[Chiesa/Testi/RemordimientoDeConcienciaExaminarnosSeñorPerdonaFrancisco].
Ø El remordimiento de la conciencia. Homilía de Papa Francisco (28 de septiembre de 2017). Es una gracia sentir que la conciencia nos acusa, nos dice algo. El remordimiento de la conciencia no es un simple acordarse de algo, sino una llaga. Y debemos –permitidme la palabra– “bautizar” la llaga, darle un nombre. ¿Qué hago para quitármela? Examinar tu vida. Tengo este remordimiento de conciencia porque he hecho esto concreto; la concreción. Esa es la verdadera humildad ante Dios, y Dios se conmueve ante lo concreto. Aprender la ciencia, la sabiduría de acusarse a uno mismo. Yo me acuso, siento el dolor de la llaga, hago lo que sea para saber de dónde viene ese síntoma y luego me acuso. No tener miedo de los remordimientos de la conciencia, que son un síntoma de salvación. Al revés, tener miedo de taparlos, de maquillarlos, de disimularlos, de esconderlos... de eso sí. Por tanto, ser claros, y el Señor nos curará. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de tener el valor de acusarnos para encaminarnos por la vía del perdón.
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Cfr. Homilía de Papa Francisco en Santa Marta
Jueves, 28 de
septiembre de 2017 – 25 semana del tiempo ordinario
Del Evangelio de San Lucas
(9,7-9) que acabamos de leer, dedicado a la reacción de Herodes ante la
predicación de Cristo, podemos aprender a no tener miedo a decir la verdad
sobre nuestra vida, siendo conscientes de nuestros pecados, y confesándolos al
Señor para que nos perdone.
«Unos decían que Juan había resucitado,
otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los
antiguos profetas» (Lc 9,8).
Herodes no sabía qué pensar,
pero sentía algo dentro, que no era solo curiosidad, sino un remordimiento
en el alma, en el corazón, y tenía ganas de ver a Jesús para tranquilizarse.
Quería ver milagros realizados por Cristo, pero Jesús no hizo “un circo”
delante de él, y entonces lo entregó a Pilato: y Jesús lo pagó con la muerte.
De modo que tapó un crimen con otro, su remordimiento
de conciencia con otro crimen, como quien mata por miedo.
Así que, el remordimiento de la
conciencia no es un simple acordarse de algo, sino una
llaga. Una llaga que, cuando hemos cometido males en la
vida, duele. Pero es una llaga escondida, no se ve; ni siquiera yo la veo,
porque me acostumbro a llevarla y luego se adormece. Está ahí, algunos la
tocan, pero la llaga está dentro. Y cuando esa llaga duele, sentimos
remordimiento. No solo soy consciente de haber hecho mal, sino que lo siento:
lo siento en el corazón, lo siento en el cuerpo, en el alma, lo siento en la
vida. De ahí la tentación de taparlo para dejarlo de sentir.
Pero es una gracia sentir que la
conciencia nos acusa, nos dice algo. Además, ninguno de nosotros es santo y
todos nos sentimos tentados a mirar los pecados de los demás y no los nuestros,
compadeciendo quizá a quien sufre la guerra o a causa de dictadores que matan a
la gente. Debemos –permitidme la palabra– “bautizar” la llaga, darle un
nombre.
¿Dónde tienes la llaga? ¿Qué hago
para quitármela? Lo primero, rezar: Señor, ten piedad de mí que soy un
pecador. El Señor escucha tu oración. Luego examinar tu vida. Pero, si no
veo cómo ni dónde está ese dolor, de dónde viene, qué síntomas tiene, ¿qué
hago? Pide ayuda a alguien que te ayude a sacarla; que salga la llaga y luego
darle nombre. Tengo este remordimiento de conciencia porque he hecho esto
concreto; la concreción. Esa es la verdadera humildad ante Dios,
y Dios se
conmueve ante lo concreto.
Es la concreción que expresan los
niños en la confesión. Una concreción de decir lo que se ha hecho, para que
salga la verdad. Así se cura. Aprender la ciencia, la sabiduría de acusarse a
uno mismo. Yo me acuso, siento el dolor de la llaga, hago lo que sea para saber
de dónde viene ese síntoma y luego me acuso. No tener miedo de los
remordimientos de la conciencia, que son un
síntoma de salvación. Al revés, tener miedo de taparlos, de
maquillarlos, de disimularlos, de esconderlos... de eso sí. Por tanto, ser
claros, y el Señor nos curará.
Pidamos al
Señor que nos dé la gracia de tener el valor de acusarnos para encaminarnos por
la vía del perdón.
Vida Cristiana
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