viernes, 8 de diciembre de 2017

Domingo 2º de Adviento año B 10 de diciembre de 2017. Isaías 40, 1-5.9-11; Salmo 84; 2 Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8.



Ø 2º Domingo de Adviento Año B (2017). Importancia del inicio del evangelio de hoy: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». El Espíritu Santo tiene que madurar (purificar, aclarar, dar luz …) nuestra conciencia para que percibamos el significado de los nombres (Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor), y entender así mejor la Navidad, es decir, al Niño Dios. ¿Qué significa que Jesús es el Señor de nuestra vida? Importancia de madurar la propia conciencia, de convertirnos, para acoger en nuestras vidas a Jesús como Cristo, Hijo de Dios, Señor. ¿Con quién deseamos encontrarnos en nuestra vida diaria? Jesús: sus palabras y obras, sus señales y milagros.


v  Cfr. Domingo 2º de Adviento año B

10 de diciembre de 2017. Isaías 40, 1-5.9-11; Salmo 84; 2 Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8.

Isaías 40, 1-5.9-11: 1 Consolad, consolad a mi pueblo - dice vuestro Dios. 2. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que se ha cumplido su servidumbre y ha sido expiada su culpa, pues ha recibido de mano de Yahveh castigo doble por todos sus pecados. 3 Una voz clama: « En el desierto abrid camino a Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. 4 Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. 5 Se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá. Pues la boca de Yahveh ha hablado. 9 Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: « Ahí está vuestro Dios. » 10 Ahí viene el Señor Yahveh con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Ved que su salario le acompaña, y su paga le precede. 11 Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas.
2 Pedro 3, 8-14: 8 . Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. 9 No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. 10 . El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá. 11 Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, ¿cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, 12 esperando y acelerando la venida del Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? 13 Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia. 14 Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha.
Marcos 1, 1-8: 1 Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. 2 Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. 3 Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas, 4 apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. 5 Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6 Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. 7 Y proclamaba: « Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. 8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

 

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios (Marcos 1,1).
Significado de los nombres de Jesús
en el Catecismo de la Iglesia Católica:
Jesús, Cristo («Ungido», «Mesías»), Hijo de Dios, Señor.

1.    Vigilante espera. ¿Con quién deseamos encontrarnos en nuestra vida diaria?

v  Significado de cuatro nombres de Jesús, según el Catecismo de la Iglesia Católica. 


·         n. 452: El nombre de Jesús significa «Dios salva». El niño nacido de la Virgen María se llama
«Jesús» «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1, 21); «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4, 12).
«Jesús es el nombre propio del que es Dios y hombre, el cual significa Salvador, y no le fue impuesto casualmente ni por disposición humana, sino por consejo y mandato de Dios» (Catecismo Romano 1,3,5).

·         n. 453: El nombre de Cristo significa «Ungido», «Mesías». Jesús es el Cristo porque «Dios le
ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hechos 10, 38). Era «el que ha de venir» (Lucas 7, 19), el objeto de «la esperanza de Israel» (Hechos 28, 20).
La palabra Cristo proviene del latín «christus» y ésta del griego «jristós», que, a su vez, es una traducción del hebreo «mashíaj» (en español, «mesías»), que significa «ungido». La palabra ungido era el título o calificativo con el que los judíos se referían a sus sacerdotes, reyes y profetas, quienes por la unción se consagraban a su labor en el nombre de Dios. Los discípulos de Jesús de Nazaret, como tenían la certeza de que era el «mesías» prometido por las profecías judías, le aplicaron este título, llamándole Cristo Jesús o Jesucristo. Por la fe en él somos salvados.
Es importante la primera y  breve frase del inicio del evangelio de hoy: “comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios:”  Se ha escrito que Marcos expone las “credenciales” de Jesús.  El  Evangelista nos da el nombre del protagonista de su obra (Jesús), nos indica el título con el que quiere que sea reconocido (Cristo=Mesías), proclama su condición (Hijo de Dios) y declara expresamente que se trata de una «buena noticia», es decir, de un «feliz anuncio» (Evangelio).
Indica el título con el que ha de ser reconocido Jesús: es el Cristo, el Mesías. E indica su  condición: es el Hijo de Dios. Todo ello es una «buena noticia», «un feliz anuncio», «el Evangelio».

·         n. 454: El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su
Padre: Él es el Hijo único del Padre (Cf Juan 1, 14. 18; 3, 16. 18) y El mismo es Dios (Cf Juan 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (Cf Hechos 8, 37; 1 Juan 2, 23).   

