¡Qué sencillo y qué difícil nos lo has puesto, Señor!
¡Es sólo cuestión de amor!
“A nadie le debáis nada, más que amor”.
Yo pensé: tengo que reprender a mi hermano. Y tú me dijiste: no lo hagas si no es deuda de amor.
Yo pensé: tengo que recordar a todos los sagrados preceptos de la ley de Dios. Y tú me dijiste: no olvides que “el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”.
Yo pensé: no puedo dejar de recordar los principios sobre los que todo se sostiene, las líneas rojas que nadie debiera traspasar, los dogmas que todos debieran profesar. Y tú me dijiste: Todo se sostiene sobre el amor; el amor todo lo traspasa, todo lo trasciende, todo lo sana, todo lo crea, todo lo recrea, todo lo abraza, todo lo redime, todo lo reconcilia y lo diviniza; en el amor se encierran toda la ley y los profetas.
Yo pensé…
Y tú me dijiste: cree.
“Dios es amor”: créelo.
“Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo”: créelo.
“Dios nos ha confiado la palabra de la reconciliación”: créelo.
Dios nos ha puesto de atalaya en los caminos de la humanidad, para que le demos la alarma de parte del Amor.
Hoy comulgamos con Cristo, con el amor extremo de Dios, para amar hasta el extremo a nuestros hermanos.
Feliz comunión con el amor de Dios. Quedamos con todos en deuda de amor.
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