sábado, 16 de diciembre de 2017

Dom. 3º de Adviento ciclo B (2017) 17 diciembre 2017 - Isaías 61, 1-2.10-11; 1 Tesalonicenses 5, 16-24; Salmo responsorial : Magnificat, Lucas 1, 46-50.53-54


Domingo 3º de Adviento (2017) Ciclo B. La alegría. La alegría natural  y la alegría en el Señor.  Estad siempre alegres en el Señor (Filipenses 4, 4-5). La  alegría de los cristianos es fruto del Espíritu Santo, que  es el «iconógrafo», quien imprime en el hombre la imagen de Cristo.  La alegría en María proviene de que se siente amada por el Creador. La alegría sobrenatural procede de abandonarnos en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios. El cristiano podrá purificar, completar y sublimar las alegrías naturales, pero no puede despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales. Frecuentemente Cristo ha anunciado el Reino de los Cielos a partir de ellas. El hombre puede verdaderamente entrar en la alegría acercándose a Dios y apartándose del pecado.


v  Cfr.  Dom. 3º de Adviento ciclo B (2017)

17 diciembre 2017Isaías 61, 1-2.10-11; 1 Tesalonicenses 5, 16-24; Salmo responsorial : Magnificat,  Lucas 1, 46-50.53-54

Isaías 61, 10-11: 10 «Reboso de gozo en el Señor, y mi alma se alegra en mi Dios, porque me ha vestido con  ropaje de salvación, con manto de justicia me ha envuelto,  como novio que se ciñe de diadema, como novia se adorna con sus joyas. 11 Lo mismo que la tierra echa sus brotes, y el huerto hace germinar sus semillas, así el Señor Dios  hace germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.»
1 Tesalonicenses 5, 16-24: “16 Estad siempre alegres.17 Orad sin cesar. 18 Dad gracias a Dios por todo, porque eso es lo que Dios quiere de  vosotros en Cristo Jesús. 19 No extingáis el Espíritu, 20 ni despreciéis las profecías; 21 sino examinad todas las cosas, retened lo bueno 22 y apartaos de toda clase de mal. 23 Que Él, Dios de la paz, os santifique plenamente, y que vuestro ser entero  -  espíritu, alma y cuerpo – se mantenga sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. 24 El que os llama es fiel, y por eso lo cumplirá.
Del Salmo responsorial, Lucas 1, 47.49: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso  (Magnificat de la Virgen, en el Salmo responsorial de hoy.)

Estad siempre alegres en el Señor;
os lo repito, estad alegres.
(Antífona de entrada de la Misa, Filipenses 4, 4-5).
Reboso de gozo en el Señor,
Y mi alma se alegra en mi Dios,
porque me ha revestido con ropaje de salvación.
(Isaías 61,10. Primera Lectura)
Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso.
(Lucas 1, 47-49. Magnificat de la Virgen, Salmo responsorial de hoy)

1. La motivación de la alegría cristiana: el obrar de Dios en la historia a nuestro favor.

·         La motivación o fuente  de la alegría cristiana es clara: es el obrar de Dios en la historia, y,
concretamente,  porque “nos ha vestido con ropaje de salvación, porque nos ha envuelto con ropaje de justicia”; en la Biblia justicia equivale a santidad.   
Así lo afirma la Virgen en su conocidísimo Canto del Magnificat que nos legó San Lucas en su evangelio: “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Como la Virgen habla de una experiencia gozosa en su vida - «porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso» (Lucas 1, 49)-, así nosotros pedimos a Dios que nos haga ver los verdaderos tesoros en nuestra vida, que Él nos ha dado. También en este tiempo que nos ha tocado vivir, los cristianos hemos de procurar “elevar nuestros sentimientos y afectos” de modo que no pongamos el fundamento de nuestra alegría en algo que forme parte  exclusivamente de la precariedad de esta vida, sino en los bienes y tesoros que dan el sentido cristiano a nuestras vidas.
·         Se trata de una alegría que es fruto del Espíritu Santo, que es el «iconógrafo», es decir, quien dibuja en
nosotros la imagen de Cristo. San Pablo afirma  en su Carta a los Gálatas (5,22): “Los frutos del Espíritu Santo son: la caridad, el gozo, la  paz ..... ”.
·         Se entiende que el mismo Pablo pueda decir que “estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo  en
todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 7,4), afirmando que “no consiste el Reino de Dios en comer ni beber, sino que es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Romanos 14,17).
Por ello es necesario elevar los sentimientos y afectos para encontrar la alegría cristiana.   “Los justos se alegran, se deleitan en la presencia de Dios y se gozan con alegría” (Salmo 68 [Vg 67], 4).
§  La alegría cristiana procede  del abandono en Dios
·         Camino 659: La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino
otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios.

