pesebre. 17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho
acerca de aquel niño; 18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que
los pastores les decían. 19 María
guardaba todas estas cosas ponderándolas [o meditándolas] en su corazón. 20
Los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
oído y visto, según les fue dicho. 21 Cuando se cumplieron los ocho días para
circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel
antes de que fuera concebido en el seno materno.
a) Segunda Lectura. Al llegar
la plenitud de los tiempos:
la venida del Señor.
Los cristianos queremos
tomar conciencia
de la importancia del
tiempo: el deber de santificarlo.
“En el tiempo se decide el
destino eterno de cada hombre
y de toda la humanidad” (San Juan Pablo II,
Homilia, 25 de octubre de 2002).
v
La plenitud de los tiempos: la llegada de Cristo
en la Encarnación
·
Biblia de
Jerusalén: [Gal 4,4] Pero al llegar la plenitud de los tiempos: Expresión que designa la
llegada de los tiempos mesiánicos o escatológicos que
dan cumplimiento a una larga espera de siglos, como algo que colma finalmente
una medida (cf. Marcos 1,15, Hechos 1,7+, Romanos 13,11+, 1 Corintios 10,11, 2 Corintios
6,2+, Efesios 1,10, Hebreos 1,2, Hebreos 9,26, 1 Pedro 1,20).
o
En el cristianismo el tiempo tiene una
importancia fundamental.
§ En
su interior se crea el mundo y se desarrolla la historia de la salvación.
El deber de santificarlo
·
Juan Pablo II,
Tertio millenio adveniente, 10: “En el cristianismo el tiempo tiene una importancia
fundamental Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su
interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la «
plenitud de los tiempos » de la Encarnación y su término en el retorno glorioso
del Hijo de Dios al final de los tiempos. En
Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que
en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los « últimos tiempos
» (cf. Hb 1, 2), la « última hora »
(cf. 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo
de la Iglesia que durará hasta la Parusía. De esta relación de Dios con el
tiempo nace el deber de santificarlo.”
o
La santificación del tiempo es lo que da unidad
a nuestra vida.
·
Esta conciencia de santificar el tiempo es lo que da
unidad a nuestra vida, a nuestra existencia, que, de
por sí, frecuentemente sería caótica, con dispersión, sin unidad de
vida.
o El tiempo no es ajeno a Dios. El
examen de conciencia. Dar gracias y pedir perdón a Dios.
Francisco, 31 de diciembre de 2014
La
Palabra de Dios nos introduce hoy, de modo especial, en el significado del
tiempo, al comprender que el tiempo no es una realidad ajena a Dios,
sencillamente porque Él quiso revelarse y salvarnos en la historia, en el
tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es el clima de la epifanía
de Dios, o sea de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto.
En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.
La
liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: «Hijos míos, es la
última hora» (1 Jn 2, 18), y la de san Pablo que nos habla de la
«plenitud del tiempo» (Gal 4, 4). Así, pues, el día de hoy nos
manifiesta cómo el tiempo que ha sido —por decirlo así— «tocado» por Cristo, el
Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y
sorprendentes: se ha convertido en el «tiempo salvífico», es decir, el tiempo
definitivo de salvación y de gracia.
Y
todo esto nos induce a pensar en el final del camino de la vida, en el final de
nuestro camino. Hubo un inicio y habrá un final, «un tiempo de nacer y un
tiempo de morir» (Ecl 3, 2). Con esta verdad, muy sencilla y
fundamental e igualmente descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos
enseña a concluir el año y también nuestras jornadas con un examen de
conciencia, a través del cual recorremos lo sucedido; damos gracias al Señor
por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido realizar y, al mismo
tiempo, pensamos en nuestras faltas y nuestros pecados. Dar gracias y pedir
perdón.
Es
lo que hacemos también hoy al término de un año. Alabamos al Señor con el himno
del Te
Deum y, al mismo tiempo, le pedimos perdón. La actitud del
agradecimiento nos dispone a la humildad, a reconocer y acoger los dones del
Señor.
b) Primera Lectura: pedimos
la bendición de Dios.