·         n. 455: El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como
Señor es creer en su divinidad. «Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Corintios 12, 3).
            Vid. ¿Es Jesús «el Señor de mi vida?»: número 4, página 5.   

o   La confesión de fe de San Pedro

            Confesión de fe de San Pedro (Cf. Marcos 8, 27-30 y Mateo 16, 16): después de que los apóstoles le han dicho al Señor, ante una pregunta suya,  que  los hombres piensan que es Juan el Bautista, o Elías, o alguno de los profetas, Pedro declara: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
            “El Señor pregunta a sus Apóstoles qué es lo que los hombres opinan de Él, y en lo que coinciden sus respuestas reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana. Pero cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, el primero en confesar al Señor es aquel que también es primero en la dignidad apostólica” (San León Magno, Sermo 4 in anniversario ordinationis suae 2-3).

o   La confesión de fe de San Pablo

            b) San Pablo: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús” ( 2 Corintios 4,5).
Con esa confesión de fe acerca de Jesús de Nazaret, nació y se desarrolló la fe cristiana, es decir, alrededor de la certeza de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Por ejemplo el centurión romano que estuvo presente en la muerte de Jesús, al que se podría calificar como “creyente pagano”: “El centurión, que estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo: «En verdad este hombre era Hijo de Dios»” (Marcos 15, 39).

¡ La madurez de la conciencia !

2.    La preparación para la celebración de la Navidad: debe madurar nuestra

conciencia acerca de quién es el Niño Jesús: el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor. Es el Espíritu Santo quien madura la conciencia en este sentido.


v  Para encontrarnos con el Señor es necesario percibir de modo correcto su presencia.

o   Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.

§  El Señor no tarda en cumplir su promesa, como piensan algunos, sino que espera con paciencia por amor de nosotros.
·         Para encontrarnos con  el Señor es necesario percibir de modo correcto su presencia. Es
necesario que madure nuestra conciencia, donde se perciben las realidades. Algunas indicaciones tenemos en la liturgia de hoy para entender al Señor:  
a) el tiempo del Señor es diverso del nuestro: “un día delante del Señor es como mil años, y mil años como un día” (2 Lectura, de la 2 Carta de San Pedro);
b)  el Señor  cumplirá sus designios, también cuando parece que tarda, porque él conoce los tiempos y los modos y hace falta que nos convirtamos: “No tarda el Señor su promesa, como algunos piensan, sino que espera con paciencia por amor de nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia” (2 Lectura,  de la 2 Carta de San Pedro);
c)  en la espera del Señor, le pedimos “ser hallados por El en paz, inmaculados e irreprensibles” (2 Lectura,  de la 2 Carta de San Pedro).

o   Es el Espíritu Santo quien madurará nuestra conciencia: quien la clarificará con  su luz.  

·         Pedimos al Espíritu Santo – luz de las conciencias – que clarifique la nuestra para acoger
verdaderamente a Jesús en nuestras vidas, como nuestro Mesías, Salvador, etc. La conciencia de cada uno “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, donde él se encuentra a solas con Dios” (Gaudium et spes, 16). Es el lugar del encuentro entre el hombre y Dios y expresión de la dignidad humana.
            El Espíritu Santo es el «Espíritu de Verdad» (Juan 16, 13), que conduce  a los discípulos por los caminos de la verdad (Cf. Juan 8,32), con el fin de que obedezcamos  al mensaje de amor que Cristo nos ha transmitido de parte de Dios (Cf Juan 18,37; 1 Juan 3, 18-19). Él es la  «luz de los corazones», (Cf. Secuencia Veni, Sancte Spiritus) es decir de las conciencias (Cf Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 42).
§  La conciencia tiene mucho que ver con la dignidad humana: es la propiedad clave del sujeto personal
·         La conciencia es “la propiedad clave del sujeto personal” (San Juan Pablo II, Dominum et
vivificantem, 43): “El Concilio Vaticano II ha recordado la enseñanza católica sobre la conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en particular, de la dignidad de la persona humana. Precisamente la conciencia decide de manera específica sobre esta dignidad. En efecto, la conciencia es « el núcleo más secreto y el sagrario del hombre », en el que ésta se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo. Esta voz dice claramente a « los oídos de su corazón advirtiéndole ... haz esto, evita aquello ». Tal capacidad de mandar el bien y prohibir el mal, puesta por el Creador en el corazón del hombre, es la propiedad clave del sujeto personal”.
§  Es necesaria la intervención del Espíritu Santo a causa de la “fatiga de la conciencia o del corazón” debido a los innumerables condicionamientos de la misma.  
·         Es necesaria absolutamente la intervención del Espíritu Santo para reconocer al Niño Dios como
nuestro Salvador, a causa de la “fatiga de la conciencia o del corazón”, que se manifiesta  en  los innumerables condicionamientos de la conciencia, en los desequilibrios que hunden sus raíces en el corazón humano, en las limitaciones compatibles con el hecho de que el hombre “se siente ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior”. El hombre “atraído por muchas solicitaciones”, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo »  (Cf. Gaudium et spes, 10;   Enc. Dominum et vivificantem ,44). 
§  Los condicionamientos son causados por la enfermedad, por los malos hábitos, por el temperamento, por la ignorancia, por las malas pasiones, etc. 
·         Son los condicionamientos de la libertad causados por  la  enfermedad, por los malos hábitos,
por el temperamento, por la ignorancia, por las malas pasiones, por dificultades patológicas y por la violencia, etc. En lo más íntimo del hombre “el Espíritu Santo infunde constantemente la luz y la fuerza de la vida nueva según la libertad de los hijos de Dios”; “la madurez del hombre en esta vida está impedida por los condicionamientos y las presiones que ejercen sobre él las estructuras y los mecanismos dominantes en los diversos sectores de la sociedad .... que en vez de favorecer el desarrollo y la expansión del espíritu humano, terminan por arrancarlo de la verdad genuina de su ser y de su vida - sobre la que vela el Espíritu Santo -, para someterlo así al  «Príncipe de este mundo»”  (cfr. Dominum et vivificantem, n. 60).

