Solemnidad de Pentecostés (1917). Podemos vivir nuestra vida según «la carne» o según el Espíritu.
El Espíritu de Dios desciende sobre el Señor, que lo da a la Iglesia; el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre. Se trata del fortalecimiento del hombre interior, del que habla San Pablo en la Carta a los Efesios. La «carne» designa el hombre en su condición de debilidad y de mortalidad, lo que hay de perecedera debilidad en la condición humana. San Pablo en la Carta a los Gálatas, habla claramente de los frutos de la carne y los del Espíritu en nuestra existencia. Los frutos de la carne y los del Espíritu. Por la influencia del Espíritu, el hombre «interior» o «espiritual» es capaz de renovarse cada día, aunque el hombre «exterior» vaya «decayendo». La diferencia que existe entre la madurez connatural a las capacidades del alma humana y la madurez propiamente cristiana, que implica el desarrollo de la vida del Espíritu, la madurez de la fe, de la esperanza y de la caridad. San Pablo atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos incluso “sobreabundar en la esperanza”. Abundar en la esperanza significa no desanimarse jamás; significa esperar «contra toda esperanza». También nos hace capaces de ser sembradores de esperanza
A. Podemos vivir nuestra vida según «la carne» o según el Espíritu.
- Como veremos enseguida, la «carne» designa el hombre en su condición de debilidad y de mortalidad, lo
que
hay de perecedera debilidad en la condición humana. La vida según
el Espíritu se refiere a la vida movida por la fuerza y el amor de
Dios, por la fuerza y el amor de Cristo.
- A este respecto, son muy importantes las palabras de san Pablo en la Carta a los Romanos (8, 5-
27),
acerca de la lucha entre la carne y el Espíritu:
5
Pues los que viven según la carne desean las cosas de la carne; en
cambio, los que viven según el Espíritu, desean las cosas del
Espíritu. 6 El deseo de la carne es muerte; en cambio el deseo del
Espíritu, vida y paz. 7 Por ello, el deseo de la carne es hostil a
Dios, pues no se somete a la ley de Dios; ni puede someterse. 8 Los
que están en la carne no pueden agradar a Dios. 9 Pero vosotros no
estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de
Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu
de Cristo no es de Cristo. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el
cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la
justicia. 11 Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre
los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos
a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por
el mismo Espíritu que habita en vosotros. 12 Así pues, hermanos,
somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. 13
Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu
dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. El don de la adopción
filial 14 Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son
hijos de Dios. (…) 26 Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda
de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene;
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
27 Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del
Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
El Espíritu Santo nos hace capaces de Dios.
Cfr. San
Ireneo, contra las herejías (Libro 3, 17,1-3), 2ª Lectura del
Oficio de Lectura
del Domingo
de Pentecostés.
Nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo.
El
Señor prometió que nos enviaría aquel Defensor que nos haría
capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede
convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es
humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos
convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que
baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no
recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un
leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta
gratuita lluvia de lo alto.
Nuestros cuerpos, en efecto,
recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la
incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.
El Espíritu de Dios desciende sobre el Señor, que lo da a la Iglesia; el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre
El
Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de prudencia
y sabiduría, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de
ciencia y temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la
Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo,
que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás
como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que
demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quien
nos acusa, tengamos también un Defensor, pues que el Señor
encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya,
que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y
vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para
que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción
del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha
confiado, retornándolo al Señor con intereses.
Se trata del fortalecimiento del hombre interior, del que habla San Pablo en la Carta a los Efesios 1.
El Padre de nuestro Señor Jesucristo ... Os conceda fortaleceros firmemente en el hombre interior mediante su Espíritu (Efesios 3, 16)
El Espíritu Santo es la fuerza y la potencia que actúa en los creyentes conduciéndolos a la plenitud de la madurez humana y cristiana en la relación con Dios
- El Espíritu del Señor, BAC Madrid 1997, cap. III, pp. 49-59: “Cuando en el lenguaje cristiano
se
habla de la «vida espiritual» del hombre, no se entiende referirse
simplemente a una vida superior, en contraposición a la corporal o
biológica, sino, precisamente, a la «Vida en el Espíritu». Todo
el hombre es «espiritual», vive en el Espíritu y por el Espíritu
de Dios, como su destino último y su plenitud. «La unión del alma
y de la carne, recibiendo el Espíritu de Dios, constituye al hombre
espiritual», afirma San Ireneo (Contra
las herejías, V,
8,2), concepto que se encuentra todavía más explícitamente en la
misma obra: «Estos son los hombres que el Apóstol llama
espirituales (I
Corintios 2, 15; 3, 1
), siendo espirituales gracias a la participación del Espíritu, no
gracias a la privación y eliminación de la carne» (Contra
las herejías, V,
6,1).”