Que Dios nos muestre su
rostro y nos conceda la paz.
v
Primera Lectura. Pedimos la bendición del Señor
para el nuevo año.
o
Pedimos al Señor que bendiga el nuevo año: sólo
Él puede tocar profundamente el alma humana y asegurarnos esperanza y paz.
§ Rezamos
a fin de que la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores la noche de
Navidad, llegue a todos los rincones del mundo
Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la
Misa en la Solemnidad de Santa María Madre de
Dios, 1 de enero
de 2011.
·
La primera
lectura nos presenta la solemne bendición que pronunciaban los sacerdotes sobre
los
israelitas
en las grandes fiestas religiosas: está marcada precisamente por el nombre del
Señor, que se repite tres veces, como para expresar la plenitud y la fuerza que
deriva de esa invocación. En efecto, este texto de bendición litúrgica evoca la
riqueza de gracia y de paz que Dios da al hombre, con una disposición benévola
respecto a éste, y que se manifiesta con el «resplandecer» del rostro divino y
el «dirigirlo» hacia nosotros.
La Iglesia vuelve
a escuchar hoy estas palabras, mientras pide al Señor que bendiga el nuevo año
que acaba de comenzar, con la conciencia de que, ante los trágicos
acontecimientos que marcan la historia, ante las lógicas de guerra que
lamentablemente todavía no se han superado totalmente, sólo Dios puede tocar
profundamente el alma humana y asegurar esperanza y paz a la humanidad. De
hecho, ya es una tradición consolidada que en el primer día del año la Iglesia,
presente en todo el mundo, eleve una oración coral para invocar la paz. Es
bueno iniciar emprendiendo decididamente la senda de la paz. Hoy, queremos
recoger el grito de tantos hombres, mujeres, niños y ancianos víctimas de la
guerra, que es el rostro más horrendo y violento de la historia. Hoy rezamos a
fin de que la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores la noche de
Navidad, llegue a todos los rincones del mundo: «Super terram pax in hominibus
bonae voluntatis» (Lc 2, 14). Por esto, especialmente con nuestra
oración, queremos ayudar a todo hombre y a todo pueblo, en particular a cuantos
tienen responsabilidades de gobierno, a avanzar de modo cada vez más decidido
por el camino de la paz.
o
La antigua tradición judía de la bendición (cf.
Números 6, 22-27): los sacerdotes de Israel bendecían al pueblo "invocando
sobre él el nombre" del Señor.
§ Para
poder avanzar por el camino de la paz, los hombres y los pueblos necesitan ser
iluminados por el "rostro" de Dios y ser bendecidos por su
"nombre". Esto se realizó definitivamente con la Encarnación: la venida del Hijo.
Benedicto
XVI, Homilía en la
Solemnidad de Santa María, Madre de
Dios, 42
Jornada Mundial de la Paz ,
1 de enero de 2009
Así
se realiza la antigua tradición judía de la bendición (cf. Números 6, 22-27):
los sacerdotes de Israel bendecían al pueblo "invocando sobre él el
nombre" del Señor. Con una fórmula ternaria —presente en la primera
lectura— el Nombre sagrado se invocaba tres veces sobre los fieles, como
auspicio de gracia y de paz. Esta antigua costumbre nos lleva a una realidad
esencial: para poder avanzar por el camino de la paz, los hombres y los pueblos
necesitan ser iluminados por el "rostro" de Dios y ser bendecidos por
su "nombre". Precisamente esto se realizó de forma definitiva con la Encarnación : la venida
del Hijo de Dios en nuestra carne y en la historia ha traído una bendición
irrevocable, una luz que ya no se apaga nunca y ofrece a los creyentes y a los
hombres de buena voluntad la posibilidad de construir la civilización del amor
y de la paz.
§ La
historia terrena de Jesús, inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de
llevar a cabo una "revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia
de Cristo. Esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica,
sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos,
evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de
la responsabilidad en las conciencias.
