Ø Domingo 20 del tiempo ordinario, Año A. (2017). La fe de la mujer cananea. La fe cristiana no
es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo.
v Cfr. Domingo 20 del tiempo ordinario Año A. 20 de agosto de 2017.
Mateo
15, 21-28: 21 Después que Jesús partió de allí, se retiró a la región de Tiro y
Sidón. 22 En esto una mujer cananea, venida de aquellos contornos, se puso a
gritar: ¡Señor, Hijo
de David, apiádate de mí! Mi hija es cruelmente atormentada por el demonio. 23
Pero él no le respondió palabra. Entonces, acercándose sus discípulos, le
rogaban diciendo: Atiéndela y que se vaya, pues viene gritando detrás de
nosotros. 24 El respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la
casa de Israel. 25 Ella, no obstante, se acercó y se postró ante él diciendo: ¡Señor, ayúdame! 26 El le respondió: No
está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos. 27 Pero ella
dijo: Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que
caen de las mesas de sus amos. 28 Entonces Jesús le respondió: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como tú
quieres. Y quedó sana su hija en aquel instante.
La
mujer cananea se puso a gritar a Jesús: ¡Señor, apiádate de mí!
Este
título – «Señor» - expresa
respeto y confianza en Jesús
y
esperanza de socorro y de curación.
La
fe es, en esencia, el encuentro con Cristo.
(Joseph
Ratzinger, Dios y el mundo, p. 235)
1. El título dado a Jesús - «Señor» - por la mujer cananea en el Catecismo de la Iglesia Católica.
v a) Es una señal de respeto y de confianza, y, además, del reconocimiento del misterio divino de Jesús.
·
n. 448: Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay
personas que se dirigen a Jesús
llamándole
"Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se
acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mateo 8,2 Mateo 14,30 Mateo 15, 22, etc. ). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa
el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lucas 1,43 Lucas 2,11). En el encuentro con
Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Juan 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto
que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Juan 21,7).
v b) El mismo Jesús se atribuye este título
·
n. 447: El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute
con los
fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (Mateo 22,41-46; cf. también Hechos 2,
34-36; Hebreos 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus
apóstoles (Juan 13, 13). (…)
v c) El hecho de que reconozcamos que «Jesús es Señor» es una acción del Espíritu Santo en nosotros.
·
n. 152: No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a
los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Corintios 12,3). (…).
v d) Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana.
con todo el corazón,
con toda el alma,
con todo el espíritu y
todas las fuerzas (cf. Marcos 12,29-30).
Deja
al mismo tiempo entender
que él mismo es
"el Señor"
(cf. Marcos 12,35-37).
Confesar
que "Jesús es Señor" es
lo propio
de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe
en el Dios Único. Creer
en el Espíritu Santo, "que es Señor y dador
de vida",
no introduce
ninguna división
en el Dios único.
2. La fe de la mujer cananea: un encuentro personal con Jesús
Benedicto XVI, Angelus, 14 de agosto de 2011
v La fe nos abre a conocer y acoger la identidad real de Jesús, para vivir una relación personal con él.
o Jesús queda admirado de la fe tan grande de esa mujer.
·
El
pasaje evangélico de este domingo comienza con la indicación de la región a
donde Jesús se
estaba retirando: Tiro y Sidón, al noroeste de Galilea,
tierra pagana. Allí se encuentra con una mujer cananea, que se dirige a él
pidiéndole que cure a su hija atormentada por un demonio (cf. Mt 15, 22). Ya en esta petición podemos
descubrir un inicio del camino de fe, que en el diálogo con el divino Maestro
crece y se refuerza. La mujer no tiene miedo de gritar a Jesús: «Ten compasión
de mí», una expresión recurrente en los Salmos (cf. 50, 1); lo llama «Señor» e «Hijo
de David» (cf. Mt15, 22),
manifestando así una firme esperanza de ser escuchada. ¿Cuál es la actitud del
Señor frente a este grito de dolor de una mujer pagana? Puede parecer
desconcertante el silencio de Jesús, hasta el punto de que suscita la intervención
de los discípulos, pero no se trata de insensibilidad ante el dolor de aquella
mujer. San Agustín comenta con razón: «Cristo se mostraba indiferente hacia
ella, no por rechazarle la misericordia, sino para inflamar su deseo» (Sermo 77, 1:PL 38, 483). El aparente desinterés de
Jesús, que dice: «Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel» (v.
24), no desalienta a la cananea, que insiste: «¡Señor, ayúdame!» (v. 25). E
incluso cuando recibe una respuesta que parece cerrar toda esperanza — «No está
bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (v. 26) —, no
desiste. No quiere quitar nada a nadie: en su sencillez y humildad le basta
poco, le bastan las migajas, le basta sólo una mirada, una buena palabra del
Hijo de Dios. Y Jesús queda admirado por una respuesta de fe tan grande y le
dice: «Que se cumpla lo que deseas» (v. 28).
v El conocimiento de la fe es un don de Dios, que se revela a nosotros no como una cosa abstracta, sin rostro y sin nombre; la fe responde, más bien, a una Persona, que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros y comprometer toda nuestra vida.