3.    Como preparación para  esta Navidad podemos reafirmar en nosotros, bajo

la  acción del Espíritu Santo, el convencimiento de que el fundamento de nuestra fe  de nuestra religiosidad, etc. es Jesucristo Nuestro Señor.

v  Queremos conocerle y darle a conocer

o   Queremos identificarnos con Él, para vivir en comunión con Él, ya que en esto consiste la vida cristiana. Es el  único camino hacia Dios, la plenitud de la revelación.

§  Cristo es la plenitud de toda revelación: sus palabras y obras, señales y milagros.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración «Dominus Iesus», 6 agosto 2000:
·         n. 10. Fiel a la palabra de Dios, el Concilio Vaticano II enseña: « La verdad íntima acerca de
Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación ». Y confirma: « Jesucristo, el Verbo hecho carne, “hombre enviado a los hombres”, habla palabras de Dios (Juan 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Juan 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo —ver al cual es ver al Padre (cf. Juan 14,9)—, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino [...]. La economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Timoteo 6,14; Tito 2,13) ».
§  Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. La trasmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él.
Catecismo de la Iglesia Católica
·         n. 65: (...) Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del
Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hebreos 1, 1-2:
Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo.  Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación,  no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (Carm. 2,22).
·         n. 2470: El discípulo de Cristo acepta «vivir en la verdad», es decir en la simplicidad de una
vida  conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. «Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad» (1 Juan 1, 6).
·         n.  425: «Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo» (Efesios 3, 8) - La transmisión de la fe
cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en El. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el    Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su           Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Juan 1, 1-4).

4.    ¿Es Jesús el Señor de mi vida?

·         Es Cristo que pasa, 11 (La vocación cristiana, homilía en el I domingo de Adviento,
2/12/1951): “Es preciso que no haya recovecos en el alma, donde no pueda entrar el sol de Jesucristo. Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de Él; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida - el corazón, las obras, la inteligencia y las palabras -  llena de Dios. (...) Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria.”  

o   ¿Para quién trabajamos y por qué lo hacemos? ¿Para nosotros mismos o para Cristo, por nuestra gloria o por la de Cristo? Estas preguntas nos ayudarán a preparar en este Adviento una cuna acogedora a Cristo que viene en Navidad.

·         Raniero Cantalamessa, La fe en Cristo hoy y en el inicio de la Iglesia, predicación sobre el
Adviento en el Vaticano, 2/12/05: “Elegir a Jesús como Señor - Hemos partido de la pregunta: «¿qué lugar ocupa Cristo en la sociedad actual?»; pero no podemos terminar sin plantearnos la cuestión más importante en un contexto como éste: «¿qué lugar ocupa Cristo en mi vida?». Traigamos a la mente el diálogo de Jesús con los apóstoles en Cesarea de Filipo: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ...Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mateo 16,13-15). Lo más importante para Jesús no parece ser qué piensa de él la gente, sino qué piensan de él sus discípulos más cercanos.

