Ø Domingo 21 del Tiempo Ordinario, Año A (2017). La identidad de Jesucristo. ¿Quién dice la gente que es el hijo del Hombre? Jesús hizo esa pregunta a los apóstoles e, inmediatamente, añadió otra pregunta: «Y vosotros, quien decís que soy yo?» No parece dar mucha importancia a lo que la gente piensa de él; le interesa saber que piensan sus discípulos. No permite que nos atrincheremos tras las opiniones de otros, quiere que digamos nuestra propia opinión.
v Cfr. Domingo 21 del tiempo ordinario, Año A
27 de agosto de 2017
Mateo 16, 13-20: 13 Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de
Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién
dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? 14 Ellos respondieron: Unos
que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los
profetas. 15 El les dijo: Y vosotros,
¿quién decís que soy yo? 16 Respondiendo Simón Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
17 Jesús le respondió: Bienaventurado
eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los Cielos.18 Y yo te digo que tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella. 19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo
lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que
desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos.20 Entonces ordenó a
los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.
1. ¿Quién dice la gente que es el hijo del Hombre?
Cfr.
Raniero Cantalamessa, Echad las redes, Ciclo
A, Edicep 2001, pp. 290-294
v Jesús hizo esa pregunta a los apóstoles e, inmediatamente, añadió otra pregunta: «Y vosotros, quien decís que soy yo?»
o No parece dar mucha importancia a lo que la gente piensa de él; le interesa saber que piensan sus discípulos.
§ No permite que nos atrincheremos tras las opiniones de otros, quiere que digamos nuestra propia opinión.
(…)
Entre las dos respuestas hay un salto abismal, una
"conversión". Si antes, para responder, bastaba con mirar alrededor y
haber escuchado las opiniones de la gente, ahora deben mirarse dentro, escuchar
una voz bien distinta, que no viene de la carne ni de la sangre, sino del Padre
que está en los cielos. Pedro ha sido objeto de una iluminación "de lo
alto". (…)
El sondeo de Jesús se desarrolla en dos tiempos, comporta dos
preguntas fundamentales: primero, "Quién dice la gente que soy yo?";
segundo, "¿Quién decís vosotros que soy yo? Jesús no parece dar mucha
importancia a lo que la gente piensa de él; le interesa saber qué piensan sus
discípulos. Les coge con ese "¿y vosotros quién decís que soy yo?".
No permite que se atrincheren tras las opiniones de otros, quiere que digan su
propia opinión.
La situación se repite, casi idéntica, en el día de hoy. También
hoy "la gente", la opinión pública, tiene sus ideas sobre Jesús.
Jesús está de moda. Miremos lo que sucede en el mundo de la literatura y del
espectáculo. No pasa un año sin que salga una novela o una película con la propia
visión, torcida y desacralizada, de Cristo. El caso del Código Da Vinci de Dan
Brown ha sido el más clamoroso y está teniendo muchos imitadores.
Luego están los que se quedan a medio camino. Como la gente de
su tiempo, cree que Jesús es "uno de los profetas". Una persona
fascinante, se le coloca al lado de Sócrates, Gandhi, Tolstoi. Estoy seguro de
que Jesús no desprecia estas respuestas, porque se dice de él que "no
apaga el pábilo vacilante y no quiebra la caña cascada", es decir, sabe
apreciar todo esfuerzo honesto por parte del hombre. Pero hay una respuesta que
no cuadra, ni siquiera a la lógica humana. Gandhi o Tolstoi nunca han dicho
"yo soy el camino, la verdad y la vida", o también "el que ama a
su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí".
Con Jesús no se puede quedar uno a medio camino: o es lo que
dice ser, o él es el mayor loco exaltado de la historia. No hay medias tintas. (…)
No basta responder
con lo que se dice a
nuestro alrededor
2. Cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por la misma pregunta de Jesús.
v "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16,15). Nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con El.
Cfr. Juan
Pablo II, Audiencia General del 7 de enero de 1987
Al
iniciar el ciclo de catequesis sobre Jesucristo, catequesis de fundamental
importancia para la fe y la vida cristiana, nos sentimos interpelados por la
misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los
discípulos que estaban con El. (…)
Conocemos
la respuesta escueta e impetuosa de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo" (Mateo 16,16). Para que nosotros podamos
darla, no sólo en términos abstractos, sino como una expresión vital, fruto del
don del Padre (Mateo 16,17), cada uno debe
dejarse tocar personalmente por la pregunta: "Y tú, ¿quién dices que soy?
Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy yo de verdad para ti? A Pedro la
iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo
período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y
su ministerio (cf. Mateo 16,21-24).
o Para llegar a una confesión más consciente de Jesucristo (…)
§ La pregunta de Jesús quiere una respuesta madurada en el tiempo de reflexión y de oración. No podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística.