·
Queridos
amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y
acoger con
libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar asimismo
a Jesús: «¡Danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!». Es el camino que
Jesús pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos
los tiempos y de todos los pueblos, cada uno de nosotros. La fe nos abre a
conocer y acoger la identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra,
como fuente de vida, para vivir una relación personal con él. El conocimiento
de la fe crece, crece con el deseo de encontrar el camino, y en definitiva es
un don de Dios, que se revela a nosotros no como una cosa abstracta, sin rostro
y sin nombre; la fe responde, más bien, a una Persona, que quiere entrar en una
relación de amor profundo con nosotros y comprometer toda nuestra vida. Por
eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, cada
día debe vernos pasar del hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la
acción de Dios, al hombre espiritual (cf. 1
Co 2, 13-14), que se deja
interpelar por la Palabra del Señor y abre su propia vida a su Amor.
o Cómo alimentar cada día nuestra fe
·
Queridos
hermanos y hermanas, alimentemos por tanto cada día nuestra fe, con la escucha
profunda
de la Palabra de Dios, con la celebración de los
sacramentos, con la oración personal como «grito» dirigido a él y con la
caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, a la
que mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo en alma y cuerpo,
para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida la alegría de haber
encontrado al Señor.
3. La mujer hace un acto insólito de fe y de humildad
Cfr.
Juan Pablo II, Audiencia, 16
diciembre de 1987.
v Dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”.
o ¡Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!
·
Impresiona de
manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir
la ayuda de
Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un
demonio”. Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda,
Él le respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los
perrillos” (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y
cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento
práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe).
Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de
humildad. Y dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las
migajas que caen de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan
humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe!
Hágase contigo como tú quieres” (cf. Mt 15,21-28).
¡Es un suceso difícil
de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “cananeos” de todo
tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir
comprensión y ayuda en sus necesidades!
4. La fe humilde y confiada en su persona hace que Jesús escuche nuestra súplica.
Hans Urs von
Balthasar, Luz de la Palabra, Ed.
Encuentro 1997, p. 97
·
El
evangelio de la mujer cananea tiene un tono extrañamente duro. En un primer
momento Jesús
parece
no querer oír la fervorosa súplica de la mujer; después dice que su misión
concierne sólo a Israel, y una tercera sentencia lo subraya: el pan que él ha
de dar pertenece a los hijos y no a los perros. Pero después viene la
maravillosa respuesta de la mujer: «Tienes razón, Señor»; ella lo ve y lo
admite, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus
amos. Ante semejante respuesta el Señor no puede resistirse, como tampoco pudo
resistirse ante la respuesta del centurión pagano de Cafarnaún: la fe humilde y
confiada en su persona se clava en el corazón de Jesús y la súplica es
escuchada. En Cafarnaún se oyeron estas palabras: «Señor, no te molestes; yo no
soy quién para que entres bajo mi techo» (Lc 7,6); aquí se produce la humilde
aceptación del último lugar, bajo la mesa. En ambos casos se trata de la misma
fe: «En ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mt 8,10).
5. La fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo.
Cfr. Benedicto XVI, Mensaje
para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011 (6 de agosto de 2010).
v Hemos de vivir «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Colosenses 2,7).
o «Arraigado» evoca el árbol y las raíces que lo alimentan.
§ Jesús mismo se presenta como nuestra vida.
·
La primera imagen
es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que
le
dan
estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría.
¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los padres, la familia y la cultura
de nuestro país son un componente muy importante de nuestra identidad. La
Biblia nos muestra otra más. El profeta Jeremías escribe: «Bendito quien confía
en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al
agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo
sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar
fruto» (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el profeta, significa volver a
poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra vida; sin Él no podríamos vivir
de verdad. «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo» (1 Jn
5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra vida (cf. Jn 14, 6). Por
ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una
relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona
un dinamismo nuevo a toda la existencia.
§ Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle?
No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.
·
Cuando comenzamos
a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y,
con
su
amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la
juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué
finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el
ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las
relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar… En
este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé
conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de
la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa
meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de
verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de
permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una
decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después
tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará
también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No
cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se
vuelve auténtica.
o «Edificado» evoca a la casa construida sobre los cimientos.
§ La edificación de la vida sobre la Palabra de Dios.
·
Como las raíces
del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan
a la
casa
una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col
2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia
sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la
Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios,
que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido.
«Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama
“amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa
responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en
práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me
llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y
recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca
a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba
una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida,
arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente
construida» (Lc 6, 47-48).
§ Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida.
Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda. Convertíos en adultos en la fe.
