viernes, 2 de junio de 2017
Jesucristo. Fe personal en Él. Homilía de Papa Francisco en Florencia (Italia) (10/11/2015). El reconocimiento del rostro de Jesús en las formas en que Él ha asegurado su presencia. En la Palabra, en los Sacramentos, en la comunión fraterna, en el pobre.
1 Jesucristo. Fe personal en Él. Homilía de Papa Francisco en Florencia (Italia) (10/11/2015). El reconocimiento del rostro de Jesús en las formas en que Él ha asegurado su presencia. En la Palabra, en los Sacramentos, en la comunión fraterna, en el pobre. Cfr. Papa Francisco, Homilía, en Florencia (Italia). 10 de noviembre de 2015 1. Saber lo que la gente piensa para ayudar En el Evangelio de hoy Jesús hace a sus discípulos dos preguntas. La primera: «La gente, ¿quién dice que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13) es una pregunta que demuestra lo abiertos que están a todos el corazón y la mirada de Jesús. Le interesa lo que la gente piensa, no para contentarla, sino para poder comunicarse con ella. Sin saber lo que piensa la gente, el discípulo se aísla y empieza a juzgar a la gente según sus propios pensamientos y convicciones. Mantener un sano contacto con la realidad, con lo que la gente vive, con sus lágrimas y sus gozos, es el único modo de poderla ayudar, de poderla formar y comunicarse. Es el único modo para hablar a los corazones de las personas tocando su experiencia diaria: el trabajo, la familia, los problemas de salud, el tráfico, la escuela, los servicios sanitarios, etc. Es el único modo para abrir su corazón a la escucha de Dios. En realidad, cuando Dios quiso hablar con nosotros se encarnó. Los discípulos de Jesús nunca deben olvidar de dónde fueron escogidos, es decir, de entre la gente, ni tampoco deben caer en la tentación de asumir actitudes distantes, como si lo que la gente piensa y vive no les afectase o no fuese importante para ellos. o La Iglesia, como Jesús, vive en medio de la gente y para la gente. Y esto vale también para nosotros. El hecho de que hoy estemos reunidos para celebrar la Santa Misa en un estadio deportivo nos lo recuerda. La Iglesia, como Jesús, vive en medio de la gente y para la gente. Por eso la Iglesia, en toda su historia, siempre ha llevado en sí la misma pregunta: ¿Quién es Jesús para los hombres y las mujeres de hoy? También el santo Papa León Magno, originario de la Toscana, cuya memoria celebramos hoy, llevaba en su corazón esa pregunta, esa ansia apostólica de que todos pudiesen conocer a Jesús, y conocerlo por lo que es de verdad, no la imagen distorsionada de las filosofías o de las ideologías de la época. 2. Una fe personal en Jesús Y para eso es necesario madurar una fe personal en Él. Y entonces viene la segunda pregunta que Jesús hace a los discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Pregunta que resuena aún en nuestra conciencia de discípulos, y es decisiva para nuestra identidad y nuestra misión. Solo si reconocemos a Jesús en su verdad, seremos capaces de ver la verdad de nuestra condición humana, y podremos dar nuestra contribución a la plena humanización de la sociedad. Custodiar y anunciar la recta fe en Jesucristo es el corazón de nuestra identidad cristiana Custodiar y anunciar la recta fe en Jesucristo es el corazón de nuestra identidad cristiana, porque al reconocer el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, podremos penetrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre. A la pregunta de Jesús responde Simón: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (v. 16). Esta respuesta encierra toda la misión de Pedro y resume lo que será para la Iglesia el ministerio petrino, es decir, custodiar y proclamar la verdad de la fe; defender y promover la comunión entre todas las Iglesias; conservar la disciplina de la Iglesia. El Papa León fue y sigue siendo, en esta misión, un modelo ejemplar, tanto en sus luminosas enseñanzas, como en sus gestos llenos de mansedumbre, de compasión y de la fuerza de Dios. o Nuestra alegría es compartir esta fe y responder juntos al Señor Jesús: “Tú para nosotros eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. También hoy, queridos hermanos y hermanas, nuestra alegría es compartir esta fe y responder juntos al Señor Jesús: “Tú para nosotros eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Nuestra alegría es también ir contracorriente y superar la opinión corriente, que, como entonces, no logra ver en Jesús más que un profeta o un maestro. Nuestra alegría es reconocer en Él la presencia de Dios, el Enviado del Padre, el Hijo venido a hacerse instrumento de salvación para la humanidad. Esa profesión de fe que Simón Pedro proclamó es también para nosotros. No representa solo el fundamento de nuestra salvación, sino también el camino a través del cual se cumple y la meta a la tiende. 