La
pregunta de Jesús sobre su identidad muestra la finura pedagógica de quien no
se fía de respuestas apresuradas, sino que quiere una respuesta madurada a
través de un tiempo, a veces largo, de reflexión y de oración, en la escucha
atenta e intensa de la verdad de la fe cristiana profesada y predicada por la
Iglesia.
Reconocemos, pues, que ante Jesús no podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística. En torno a Cristo vemos muchas veces pulular, incluso entre los cristianos, las sombras de la ignorancia, o las aún más penosas de los malentendidos, y a veces también de la infidelidad. Siempre está presente el riesgo de recurrir al "Evangelio de Jesús" sin conocer verdaderamente su grandeza y su radicalidad y sin vivir lo que se afirma con palabras. Cuántos hay que reducen el Evangelio a su medida y se hacen un Jesús más cómodo, negando su divinidad trascendente, o diluyendo su real, histórica humanidad, e incluso manipulando la integridad de su mensaje especialmente si no se tiene en cuenta ni el sacrificio de la cruz, que domina su vida y su doctrina, ni la Iglesia que Él instituyó como su "sacramento" en la historia.
Estas sombras también nos estimulan a la búsqueda de la verdad plena sobre Jesús, sacando partido de las muchas luces que, como hizo una vez a Pedro, el Padre ha encendido, en torno a Jesús a lo largo de los siglos, en el corazón de tantos hombres con la fuerza del Espíritu Santo: las luces de los testigos fieles hasta el martirio; las luces de tantos estudiosos apasionados, empeñados en escrutar el misterio de Jesús con el instrumento de la inteligencia apoyada en la fe; las luces que especialmente del Magisterio de la Iglesia, guiado por el carisma del Espíritu Santo, ha encendido con las definiciones dogmáticas sobre Jesucristo. (…)
Reconocemos, pues, que ante Jesús no podemos contentarnos de una simpatía simplemente humana por legítima y preciosa que sea, ni es suficiente considerarlo sólo como un personaje digno de interés histórico, teológico, espiritual, social o como fuente de inspiración artística. En torno a Cristo vemos muchas veces pulular, incluso entre los cristianos, las sombras de la ignorancia, o las aún más penosas de los malentendidos, y a veces también de la infidelidad. Siempre está presente el riesgo de recurrir al "Evangelio de Jesús" sin conocer verdaderamente su grandeza y su radicalidad y sin vivir lo que se afirma con palabras. Cuántos hay que reducen el Evangelio a su medida y se hacen un Jesús más cómodo, negando su divinidad trascendente, o diluyendo su real, histórica humanidad, e incluso manipulando la integridad de su mensaje especialmente si no se tiene en cuenta ni el sacrificio de la cruz, que domina su vida y su doctrina, ni la Iglesia que Él instituyó como su "sacramento" en la historia.
Estas sombras también nos estimulan a la búsqueda de la verdad plena sobre Jesús, sacando partido de las muchas luces que, como hizo una vez a Pedro, el Padre ha encendido, en torno a Jesús a lo largo de los siglos, en el corazón de tantos hombres con la fuerza del Espíritu Santo: las luces de los testigos fieles hasta el martirio; las luces de tantos estudiosos apasionados, empeñados en escrutar el misterio de Jesús con el instrumento de la inteligencia apoyada en la fe; las luces que especialmente del Magisterio de la Iglesia, guiado por el carisma del Espíritu Santo, ha encendido con las definiciones dogmáticas sobre Jesucristo. (…)
3. Modos de ver a Jesús
v Cuando nos acercamos a Jesús, por así decirlo, desde fuera.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía, 29 de junio de 2007
Muchos se acercan a Jesús, por decirlo así, desde
fuera. Grandes estudiosos reconocen su talla espiritual y moral y su influjo en
la historia de la humanidad, comparándolo a Buda, Confucio, Sócrates y a otros
sabios y grandes personajes de la historia. Pero no llegan a reconocerlo en su
unicidad. Viene a la memoria lo que Jesús dijo a Felipe durante la última Cena:
"¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? (Jn 14,9).
A menudo Jesús es considerado también como uno de los
grandes fundadores de religiones, de los que cada uno puede tomar algo para formarse
una convicción propia. Por tanto, como entonces, también hoy la
"gente" tiene opiniones diversas sobre Jesús. Y como entonces,
también a nosotros, discípulos de hoy, Jesús nos repite su pregunta: "Y
vosotros ¿quién decís que soy yo?".
o Queremos hacer nuestra la respuesta de san Pedro.
§ Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.
Queremos hacer nuestra la respuesta de san Pedro.