§  Decir ¡«Jesús es el Señor»! es como decir Jesucristo es «mi» Señor.
            He aludido antes a la razón objetiva que explica la importancia de la proclamación de Cristo como Señor en el Nuevo Testamento: ella hace presentes y operantes en quien la pronuncia los eventos salvíficos que recuerda. Pero existe también una razón subjetiva, y existencial. Decir «¡Jesús es el Señor!» significa tomar una decisión de hecho. Es como decir: Jesucristo es «mi» Señor; le reconozco todo derecho sobre mí, le cedo las riendas de mi vida; no quiero vivir más «para mí mismo», sino «para aquél que murió y resucitó por mí» (Cf. 2 Corintios 5,15).
            Proclamar a Jesús como propio Señor significa someter a él toda región de nuestro ser, hacer penetrar el Evangelio en todo lo que hagamos. Significa, por recordar una frase del venerado Juan Pablo II, «abrir, más aún, abrir de par en par las puertas a Cristo».
            Me ha ocurrido a veces ser huésped de alguna familia y he visto lo que sucede cuando suena el telefonillo y se anuncia una visita inesperada. La dueña de la casa se apresura a cerrar las puertas de las habitaciones desordenadas, con la cama sin hacer, a fin de conducir al invitado al sitio más acogedor. Con Jesús hay que hacer exactamente lo contrario: abrirle justamente las «habitaciones desordenadas» de la vida, sobre todo la habitación de las intenciones... ¿Para quién trabajamos y por qué lo hacemos? ¿Para nosotros mismos o para Cristo, por nuestra gloria o por la de Cristo? Es la mejor forma de preparar en este Adviento una cuna acogedora a Cristo que viene en Navidad.”

·         Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Anno B, Cittá Nuova IX edizione giungo 2001, p.
20: “Es la hora de volver a la “buena noticia sobre Jesús Cristo Hijo de Dios, y para gritarla con fuerza (¡éste es el sentido del kerygma!) en Jerusalén y en las ciudades de Judea, es decir en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Isaías nos ofrece el modelo sobre cómo se debería anunciar hoy el Evangelio (…) Nos enseña cómo hacer de este anuncio un anuncio de liberación y de consolación para el hombre de hoy, que está curvado bajo el peso de tantas esclavitudes: : “Consolad, consolad a mi pueblo - dice vuestro Dios - . Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que se ha cumplido su servidumbre y ha sido expiada su culpa”. Decidle: ha acabado tu esclavitud.  Ha acabado con tal que reconozcamos el tiempo de su visita (cf. Lucas 19, 44: del llanto de Jesús sobre Jerusalén: “y no dejarán sobre ti piedra sobre piedra, porque no has reconocido el tiempo de la visita que se te ha hecho”).


Vida Cristiana


Palabas de Papa Francisco en el rezo del Ángelus en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Viernes, 8 de diciembre de 2017 Lucas 1, 26-36




Ø Solemnidad de la Inmaculada (2017). Palabras de Papa Francisco en el rezo del Angelus. Llena de gracia: un nuevo nombre que da Dios a la Virgen.  Quiere decir que María está llena de la presencia de Dios, y que no hay  presencia para el pecado. Cada uno de nosotros, mirándose por dentro, ve lados oscuros. Un bonito piropo a una señora es decirle, con gracia, que se ve más joven. En cierto sentido le decimos eso, al nivel más alto. Solo hay una cosa que hace envejecer de verdad y es el pecado: endurece el corazón, lo cierra y lo hace marchitar. En muchos cuadros María está representada sentada ante el ángel con un pequeño libro en la mano. Ese libro es la Escritura.  María acostumbraba a escuchar a Dios y entretenerse con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, tomó luego carne en su seno. María hizo hermosa su vida dialogando con Dios. Hace hermosa la vida no la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón dirigido a Dios. .


v  Cfr. Palabas de Papa Francisco en el rezo del Ángelus en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

                  Viernes, 8 de diciembre de 2017
                  Lucas 1, 26-36

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y feliz fiesta!

v  Llena de gracia

Hoy contemplamos la belleza de María Inmaculada. El Evangelio, que narra el episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender lo que celebramos, sobre todo a través del saludo del ángel. Se dirige a María con una palabra no fácil de traducir, que significa colmada de gracia, creada de la gracia, «llena de gracia» (Lc 1,28).

o   Un nuevo nombre que le da Dios: quiere decir que María está llena de la presencia de Dios.