- El Espíritu del Señor, BAC Madrid 1997, cap. III, pp. 49-59 “Los Padres han buscado
siempre
la forma de explicar cómo es posible que Dios y el hombre formen una
unidad en el Espíritu. San Basilio sostiene que el Espíritu Santo
es la fuerza y la potencia que actúa en los creyentes conduciéndolos
a la plenitud de la madurez humana y cristiana en la relación con
Dios: «Aquel que no vive ya más según la carne, sino que es
conducido por el Espíritu de Dios y es llamado hijo de Dios, hecho
conforme a la imagen del Hijo de Dios, es llamado espiritual. Y de la
misma manera que en el ojo sano se encuentra la capacidad de ver, así
en el alma purificada se encuentra la fuerza operante del Espíritu»”
(San Basilio, El
Espíritu Santo,
XXVI, 61).
La «carne» designa el hombre en su condición de debilidad y de mortalidad, lo que hay de perecedera debilidad en la condición humana.
- La «carne» designa el hombre en su condición de debilidad y de mortalidad, lo que hay de perecedera
debilidad
en la condición humana. Cf. Juan 3,6: «lo nacido de la carne,
carnes es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es». Se ha escrito
que la carne es el nombre de la debilidad humana; y caminar/vivir
según la carne es caminar/vivir solamente con los propios recursos,
sin aceptar el don gratuito de Dios, su gracia, su Espíritu. Vida
“carnal” es una vida apoyada en la propia autosuficiencia. Por el
contrario, en la vida en el Espíritu, por la inhabitación del
Espíritu en el creyente, se da la instauración del señorío del
Espíritu de Cristo, según leemos en el evangelio según Juan
(17,1-2, oración sacerdotal de Jesús): “Padre ha llegado ya la
hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le
diste potestad sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los
que Tú le has dado”.
De la alternativa de vivir con
la confianza puesta en Dios o en nosotros, habló ya el profeta
Jeremías:
«Maldito quien confía en el hombre, y en
la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será
como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien: habitará la
aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien
confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un
árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces;
cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en
año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jr 17, 5-8).
San Pablo en la Carta a los Gálatas, habla claramente de los frutos de la carne y los del Espíritu en nuestra existencia.
Los frutos de la carne y los del Espíritu
Gálatas 5,
16-24: “Andad según
el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, pues la carne
desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre
ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio,
si os guía el espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley. Las
obras de la carne están patentes: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas,
envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias,
borracheras, orgias y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os
previne, que los que así obran no heredarán el Reino de Dios. En
cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión,
espíritu de servicio, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.
Contra esto no va la Ley. Y los que son de Cristo Jesús han
crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos» (Ga 5, 16-24)”.
Por la influencia del Espíritu, el hombre «interior» o «espiritual» es capaz de renovarse cada día, aunque el hombre «exterior» vaya «decayendo».
- Por tanto, «el hombre interior» o «espiritual» es la parte de nosotros mismos que está bajo
la
influencia del Espíritu... que es capaz de renovarse de día en día,
aun cuando «el hombre exterior» vaya «decayendo» (Cf. II
Corintios, 4-16) San Pablo, en la Carta a los Romanos, explica con
toda claridad la contradicción que hay entre el hombre «interior»
y el «exterior»: (7, 18-23):
“18 Querer el
bien está a mi alcance, pero ponerlo por obra, no. 19 Porque no hago
el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Y si yo hago lo que
no quiero, no soy yo quien lo realiza, sino el pecado que habita en
mí. 21 Así pues, al querer yo hacer el bien encuentro esta ley: que
el mal está en mí; 22 pues me complazco en la ley de Dios según el
hombre interior, 23 pero veo otra ley en mis miembros que lucha
contra la ley de mi espíritu y me esclaviza bajo la ley del pecado
que está en mis miembros”.
