Puede que no sean muchos los cristianos que, participando en la eucaristía dominical, se reconozcan miembros de una comunidad de discípulos de Jesús, convocada a un encuentro con su Señor, con su Maestro, para comulgar con él, escuchando su palabra, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre.
Pero eso es lo que se espera que vivamos en cada eucaristía: que aprendamos a Cristo escuchando, que lo aprendamos viendo, que lo aprendamos comulgando.
Esto es lo que hoy podremos escuchar: “No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”; “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
El sabio lo había dicho a su manera: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.
Y el salmista lo había cantado: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”.
Nosotros lo hemos escuchado y lo hemos aprendido; pero nos conviene también verlo, por si el ejemplo nos ayuda a pasar del pensamiento a la acción.
Y el mismo Jesús nos deja un ejemplo en la parábola de aquel rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados.
Pero tú, Iglesia discípula, sabes que, más que la parábola, el ejemplo para todos es Jesús mismo, su vida entera: En Jesús, Dios andaba reconciliando consigo al mundo. En Jesús Dios andaba sanando lisiados, cojos, paralíticos, ciegos, sordos, leprosos. En Jesús Dios andaba perdonando a prostitutas y a ladrones, a discípulos cobardes, también a quienes no lo habían recibido, a quienes lo rechazaron, lo juzgaron, lo condenaron, lo crucificaron… En Jesús, Dios bajó entre los necesitados de misericordia y de perdón, los buscó, se compadeció de ellos, comió con ellos, se hizo impuro por ellos, bajó hasta el infierno para que ellos, creyendo, pudieran entrar limpios en el banquete de Dios.
Pero tú no eres sólo Iglesia discípula que escucha palabras de sabiduría divina y contempla ejemplos admirables de divino abajamiento; tú eres también Iglesia cuerpo de Cristo, que comes lo que has escuchado y contemplado, te haces una con ese Dios manchado, Dios amigo de publicanos y pecadores, Dios comensal de hombres y mujeres que nadie tocaría sin correr a hacer una purificación ritual.
Hoy comulgas con Cristo Jesús para ser en el mundo evidencia de la presencia de un Dios manchado e impuro.
Hoy comulgas con Cristo Jesús para ser en el mundo presencia real de Cristo Jesús y ser así evidencia del amor que es Dios.
Escucha, contempla, comulga.
Feliz domingo.
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