§  No hay  presencia para el pecado
Cada uno de nosotros, mirándose por dentro, ve lados oscuros.
Antes de llamarla María, la llama llena de gracia, y así revela el nuevo nombre que Dios le
da y que le encaja más que el nombre que le dieron sus padres. También nosotros la llamamos así, en cada Avemaría.
¿Qué quiere decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de Dios. Y si está enteramente habitada por Dios, no hay sitio en Ella para el pecado. Es algo extraordinario, porque todo en el mundo, desgraciadamente, está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, mirándose por dentro, ve lados oscuros. Hasta los más grandes santos eran pecadores y todas las
realidades, incluso las más hermosas, están afectadas por el mal: todas, salvo María. Ella es el único “oasis siempre verde” de la humanidad, la única incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su “sí”, a Dios que venía al mundo e iniciar así una historia nueva.

o   Un bonito piropo a una señora es decirle, con gracia, que se ve más joven.

§  En cierto sentido le decimos eso, al nivel más alto.
Solo hay una cosa que hace envejecer de verdad y es el pecado: endurece el corazón, lo cierra y lo hace marchitar.
Cada vez que la reconocemos llena de gracia, le hacemos el mayor de los cumplidos, el mismo que le hizo Dios. Un bonito piropo a una señora es decirle, con gracia, que se ve más joven. Cuando decimos a María llena de gracia, en cierto sentido le decimos también eso, al nivel más alto. Pues la reconocemos siempre joven, pues nunca envejece por el pecado. Sólo hay una cosa que
hace envejecer de verdad, envejecer interiormente: no la edad, sino el pecado. El pecado hace viejos, porque endurece el corazón: lo cierra, lo vuelve inerte, lo hace marchitar. Pero la llena de gracia está vacía de pecado. Por eso es siempre joven, es «más joven que el pecado», es «la más joven del género humano» (G. Bernanos, Diario de un cura rural, II, Ed. Encuentro, Madrid 1998,
p. 206).

v  La Iglesia felicita hoy a María llamándola toda hermosa.


o   Su belleza no consiste en lo exterior, no sobresale por su apariencia, no era famosa, no tuvo vida cómoda sino preocupaciones y temores. ¿Cuál fue su secreto?

§  Podemos intuirlo mirando de nuevo la escena de la Anunciación. En muchos cuadros María está representada sentada ante el ángel con un pequeño libro en la mano. Ese libro es la Escritura.  María acostumbraba a escuchar a Dios y entretenerse con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, tomó luego carne en su seno.
María hizo hermosa su vida dialogando con Dios. Hace hermosa la vida no la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón dirigido a Dios. .
La Iglesia felicita hoy a María llamándola toda hermosa, tota pulchra. Y así como su juventud no está en la edad, tampoco su belleza consiste en lo exterior. María, como muestra el Evangelio de hoy, no sobresale por su apariencia: de familia sencilla, vivía humildemente en Nazaret, una aldea casi desconocida. Y no era famosa: incluso cuando el ángel la visitó nadie lo supo, aquel día no había allí ningún reportero. La Virgen tampoco tuvo una vida cómoda, sino preocupaciones y temores: se «turbó» (v. 29), dice el Evangelio, y cuando el ángel «la dejó» (v. 38), los problemas aumentaron.
Sin embargo, la llena de gracia vivió una vida hermosa. ¿Cuál era su secreto? Podemos intuirlo mirando de nuevo la escena de la Anunciación. En muchos cuadros María está representada sentada ante el ángel con un pequeño libro en la mano. Ese libro es la Escritura María acostumbraba a escuchar a Dios y entretenerse con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, tomó luego carne en su seno. Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo hermosa su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón dirigido a Dios hace hermosa la vida. Miremos hoy con alegría a la llena de gracia. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo “no” al pecado, y a vivir una vida hermosa, diciendo “sí” a
Dios.




Vida Cristiana

La locura de creer: Santiago Agrelo

A los fieles de la Iglesia de Tánger: PAZ Y BIEN.

Podría haber dirigido esta carta a los “insensatos”, a los “locos”, a los “soñadores” de esta Iglesia que peregrina en Tánger, pero continúo haciéndolo a los “fieles”, pues dentro de esa palabra, que a todos nos designa de manera innocua, se encierran esas otras que parecen ofensivas, pero que nos designan con verdad desde la fe que profesamos.

Si os digo que nos disponemos a celebrar la Navidad, no salgo del terreno de lo innocuo. Pero si digo que me dispongo a recordar, porque ésa es mi fe, que Dios se ha hecho hermano de todos, que Dios ha nacido hombre, que Dios se ha puesto al servicio del hombre, que Dios abrazó la pobreza del hombre, que Dios se enfrentó con toda su fuerza al mal del hombre, que Dios experimentó la angustia del hombre, que Dios subió a la patera del hombre, que Dios cruzó las fronteras del hombre, que Dios bajó hasta la muerte del hombre, entonces salgo de lo innocuo hacia lo insensato, hacia la locura, hacia lo que en nosotros ni siquiera llegaría a ser un sueño –pues no podemos soñar a lo divino-, pero que en Dios es un proyecto eterno, una decisión irrevocable y, por eso mismo, ese proyecto, esa decisión, es para nosotros una historia de salvación.