La influencia del Espíritu en nuestras vidas se da en cuanto que el Espíritu Santo sustituye el principio malo de la carne.
- Romanos 7,5: «Porque cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, ocasionadas
por
la Ley, actuaban en nuestros miembros, a fin de que produjéramos
frutos de muerte»: 6 ahora, muertos a la Ley en la que estábamos
presos, hemos sido liberados para servir con un espíritu nuevo y no
según la antigua letra.
- Biblia de Jerusalén, Comentario de Romanos 7,5: (...) La carne sirve así, según el uso bíblico
de
basar,
para recalcar lo que hay de perecedera debilidad en la condición
humana. (Romanos 6,19; 2 Corintios 7,5; 12,7; Gálatas 4, 13s; ver
Mateo 26, 41s), y para designar al hombre en su pequeñez ante Dios
(Romanos 3, 20 y Gálatas 1,16; 1 Corintios 1,29; ver Mateo 24, 22p;
Lucas 3,6; Jn 17,2; Hechos 2,17; 1 Pedro 1,24). De ahí el uso de
expresiones como: según
la carne (1 Corintios
1,26; 2 Corintios 1,17; Efesios 6,5; Colosenses 3,22; ver Filemón
16; Juan 8,15; la
carne y la sangre (1
Corintios 15,50; Gálatas 1,16; Efesios 6,12; Hebreos 2,14; ver Mateo
16,17), y carnal (Romanos 15,27; 1 Corintios 3,1.3; 9,11; 2 Corintios
1,12; 10,4) para contraponer, el orden de la naturaleza al orden de
la gracia. etc.
La concupiscencia
- Por ello entendemos la petición al Señor: ¡Haznos fuertes con tu fuerza, Señor! Que sería lo
mismo
que decir: envíanos tu Espíritu; con el fin de superar la
inclinación que se opone a la ley del espíritu (Rom. 7, 23). Esa
inclinación se llama «concupiscencia» en la tradición cristiana,
que se explica así en el Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1426:
La
conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del
Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como
alimento nos han hecho «santos e inmaculados ante El» (Ef 1, 4),
como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es «santa e inmaculada ante
El» (Ef 5, 27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación
cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza
humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama ö
concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva
de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la
gracia de Dios (Cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con
miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de
llamarnos (Cf DS 1545; LG 40).
- Es necesario recordar que la «concupiscencia o ley del pecado» que se haya en nosotros no tiene
un
poder irresistible;
lo que hace es desordenar nuestra vida moral, y, sin ser falta en sí
misma, nos inclina a cometer los pecados. San Pablo no niega la
responsabilidad personal del hombre, de cada uno de nosotros, frente
al mal. Nuestra naturaleza, como consecuencia del pecado original,
está debilitada e inclinada al mal - pero no está totalmente
corrompida -, y somos llamados a un combate espiritual (Cfr.
Catecismo… n. 405).
B. El Espíritu Santo, raíz de la vida interior
Cfr.
Juan Pablo II, Audiencia general del miércoles 10/04/1991
La
diferencia que existe entre la madurez
connatural
a las capacidades del alma humana
y
la madurez propiamente cristiana,
que
implica el desarrollo de la vida del Espíritu,
la
madurez de la fe, de la esperanza y de la caridad.
La ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús
1.
San Pablo nos ha hablado en la catequesis anterior de la «ley del
espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2): una ley según
la cual hay que vivir, si se quiere «caminar según el Espíritu»
(cf. Ga 5, 25), realizando las obras del Espíritu, no las de la
«carne».
El Apóstol pone de relieve la
contraposición entre «carne» y «Espíritu», y entre los dos
tipos de obras, de pensamientos y de vida que dependen de ella: «Los
que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según
el Espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son
muerte; mas las del Espíritu, vida y paz» (Rm 8, 5-6).
El
espectáculo de las «obras de la carne» y de las condiciones de
decadencia espiritual y cultural a la que llega el homo
animalis es
desolador. Sin embargo ello no debe hacer olvidar la realidad de la
vida «según el Espíritu», que es muy diversa y que también está
presente en el mundo y se opone a la expansión de las fuerzas del
mal. San Pablo habla de ello en la carta a los Gálatas poniendo de
relieve el «fruto del Espíritu», que es «amor, gozo, paz,
paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de
sí» (cf. 5, 19-22), en contraposición a las «obras de la carne»,
que excluyen del «reino de Dios». Estas cosas - también según san
Pablo- se le dictan al creyente desde el interior, es decir, desde la
«ley del Espíritu» (Rm 8, 2), que está en él y lo guía en la
vida interior (cf. Ga 5, 18. 25).
