Ø La conversión: homilía de Papa Francisco a la Gendarmería pontificia (2017).La conversión es buscar al Señor, cambiar de vida. Es más: es la lógica del amor en cuanto lo importante es que es Él quien nos está buscando. Hasta cinco veces en este pasaje se habla de la salida: la salida de Dios, el dueño de la casa, que va a contratar a jornal trabajadores para su viña. Y la jornada es la vida de una persona, y Dios sale por la mañana, a media mañana, a mediodía, y por la tarde, a las cinco. No se cansa de salir. Cuando alguno dice: “He encontrado a Dios”, se equivoca. Él, por fin, te ha encontrado y te ha llevado consigo. Es Él quien da el primer paso. Respeta la libertad de cada hombre, pero está ahí, esperando que le abramos un poquito la puerta. Todos somos pecadores y todos necesitamos el encuentro con el Señor; un encuentro que nos dé fuerzas para avanzar, para ser más buenos, simplemente. Pero estemos atentos. Porque Él pasa, Él viene, y sería muy triste que pasase y no nos diéramos cuenta de que Él está pasando. Que el Señor nos conceda la gracia de estar seguros de que Él siempre está a la puerta, esperando que yo abra un poquito para entrar.
v
Cfr. Homilía del Papa Francisco a la Gendarmería Vaticana
Domingo, 24 de
septiembre de 2017 - 25 del Tiempo Ordinario
Ciclo A
Isaías 55,
6-9; Salmo 144; Filipenses 1, 20c-24.27a; Mateo 20, 1-6
Esta mañana, en la Gruta de Lourdes de los Jardines
Vaticanos, el Santo Padre ha presidido la
Celebración Eucarística para el Cuerpo de la Gendarmería
Vaticana, con ocasión de la fiesta
de su patrón, San Miguel Arcángel, que se celebra el 29 de
septiembre.
En la primera Lectura, el profeta
Isaías nos anima a buscar el Señor, a convertirnos: «Buscad al Señor mientras
se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su
camino, y el criminal sus planes» (55,6-7).
Es la conversión. Nos dice que el
camino es ese: buscar al Señor. Cambiar de vida, convertirse… Y eso es cierto.
Pero Jesús cambia la lógica y va más allá, con una lógica que nadie podía
comprender: es la lógica del amor de Dios. Es verdad, debes buscar al Señor y
hacer lo que sea para encontrarlo; pero lo importante es que es Él quien te
está buscando: ¡Él te está buscando a
ti! Más importante que buscar al Señor, es darse cuenta de
que Él me busca.
El pasaje del Evangelio, esta
parábola, nos hace comprender esto: Dios sale a
encontrarnos. Hasta cinco veces en este pasaje se habla de
la salida: la salida de Dios, el dueño de la casa, que va a contratar a jornal
trabajadores para su viña. Y la jornada es la vida de una persona, y Dios sale
por la mañana, a media mañana, a mediodía, y por la tarde, a las cinco. No se
cansa de salir.
Nuestro Dios no se cansa de salir
a buscarnos, para hacernos ver que nos ama. “Pero, padre, yo soy un pecador…”.
Y cuántas veces estamos en la plaza como estos de la parábola, que están ahí
todo el día; y estar en la plaza es estar en el mundo, estar en los pecados,
estar… “¡Ven!” – “Pero es tarde…” – “¡Ven!”. Para Dios nunca es tarde. ¡Nunca,
jamás! Esa es su lógica de la conversión. Él sale de sí mismo para buscarnos, y
salió tanto de sí mismo que mandó a su Hijo a buscarnos.
Nuestro Dios siempre tiene la
mirada sobre nosotros. Pensemos en el padre del hijo pródigo: dice el Evangelio
que lo vio llegar de lejos (cfr. Lc 15,20). ¿Y por qué lo vio? Porque todos los
días, y quizá varias veces al día, subía a la terraza a mirar si el hijo venía,
si el hijo volvía.
Ese es el corazón de nuestro
Dios: nos espera siempre. Y cuando alguno dice: “He encontrado a Dios”, se
equivoca. Él, por fin, te ha encontrado y te ha llevado consigo. Es Él quien da
el primer paso. No se cansa de salir y salir…
Respeta la libertad de cada
hombre, pero está ahí, esperando que le abramos un poquito la puerta. Y eso es
lo grande del Señor: que es humilde. ¡Nuestro Dios es humilde! Se humilla
esperándonos. Siempre está ahí, esperando.
Todos somos pecadores y todos
necesitamos el encuentro con el Señor; un encuentro que nos dé fuerzas para
avanzar, para ser más buenos, simplemente. Pero estemos atentos. Porque Él
pasa, Él viene, y sería muy triste que pasase y no nos diéramos cuenta de que
Él está pasando.
Pidamos hoy la gracia: “Señor,
que yo esté seguro de que Tú estás esperando. Sí, esperándome a mí, con mis
pecados, con mis defectos, con mis problemas”. Todos los tenemos, todos. Pero
Él está ahí: siempre está ahí. Creo que el peor de los pecados es no entender
que Él siempre está ahí esperándome, no tener confianza en ese amor: la
desconfianza en el amor de Dios.
Que el Señor, en esta jornada gozosa para vosotros, os
conceda esa gracia.
También a mí, a todos. La gracia
de estar seguros de que Él siempre está a la puerta, esperando que yo abra un
poquito para entrar. Y no tengáis miedo: cuando el hijo pródigo volvió a su
padre, el padre bajó de la terraza y fue al encuentro del hijo. Aquel anciano
iba de prisa, y dice el Evangelio que cuando el hijo empezó a hablar: “Padre,
he pecado…”, no lo dejó hablar; lo abrazó, lo besó (cfr. Lucas 15,20-21). Eso
es lo que nos espera si abrimos un poquito la puerta: el abrazo del Padre.
Vida Cristiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.