 

El escándalo de la Navidad:

Aunque el mundo parece haberlo olvidado, nosotros celebramos –recordamos-, que no hay Navidad sin el hombre: El Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para salvar al hombre.

La Navidad, misterio de la Palabra hecha carne que habitó entre nosotros, es revelación asombrosa de la dignidad humana, de lo que cada hijo de esta humanidad, nacido o por nacer, fuerte o débil, sano o enfermo, justo o pecador, hombre o mujer, niño o anciano, es para Dios.

La Navidad es memoria verdadera de una alegría reservada a la fe de los sencillos, es presencia real de la paz que viene del cielo para los amados de Dios, es sacramento de la salvación con que Dios nos visita, de la luz con que Dios nos ilumina, de la gloria con que Dios nos enaltece.

La Navidad nos recuerda que somos hijos y que, como hijos, somos amados: Somos la niña de los ojos de Dios.

Esta locura, creída, nos saca de los caminos trillados por la sensatez del mundo y nos entrega a la sabiduría del evangelio

El mundo tiene sus reglas, que no son las del reino de Dios. El mundo tiene sus certezas, y no son las del evangelio.

Los poderes del mundo levantan barreras que impiden a los pobres el ejercicio de su libertad, las reglas del mundo condenan a muerte a los pobres, las certezas del mundo certifican que acoger a los pobres no es económico ni razonable ni aceptable.

Los sabios y entendidos del mundo, con sus reglas y certezas, para discernir el bien y el mal, no preguntan a los hombres sino a los números, porque los resultados merecen más consideración que los desvalidos, los réditos son más importantes que los pobres, en la balanza de las opciones los beneficios pesan más que los hambrientos.

Y a Dios, además de nacer hombre, que ya es perder categoría y bajar hasta el abismo, se le ocurre nacer pobre y desvalido, negocio desastroso, intercambio asombroso. En su locura, Dios ha querido nacer perseguido y emigrante, evidencia de que importantes para él no son los beneficios, los réditos, las cuentas: Importante para Dios es el hombre.

 

El desafío de creer:

Hace diez años que llegué a esta Iglesia, y me pareció bellísima porque la vi humilde, pequeña y de los pobres.

Vosotros, “insensatos”, “locos”, “soñadores”, me habéis enseñado el camino real del evangelio. Más que predicar, sois vosotros mismos la predicación, pues, como Jesús, sois buena noticia para los pobres: pan para el hambriento, consuelo para el triste, casa para el desvalido, palabra para el sordomudo, libertad para el oprimido, esperanza para los abandonados, abrazo para los expertos de soledad.

Vosotros, “insensatos”, “locos”, “soñadores”, habéis aceptado con valentía el desafío de creer que Dios se hizo pobre, que Dios nació pobre para los pobres: habéis creído y os ayudáis mutuamente a mantener viva la fe.

Vuestra vida es un escándalo para el mundo: Es la negación de sus cuentas, de sus negocios, de sus valores, de sus principios. Os habéis dejado arrastrar por el efecto llamada de la pobreza y ejercéis un suave y consolador efecto llamada sobre los pobres.

No creo equivocarme si digo que tarea urgente, improrrogable, para los discípulos de Jesús, para los testigos de la Navidad, es la de mostrar a cuantos viven sometidos a la esclavitud del mundo, la evidencia de que el mundo de Jesús –un mundo de hermanos, pobre y solidario- es el único deseable, el único verdadero, el único humano, el único por el que merece la pena luchar y entregar la vida.

No os apartéis jamás del escándalo de la Navidad, el escándalo de hacernos pobres con Cristo para enriquecer a los demás.

 

«Consolad a mi pueblo»:

Queridos: El Señor nos ha concedido la gracia de ser, en Jesús y como Jesús, evangelio para los pobres. Ellos –los minusvalorados, los minusválidos, los oprimidos, los marginados, los excluidos-, ellos son los destinatarios de nuestra vida.

A muchos los conocéis ya de cerca, pero os sabéis enviados a todos.

En los oídos de vuestra fe resuena la palabra del profeta: “Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén”.

Vosotros estáis llamados a ser rostro de Dios, sacramentos de su bondad, evidencias de su amor, para el pueblo de los necesitados de amor, de bondad, de Dios.