Es un principio de vida espiritual y de la conducta cristiana, que es interior al hombre y transcendente
2.
Por tanto, se trata de un
principio de la vida espiritual y de la conducta cristiana, que es
interior y al mismo tiempo transcendente, como se deduce ya de las
palabras de Jesús a los discípulos: «el Espíritu de la verdad, a
quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce... en
vosotros está» (Jn 14, 17). El Espíritu Santo viene de lo alto,
pero penetra y reside en nosotros para animar nuestra vida interior.
Jesús no dice sólo: «él permanece junto a vosotros», lo cual
puede sugerir la idea de una presencia que es solamente cercana, sino
que añade que se trata de una presencia dentro de nosotros (cf. Jn
14, 17). San Pablo, a su vez, desea a los efesios que el Padre les
conceda que sean «fortalecidos por la acción de su Espíritu en el
hombre interior» (Ef 3, 16): es decir, en el hombre que no se
contenta con una vida externa, a menudo superficial, sino que trata
de vivir en las «profundidades de Dios», escrutadas por el Espíritu
Santo (cf. 1 Co 2, 10).
La distinción que hace Pablo entre el hombre «psíquico» y el hombre «espiritual».
La
distinción que hace Pablo entre el hombre «psíquico» y el hombre
«espiritual» (cf. 1 Co 2, 13-14) nos ayuda a comprender la
diferencia y la distancia que existe entre la madurez connatural a
las capacidades del alma humana y la madurez propiamente cristiana,
que implica el desarrollo de la vida del Espíritu, la
madurez de la fe, de la esperanza y de la caridad.
La conciencia de esta raíz divina de la vida espiritual, que se
expande desde lo
íntimo del alma a todos los sectores de la existencia, incluso los
externos y sociales, es
un aspecto fundamental y sublime
de la antropología cristiana. Fundamento de esa conciencia es la
verdad de fe por la que creo
que el Espíritu Santo habita en mí
(cf. 1 Co 3, 16), ora
en mí (cf. Rm 8, 26;
Ga 4, 6), me guía
(cf. Rm 8, 14) y hace
que Cristo viva en mí
(cf. Ga 2, 20).
El «agua viva» del que habla Jesús a la Samaritana, simboliza el manantial interior de la vida espiritual.
3.
También la comparación que Jesús utiliza en el coloquio con la
samaritana junto al «pozo de Jacob» sobre el «agua viva» que él
dará a quien crea, agua que «se convertirá en él en fuente de
agua que brota para vida eterna, (Jn 4, 14), simboliza el manantial
interior de la vida espiritual. Lo aclara Jesús mismo con ocasión
de la «fiesta de las Tiendas» (cf. Jn 7, 2), cuando, «puesto en
pie, gritó: “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea
en mí”; como dice la Escritura (cf. Is 55, 1): de su seno correrán
ríos de agua viva». Y el evangelista Juan comenta: «esto lo decía
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él»
(Jn 7, 37-39).
El
Espíritu Santo desarrolla
en el creyente todo el dinamismo de la gracia que da la vida nueva, y
de las virtudes que traducen esta vitalidad en frutos de bondad. El
Espíritu Santo actúa
también desde el «seno» del creyente como fuego, según otra
semejanza que utiliza el Bautista a propósito del bautismo: «él os
bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3, 11); y Jesús mismo
sobre su misión mesiánica: «He venido a arrojar un fuego sobre la
tierra» (Lc 12, 49). Por ello, el Espíritu suscita
una vida animada por aquel fervor que san Pablo recomendaba en la
carta a los Romanos: «sed fervorosos en el Espíritu» (12, 11). Es
la «llama viva de
amor» que pacífica,
ilumina,
abrasa y
consuma,
como tan bien explicó san Juan de la Cruz.
La acción del Espíritu Santo asume, eleva y lleva la perfección la personalidad de cada uno. La acción del Espíritu Santo varía según las diversas condiciones de la vida personal.
4.
