Ø
El leproso del evangelio
(Marcos 1, 40-45). Su actitud ejemplar ante el Señor. Reconoce claramente
y con sencillez su mal y pide con fe su curación. La escena
debió de ser extraordinaria. Con su sinceridad se pone
delante del Señor, e hincándose de
rodillas, reconoce su enfermedad y pide que le cure.
La actitud ejemplar del leproso
v Cfr.
Domingo 6 del tiempo ordinario Ciclo B.
[6B18LepraSímboloPeccadoAbsolucionEncuentroMisericordiaDios; 11 de
febrero de 2018]
Marcos 1, 40-45: 40 En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -
«Si
quieres, puedes
limpiarme.» 41 Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
«Quiero, queda
limpio.»42 La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. 43 Enseguida le
conminó y le
despidió. 44 Le dijo: «No se lo digas a
nadie; pero anda, preséntate al
sacerdote y
ofrece por tu
curación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». 45 Sin
embargo, en
cuanto se fue,
empezó a proclamar ya a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar
abiertamente en
ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas
partes.
v
La
actitud ejemplar del leproso
Francisco Fernández Carvajal, Meditaciones para cada
día del año, Ediciones Palabra,
tomo III, Sexto Domingo, Ciclo B
o Reconoce
claramente y con sencillez su mal y pide con fe su curación.
·
La tradición cristiana ha resaltado la actitud ejemplar del leproso que
reconoce claramente y con
sencillez
su mal y pide con fe su curación - «rogándole de rodillas le decía: Si quieres
puedes curarme» -, para reflexionar sobre el hecho de que los hombres
encontramos el perdón divino cuando recurrimos al Señor, confesando nuestros
pecados. Se ha escrito mucho sobre las cualidades de ese reconocimiento de los
propios pecados: claro, sencillo, confiado, etc. etc.
Confesarse es “el gesto del hijo pródigo que vuelve
al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de
valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona” (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n.
31)
o La
escena debió de ser extraordinaria
Francisco
Fernández Carvajal, o.c.
·
“La escena debió de ser extraordinaria. Se
postró el leproso ante Jesús, y le dijo: Señor,
si quieres puedes
limpiarme. Si
quieres... Quizá se había preparado un discurso más largo, con más
explicaciones..., pero al final todo quedó reducido a esta jaculatoria llena de
sencillez, de confianza, de delicadeza: Si
vis, potes me mundare, si quieres, puedes... En estas pocas palabras se resume una
oración poderosa. Jesús se compadeció; y los tres Evangelistas que relatan el
suceso nos han dejado el gesto sorprendente del Señor: extendió la mano y le
tocó. Hasta ahora todos los hombres habían huido de él con miedo y
repugnancia, y Cristo, que podía haberle curado a distancia –como en otras
ocasiones–, no solo no se separa de él, sino que llegó a tocar su lepra. No es
difícil imaginar la ternura de Cristo y la gratitud del enfermo cuando vio el
gesto del Señor y oyó sus palabras: Quiero, queda limpio.
El Señor siempre desea sanarnos de
nuestras flaquezas y de nuestros pecados. Y no tenemos necesidad de esperar
meses ni días para que pase cerca de nuestra ciudad, o junto a nuestro
pueblo... Al mismo Jesús de Nazaret que curó a este leproso le encontramos
todos los días en el Sagrario más cercano, en la intimidad del alma en gracia,
en el sacramento de la Penitencia. “Es Médico y cura nuestro egoísmo, si
dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido
que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los
propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta,
explicar enteramente la verdad y decir: Domine,
si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres –y Tú quieres siempre–, puedes curarme. Tú
conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y
le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus” [1]; todas las miserias de nuestra vida”.
o
Con su sinceridad se
pone delante del Señor, e hincándose de rodillas, reconoce su
enfermedad y pide que le cure [2].
Francisco Fernández Carvajal, o.c.
·
“Hemos de aprender
de este leproso: con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose
de
Le dijo el Señor al leproso:
Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. Nos
imaginamos la inmensa alegría del que hasta ese momento era leproso. Tanto fue
su gozo que, a pesar de la advertencia del Señor, comenzó a proclamar y
divulgar por todas partes la noticia del bien inmenso que había recibido. No se
pudo contener con tanta dicha para él solo, y siente la necesidad de hacer
partícipes a todos de su buena suerte.
Esta ha de ser
nuestra actitud ante la Confesión. Pues en ella también quedamos libres de
nuestras enfermedades, por grandes que pudieran ser. Y no solo se limpia el
pecado; el alma adquiere una gracia nueva, una juventud nueva, una renovación
de la vida de Cristo en nosotros. Quedamos unidos al Señor de una manera
particular y distinta. Y de ese ser nuevo y de esa alegría nueva que
encontramos en cada Confesión hemos de hacer partícipes a quienes más
apreciamos, y a todos”.
v
¡«Si quieres, puedes limpiarme»!
o
Cada día, el Señor purifica el alma de quien se
lo suplica, lo adora y proclama con estas palabras: Señor, si quieres, me puedes purificar, sin mirar la cantidad de
sus faltas.
Cada día, el Señor purifica
el alma de quien se lo suplica, lo adora y proclama con estas palabras: Señor, si quieres, me puedes purificar,
sin mirar la cantidad de sus faltas. Porque el que cree de todo corazón queda
justificado. Debemos dirigir a Dios nuestras peticiones con toda confianza,
sin duda de su poder. Esta es la razón porque el Señor responde al instante a
la petición del leproso que le suplica y le dice: Quiero, queda limpio. Porque a poco que el pecador ore con fe, la
mano del Señor limpia la lepra de su alma. Este leproso nos da un buen consejo
acerca de nuestra manera de orar. No pone en duda la voluntad del señor, como
si no creyera en su bondad. Sino que, consciente de la gravedad de sus faltas,
no quiere presumir de esta voluntad. Diciendo «si quieres». Afirma que este
poder pertenece al Señor, al mismo
tiempo que confiesa su fe.
El apóstol Pedro habla de esta fe, sin duda alguna,
cuando dice: Purificó sus corazones por
medio de la fe. La fe pura, vivida
en el amor, mantenida por la perseverancia, paciente en la espera, humilde en
la confesión, firme en la confianza, respetuosa en la oración, llena de
sabiduría en lo que pide, escuchará con certeza en toda circunstancia esta
palabra del Señor: Quiero. (San Pascasio Radberto [4] (En Magnificat, n. 171, febrero 2018, pp.
157-158).
Vida Cristiana
[1] Es Cristo que pasa, 93
[2] Sobre la confesión de los
pecados, cfr.Julio Atienza-Pedro Jesús Lasanta,
La alegría del perdón, Edibesa
1998, pp.
157-173
[3] Marcos 1, 40
[4] san Pascasio
Radberto (Soissons, Aisne, Picardía, ca. 792 - Corbie, 26 de abril
de 865) fue un monje benedictino, abad de la Abadía de Corbie e
importante autor eclesiástico. Su memoria se celebra el 26 de abril y
su sepulcro se conserva en Corbie inventariado como monumento histórico francés
en 1907.
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