2 3. En la raíz del misterio de la salvación está la voluntad de un Dios misericordioso. No se quiere rendir ante la incomprensión, la culpa y la miseria del hombre, sino que se entrega a él hasta hacerse Él mismo hombre para encontrar a cada persona en su condición concreta. o Reconocimiento del rostro de Jesús en las formas en que el Señor nos ha asegurado su presencia. En su Palabra, en sus Sacramentos, en la comunión fraterna, en el pobre. En la raíz del misterio de la salvación está la voluntad de un Dios misericordioso, que no se quiere rendir ante la incomprensión, la culpa y la miseria del hombre, sino que se entrega a él hasta hacerse Él mismo hombre para encontrar a cada persona en su condición concreta. Ese amor misericordioso de Dios es lo que Simón Pedro reconoce en el rostro de Jesús. El mismo rostro que nosotros estamos llamados a reconocer en las formas en que el Señor nos ha asegurado su presencia en medio de nosotros: en su Palabra, que ilumina las oscuridades de nuestra mente y de nuestro corazón; en sus Sacramentos, que nos regeneran a una vida nueva de cada muerte nuestra; en la comunión fraterna, que el Espíritu Santo genera entre sus discípulos; en el amor sin límites, que se hace servicio generoso y primoroso hacia todos; en el pobre, que nos recuerda que Jesús quiso que su suprema revelación de sí y del Padre tuviese la imagen del humillado crucificado. Esta verdad de la fe es verdad que escandaliza, porque pide creer en Jesús, quien siendo Dios se anonadó, se abajó a la condición de siervo, hasta la muerte de cruz Esta verdad de la fe es verdad que escandaliza, porque pide creer en Jesús, quien siendo Dios se anonadó, se abajó a la condición de siervo, hasta la muerte de cruz, y por eso Dios lo hizo Señor del universo (cfr. Fil 2,6-11). Es la verdad que sigue escandalizando hoy a quien no tolera el misterio de Dios impreso en el rostro de Cristo. Es la verdad que no podemos desflorar y abrazar sin, como dice san Pablo, entrar en el misterio de Jesucristo, y sin hacer nuestros sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5). Solo a partir del Corazón de Cristo podemos entender, profesar y vivir su verdad. La comunión entre divino y humano, realizada plenamente en Jesús. En realidad, la comunión entre divino y humano, realizada plenamente en Jesús, es nuestra meta, el punto de llegada de la historia humana según el plan del Padre. Es la beatitud del encuentro entre nuestra debilidad y su grandeza, entre nuestra pequeñez y su misericordia que colmará cualquier limitación nuestra. Pero dicha meta no es solo el horizonte que ilumina nuestro camino sino lo que nos atrae con su fuerza suave; es lo que se inicia a pregustar y a vivir aquí y se construye día a día con cada bien que sembramos en torno a nosotros. Son esas las semillas que contribuyen a crear una humanidad nueva, renovada, donde ninguno de deja al margen ni se descarta; donde quien sirve es el más grande; donde los pequeños y los pobres son acogidos y ayudados. o Dios reconoce en el hombre su propia imagen, y el hombre se reconoce solo mirando a Dios. Dios y el hombre no son los dos extremos de una oposición: se buscan desde siempre, porque Dios reconoce en el hombre su propia imagen, y el hombre se reconoce solo mirando a Dios. Esa es la verdadera sabiduría, que el Libro de la Sirácide señala como característica de quien se une al seguimiento del Señor. Es la sabiduría de san León Magno, fruto del converger de varios elementos: palabra, inteligencia, oración, enseñanza, memoria. Pero san León nos recuerda también que no puede haber verdadera sabiduría si no en el vínculo con Cristo y en el servicio a la Iglesia. Es ese el camino donde se cruza la humanidad y podemos encontrarla con el espíritu del buen samaritano. No por casualidad el humanismo, del que Florencia ha sido testigo en sus momentos más creativos, siempre tuvo el rostro de la caridad. Que esa herencia sea fecunda con un nuevo humanismo para esta ciudad y para toda Italia. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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