2. La alegría y el júbilo en María provienen de que se siente amada por el Creador [1]

    II, pp. 5-32

El cántico de María contiene una mirada nueva sobre Dios y sobre el mundo: en la primera parte, que comprende los versículos 46-50, en consonancia con lo que ha tenido lugar en ella, la mirada de María se pone en Dios; en la segunda parte, que comprende los restantes versículos, su mirada se pone en el mundo y en la historia.

v  Una nueva mirada sobre Dios (vv. 46-50)  pp. 9-13


o   Dios se presenta como «misterio tremendo y fascinante», tremendo por su majestad y fascinante por su bondad. El Dios Santo y Poderoso es, al mismo tiempo, mi salvador.

§  En el Magnificat ha quedado «plasmada» para siempre una experiencia de Dios sin precedentes y sin parangón en la historia. 
            El primer movimiento del Magnificat es hacia Dios; Dios tiene el primado absoluto sobre todo.  María no tarda en responder al saludo de Isabel; no entra en diálogo con los hombres, sino con Dios.  No se detiene en nada intermedio, sino que de inmediato se fija en Dios.  Ella recoge su alma y deja que se sumerja en el infinito, en Dios.  En el Magnificat ha quedado «plasmada» para siempre una experiencia de Dios sin precedentes y sin parangón en la historia.  (…) Se ve a Dios como «Adonai» (que dice mucho más que nuestro «Señor» con el que se traduce), como «Dios», como «Poderoso» y, sobre todo, como Qâdôsh, «Santo»: Su nombre es Santo.  Una palabra que envuelve todo ese silencio espantoso.  (…)

o   El conocimiento de Dios provoca, por reacción y contraste, una nueva percepción y un nuevo conocimiento de uno mismo y del propio ser, que es el verdadero. En presencia de Dios, la criatura se conoce finalmente a sí misma en la verdad. «Que te conozca a ti y me conozca a mí» (San Agustín).

El conocimiento de Dios provoca, por reacción y contraste, una nueva percepción y un nuevo conocimiento de uno mismo y del propio ser, que es el verdadero.  (…) En presencia de Dios, pues, la criatura se conoce finalmente a sí misma en la verdad.  Y vemos que así sucede también en el Magnificat.  María se siente «mirada» por Dios, entra ella misma en aquella mirada, se ve como la ve Dios. ¿Y cómo se ve a sí misma bajo esta luz divina?  Como «pequeña» («humildad» aquí significa realmente pequeñez y bajeza, no alude a la virtud de la humildad) y como «Sierva».  Se percibe como un pequeño nada al que Dios se ha dignado mirar.
            (…) San Agustín oraba a Dios diciendo: «Que te conozca a ti y me conozca a mí» (Noverim te, noverim me) [2].  Ninguno de los dos conocimientos puede prescindir del otro: el conocimiento de Dios, sin el conocimiento de uno mismo generaría presunción; el conocimiento de uno mismo, sin el conocimiento de Dios generaría desesperación.
§  María inaugura el «misterio de la piedad»: el pecado, la impiedad consiste en no glorificar ni dar gracias a Dios, sino en vanagloriarse de los propios pensamientos, poniendo a la criatura en el mismo plano que el Creador.
            En las palabras de María brilla, pues, con una nueva luz, la verdad de las cosas; es «liberada la verdad que estaba prisionera de la injusticia» (cfr.  Romanos 1, 18ss.). El pecado - dice san Pablo- es la impiedad; es tener prisionera la verdad de Dios en la injusticia, y consiste en no glorificar ni dar gracias a Dios, sino en vanagloriarse de los propios pensamientos, poniendo a la criatura en el mismo plano que el Creador.  María inaugura el «misterio de la piedad» que será realizado divinamente por el Hijo.  Ella reconoce a Dios como Dios y a sí misma como criatura de Dios, reconoce la infinita distancia que existe entre ambos; todo lo atribuye a Dios y nada a sí misma, no sólo en el campo del ser, sino también en el del obrar.  Por eso dice: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso.  Dios es el autor, el agente principal; ella es sólo el «lugar» («en mí») en el que Dios actúa, aunque es un lugar libre que, por esa misma razón, colabora con Dios con su disponibilidad absoluta y con su sí.  María «ha reconocido el poder y la majestad de Dios sobre Israel» (cfr.  Salmo 68, 35).  (…)
§  La alegría y el júbilo en María provienen de que se siente amada por el Creador
(…) Mi espíritu se alegra... Alegría incontenible de la verdad, alegría por el obrar divino, alegría de la alabanza pura y gratuita.  (…) El júbilo de Maria  es el júbilo de la criatura que se siente amada por el Creador (…)

3. La alegría en san Pablo, en la «Domenica Gaudete» [3] (Así llamado el III domingo de Adviento), en el corazón de la liturgia del Adviento: «estad siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca» (Antífona de entrada de la Misa).

