[Chiesa/Omelie1/RegnoDio/27A17ViñasAmoDiosHumanidadViñadoresInfielesUniónCristoBXVI]
Ø Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Año A. (2017). La parábola de los viñadores infieles es imagen de la historia del amor de Dios con la humanidad. Cuando el hombre quiere convertirse en propietario prescindiendo de Dios, surge la injusticia. La uva buena son la justicia y la rectitud; los agraces son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia. ¿Sucederá con nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías (1ª Lectura): «Esperó a que diese uvas, pero dio agraces»? La responsabilidad personal en la viña del Señor.
v
Cfr. Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Año A, 8
de octubre de 2017
Isaías 5, 1-7: 1 Voy a
cantar a mi amigo la canción de su amor por
su viña. Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. 2 La cavó y
despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella,
y además excavó en ella un lagar. Y
esperó que diese uvas, pero dio agraces. 3 Ahora, pues, habitantes de
Jerusalén y hombres de Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: 4 ¿Qué más se
puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese
uvas. ¿Por qué ha dado agraces? 5 Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago
yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será
pisoteada.6 Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde. crecerá la
zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella. 7 Pues bien, viña
de Yahveh Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío
exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay
alaridos.
Mateo 21, 33-43: 33 Escuchad otra parábola. Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó
de una cerca y cavó en ella un lagar, edificó una torre, la
arrendó a unos labradores y se marchó de allí. 34 Cuando se acercó el
tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir sus frutos. 35 Pero los labradores, agarrando a los criados,
a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. 36 De nuevo
envió a otros criados en mayor número que los primeros, pero hicieron con ellos
lo mismo. 37 Por último les envió a su
hijo, diciéndose: A mi hijo lo respetarán. 38 Pero los labradores, al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el
heredero. Vamos, matémoslo y nos quedaremos con su heredad. 39 Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y
lo mataron. 40 Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? 41 Le contestaron: A esos malvados les dará una mala muerte, y
arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.
42 Jesús les dijo: ¿Acaso no habéis leído en las Escrituras: La piedra que rechazaron los constructores,
ésta ha llegado a ser piedra angular. Es el Señor quien ha hecho esto y es
admirable a nuestros ojos? 43 Por esto os digo que os será quitado el Reino de
Dios y será dado a un pueblo que rinda sus frutos.
La parábola de los
viñadores homicidas:
“Al ver al hijo [del propietario
de la viña],
dijeron entre sí [los
viñadores contratados] :
éste es el heredero.
Vamos, matémoslo y nos
quedaremos con su heredad”.
(Mateo
21, 38)
1. Un hecho que no era inverosímil en Palestina, en tiempo de Jesús
En la Palestina del tiempo
de Jesús, no era inverosímil que sucediese lo que cuenta la parábola. Ricos
propietarios extranjeros compraban un terreno grande, lo arrendaban a
labradores, se marchaban a su país y volvían al fin del año para exigir los
frutos.
Dios envió a Israel
frecuentemente sus enviados – los profetas - que tenían como misión amonestar,
corregir a su pueblo, pero frecuentemente fueron maltratados e incluso matados
(Cfr. Evangelio, vv. 35-36). Finalmente
envió a su Hijo, que fue matado (ibídem,
vv. 37-39).
Puede ser oportuno recordar
que el mismo Señor, según aparece en el v.40, finaliza la narración con una
pregunta que es similar a la que encontramos en los otros dos Evangelios
sinópticos: “cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? [1]
o
En el Concilio Vaticano II, se recuerda cómo la
naturaleza de la Iglesia se manifiesta en la Escritura con diversas imágenes,
y, entre ellas, la de la viña.
·
Constitución
“Lumen Gentium”, n. 6: “En el Antiguo Testamento la revelación del Reino
aparece
frecuentemente en forma de figuras. De la misma manera se os manifiesta ahora
la íntima naturaleza de la Iglesia también mediante diversas imágenes que,
tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción,
incluso de la familia y del matrimonio, se encuentran esbozadas en los libros d
los profetas. (…) La Iglesia es labranza
o campo de Dios (1 Corintios 3,9). (…) El labrador
del cielo la plantó como viña selecta (cf. Mateo 21, 33-43) par.; cf. Isaías 5,
1 ss). La verdadera vida es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos,
es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y que sin
Él no podemos hacer nada (cf. Juan 15, 1-5)”.