Según el evangelio de san Marcos, dijo: "Tú eres el Cristo" (Marcos 8,29); en san Lucas, la afirmación
es: "El Cristo de Dios" (Lucas 9,20); en san Mateo: "Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mateo 16,16); por último, en san Juan:
"Tú eres el Santo de Dios" (Juan 6,69). Todas esas respuestas son
exactas y valen también para nosotros. (…)
§ El modo escandaloso para los discípulos de todos los tiempos de ser el Mesías y el Hijo de Dios: también para el creyente la cruz es siempre difícil de aceptar.
Estos textos dicen claramente que la integridad de la
fe cristiana se da en la confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de
Jesús sobre su "camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo
absolutamente singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un
"camino" estrecho, un "modo" escandaloso para los discípulos
de todos los tiempos, que inevitablemente se inclinan a pensar según los
hombres y no según Dios (cf. Mt 16,23). También hoy, como en tiempos de
Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe: es necesario aprender
siempre de nuevo del Señor el modo propio como él es el Salvador y el camino
por el que debemos seguirlo.
En efecto, debemos reconocer que, también para el
creyente, la cruz es siempre difícil de aceptar. El instinto impulsa a
evitarla, y el tentador induce a pensar que es más sabio tratar de salvarse a
sí mismos, más bien que perder la propia vida por fidelidad al amor, por
fidelidad al Hijo de Dios que se hizo hombre.
(…)
v Dos modos distintos de conocer a Cristo. El conocimiento externo y el conocimiento en la fe.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la
Celebración Eucarística, Domingo 21 de agosto de 2011, en la Jornada Mundial de
la Juventud en Madrid.
o Dos modos distintos de conocer a Cristo.
§ a) El conocimiento externo
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16,
13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El
primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión
corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»,
los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros
que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un
personaje religioso más de los ya conocidos.
§ b) El conocimiento en la fe. Supone el seguimiento de Jesús. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados.
Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos,
Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con
lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios
vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es
capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.
La fe es un don de Dios que no proporciona solo información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión a su persona, el seguimiento. Se consolida y crece a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su
razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque
eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en
los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su
intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no
proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que
supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su
inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí
mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el
fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en
relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y,
puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer,
hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la
relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles
tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor
resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
o También hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a
vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a
un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de
Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar
por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera
en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca
me abandone.
4. Los discípulos de Cristo no son heraldos de una idea sino testigos de una persona. El seguimiento de Cristo.
Cfr. Benedicto XBVI, Catequesis, 22 de marzo de 2006
v Lo discípulos de Jesús ven donde vive y comienzan a conocerle.
o Su aventura comienza como un encuentro de personas que se abren recíprocamente.
Este aspecto es subrayado por el evangelista Juan
desde el primer encuentro de Jesús con los futuros apóstoles. Aquí el escenario
es diferente. El encuentro tiene lugar a orillas del Jordán. La presencia de
los futuros discípulos, que como Jesús vinieron de Galilea para vivir la
experiencia del bautismo administrado por Juan, ilumina su mundo espiritual.
Eran hombres en espera del Reino de Dios, deseosos de conocer al Mesías, cuya
venida era anunciada como algo inminente. Les es suficiente que Juan Bautista
señale a Jesús como el Cordero de Dios (Cf. Juan 1,36) para que surja en ellos
el deseo de un encuentro personal con el Maestro. El diálogo de Jesús con sus
primeros dos futuros apóstoles es muy expresivo. A la pregunta: «¿Qué
buscáis?», responden con otra pregunta: «Rabbí --que quiere decir,
"Maestro"- ¿dónde vives?». La respuesta de Jesús es una invitación:
«Venid y lo veréis» (Cf. Juan 1, 38-39). Venid para poder ver. La aventura de
los apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren
recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del
Maestro. Ven donde vive y comienzan a conocerle. No tendrán que ser heraldos de
una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, tendrán que «estar» con Jesús (Cf. Marcos
3, 14), estableciendo con él una relación personal. Con este fundamento, la
evangelización no es más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una
invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo (Cf. 1 Juan 13).
5. La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada
uno de nosotros y pide una respuesta.
Cfr. Papa Francisco, Homilía
en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, 20 de febrero de 2014.
Fuente:
L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 9, viernes 28 de
febrero de 2014
o La respuesta no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús.
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». La pregunta de
Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros
y pide una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una
fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús, con la ayuda
de un «gran trabajador», el Espíritu Santo. Es éste el perfil del discípulo
trazado por el Papa Francisco en la misa del jueves 20 de febrero en la Casa
Santa Marta.
(…)
§ Diferente es la reacción de Pedro «cuando Jesús comenzó a explicar lo que tenía que suceder: el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Sin embargo, el diálogo con Jesús no termina así. En
efecto, «el Señor —dijo el Papa— comenzó a explicar lo que tenía que suceder».
Pero «Pedro no estaba de acuerdo» con lo que había oído: «no le gustaba ese
camino» proyectado por Jesús.
