¡Sólo porque Dios es
bueno!
El Profeta lo dijo así: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos
–oráculo del Señor-”.
Y la palabra de Dios –la de la Escritura, la del
Hijo- nos ayuda a entrar en el misterio de “los
caminos de Dios”, en el misterio del Camino por el que hemos de ir si
queremos entrar en la Verdad y la Vida.
Dios es el Otro, el totalmente Otro, el Dios escondido.
Cuando digo Dios, digo lo indecible, lo
inefable, lo que no cabe en mis palabras porque no cabe en mis pensamientos.
Sólo él, caminando conmigo, hablándome,
amándome, puede acercarme al misterio de lo que él es para mí.
En este domingo escuchamos palabras que nos
resultan familiares: “El Señor es clemente y misericordioso… El Señor es bueno
con todos, es cariñoso con todas sus
criaturas… es justo en todos sus
caminos, es bondadoso en todas sus
acciones”.
Intuyes que tu Dios perdona siempre, que sólo
has de “regresar a él” para
encontrarte con su piedad, que sólo has de “abandonar
tu camino” para encontrar un perdón que ya te está esperando, que ya es
tuyo, tanto como lo es el amor de donde nace.
Dichosos aquellos obreros de la última hora, que
recibieron una paga igual a los de la hora primera, ¡dichosos ellos!, y no
porque hayan trabajado menos, sino porque en ellos Dios se ha manifestado “bueno” hasta donde nosotros no seríamos
capaces de sospechar.
Dichoso tú, hermano ladrón, crucificado con Jesús,
que vas a la viña en la última hora de luz, cuando ya la noche incumbe y apenas
queda tiempo para injertarte en la Vid, ¡dichoso tú!, porque la Vid misma te ha
injertado en su cuerpo para que, con ella, lleves fruto abundante en el día
nuevo del Reino de Dios, y, en ella, recibas –paga inesperada, sorprendente,
desmedida- el denario del paraíso.
Habrás observado –se lo digo a la Iglesia-, que
en la parábola, más que la viña y su fruto, lo que se considera es la
generosidad del propietario y su preocupación porque los jornaleros tengan un
salario, que no va a estar en conformidad con lo que hayan trabajado, sino en
conformidad con lo que el propietario ha querido darles para que vivan.
La parábola habla de Dios y de ti –se lo digo a
cada uno de los hijos de la Iglesia que hoy celebra la Eucaristía-.
Cada uno de nosotros es ese jornalero de última
hora que recibe un salario de gloria por lo que no ha trabajado. Cada uno de
nosotros es ese crucificado con Cristo, que, injertado en Cristo, entra con
Cristo en el paraíso. Cada uno de
nosotros hace hoy comunión con Cristo, con la Vid, con el Hijo; cada uno de
nosotros es injertado hoy en la Vid; y
esa comunión es el salario, admirable, sorprendente, único, inmerecido y divino
de nuestra entrada por la fe en la viña de Dios, ¡un salario de eternidad para
un tiempo de fe!, un salario de gloria que se te da sólo porque has ido a la
viña, ¡sólo porque Dios es bueno!
Te has acercado, Iglesia amada del Señor, al
misterio de lo que Dios es para ti.
Sólo me queda recordar lo que nosotros hemos de
ser para él: “Sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto”, imperativo que parece de perfección, pero que
lo es sólo de amor: Amemos como él nos ama.
Feliz domingo.
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