El
concilio Vaticano II dijo, a este respecto, que "el Hijo de Dios, con su
encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et
spes, 22). Esta unión ha confirmado el plan original de una humanidad creada a
"imagen y semejanza" de Dios. En realidad, el Verbo encarnado es la
única imagen perfecta y consustancial del Dios invisible. Jesucristo es el
hombre perfecto. "En él —afirma asimismo el Concilio— la naturaleza humana
ha sido asumida (...); por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una
dignidad sublime" (ib.). Por esto, la historia terrena de Jesús, que
culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró
realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una
"revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta
revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por
eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo
y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en
las conciencias.
[o meditándolas] en su corazón.
El valor y la necesidad de
la meditación,
para comprender el porqué
y el cómo de la vida cristiana
para adherirse y responder
a lo que el Señor pide.
v
La meditación: es el descubrimiento de una
unidad
o
El descubrimiento de ese «algo
santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada
uno descubrir»
·
Dicen los filólogos que la palabra griega usada para
hablarnos de esta ponderación, o «meditación»
significa literalmente «reunir,
juntar»: encontrar, o descubrir una unidad, componer. Que es lo que se hace
cuando se reflexiona o, en la vida cristiana, cuando, con la gracia de Dios meditamos;
con nuestra meditación, los cristianos, los hijos de Dios buscamos, con su
gracia, huir de la superficialidad de los hechos y de las cosas, para encontrar
la trama, el argumento, el designio de Dios, su voluntad, su providencia.
·
Es el descubrimiento de ese «algo santo, divino, escondido
en las situaciones más comunes, que toca
·
«Componer
las piezas»: es reconducir a la
unidad un proyecto. Para ello hay que confrontar las propias
experiencias con el designio de Dios. Iluminar con la oración las
propias experiencias. Buscar atentamente la verdad.
v
La meditación es una búsqueda para comprender
el porqué y el cómo, para adherir a lo
que el Señor pide.
·
En el Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 2705, se nos dice: «La meditación es, sobre todo,
una
búsqueda. El espíritu trata de
comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder
a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar.
Habitualmente se hace con la ayuda de algún libro, que a los cristianos no les
falta: las Sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes
sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, los escritos de los
Padres espirituales, las obras de espiritualidad, el gran libro de la creación
y el de la historia, la página del «hoy» de Dios».
v
La fe trata de comprender en quien hemos
puesto la fe.
·
Catecismo … n. 158: «La fe trata de comprender» (S. Anselmo, prosl. proem.): es
inherente a la fe
que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe,
y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante
suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de
la fe abre «los ojos del corazón» (Ef 1, 18) para una inteligencia viva de los
contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su
conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, «para que la inteligencia de la
Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente
la fe por medio de sus dones» (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín,
«creo para comprender y comprendo para creer mejor» (DV 5 Serm. 43, 7, 9).
v
Meditamos preferentemente sobre los misterios de
Cristo
·
cfr. Catecismo
.... n. 2708. La meditación u oración
cristiana “se aplica preferentemente a meditar
«los misterios de Cristo»”
... y va aún más lejos: “hacia el
conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él”.
v
El Evangelio es el texto mejor sobre el que
meditar
·
n. 127: El Evangelio
cuatriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la
veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que
ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:
No hay ninguna doctrina que
sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio.
Ved
y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus
palabras y realizado mediante sus obras (Sta. Cesárea la Joven,
Rich).
Es
sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo
lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces,
sentidos escondidos y misteriosos (Sta. Teresa del Niño
Jesús, ms. auto. A 83v).
v
La meditación de María. “Guardaba todas estas cosas y las meditaba en
su corazón”
o
Toda madre tiene la misma conciencia del
comienzo de una nueva vida en ella. La
historia de cada hombre está escrita, ante todo, en el corazón de la propia
madre.
Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, 1 de
enero de 2000
María
concibió por obra del Espíritu Santo. Como toda madre, llevó en su seno a ese
Hijo, de quien sólo ella sabía que era el Hijo unigénito de Dios. Lo dio a luz
en la noche de Belén. Así, comenzó la vida terrena del Hijo de Dios y su misión
de salvación en la historia del mundo.
"María
(...) guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".
¿Qué tiene de sorprendente que la Madre de Dios recordara todo eso de modo singular, más aún, de modo único? Toda madre tiene la misma conciencia del comienzo de una nueva vida en ella. La historia de cada hombre está escrita, ante todo, en el corazón de la propia madre. No debe sorprendernos que haya sucedido lo mismo en la vida terrena del Hijo de Dios.
¿Qué tiene de sorprendente que la Madre de Dios recordara todo eso de modo singular, más aún, de modo único? Toda madre tiene la misma conciencia del comienzo de una nueva vida en ella. La historia de cada hombre está escrita, ante todo, en el corazón de la propia madre. No debe sorprendernos que haya sucedido lo mismo en la vida terrena del Hijo de Dios.
"María
(...) guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".
Hoy, primer día del año nuevo, en el umbral de un nuevo año, de este nuevo milenio, la Iglesia recuerda esa experiencia interior de la Madre de Dios. Lo hace no sólo volviendo a reflexionar en los acontecimientos de Belén, Nazaret y Jerusalén, es decir, en las diversas etapas de la existencia terrena del Redentor, sino también considerando todo lo que su vida, su muerte y su resurrección han suscitado en la historia del hombre.
Hoy, primer día del año nuevo, en el umbral de un nuevo año, de este nuevo milenio, la Iglesia recuerda esa experiencia interior de la Madre de Dios. Lo hace no sólo volviendo a reflexionar en los acontecimientos de Belén, Nazaret y Jerusalén, es decir, en las diversas etapas de la existencia terrena del Redentor, sino también considerando todo lo que su vida, su muerte y su resurrección han suscitado en la historia del hombre.
María
estuvo presente con los Apóstoles el día de Pentecostés; participó directamente
en el nacimiento de la Iglesia. Desde entonces, su maternidad acompaña la
historia de la humanidad redimida, el camino de la gran familia humana,
destinataria de la obra de la redención.
v
La meditación de María: Ella conoce hasta en lo
más profundo todos los acontecimientos y fiestas que nosotros celebramos a lo largo del Año
Litúrgico
o
Poner el año bajo la protección de su maternidad significa
implorar de ella una comprensión continua para un constante seguimiento de Jesús.
·
“María conservaba todo en su corazón (Lucas 2 ,19).
Estas sencillas palabras del
evangelio, repetidas
dos veces (Lc 2,19.51),
muestran que la Santísima Virgen es la
fuente inagotable de la memoria y de la interpretación para toda la Iglesia. Ella conoce hasta en lo más profundo
todos los acontecimientos y fiestas que
nosotros celebramos a lo largo del Año Litúrgico. Este es también el
sentido del rosario: los misterios de
Cristo deben contemplarse y venerarse con los ojos y el corazón de María
para poder entenderlos en toda su
amplitud y profundidad, en la medida que esto nos es posible. La veneración y la festividad del corazón de
María no tienen nada de sentimental, sino que
conducen a esa fuente inagotable de comprensión de todos los misterios
salvíficos de Dios, que afectan a todo
el mundo y a cada uno de nosotros en particular. Poner el año bajo la protección de su maternidad significa
implorar de ella, como hermanos y hermanas de Jesús que somos, y por tanto como hijos de María,
una comprensión continua para un constante
seguimiento de Jesús. Como la Iglesia, de la que ella es la célula
primigenia, María nos bendice no en su
propio nombre, sino en el nombre de su Hijo, que a su vez nos bendice en el nombre del Padre y del Espíritu Santo [2].
Vida Cristiana
[1] Amar el mundo apasionadamente, Conversaciones con Mons. Escrivá de
Balaguer, 114
[2] Hans
urs von Balthasar, Luz de la Palabra,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones Encuentro, Madrid-1994.
pág. 27 ss.
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