De esta forma se desarrolla en el creyente, bajo la acción del
Espíritu Santo, una santidad original, que asume, eleva y lleva a la
perfección la personalidad de cada uno, sin destruirla. Así cada
santo tiene su fisonomía propia. Stella
differt a stella, se
puede decir con san Pablo: «una estrella difiere de otra en
resplandor» (1 Co 15, 41): no sólo en la «resurrección futura» a
la que se refiere el Apóstol, sino también en la condición actual
del hombre, que no es ya sólo psíquico (dotado de vida natural),
sino espiritual (animado por el Espíritu Santo) (cf. 1 Co 15, 44
ss.).
La santidad
está en la perfección del amor. Y sin embargo varía según la
multiplicidad de aspectos que el amor adquiere en las diversas
condiciones de la vida personal. Bajo la acción del Espíritu Santo,
cada uno vence
en el amor el instinto del egoísmo, y desarrolla las mejores fuerzas
en su modo original de darse. Cuando la fuerza expresiva y expansiva
de la originalidad es muy poderosa, el Espíritu Santo hace
que en torno a esas
personas (aunque a veces permanezcan escondidas) se formen grupos de
discípulos y seguidores. De este modo nacen corrientes de vida
espiritual, escuelas de espiritualidad, institutos religiosos, cuya
variedad en la unidad es, pues, efecto de esa divina intervención.
El Espíritu Santo valora las capacidades de todos en las personas y
en los grupos, en las comunidades y en las instituciones, entre los
sacerdotes y entre los laicos.
De la fuente interior del Espíritu deriva también el nuevo valor de libertad, que caracteriza la vida cristiana.
5.
De la fuente interior
del Espíritu deriva
también el nuevo valor de libertad, que caracteriza la vida
cristiana. Como dice san Pablo: «donde está el Espíritu del Señor,
allí está la libertad» (2 Co 3, 17). El Apóstol se refiere
directamente a la libertad adquirida por los seguidores de Cristo
respecto a la ley judaica, en sintonía con la enseñanza y la
actitud de Jesús mismo. Pero el principio que él enuncia tiene un
valor general. Efectivamente, él habla repetidas veces de la
libertad como vocación del cristiano: «Hermanos, habéis sido
llamados a la libertad» (Ga 5, 13). Y explica bien de qué se trata.
Según el Apóstol, «el
que camina según el Espíritu» (Ga 5, 13) vive en la libertad,
porque no se halla ya bajo el yugo opresor de la carne:
«Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las
apetencias de la carne» (Ga 5, 16). «Las tendencias de la carne son
muerte; mas las del Espíritu, vida y paz» (Rm 8, 6).
Las «obras de la
carne», de las que está libre el cristiano fiel al Espíritu, son
las del egoísmo y las pasiones, que impiden el acceso al reino de
Dios. En cambio, las obras del Espíritu son las del amor: «Contra
tales cosas - observa san Pablo- no hay ley» (Ga 5, 23).
Se deriva de aquí - según el
Apóstol- que «si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo
la ley» (Ga 5, 18). Al escribir a Timoteo, no duda en decir: «La
ley no ha sido instituida para el justo» (1 Tm 1, 9). Y santo Tomás
explica: «La ley no tiene fuerza coactiva sobre los justos, sino
sobre los malos» (I-II, q. 96 a. 5, ad. 1), puesto que los justos no
hacen nada contrario a la ley. Más aún guiados por el Espíritu
Santo, hacen libremente más de lo que pide la ley (cf. Rm 8, 4; Ga
5, 13-16).
Admirable conciliación de la libertad y de la ley. El cristiano es el ferviente y fiel realizador del designio de Dios.
6. Ésta es la admirable conciliación de la libertad y de la ley, fruto del Espíritu Santo que actúa en el justo, como habían predicho Jeremías y Ezequiel al anunciar la interiorización de la ley en la Nueva Alianza (cf. Jr 31, 31-34; Ez 36, 26-27).