Amadlos tanto que, sin miedo a equivocarnos, también a ellos, sobre todo ellos, podamos decirles cuando los encontremos: ¡Feliz Navidad!

 

Por mi parte, queridos, os bendigo cuanto sé y puedo.

¡Feliz Navidad!

 

 

Tánger, 10 de diciembre de 2017.

II Domingo de Adviento

 

 

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Tánger

jueves, 7 de diciembre de 2017

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes, 5 de diciembre de 2017 Primera semana de Adviento





Ø La plenitud de la vida cristiana y la humildad. Homilía de Papa Francisco en Santa Marta (2017).


v  Cfr. Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

                   Martes, 5 de diciembre de 2017
                   Primera semana de Adviento
  
Al iniciar el camino del Adviento, podemos ver dos aspectos fundamentales para todo cristiano: cuál es su deber y cuál es su estilo.

o   En nuestras vidas cada uno es un brote de una raíz que debe crecer, crecer con la fuerza del Espíritu Santo, hasta la plenitud del Espíritu Santo en nosotros. Los dones del Espíritu Santo.

§  Es un deber del cristiano proteger el brote que crece en nosotros,

La primera Lectura de hoy (Is 11,1-10) nos lo recuerda. Se trata de un pasaje que habla de la venida del Señor, de la liberación que traerá Dios a su pueblo, del cumplimiento de la promesa. El profeta anuncia que brotará un renuevo del tronco de Jesé. Se habla de un renuevo, que es un brote pequeño, pero sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. O sea, los dones del Espíritu Santo.
Este es el primer aspecto fundamental: de la pequeñez del brote a la plenitud del Espíritu. Esa es la promesa, ese es el reino de Dios, que comienza pequeño, sale de una raíz, despunta un brote, crece, va adelante —porque el Espíritu está ahí— y llega a su plenitud.
Una dinámica que se encuentra también en Jesús, que se presenta del mismo modo a su pueblo en la sinagoga de Nazaret. No dice: Yo soy el brote, sino que se propone con humildad y afirma: El Espíritu está sobre mí, consciente de haber sido enviado para traer el alegre anuncio. Y esa misma dinámica se aplica a la vida del cristiano. Hay que ser conscientes de que cada uno es un
brote de aquella raíz que debe crecer, crecer con la fuerza del Espíritu Santo, hasta la plenitud del Espíritu Santo en nosotros. ¿Cuál sería el deber del cristiano? La respuesta es sencilla: proteger el brote que crece en nosotros, cuidar su crecimiento, conservar el Espíritu. No entristecer al Espíritu, dice San Pablo (cfr. Ef 4,30). Vivir como cristiano es proteger el brote que crece en nosotros, cuidar su crecimiento, conservar el Espíritu y no olvidar la raíz de donde vienes. Acuérdate de dónde vienes: esa es la sabiduría cristiana.

o   El estilo de la realización de ese deber es hacerlo con fe y humildad.

§  En la vida ordinaria, humildad significa ser pequeño que necesita al Espíritu Santo para poder ir adelante. Y humilde es la persona que acepta las humillaciones.
Jesús y Dios son humildes porque han tenido tanta paciencia con nosotros.
Si ese es el deber, ¿cuál es el estilo? Está claro: un estilo como el de Jesús, de humildad. Porque hace falta fe y humildad para creer que ese brote, ese don tan pequeño llegará a la plenitud de los dones del Espíritu Santo. Y hace falta humildad para creer que el Padre, Señor del cielo y de la tierra, como dice el Evangelio de hoy (cfr. Lc 10,21-24), ha escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, y las ha revelado a los pequeños. En la vida ordinaria, humildad significa ser pequeño, como el brote: pequeño que crece cada día, pequeño que necesita al Espíritu Santo para poder ir adelante, hacia la plenitud de la propia vida.
Además, Jesús era humilde, y también Dios es humilde. Dios es humilde porque ha tenido y tiene tanta paciencia con nosotros. Y la humildad de Dios se manifiesta en la humildad de Jesús. Pero hay que aclarar el significado de la palabra humildad. Algunos creen que ser humilde es ser educado, cortés, cerrar los ojos al rezar, tener una especie de cara de estampita. Pero no, ser
humilde no es eso. Hay un signo, una única señal: aceptar las humillaciones. La humildad sin humillaciones no es humildad. Humilde es la persona que es capaz de soportar las humillaciones como las soportó Jesús, el humillado, el gran humillado. Muchas veces, cuando somos humillados o nos sentimos humillados por alguien, en seguida nos sale responder o defendernos. En cambio, hay que mirar a Jesús, que estaba callado en el momento de la humillación más grande. Y no hay humildad sin aceptación de las humillaciones. Por tanto, humildad no es solo estar quieto, tranquillo. No, no. Humildad es aceptar las humillaciones cuando vienen, como hizo Jesús. El cristiano está llamado a aceptar la humillación de la cruz, como Jesús, que fue capaz de proteger el brote, cuidar el crecimiento, conservar el Espíritu. Lo que no es nada sencillo ni inmediato. Una vez oí a una persona que bromeaba: Sí, sí, humilde, sí, ¡pero humillado jamás! Una broma, pero tocaba un punto verdadero, pues son muchos los que dicen: Sí, yo soy capaz de aceptar la humildad, de ser humilde, pero sin humillaciones, sin cruz.
            En resumen, proteger el brote en cada uno de nosotros. Cuidar su crecimiento, conservar el Espíritu, que nos llevará a la plenitud. Y no olvidar la raíz. ¿Y el estilo? Humildad. ¿Cómo sé si soy humilde? Si soy capaz, con la gracia del Señor, de aceptar las humillaciones. Recordar el ejemplo de tantos santos que no solo aceptaron las humillaciones, sino que las pidieron: Señor, mándame
humillaciones para parecerme a ti, para ser más similar a ti. Que el Señor nos dé esta gracia de proteger lo pequeño hacia la plenitud del Espíritu, de no olvidar la raíz y de aceptar las humillaciones.




