Ø Conversión. La Parábola de los viñadores. Angelus de Papa Francisco (8 de octubre de 2017) (Mateo 21, 33-43). Los viñadores asumen una actitud posesiva «Y cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con esos labradores?» (v. 40). Dios no se venga, espera para perdonar. Solo hay un impedimento ante la voluntad tenaz y tierna de Dios: ¡nuestra arrogancia y nuestra presunción, que a veces llega hasta la violencia! Nos llama a convertirnos
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Angelus, Papa Francisco
Domingo, 8 de
octubre de 2017 - 27 del tiempo
ordinario, Ciclo A
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días. La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los
viñadores, a los que el dueño confía la viña que había plantado y luego se va
(cfr. Mateo 21,33-43).
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Lo viñadores asumen una actitud posesiva
o «Y
cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con esos labradores?» (v. 40).
§ Dios
no se venga, espera para perdonar
Solo hay un impedimento ante la voluntad tenaz y tierna de Dios: ¡nuestra
arrogancia y nuestra presunción, que a veces llega hasta la violencia!
Nos llama a convertirnos
Así
se pone a prueba la lealtad de esos viñadores: la viña es confiada a ellos, que
deben protegerla, hacerla fructificar y entregar al dueño la cosecha. Llegado
el tiempo de la vendimia, el dueño manda a sus siervos a recoger los frutos.
Pero los viñadores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples
gestores, sino propietarios, y se niegan a entregar la cosecha. Maltratan a los
siervos, hasta el punto de matarlos. El dueño se muestra paciente con ellos:
manda a otros siervos, más numerosos que antes, pero el resultado es el mismo.
Al final, con su paciencia, decide mandar a su propio hijo; pero aquellos
viñadores, prisioneros de su comportamiento posesivo, matan también al hijo
pensando que así se quedarían con la herencia.
Este
relato ilustra de manera alegórica los reproches que los Profetas habían dicho
sobre la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la
alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la que también nos ha
llamado a participar. Pero esa historia de alianza, como toda historia de amor,
conoce sus momentos positivos, pero también está marcada por traiciones y
rechazos. Para hacer comprender cómo Dios Padre responde a los que se oponen a
su amor y a su propuesta de alianza, el texto evangélico pone en labios del
dueño de la viña una pregunta: «Y cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará
con esos labradores?» (v. 40). Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios
por el comportamiento malvado de los hombres no es la última palabra. Aquí está
la gran novedad del cristianismo: un Dios que, aunque desilusionado por
nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y,
sobre todo, ¡no se venga!
Hermanos
y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera
para perdonarnos, para
abrazarnos. A través de las “piedras desechadas” –y Cristo es la primera piedra
que los constructores desecharon–, a través de situaciones de debilidad y de
pecado, Dios continúa poniendo en circulación el «vino nuevo» de su viña, o
sea, la misericordia; ese es el vino nuevo de la viña del Señor: la
misericordia. Solo hay un impedimento ante la voluntad tenaz y
tierna de Dios: ¡nuestra
arrogancia y nuestra presunción, que a veces llega hasta la violencia! Ante
estas actitudes y donde no se producen frutos, la Palabra de Dios conserva toda
su fuerza de reproche y de advertencia: «se os quitará a vosotros el reino de
Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (v. 43).
La
urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama
a convertirnos en su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original
en la fe cristiana. Que no es solo la suma de preceptos y normas morales, sino
que es en primer lugar una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús, hizo
y sigue haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esa historia de
amor, convirtiéndonos en una viña viva y abierta, llena de frutos y de
esperanza para todos. Una viña cerrada puede volverse salvaje y producir uvas
amargas. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los
hermanos que no están con nosotros, para removernos mutuamente y animarnos,
para recordarnos que debemos ser viña del Señor en todo ambiente, incluso en
los más alejados e incómodos.
Queridos
hermanos y hermanas, invoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos
ayude a ser en todas partes, especialmente en las periferias de la sociedad, la
viña que el Señor plantó para el bien de todos y llevar el vino nuevo de la
misericordia del Señor.
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