La catequesis no es una clase;
la catequesis es la comunicación de una
experiencia
y el testimonio de una fe que enciende los
corazones,
porque mete el deseo de encontrar a Cristo.
Pienso a menudo en el catequista
como el que se ha puesto al servicio de la Palabra
de Dios,
que frecuenta esa Palabra diariamente para
convertirla en su alimento
y así poderla participar a los demás con eficacia
y credibilidad.
No olvidemos hacer que la gente capte, con nuestra
catequesis,
la contemporaneidad de Cristo.
En la vida sacramental, que encuentra su culmen en
la sagrada Eucaristía,
Cristo se hace contemporáneo con su Iglesia:
la acompaña en los avatares de su historia y nunca
se aleja de su Esposa.
Es Él quien se hace cercano y próximo
con cuantos lo reciben en su Cuerpo y en su
Sangre,
y los hace instrumentos del perdón,
testigos de la caridad con los que sufren,
y partícipes activos en crear la solidaridad entre
los hombres y los pueblos.
(Papa Francisco, del Videomensaje
al Congreso, 22-IX-2018)
“El catequista, testigo del misterio”
Videomensaje de Papa Francisco al II Congreso Internacional de
Catequesis.
Roma 20-23 de
septiembre de 2018
Queridísimos catequistas, me
hubiera gustado mucho compartir con vosotros en persona este momento importante
de vuestro encuentro para reflexionar sobre la segunda parte del Catecismo de
la Iglesia Católica, que toca contenidos importantes y básicos para la Iglesia
y para cada cristiano, como la vida sacramental, la acción litúrgica y su
impacto en la catequesis. Mons. Fisichella me ha informado de que sois muchos,
casi 1.500 catequistas, y que venís de 48 países distintos, en muchos casos
acompañados por vuestros Obispos, a los que saludo cordialmente. Gracias por
vuestra presencia. Gracias por el entusiasmo con que vivís vuestro ser
catequistas en la Iglesia y para la
Iglesia.
Recuerdo con gusto el primer
encuentro que tuve con vosotros en el Año de la Fe, en 2013, y cómo os pedí
«¡ser catequistas!, no trabajar como catequistas: ¡eso no sirve! “Yo trabajo
como catequista porque me gusta enseñar”. Pues si no eres catequista, no sirve.
¡No serás fecundo! Catequista es una vocación: ser catequista, esa es la
vocación, no trabajar como catequista. Mirad que no he dicho hacer de
catequistas, sino serlo, porque implica la vida. Se guía al
encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el
buen ejemplo».
Hoy estoy en Vilnius para el
viaje apostólico a los Países Bálticos que estaba programado desde hace tiempo.
Aprovecho estos instrumentos eficaces de la tecnología para estar con vosotros
y dirigiros algunos pensamientos que me preocupan, para que vuestra vocación a
ser catequistas asuma cada vez más una forma de servicio que se realiza en la
comunidad cristiana y requiere ser
reconocido como un verdadero y genuino ministerio de la
Iglesia, del que tenemos especial necesidad.
Pienso a menudo en el catequista
como el que se ha puesto al servicio de la Palabra de Dios, que frecuenta esa
Palabra diariamente para convertirla en su alimento y así poderla participar a
los demás con eficacia y credibilidad. El catequista sabe que esa Palabra está
«viva» (Hb 4,12) porque constituye la regla de la fe de la Iglesia (cfr. Dei
Verbum, 21; Lumen gentium, 15). El catequista, en consecuencia, no puede
olvidar, sobre todo hoy en un contexto de indiferencia religiosa, que su palabra es siempre un primer anuncio. Pensad
bien esto: en este mundo, en esta área de tanta indiferencia, vuestra palabra
siempre será un primer anuncio, que llega a tocar el corazón y la mente de
tantas personas que están esperando encontrar a Cristo. Incluso sin saberlo, lo
están esperando. Y cuando digo primer anuncio no lo hago solo en sentido
temporal. Cierto, eso es importante, pero no siempre es así. Primer anuncio
equivale a subrayar que Jesucristo muerto y resucitado por amor al Padre, da su
perdón a todos sin distinción de personas, solo con abrir su corazón y dejarse
convertir. A menudo no percibimos la fuerza de la gracia que, también a través
de nuestras palabras, toca en profundidad a nuestros interlocutores y los forma
para permitirles descubrir el amor de Dios. El catequista no es un maestro o un
profesor que piensa en dar una clase. La catequesis no es una
clase; la catequesis es la comunicación de una experiencia y
el testimonio de una fe que enciende los corazones, porque mete el deseo de
encontrar a Cristo. Ese anuncio en varios modos y con diferentes lenguajes es
siempre el “primero” que el catequista está llamado a realizar.