Vida Cristiana

martes, 5 de diciembre de 2017

ÁNGELUS de Papa Francisco, primer domingo de Adviento. 3 de diciembre de 2017


Ø El Adviento (2017). Palabras de Papa Francisco en el rezo del Angelus (primer domingo, 3 de diciembre). El Adviento es el tiempo que se  nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro. En la fiesta de Navidad, Él regresará a nosotros cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a vivos y a muertos». Por eso siempre debemos estar siempre vigilantes y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. Por eso siempre debemos estar vigilantes y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo


v  Cfr. ÁNGELUS de Papa Francisco, primer domingo de Adviento.

                  3 de diciembre de 2017
     ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy iniciamos el camino del Adviento, que culminará en Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para comprobar nuestro deseo de Dios, para mirar adelante y prepararnos a la vuelta de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos para «juzgar a vivos y a muertos». Por eso siempre debemos estar vigilantes y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos introduce precisamente en ese sugestivo tema de la vigilancia y la espera.
En el Evangelio (cfr. Mc 13,33-37) Jesús exhorta a estar atentos y a velar, para estar preparados para recibirlo en el momento del regreso. Nos dice: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento […]; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos» (vv. 33-36).

o   Vigilad. La persona que presta atención es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o por la superficialidad, sino que vive de maniera plena y consciente, con una preocupación dirigida principalmente a los demás

La persona que presta atención es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o por la superficialidad, sino que vive de maniera plena y consciente, con una preocupación dirigida principalmente a los demás. Con esa actitud nos damos cuenta de las lágrimas y de las necesidades del prójimo y podemos captar también las capacidades y las cualidades humanas y espirituales. La persona atenta se dirige luego también al mundo, procurando contrarrestar la indiferencia y la crueldad presentes en él, y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y deben protegerse. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las cosas pequeñas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha puesto.

o   Quién es la persona vigilante

La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse dominar por el sueño del desánimo, de la falta de esperanza, de la desilusión; y al mismo tiempo rechazar la solicitación de tantas vanidades que desbordan el mundo y tras las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia dolorosa del pueblo de Israel, contada por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar a su pueblo lejos de sus caminos (cfr. Isaías 63,17), pero eso era un efecto de la infidelidad del pueblo mismo (cfr. 64,4b).
También nosotros nos encontramos a menudo en esa situación de infidelidad a la llamada del Señor: Él nos indica la vía buena, la vía de la fe, la vía del amor, pero nosotros buscamos nuestra felicidad por otra parte.

o   Presupuestos para no continuar “vagando lejos de las vías del Señor”

§  Condiciones para permitir a Dios que irrumpa en nuestra existencia, para devolverle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura.
Estar atentos y vigilantes son los presupuestos para no continuar “vagando lejos de las vías del Señor”, perdidos en nuestros pecados y en nuestras infidelidades; estar atentos y estar vigilantes son las condiciones para permitir a Dios que irrumpa en nuestra existencia, para devolverle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. Que María Santísima, modelo de la espera de Dios e imagen de la vigilancia, nos guíe al encuentro de su hijo Jesús, reavivando nuestro amor por Él.




Vida Cristiana
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