Ø Sexo,
silencio y adicciones (2018)
Cfr. El sónar – Ignacio Aréchaga
No pasa día
sin que algún personaje famoso en EE.UU. sea denunciado públicamente, llevado a
los tribunales o cesado en su puesto por abusos sexuales. Pero, más allá de los
casos personales, están emergiendo toda una serie de prácticas que tanto en
Hollywood como en grandes empresas han contribuido a favorecer la ley del
silencio.
Microsoft ha dado
un paso al frente y ha decidido eliminar en sus contratos
laborales la cláusula que obligaba a sus empleados a resolver
las denuncias por acoso sexual por arbitraje interno en la empresa, en vez de
acudir a los tribunales. Ahora la tecnológica de Redmond piensa que la
resolución de estos problemas a puerta cerrada contribuye a perpetuar los
abusos. No hay que olvidar que antes de que algunas mujeres denunciaran a
Harvey Weinstein en el reportaje del New
York Times, ya algunos desmanes del productor habían sido
arreglados con dinero en negociaciones privadas.
Pero no pensemos que la
práctica del arreglo interno haya sido una peculiaridad de Microsoft. Este tipo
de cláusulas son habituales en muchas empresas, sobre todo en las más grandes.
Según se dice en las informaciones, 60 millones de estadounidenses no tienen
opción de acudir a los tribunales porque están obligados por contrato a
resolver estos litigios internamente. En la resaca de estos escándalos, los
senadores Lindsey Graham y Kirsten Gillibrand han presentado un proyecto de ley
para prohibir este tipo de cláusulas, en las que se pacta una compensación al
margen de los tribunales.
También es
curioso que después de haber criticado tanto a la Iglesia católica porque en
algunas diócesis se silenciaron los abusos sexuales con procedimientos
puramente internos y con indemnizaciones a las víctimas, ahora resulta que esto
es una práctica habitual en las empresas americanas.
Si se trata
de acabar con la ley del silencio, es inevitable preguntarse por qué la
industria de Hollywood ha estado tanto tiempo callada ante los abusos de
Weinstein y de otros famosos del cine. Los que antes eran uña y carne con Weinstein
se han apresurado a condenarle y a asegurar que ellos no sabían nada. Junto a
las denuncias del MeTootambién
podría calificarse de trending
topic el Yotampoco sabía.
Es posible. Pero actrices víctimas de Weinstein no han dudado en calificar de
hipócritas a gente del círculo del productor, que al menos prefirieron no
enterarse y que ahora se apuntan a la moda del MeToo. Rose McGowan no
dudó en señalar a Meryl Streep, que asegura no haber sabido nada de los abusos
de su amigo Weinstein. Si fuera un obispo que dijera no haber sabido nada de
los abusos de algunos curas, nadie le creería. Pero tratándose de Meryl Streep,
hay que respetar la presunción de ignorancia.
Sus intentos
de distanciarse del productor se han visto amargados por una campaña callejera de
un artista seguidor de Trump, que ha llenado lugares estratégicos de Los
Ángeles con un poster en el
que aparece Streep junto a Weinstein, ambos sonrientes, y ella con los ojos
cubiertos con una franja roja que dice “She Knew” (Ella sabía). Este Banksy de
derechas admite que no le consta que Streep conociera los abusos de Weinstein,
pero, según declara al Guardian,
“creo que cualquiera en la industria cinematográfica tenía una idea bastante
clara de lo que sucedía”.
Los
periódicos liberales han salido en defensa de la actriz icono de Hollywood.
Pero cuando una ha utilizado su discurso en los pasados Globos de Oro para
meterse con Trump y presentarse como adalid de los derechos de la mujer, hay
que estar preparada para recibir fuego de la artillería enemiga y quizá alguno
de la amiga. Y ahora que la temporada de los Globos y de los Oscar está a la
vuelta de la esquina, hay que tener las espaldas bien cubiertas en la alfombra
roja. Por de pronto, una campaña de actrices de Hollywood ha pedido a las
famosas que pisarán la alfombra roja en los próximos Globos de Oro que se vistan
de negro para concienciar al público sobre el movimiento. No han dicho de qué
modistos serán los exclusivos trajes negros.
Si el negro
va a ser el color de moda en los premios, la moda entre los acusados de abusos
es someterse a terapia contra la adicción al sexo. Incluso lo dicen en sus
peticiones de excusas como muestra de arrepentimiento y deseos de
enmienda. Kevin Spacey y Harvey Weinstein
son compañeros de terapia en una clínica puntera en el
tratamiento de adicciones en el desierto de Arizona. Según el periódico The Arizona Republic, en el
programa están prohibidos los móviles, la televisión, ordenadores,
reproductores de música, videojuegos e instrumentos musicales. Vamos, una
trapa. Eso sí, sus propietarios no han hecho voto de pobreza y cobran 37.000
dólares al mes a cada paciente.
Su programa de 30 objetivos en 45 días comienza por salir de la
negación y entender la naturaleza de la enfermedad, para centrarse en las
raíces de la adicción al sexo y tratar de recuperar el equilibrio interior. “La
adicción al sexo es como cargar una gran piedra que va contigo a todas partes”,
dice el director de la clínica, Patrick Carnes. “Los secretos sexuales que
albergas en tu conciencia pueden hacer la vida ingobernable. Gentle Path
[nombre de la clínica] es el lugar donde vas a soltar esa piedra, reivindicar
sueños perdidos, y lograr un cambio profundo que dure a largo plazo”.
Estupendos objetivos. En cierto modo suena como la terapia espiritual de una
confesión laica.
Lo que uno se
pregunta es si no sería más productivo y más barato inculcar desde la escuela y
la familia una visión más sana y más digna de la sexualidad, ejercitarse en
aptitudes para controlar los impulsos, clarificar la mirada para ver al otro/a
como una persona y no como un mero instrumento para mi satisfacción sexual.
En
definitiva, vistos los derrapajes de la revolución sexual, ¿no habría que
redescubrir la templanza y probar con la castidad? Sí, esa virtud que tanto
asusta a los diseñadores de los programas de educación sexual, que se considera
irreal, pero que luego se pretende inculcar con terapias carísimas en el
desierto de Arizona. Por lo menos, la enseñanza de la castidad ha sido tradicionalmente
gratis. Quizá habría que ponerle un precio módico para revalorizarla. La
Iglesia católica, que tiene una rica experiencia en este aprendizaje de la
castidad, podría ofrecer sus servicios en un campo donde en estos momentos
apenas hay competencia.
Vida Cristiana
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