2. Las parábolas del Reino de Dios:
la viña es imagen de la historia del amor de Dios con la humanidad.
v
Cfr. Homilía Benedicto XVI, Inauguración del
Sínodo de Obispos
2 octubre
2005, Domingo 27 tiempo Ordinario Ciclo A.
o
A) El
vino y la vid son imagen del don del amor, en el que experimentamos una cierta
experiencia del sabor del Divino. La viña, imagen de la historia del amor de
Dios con la humanidad.
Las
lecturas de este domingo, tomadas del profeta Isaías y del Evangelio, nos
presentan una de las grandes imágenes de la Sagrada Escritura: la imagen de la
viña. El pan representa en la
Sagrada Escritura todo lo que el hombre necesita para su vida cotidiana. El agua da a la tierra la fertilidad:
es el don fundamental, que hace posible la vida. El vino, por el contrario, expresa la exquisitez de la creación, nos da
la fiesta en la que sobrepasamos los límites de la vida cotidiana: el vino
«alegra el corazón». De este modo el vino y con él la vid se han convertido
también en imagen del don del amor, en el que podemos lograr una cierta
experiencia del sabor del Divino. Por eso, la lectura del profeta, que
acabamos de escuchar, comienza como un cántico de amor: Dios puso una viña, imagen de su historia de amor con la
humanidad, de su amor por Israel al que Él eligió.
o
B) Primer pensamiento: Dios ha infundido en el
hombre la capacidad de amar y de amarle a Él mismo. Quiere que le amemos.
§
Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es
quizá más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia?
El
primer pensamiento de las lecturas de hoy es éste: Dios ha infundido en el
hombre, creado a su imagen, la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de
amarle a Él mismo, su Creador. Con el cántico de amor del profeta Isaías, Dios
quiere hablar al corazón de su pueblo y también a cada uno de nosotros. «Te he
creado a mi imagen y semejanza», nos dice. «Yo mismo soy el amor y tú eres mi
imagen en la medida en la que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida
en que me respondes con amor». Dios nos
espera. Él quiere que le amemos: un llamamiento así, ¿no debería tocar
nuestro corazón? Precisamente en esta hora, en la que celebramos la Eucaristía,
en la que inauguramos el Sínodo sobre la Eucaristía, nos sale al encuentro,
sale para encontrarse conmigo. ¿Encontrará una respuesta? ¿O sucederá con
nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías: «Esperó a que diese
uvas, pero dio agraces»? Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es quizá
más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia?
o
C) Segundo pensamiento. La grandeza de la
creación de Dios y la grandeza de la elección, y el fracaso del hombre. Uva buena y agraces; los
viñadores que usurpan lo que han recibido en gestión. Cuando el hombre quiere
convertirse en propietario prescindiendo de Dios, surge la injusticia.
§ La
uva buena son la justicia y la rectitud; los agraces son la violencia, el
derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo
de la injusticia.
De
este modo, hemos llegado al segundo pensamiento fundamental de las lecturas de
hoy. Hablan ante todo de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza de
la elección con la que él nos busca y nos ama. Pero hablan también de la
historia que sucedió después, el fracaso del hombre. Dios había plantado vides escogidas y sin embargo dieron agraces.