 Cfr. Benedicto XVI, Meditación, 3 de octubre de 2005

v  Una alegría más grande que el sufrimiento y la tribulación.

      Aquí sentimos el motivo del por qué Pablo con todos sus sufrimientos, con todas sus tribulaciones sólo podía decir a los demás «Estad siempre alegres en el Señor»: lo podía decir porque en él mismo la alegría era presente «Estad siempre alegres en el Señor».
            Si el amado, el amor, el más grande don de mi vida, está cerca de mí, si puedo estar convencido que quien me ama está cerca de mí, aunque esté afligido, queda en el fondo del corazón la alegría que es más grande que todos los sufrimientos.

o   Para todos nosotros son verdaderas las palabras del Apocalipsis [4]: llamo a tu puerta, escúchame, ábreme. Es una invitación a darnos cuenta de la presencia del Señor que llama a nuestra puerta.

            El apóstol puede decir «gaudete» (alegraos) porque el Señor está cerca de cada uno de nosotros. Y así este imperativo, en realidad, es una invitación a darse cuenta de la presencia del Señor en nosotros. Es la conciencia de la presencia del Señor. El apóstol busca hacernos conscientes de esta presencia de Cristo - escondida pero bastante real - en cada uno de nosotros. Para todos nosotros son verdaderas las palabras del Apocalipsis: llamo a tu puerta, escúchame, ábreme.
§  Una alegría más potente que todas las tristezas del mundo, de nuestra misma vida.
            Es, por esto, una invitación a ser sensibles por esta presencia del Señor que toca a mi puerta. No debemos ser sordos ante Él, porque los oídos de nuestros corazones están tan llenos de tantos ruidos del mundo que no podemos escuchar esta silenciosa presencia que toca a nuestras puertas. Reflexionemos, en el mismo momento, si estamos realmente dispuestos a abrir las puertas de nuestro corazón; o quizás nuestro corazón está lleno de tantas otras cosas que no hay espacio para el Señor y por el momento no tenemos tiempo para el Señor. Y así, insensibles, sordos ante su presencia, llenos de otras cosas, no escuchamos lo esencial: Él toca a la puerta, está cerca de nosotros y así está cerca la verdadera alegría que es más potente que todas las tristezas del mundo, de nuestra misma vida”.  (…)

4. Aún en las etapas duras de la vida, la alegría siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado.

Cfr. Exhortación Apostólica  de Francisco «Evangelii gaudium» (24 de noviembre de 2013)

n. 6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lamentaciones 3,17.21-23.26).


5. Los primeros cristianos anunciaron la alegría de su comunión con Cristo

    Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica
·         n. 425. : «Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo» (Efesios 3, 8) -  La transmisión de la fe
cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en El. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Juan 1, 1-4).
§  La Iglesia es comunión con Jesús, que nos asocia a su vida, dándonos parte en su alegría
·         n. 787: La Iglesia es comunión con Jesús - Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su
vida (Cf Marcos 1, 16-20; 3, 13-19; les reveló el Misterio del Reino (Cf Mateo 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (Cf Lucas 10, 17-20) y en sus sufrimientos (Cf Lucas 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: «Permaneced en mí, como yo en vosotros... Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Juan 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Juan 6, 56).

Vida Cristiana


[1] Cfr. Salmo Responsorial de la Misa de hoy: Lucas 1, 46-48.49-50.53-54: “Proclama mi  alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador ….. “
[2] San Agustín, Sol. II, 1, 1; PL 32, 885.
[3] «Domenica gaudete»: Domingo del “alegraos”. Así se ha llamado tradicionalmente al domingo III de Adviento, por esas palabras  de san Pablo de la Carta a los Filipenses que aparecen en la Liturgia: en la Antífona de entrada  de la Carta a los Filipenses, y en la segunda Lectura de la Misa, de la Carta a los Tesalonicenses.   
[4] Nota de la redacción de Vida Cristiana: Apocalipsis 3, 20: «Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo». “La imagen de Cristo llamando a la puerta es una de las más bellas y enternecedoras de la Biblia. (…) Es un modo de expresar el afán  divino que nos llama a una intimidad mayor, y lo hace de mil formas a lo largo de nuestra vida. «Poco a poco el amor de Dios se palpa- aunque no es cosa de sentimientos  -, como un zarpazo en el alma. Es Cristo que  nos persigue amorosamente: he aquí que estoy a la puerta y llamo» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n.8)”  (Nuevo Testamento, Eunsa  2004, Nota Apocalipsis 3, 14-22) 

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