·
Queridos amigos,
construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad
también
vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero
Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado
seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los
problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os
presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de
que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de
Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es
la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que
habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con
responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No
creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra
vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la
Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra.
o Firmes en la fe
Estad «arraigados
y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2,
7). La carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo
para responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de
Colosas. Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de
ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del
Evangelio. Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas
analogías con el de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte
corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las
personas y la sociedad, planteando e intentando crear un “paraíso” sin Él. Pero
la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno”,
donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las
personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio,
cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en
verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor,
donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos
que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar
laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en
Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que
se enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano
moral.
El
apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas contrarias al
Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio es el
fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las filosofías
que lo ignoran, considerándolo “necedad” (1 Co 1, 23), muestran sus
límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por
ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe
(cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó
en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros
sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos
reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este
modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud
del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este
amor con los hermanos más pobres y en dificultad.
Queridos
amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la
vida. En realidad, es lo contrario. Es el “sí” de Dios al hombre, la expresión
máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del
corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre
disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero invitaros a
acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin
Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo
del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos
aspiramos.
v Dónde encontramos a Jesús
o a) El encuentro con Jesús en los Sacramentos de la Eucaristía, de la Penitencia; en el prójimo: en los pobres y en los enfermos, en los necesitados.
·
En el Evangelio
se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás cuando acoge el misterio
de
la cruz y resurrección de
Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo
de sus curaciones y milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante
su muerte. En la tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero
Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha
aparecido, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn
20, 25).
·
También nosotros
quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún
su presencia. A muchos se les
hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de
Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la
singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y
meditación, fui madurando la idea de transmitir en un libro algo de mi
encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y
tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer.
De hecho, Jesús mismo, apareciéndose nuevamente a los discípulos después de
ocho días, dice a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27).
También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter,
por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En
los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos
jóvenes, aprended a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está
presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el
Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia
ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los
pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.
o b) El encuentro con Jesús en la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica, y en la oración. Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará.
§ Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia.
·
Entablad y
cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la
lectura de los
Evangelios
y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en
Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante todo una adhesión personal del
hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a
toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica,
150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en
un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra
infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol
Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!».
o c) La fe en la Iglesia
§ «Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros».
·
(…) Nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con
Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no
somos creyentes aislados,
sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe
profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo
que proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del
peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: «Cada
creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo
creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a
sostener la fe de los otros» (Catecismo de la Iglesia Católica,
166). Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace
progresar con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn
20, 31). (…)
También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada
día testimonio de vuestra fe, seréis un
instrumento que ayudará a
otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida,
que nace del encuentro con
Cristo.
6. Todos los caminos de la tierra pueden ser
ocasión de un encuentro con Cristo.
·
San Josemaría, Es Cristo que pasa, 110: (…) Es necesario
repetir una y otra vez que Jesús no se
dirigió
a un grupo de privilegiados, sino que vino a revelarnos el amor universal de
Dios. Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera amor. De
todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su
profesión u oficio. La vida corriente y ordinaria no es cosa de poco valor:
todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo,
que nos llama a identificarnos con El, para realizar —en el lugar donde
estamos— su misión divina.
Dios nos llama a través de las incidencias de la
vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de
las
personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros,
en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de
los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica,
atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad.
·
San Josemaría,
Es Cristo que pasa, 111: Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida
nos
traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los
demás. Cuando venga el Hijo del hombre con toda su majestad y acompañado de
todos sus ángeles, sentarse ha entonces en el trono de su gloria, y hará
comparecer delante de él a todas las naciones, y separará a los unos de los
otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, poniendo las ovejas a
su derecha y los cabritos a la izquierda.
Entonces el rey dirá a
los que estarán a su derecha: venid, benditos de mi padre, a tomar posesión
del reino, que os está preparado desde el principio del mundo. Porque yo
tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era
peregrino, y me hospedasteis; estando desnudo, me cubristeis; enfermo, y me
visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme. A lo cual los justos le
responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos nosotros hambriento y te dimos
de comer, sediento y te dimos de beber?, ¿cuándo te hallamos de peregrino y te
hospedamos, desnudo y te vestimos?, o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a visitarte? Y el rey en respuesta les dirá: en verdad os digo, siempre
que lo hicisteis con algunos de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo
hicisteis.
7. Una invitación de Papa Francisco
v Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
·
Evangelii gaudium, n. 3: Invito a cada cristiano, en
cualquier lugar y situación en que se encuentre, a
renovar ahora
mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de
dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón
para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda
excluido de la alegría reportada por el Señor» (Pablo VI, Exhort. ap. Gaudete in Domino,9 mayo 1975, 22). Al
que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso
hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.
·
Evangelii gaudium, n. 7: No me cansaré de repetir aquellas
palabras de Benedicto XVI que nos
llevan al centro
del Evangelio:
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Carta enc. Deus caritas est, 25 diciembre 2005, 1).
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