¿Qué son los agraces? La uva buena
que se espera Dios, dice el profeta, habría consistido en la justicia y en la
rectitud. Los agraces son por el
contrario la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen
gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia. En el Evangelio, la imagen cambia: la vid produce uva buena, pero los viñadores arrendadores se quedan con
ella. No están dispuestos a entregarla al propietario. Golpean y matan a
sus mensajeros y matan a su Hijo. Su motivación es sencilla: quieren convertirse en propietarios; se
apoderan de lo que no les pertenece. En el Antiguo Testamento, ante todo
aparece la acusación de violación de la justicia social, el desprecio del
hombre por parte del hombre. En el fondo, sin embargo, se ve que con el
desprecio de la Torá, del derecho dado por Dios, se desprecia al mismo Dios;
sólo se quiere gozar del propio poder. Este aspecto es subrayado plenamente en
la parábola de Jesús: los arrendadores no quieren tener un patrón y estos
arrendadores nos sirven de espejo a nosotros, hombres, que usurpamos la
creación que se nos ha confiado en gestión. Queremos ser los dueños en primera
persona y solos. Queremos poseer el mundo y nuestra misma vida de manera
ilimitada. Dios nos estorba o se hace de
Él una simple frase devota o se le niega todo, desterrándolo de la vida
pública, hasta que de este modo deje de tener significado alguno. La tolerancia
que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio
público, la realidad del mundo y de nuestra vida, no es tolerancia, sino hipocresía.
Ahora bien, allí donde el hombre se
convierte en el único dueño del mundo y en propietario de sí mismo no puede
haber justicia. Allí sólo puede dominar el arbitrio del poder y de los
intereses. Es verdad, se puede expulsar al Hijo de la viña y matarlo para
disfrutar egoístamente de los frutos de la tierra. Pero entonces la viña se transforma muy pronto en terreno
sin cultivar, pisado por los jabalíes, como dice el salmo responsorial (Cf.
Salmo 79, 14).
o
D) Tercer pensamiento. El juicio a la viña
infiel.
§ También
a nosotros se nos puede quitar la luz si no nos convertimos. Señor, refuerza
nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para que podamos dar buenos
frutos.
Llegamos
así al tercer elemento de las lecturas de hoy. El Señor, tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento, anuncia el
juicio a la viña infiel. El juicio que Isaías preveía se ha realizado en
las grandes guerras y exilios impuestos por los asirios y los babilonios. El
juicio anunciado por el Señor Jesús se refiere sobre todo a la destrucción de
Jerusalén, en el año 70. Pero la amenaza del juicio nos afecta también a
nosotros, a la Iglesia en Europa, a la Iglesia de Occidente en general. Con
este Evangelio el Señor grita también a nuestros oídos las palabras que dirigió
en el Apocalipsis a la Iglesia de Éfeso: «Iré donde ti y cambiaré de su lugar
tu candelero, si no te arrepientes» (2, 5). También se nos puede quitar a nosotros la luz, y haremos bien en dejar
resonar en nuestra alma esta advertencia con toda su seriedad, gritando al
mismo tiempo al Señor: «¡Ayúdanos a convertirnos! ¡Danos la gracia de una
auténtica renovación! No permitas que se apague tu luz entre nosotros!
¡Refuerza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para que podamos dar
buenos frutos!».
o
E) El final de la historia de la viña de Dios:
de la muerte de Cristo surge la vida, una nueva viña.
§ Su
sangre es don, es amor y por este motivo es el verdadero vino que se esperaba
el Creador. De este modo, Cristo mismo se convirtió en la viña y esa viña da
siempre buen fruto: la presencia de su amor por nosotros, que es
indestructible.
Al
llegar aquí nos surge la pregunta: «Pero, ¿no hay una promesa, una palabra de
consuelo en la lectura y en la página evangélica de hoy? La amenaza, ¿es la
última palabra?» ¡No! Hay una promesa y es la última palabra, la esencial. La
escuchamos en el versículo del aleluya, tomado del Evangelio de Juan: «Yo soy
la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da
mucho fruto» (Juan 15, 5). Con estas palabras del Señor, Juan nos ilustra el
último, el auténtico final de la
historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final, triunfa, triunfa el
amor. Se da ya una velada alusión a esto en la parábola de la viña propuesta
por el Evangelio de hoy y en sus palabras conclusivas. En ella, la muerte del
Hijo no es el final de la historia, aunque no la cuenta directamente. Pero
Jesús expresa esta muerte a través de una nueva imagen tomada del Salmo: «La
piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido…»
(Mateo 21, 42; Salmo 117, 22). De la
muerte del Hijo surge la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña.