Por favor, en la comunicación de
la fe no caigáis en la tentación de cambiar el orden con que siempre la Iglesia
ha anunciado y presentado el kerigma, y que así se encuentra también en la
estructura del mismo Catecismo. No se puede, por ejemplo, anteponer la ley,
aunque sea la moral, al anuncio tangible del amor y de la misericordia de Dios.
No podemos olvidar las palabras de Jesús: “No he venido a condenar, sino a
perdonar...” (cfr. Jn 3,17; 12,47). De la misma manera, no se puede intentar
imponer una verdad de la fe prescindiendo de la llamada a la libertad que esta
comporta. Quien tiene experiencia del encuentro con el Señor se halla siempre
como la samaritana que desea beber un agua que no se agota, pero al mismo
tiempo corre enseguida a los habitantes del
pueblo para llevarlos a Jesús (cfr. Jn 4,1-30).
Es necesario que el catequista comprenda,
pues, el gran reto que tiene por delante sobre cómo educar en la fe, en primer
lugar, a los que tienen una identidad cristiana débil y, por eso,
necesitan cercanía, acogida, paciencia, amistad. Solo así la
catequesis se convierte en promoción de la vida cristiana, apoyo en la
formación global de los creyentes e incentivo para ser discípulos misioneros.
Una catequesis que pretenda ser
fecunda y en armonía con el conjunto de la vida cristiana encuentra en la
liturgia y en los sacramentos su linfa vital. La iniciación cristiana requiere
que en nuestras comunidades se realice cada vez más un camino catequético que
ayude a experimentar el encuentro con el Señor, el crecimiento en su
conocimiento y el amor por seguirle. La mistagogia
ofrece oportunidades fuertemente significativas para
realizar ese trayecto con valentía y decisión, favoreciendo la salida de una
fase estéril de la catequesis, que a menudo aleja sobre todo a nuestros
jóvenes, porque no hallan la frescura de la propuesta cristiana y la incidencia
en su vida.
El misterio que la Iglesia
celebra encuentra su expresión más bonita y coherente en la liturgia. No olvidemos
hacer que la gente capte, con nuestra catequesis, la contemporaneidad de
Cristo. En la vida sacramental, que encuentra su culmen en la sagrada
Eucaristía, Cristo se hace contemporáneo con su Iglesia: la acompaña en los
avatares de su historia y nunca se aleja de su Esposa. Es Él quien se hace
cercano y próximo con cuantos lo reciben en su Cuerpo y en su Sangre, y los
hace instrumentos del perdón, testigos de la caridad con los que sufren, y
partícipes activos en crear la solidaridad entre los hombres y los pueblos. Qué
útil sería para la Iglesia si nuestras catequesis estuvieran marcadas por hacer
captar y vivir la presencia de Cristo que actúa y obra
nuestra salvación, permitiéndonos experimentar desde ahora
la belleza de la vida de comunión con el misterio de Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Espero que viváis estos días con intensidad, para llevar luego
a vuestras comunidades la riqueza de cuanto hayáis vivido en este encuentro internacional.
Os acompaño con mi bendición y,
por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Vida Cristiana
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