«Infundiré mi
Espíritu en vosotros» (Ez 36, 27). Esta profecía se ha verificado
y sigue realizándose siempre en los fieles de Cristo y en el
conjunto de la Iglesia. El Espíritu Santo da la posibilidad de ser,
no meros observantes de la ley, sino libres, fervientes y fieles
realizadores del designio de Dios. Se realiza así cuanto dice el
Apóstol: «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para
recaer en el temor; antes bien, recibisteis un Espíritu de hijos
adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 14-15). Es
la libertad de hijos que anunció Jesús como la verdadera libertad
(cf. Jn 8, 36). Se trata de una libertad interior, fundamental, pero
orientada siempre hacia el amor, que hace posible y casi espontáneo
el acceso al Padre en el único Espíritu (cf. Ef 2, 18). Es la
libertad guiada que resplandece en la vida de los santos.
C. San Pablo atribuye al Espíritu Santo la capacidad de sobreabundar en la esperanza.
Cfr.
Papa Francisco, Catequesis sobre la esperanza cristiana, Audiencia
General del 31 de mayo de 2017.
- San Pablo atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos incluso “sobreabundar en la esperanza”.
Abundar
en la esperanza significa no desanimarse jamás; significa esperar
«contra toda esperanza» (Rom 4,18), es decir, esperar incluso
cuando disminuye todo motivo humano para esperar, como fue para
Abraham cuando Dios le pidió sacrificar a su único hijo, Isaac, y
como fue, aún más, para la Virgen María bajo la cruz de
Jesús.
El
Espíritu Santo hace posible esta esperanza invencible dándonos el
testimonio interior que somos hijos de Dios y sus herederos (Cfr. Rom
8,16). ¿Cómo podría Aquel que nos ha dado a su propio Hijo único
no darnos toda cosa con Él? (Cfr. Rom 8,32). «La esperanza –
hermanos y hermanas – no defrauda: la esperanza no defrauda, porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del
Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Por esto no
defrauda, porque está el Espíritu Santo dentro que nos impulsa a ir
adelante, siempre adelante. Y por esto la esperanza no defrauda.
También nos hace capaces de derrochar esperanza con los más necesitados.
Hay
más: el Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de esperar, sino
también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros –
como Él y gracias a Él – los “paráclitos”, es decir,
consoladores y defensores de los hermanos. Sembradores de esperanza.
Un cristiano puede sembrar amargura, puede sembrar perplejidad, y
esto no es cristiano, y tú, si haces esto, no eres un buen
cristiano. Siembra esperanza: siembra el bálsamo de esperanza,
siembre el perfume de esperanza y no vinagre de amargura y de
des-esperanza.
El
Beato Cardenal Newman, en uno de sus discursos, decía a los fieles:
«Instruidos por nuestro mismo sufrimiento, por el mismo dolor, es
más, por nuestros mismos pecados, tendremos la mente y el corazón
ejercitados a toda obra de amor hacia aquellos que tienen necesidad.
Seremos, según nuestra capacidad, consoladores a imagen del
Paráclito – es decir, del Espíritu Santo – y en todos los
sentidos que esta palabra comporta: abogados, asistentes,
dispensadores de consolación. Nuestras palabras y nuestros consejos,
nuestro modo de actuar, nuestra voz, nuestra mirada, serán gentiles
y tranquilizantes» (Parochial and plain Sermons, vol. V, Londra
1870, pp. 300s.). Son sobre todo los pobres, los excluidos, los no
amados los que necesitan de alguien que se haga para ellos
“paráclito”, es decir, consoladores y defensores, como el
Espíritu Santo se hace para cada uno de nosotros, que estamos aquí
en la Plaza, consolador y defensor. Nosotros debemos hacer lo mismo
por los más necesitados, por los descartados, por aquellos que
tienen necesidad, aquellos que sufren más. Defensores y
consoladores. (…)
Hermanos
y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés – que es el
cumpleaños de la Iglesia:
Pentecostés – esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre
concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y
el don del Espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Les
diré más: nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que son
los más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que
tienen necesidad. Gracias.
Vida
Cristiana
1
Efesios 3, 14-19: “14 Por este motivo, me pongo de rodillas ante
el Padre, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la
tierra, 16 para que, conforme a las riquezas de su gloria, os
conceda fortaleceros firmemente en el hombre interior mediante su
Espíritu. 17 Que Cristo habite en vuestros corazones por la
fe, para que, arraigados y fundamentados en la caridad, 18 podáis
comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud,
la altura y la profundidad; 19 y conocer también el amor de Cristo,
que supera todo conocimiento, para que os llenéis por completo de
toda la plenitud de Dios”.
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