En Caná, cambió el agua en vino, transformó su sangre en el vino del verdadero
amor y de este modo transforma el vino en su sangre. En el cenáculo anticipó su
muerte y la transformó en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su
sangre es don, es amor y por este motivo es el verdadero vino que se esperaba
el Creador. De este modo, Cristo mismo
se convirtió en la viña y esa viña da siempre buen fruto: la presencia de su
amor por nosotros, que es indestructible.
§ En
el misterio de la Eucaristía: Cristo nos atrae hacia Él y nos convierte en sarmientos de la vid
que es Él mismo. Si permanecemos unidos a Él daremos frutos: el buen vino de la
alegría en Dios y del amor por el prójimo.
Así, estas parábolas desembocan al final en el
misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos da el pan de la vida y el
vino de su amor, y nos invita a la fiesta del amor eterno. Celebramos la
Eucaristía con la certeza de que su precio fue la muerte del Hijo, el
sacrificio de su vida, que en ella sigue presente. Cada vez que comemos de este
pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva,
dice san Pablo (cf. 1 Corintios 11, 26). Pero sabemos también que de
esta muerte brota la vida, porque Jesús la transformó en un gesto de ofrenda,
en un acto de amor, cambiándola así profundamente: el amor ha vencido a la
muerte. En la santa Eucaristía, él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia sí
(cf. Juan 12, 32) y nos convierte en sarmientos de la vid, que es él
mismo. Si permanecemos unidos a él, entonces daremos fruto también nosotros,
entonces ya no produciremos el vinagre de la autosuficiencia, del descontento
de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor
al prójimo. Pidamos al Señor que nos conceda su gracia, para que en las tres
semanas del Sínodo que estamos iniciando no sólo digamos cosas hermosas sobre
la Eucaristía, sino que sobre todo vivamos de su fuerza. Invoquemos este don
por medio de María, queridos padres sinodales, a quienes saludo con gran
afecto, así como a las diversas comunidades de las que provenís y que aquí
representáis, para que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, podamos ayudar al
mundo a convertirse, en Cristo y con Cristo, en la vid fecunda de Dios.
Amén.
Amén.
3. La imagen de la viña en la Exhortac. Apostólica «Christifideles laici».
Juan Pablo II, 30
de diciembre de 1988
o
La imagen de la Biblia sirve para expresar el
misterio del Pueblo de Dios
- n. 8. La imagen de la
viña se usa en la Biblia de muchas maneras y con significados diversos; de modo
particular, sirve para expresar el
misterio del Pueblo de Dios. Desde este punto de vista más interior, los
fieles laicos no son simplemente los obreros que trabajan en la viña, sino que
forman parte de la viña misma: "Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos" (Juan. 15, 5), dice
Jesús. (…)
§ También es símbolo y figura de Jesús
mismo.
El evangelista Juan nos invita
a calar en profundidad y nos lleva a descubrir el misterio de la viña. Ella es el símbolo y la figura, no sólo del
Pueblo de Dios, sino de Jesús mismo.
El es la vid y nosotros, sus discípulos, somos los sarmientos; Él es la
"vid verdadera" a la que los sarmientos están vitalmente unidos (cf. Juan. 15, 1 ss.).
§ La Iglesia misma es la viña
evangélica
El Concilio Vaticano II,
haciendo referencia a las diversas imágenes bíblicas que iluminan el misterio
de la Iglesia, vuelve a presentar la imagen de la vid y de los sarmientos:
"Cristo es la verdadera vid, que comunica vida y fecundidad a los
sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en El por medio de la Iglesia,
y sin El nada podemos hacer (Juan.
15, 1-5) (Conc. Ecum.
Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen
gentium, 6)" La Iglesia misma es, por tanto, la viña evangélica. Es misterio porque el amor y la vida del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son el don absolutamente gratuito que se
ofrece a cuantos han nacido del agua y del Espíritu (cf. Jn. 3, 5), llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión): "Aquel día -dice Jesús-
comprenderéis que Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros"
(Jn 14, 20).
