Ø La
plenitud de la vida cristiana y la humildad. Homilía de Papa Francisco en Santa
Marta (2017).
v
Cfr. Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Martes, 5 de diciembre de 2017
Primera semana de Adviento
Al iniciar el camino del
Adviento, podemos ver dos aspectos fundamentales para todo cristiano: cuál es
su deber y cuál es su estilo.
o
En nuestras vidas cada uno es un brote de una
raíz que debe crecer, crecer con la fuerza del Espíritu Santo, hasta la
plenitud del Espíritu Santo en nosotros. Los dones del Espíritu Santo.
§ Es
un deber del cristiano proteger el brote que crece en nosotros,
La primera Lectura de hoy (Is
11,1-10) nos lo recuerda. Se trata de un pasaje que habla de la venida del
Señor, de la liberación que traerá Dios a su pueblo, del cumplimiento de la
promesa. El profeta anuncia que brotará un renuevo del tronco de Jesé. Se habla
de un renuevo, que es un brote pequeño, pero sobre él se posará el espíritu del
Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor. O sea, los dones del Espíritu Santo.
Este es el primer aspecto
fundamental: de la pequeñez del brote a la plenitud del Espíritu. Esa es la
promesa, ese es el reino de Dios, que comienza pequeño, sale de una raíz,
despunta un brote, crece, va adelante —porque el Espíritu está ahí— y llega a
su plenitud.
Una dinámica que se encuentra
también en Jesús, que se presenta del mismo modo a su pueblo en la sinagoga de
Nazaret. No dice: Yo soy el brote, sino que se propone con humildad y afirma:
El Espíritu está sobre mí, consciente de haber sido enviado para traer el
alegre anuncio. Y esa misma dinámica se aplica a la vida del cristiano. Hay que
ser conscientes de que cada uno es un
brote de aquella raíz que debe crecer, crecer con la fuerza
del Espíritu Santo, hasta la plenitud del Espíritu Santo en nosotros. ¿Cuál
sería el deber del cristiano? La respuesta es sencilla: proteger el brote que
crece en nosotros, cuidar su crecimiento, conservar el Espíritu. No entristecer
al Espíritu, dice San Pablo (cfr. Ef 4,30). Vivir como cristiano es proteger el
brote que crece en nosotros, cuidar su crecimiento, conservar el Espíritu y no
olvidar la raíz de donde vienes. Acuérdate de dónde vienes: esa es la sabiduría
cristiana.
o
El estilo de la realización de ese deber es
hacerlo con fe y humildad.
§ En
la vida ordinaria, humildad significa ser pequeño que necesita al Espíritu
Santo para poder ir adelante. Y humilde es la persona que acepta las
humillaciones.
Jesús y Dios son humildes porque han tenido tanta paciencia con nosotros.
Si ese es el deber, ¿cuál es el
estilo? Está claro: un estilo como el de Jesús, de humildad. Porque hace falta
fe y humildad para creer que ese brote, ese don tan pequeño llegará a la
plenitud de los dones del Espíritu Santo. Y hace falta humildad para creer que
el Padre, Señor del cielo y de la tierra, como dice el Evangelio de hoy (cfr.
Lc 10,21-24), ha escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, y las ha revelado a los pequeños. En la vida ordinaria,
humildad significa ser pequeño, como el brote: pequeño que crece cada día,
pequeño que necesita al Espíritu Santo para poder ir adelante, hacia la
plenitud de la propia vida.
Además, Jesús era humilde, y
también Dios es humilde. Dios es humilde porque ha tenido y tiene tanta
paciencia con nosotros. Y la humildad de Dios se manifiesta en la humildad de
Jesús. Pero hay que aclarar el significado de la palabra humildad. Algunos
creen que ser humilde es ser educado, cortés, cerrar los ojos al rezar, tener
una especie de cara de estampita. Pero no, ser
humilde no es eso. Hay un signo, una única señal: aceptar
las humillaciones. La humildad sin humillaciones no es humildad. Humilde es la
persona que es capaz de soportar las humillaciones como las soportó Jesús, el
humillado, el gran humillado. Muchas veces, cuando somos humillados o nos
sentimos humillados por alguien, en seguida nos sale responder o defendernos.
En cambio, hay que mirar a Jesús, que estaba callado en el momento de la
humillación más grande. Y no hay humildad sin aceptación de las humillaciones.
Por tanto, humildad no es solo estar quieto, tranquillo. No, no. Humildad es
aceptar las humillaciones cuando vienen, como hizo Jesús. El cristiano está
llamado a aceptar la humillación de la cruz, como Jesús, que fue capaz de
proteger el brote, cuidar el crecimiento, conservar el Espíritu. Lo que no es
nada sencillo ni inmediato. Una vez oí a una persona que bromeaba: Sí, sí,
humilde, sí, ¡pero humillado jamás! Una broma, pero tocaba un punto verdadero,
pues son muchos los que dicen: Sí, yo soy capaz de aceptar la humildad, de ser
humilde, pero sin humillaciones, sin cruz.
En resumen,
proteger el brote en cada uno de nosotros. Cuidar su crecimiento, conservar el
Espíritu, que nos llevará a la plenitud. Y no olvidar la raíz. ¿Y el estilo?
Humildad. ¿Cómo sé si soy humilde? Si soy capaz, con la gracia del Señor, de
aceptar las humillaciones. Recordar el ejemplo de tantos santos que no solo
aceptaron las humillaciones, sino que las pidieron: Señor, mándame
humillaciones para parecerme a ti, para ser más similar a
ti. Que el Señor nos dé esta gracia de proteger lo pequeño hacia la plenitud
del Espíritu, de no olvidar la raíz y de aceptar las humillaciones.
Vida Cristiana
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