Ø La Eucaristía (2018). La Santa Misa (9). II Evangelio y
homilía. Cristo, mediante la lectura
evangélica, hace sonar su
eficaz palabra. Escuchamos el Evangelio
para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez. Estamos atentos,
porque es un coloquio directo. Es el Señor quien nos habla. Si escuchamos el
Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida. Cristo se sirve
también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la
homilía. El contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a la asamblea,
y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que
transforme la vida». Quien escucha presta «la debida atención, con las
correctas disposiciones interiores, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada
predicador tiene sus pros y sus contras. Si a veces hay motivos para aburrirse
porque la homilía es larga o descentrada o incomprensible, otras veces, en
cambio, el prejuicio hace de obstáculo».
v
Cfr. Papa Francisco, Catequesis, Audiencia
General del 7 de febrero de 2018
La Santa Misa - 9. Liturgia de la Palabra. II. Evangelio y
homilía
Continuamos con las catequesis
sobre la Santa Misa. Habíamos llegado a las Lecturas. El diálogo entre Dios y
su pueblo, realizado en la Liturgia de la Palabra de la Misa, alcanza su culmen
en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya –o bien,
en Cuaresma, otra aclamación– con el que «la asamblea de los fieles acoge y
saluda al Señor, quien le hablará en el
Evangelio» 1.
Como los misterios de Cristo
iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el
Evangelio constituye la luz para comprender el sentido de los textos bíblicos
que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En efecto, «de
toda la Escritura, como de toda la celebración litúrgica, Cristo es el centro y
la plenitud» 2 . Siempre en el
centro está Jesucristo, siempre.
Por eso, la misma liturgia
distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de particular honor y
veneración 3. De hecho, su lectura
se reserva al ministro ordenado, que termina besando el libro; nos ponemos de
pie para escucharla y se hace la señal de la cruz en la frente, en la boca y en
el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura
evangélica, hace sonar su
eficaz palabra.
En esos signos la asamblea
reconoce la presencia de Cristo que le dirige la “buena noticia” que convierte
y transforma. Es un discurso directo el que sucede, como atestiguan las
aclamaciones con que se responde a la proclamación: «Gloria a ti, Señor» y
«Gloria a ti, Señor Jesús». Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es
Cristo quien nos habla ahí. Y por eso estamos atentos, porque es un coloquio
directo. Es el Señor quien nos habla.
Así pues, en la Misa no leemos el
Evangelio para saber cómo fueron las cosas, sino que escuchamos el Evangelio
para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está
viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi
corazón. Por eso, escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón
abierto, porque es Palabra viva. Escribe San Agustín que «la boca de Cristo es
el Evangelio. Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra» 4. Si es verdad que en la liturgia
«Cristo sigue anunciando el Evangelio» 5, se
entiende que, al participar en la Misa, debemos darle una respuesta: si
escuchamos el Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida.
Para hacer llegar su mensaje,
Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio,
pronuncia la homilía 6. Recomendada vivamente
por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia 7, la homilía no es un discurso de
circunstancias –ni tampoco una catequesis como esta que estoy haciendo ahora–,
ni una conferencia o una clase, la homilía es otra cosa.
¿Qué es la homilía? Es «un
retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo» 8, para que halle su cumplimiento
en la vida. ¡La exégesis auténtica del Evangelio es nuestra vida santa! La
palabra del Señor termina su curso haciéndose carne en nosotros, traduciéndose
en obras, como ocurrió en María y en los Santos. Recordad lo que dije la última
vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las
manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y
hace también ese recorrido, para ayudarnos a que esa Palabra del Señor llegue a
las manos, pasando por el corazón.
Ya traté el tema de la homilía en
la Exhortación Evangelii gaudium,
donde recordaba que el contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a
la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la
Eucaristía que transforme la vida» 9.
Quien predica la homilía debe
cumplir bien su ministerio –el que predica, el sacerdote o el diácono o el
obispo–, prestando un servicio real a todos los que participan en la Misa, pero
también los que escuchan deben poner de su parte.
Sobre todo, prestando la debida
atención, con las correctas disposiciones interiores, sin pretensiones
subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus pros y sus contras. Si a
veces hay motivos para aburrirse porque la homilía es larga o descentrada o
incomprensible, otras veces, en cambio, el prejuicio hace de obstáculo. Y quien
dice la homilía debe ser consciente de que no está
haciendo algo proprio, está predicando, dando voz a Jesús,
está predicando la Palabra de Jesús. ¡La homilía debe estar bien preparada y
debe ser breve, breve!
Me decía un sacerdote que una vez
fue a la ciudad donde vivían sus padres, y su padre le dijo: “¿Sabes una cosa?
¡Estoy contento, porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde se
dice la Misa sin homilía!”.
Cuántas veces vemos que en la
homilía algunos se duermen, otros charlan o salen fuera a fumar un cigarrillo…
Por eso, por favor, que sea breve la homilía, pero que esté bien preparada. ¿Y
cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se
prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una
síntesis clara y breve: no debe
pasar de 10 minutos, por favor.
Concluyendo, podemos decir que,
en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga
con su pueblo, que escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo
reconoce presente y activo. Así pues, si nos ponemos a la escucha de la “buena
noticia”, seremos convertidos y transformados por ella y, por tanto, capaces de
cambiarnos a nosotros mismos
y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de
Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas
obras.
1 Ordenación General del Misal Romano, 62.
2 Introducción al Leccionario, 5.
3 Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 60 y
134.
4 Sermón 85, 1: PL 38, 520; cfr.
también Tratado sobre el Evangelio de Juan, XXX, I: PL 35,
1632; CCL 36, 289.
5 Const. Sacrosanctum Concilium, 33.
6 Cfr. Ordenación General del Misal Romano,
65-66; Introducción al Leccionario, 24-27.
7 Cfr.
Sacrosanctum Concilium, 52.
9 Ibid., 138.
Vida
Cristiana
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