Sólo dentro de la Iglesia como misterio de comunión se revela la
"identidad" de los fieles laicos, su original dignidad. Y sólo
dentro de esta dignidad se pueden definir su vocación y misión en la Iglesia y
en el mundo.
4. La «canción de la viña»
Libros
proféticos, Eunsa 2002, comentario a Isaías 5, 1-7
o
La casa de Israel no dio los frutos esperados, a
pesar de los cuidados recibidos del Señor
·
La «canción de la viña» es una obra maestra de la poesía hebrea, que condensa un gran significado
simbólico y pedagógico. Bajo la imagen del labrador
desencantado se descubre al Señor dolorido por la falta de frutos de justicia
de su pueblo. En vv. 1-2 el autor asume el papel del amigo de Dios; en vv. 3-6
es el amado quien expone los prolongados cuidados con su pueblo, y en v. 7 el
autor vuelve a tomar la palabra. La trama es fácil y rápida: tras mantener en
suspenso el significado de su mensaje (vv. 1-6) - de modo semejante a la
parábola que cuenta Natán de David (cfr. 2 Samuel 12, 1-15) – el autor los
descubre de pronto: la viña es «la casa de Israel», que a pesar de los cuidados
recibidos del amado, que es el Señor, no dio los frutos esperados, uvas
selectas, sino «agraces». Israel habrá de reconocer su culpabilidad.
o
Actualmente, la Iglesia (todos los bautizados)
es la viña del Señor.
·
Como continuación del antiguo pueblo de Israel,
la Iglesia está también prefigurada en la historia
de la viña. Así lo hace notar el Concilio Vaticano II al
recordar las figuras bíblicas de la Iglesia: «La Iglesia es labranza o campo de
Dios (1 Corintios 3,9). (… La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad
a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la
Iglesia y que sin Él no podemos hacer nada (Juan 15, 1-5)» (Lumen gentium, n. 6).
v
El hecho de que, actualmente, todos los bautizados
somos la viña del Señor, nos ayuda a vivir
con responsabilidad personal.
Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Riflessioni sulla Parola di Dio delle Domeniche
e delle Feste
dell’anno, Anno A, Città Nuova XI Ediziine, giugno
2001, p. 262. [2]
o
Aleluya antes del Evangelio: Juan 15, 16: «No me
habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca».
·
“El discurso es
serio si lo aplicamos a cada uno de nosotros. Dios nos ha dado todo. Nos ha plantado
en
la Iglesia, injertados en
Jesucristo en el bautismo, nos ha podado y alimentado. Ahora, tiene el derecho
de venir a pedirnos los frutos. Y viene, en efecto, aunque nosotros no nos
damos cuenta de sus visitas. Viene como el dueño venía a buscar los higos de su
árbol y solo encontraba hojas. «Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta,
y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto». (Juan 15, 2).
La palabra de Dios se nos presenta hoy verdaderamente como
la espada aguda, que penetra en nosotros y nos obliga a toma posición, nos pone
en estado de decidir. ¿Qué queremos ser? ¿Un sarmiento unido a Cristo, a su
palabra, a sus sacramentos, en estado de crecimiento (y, por tanto, de
conversión), o un sarmiento inútil, rico solamente de hojarasca, es decir un
cristiano de boquilla sin hechos?
Vida Cristiana
[1] En Marcos la pregunta es: «¿Qué hará
el dueño de la viña?» (12,9). Y en Lucas es: «¿Qué hará ahora con ellos el
dueño de la viña?» (20,15). Algunos
autores afirman que en realidad la
pregunta quiere decir: ¿Qué es lo que merecen los viñadores homicidas? De este
modo, el Señor invita a juzgar sobre lo que ha narrado, sobre la parábola, como
invitando, de algún modo, a tomar parte en los hechos implicándose en esa
“historia”.
[2] Traducción de la Redacción
de Vida Cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.