También hoy, prosiguió el obispo de Roma, «escuchamos
muchas veces dentro de nosotros» la misma pregunta dirigida por Jesús a los
apóstoles. Jesús «se dirige a nosotros y nos pregunta: para ti, ¿quién soy yo?
¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, para mí? ¿Quién es
Jesucristo?». Y, destacó el Pontífice, también «nosotros seguramente daremos la
misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el catecismo: ¡Tú eres el
Hijo de Dios vivo, Tú eres el Redentor, Tú eres el Señor!».
Diferente es la reacción de Pedro «cuando Jesús
comenzó a explicar lo que tenía que suceder: el Hijo del hombre tenía que
padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar a los tres días». A Pedro, afirmó el Papa, «ciertamente
no le gustaba este discurso». Él razonaba así: «¡Tú eres el Cristo! ¡Tú vences
y vamos adelante!». Por esta razón «no comprendía este camino» de sufrimiento
indicado por Jesús. Así que, como relata el Evangelio, «se lo llevó aparte» y
«se puso a increparlo». Estaba «tan contento de haber dado aquella respuesta
—“Tú eres el Mesías”— que se sintió con la fuerza para reprender a Jesús».
El Papa Francisco
releyó palabra por palabra la respuesta de Jesús a Pedro: «Pero Él se volvió y,
mirando a los discípulos, increpó a Pedro: “Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas
como los hombres, no como Dios”».
o Para responder nosotros a la pregunta de Jesús no es suficiente haber estudiado el catecismo. Debemos seguir el camino de Pedro.
Por lo tanto, para «responder a esa pregunta que todos
nosotros percibimos en el corazón —quién es Jesús para nosotros— no es
suficiente lo que hemos aprendido, estudiado en el catecismo». Es ciertamente
«importante estudiarlo y conocerlo, pero no es suficiente», insistió el Santo
Padre. Porque para conocerlo de verdad «es necesario hacer el camino que hizo
Pedro». En efecto, «después de esta humillación, Pedro siguió adelante con
Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio sus poderes...».
Sin embargo, «a un cierto punto Pedro negó a Jesús,
traicionó a Jesús». Precisamente en ese momento «aprendió esa difícil ciencia
—más que ciencia, sabiduría— de las lágrimas, del llanto». Pedro «pidió perdón»
al Señor.
E incluso, «en la incertidumbre de aquel domingo de
Pascua, Pedro no sabía qué pensar» de lo dicho por las mujeres acerca del
sepulcro vacío. Y así también él «fue al sepulcro». En el Evangelio, recordó el
Papa, no se recoge «explícitamente el momento, pero se dice que el Señor
encontró a Pedro», se dice que Pedro «encontró al Señor vivo, solo, cara a
cara». Y así «esa mañana, en la playa del Tiberíades, Pedro fue interrogado
otra vez. Tres veces. Y él sintió vergüenza, recordó aquella tarde del jueves
santo: las tres veces que había negado a Jesús». Recordó «el llanto». Según el
Papa, «en la playa del Tiberíades, Pedro lloró no amargamente como el jueves,
pero lloró».
§ Para conocer a Jesús, no es necesario un estudio de nociones, sino ser discípulos. Caminar con Jesús. Seguir a Jesús, con nuestras virtudes y pecados.
Por lo tanto, «la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para
vosotros, para ti?— se comprende sólo a lo largo del camino, después de un
largo camino. Una senda de gracia y de pecado». Es «el camino del discípulo».
En efecto, «Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo:
¡sígueme!». Y precisamente «este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús.
Seguir a Jesús con nuestras virtudes» y «también con nuestros pecados. Pero seguir
siempre a Jesús».
Para conocer a Jesús, reafirmó el Santo Padre, «no es
necesario un estudio de nociones sino una vida de discípulo». De este modo,
«caminando con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús.
Conocemos a Jesús como discípulos». Lo conocemos en el «encuentro cotidiano con
el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras debilidades».
§ Además, «conocer a Jesús es un don del Padre: es Él quien nos hace conocer a Jesús». En realidad, puntualizó, esto «es un trabajo del Espíritu Santo».
Se trata de «un camino que no podemos hacer solos»,
precisó el Papa. Por lo tanto, se conoce a Jesús «como discípulos por el camino
de la vida, siguiéndole a Él». Pero esto «no es suficiente», advirtió el Papa,
porque «conocer a Jesús es un don del Padre: es Él quien nos hace conocer a
Jesús». En realidad, puntualizó, esto «es un trabajo del Espíritu Santo, que es
un gran trabajador: no es un sindicalista, es un gran trabajador. Y trabaja
siempre en nosotros; y realiza esta gran labor de explicar el misterio de Jesús
y darnos este sentido de Cristo».
Vida Cristiana
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