Ø Domingo 30
del tiempo ordinario, Año B (2018). El ciego Bartimeo. El milagro de su curación.
Le lleva a la fe y al
nacimiento de un discípulo del Señor: después de recobrar la vista, Bartimeo
“sigue al Señor por el camino”. Jesús le llama: es la vocación cristiana. Los
milagros fortalecen la fe, no pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos
mágicos. Bartimeo arrojó su capa y fue hacia el Señor. La fe que El nos reclama
es así: hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y
soltando lo que estorba. Perturban el ojo del corazón la codicia, la
avaricia, la iniquidad, la
concupiscencia del mundo.
v Cfr. Domingo 30 Ciclo B del tiempo ordinario, 28 de octubre
de 2018
Marcos 10, 46-52
Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B, Piemme
1996, pp. 312-318; San Josemaría Escrivá, Amigos
de Dios, nn. 196 y 198 – Homilía vida
de fe
Marcos 10,
46-52: 46 Llegan a
Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran
muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado
junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se
puso a gritar: « ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! » 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero
él gritaba mucho más: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí! » 49 Jesús se detuvo y dijo: « Llamadle. » Llaman
al ciego, diciéndole: « ¡Animo, levántate! Te llama. » 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino
donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: « ¿Qué
quieres que haga por ti? » El ciego le dijo: « Rabbuní, ¡que vea! » 52 Jesús le dijo: « Vete, tu fe te ha salvado. »
Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
¿Qué quieres que haga por ti?
Maestro, que pueda ver.
Vete, tu fe te ha salvado.
Recobró la vista y le seguía por el camino
(Evangelio,Marcos
10, 51-52 : encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo)
1. La fe de Bartimeo, su
actitud ante Jesús
Cfr. Nuevo Testamento, EUNSA 2004, Nota Marcos10,
46-52.
-
“La fuerza y la
insistencia de su petición (vv. 47-48), la despreocupación por sus cosas ante
la llamada
(v. 50), la fe y la sencillez en su diálogo con el
Señor (v. 51). Como consecuencia de su fe, la situación de Bartimeo cambia
radicalmente: de estar ciego y sentado junto al camino (v. 46) ha pasado a
recobrar la vista y a seguir a Jesús por su camino (v. 52). (…)
La fe
de Bartimeo no se manifiesta sólo en la petición, abarca también las obras:
deja el manto, salta para acercarse a Jesús (v. 50), y le sigue camino de Jerusalén.
«Tú
has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el
camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de
Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va
dando, ha de ser operativa y sacrificada. No te hagas ilusiones, no pienses en
descubrir modos nuevos. La fe que El nos reclama es así: hemos de andar a su
ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba». (San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n.
198 – Homilía Vida de fe)”
2.
La historia de Bartimeo es también posible para
nosotros
v
Aunque nuestros ojos físicos sean limpios y
nuestra vista sea nítida: necesitamos la luz del Señor para seguirle, aunque estemos saciados de imágenes, de
colores, de bienestar y de cosas.
Gianfranco Ravasi, Secondo
le Scritture, Anno B, Piemme 1996, pp. 312-318
- Ravasi, Gianfranco o.c. pp.
314-315: “Por tanto se puede entender que, bajo
la superficie exterior,
«física»
de la curación de Bartimeo, se esconde un signo más profundo y mesiánico. Es
evidente la esperanza mesiánica, subrayada por la invocación, repetida dos
veces: «¡Hijo de David!». La ceguera interior es la primera que es cancelada.
En efecto, Jesús antes que nada declara la presencia de la fe en ese pobre
abandonado al borde del camino y marginado por la gente que «le increpaba para
que se callara»: «tu fe te ha salvado». También la reacción del que ha sido
curado ante la acción y la palabra de Jesús es significativa: después de
recobrar la vista «le seguía por el camino». [...] La historia de un milagro físico
se convierte así en la narración espiritual de una vocación a la fe y al
nacimiento de un discípulo. En este
sentido esta historia de Bartimeo está abierta y es posible para todos
nosotros, aunque nuestros ojos físicos sean
limpios y nuestra vista sea nítida. Se trata, en efecto, de la
representación de una iluminación total que penetra en los ángulos más remotos
de toda nuestra existencia. Es una luz
de la que tenemos necesidad, aunque estemos saciados de imágenes, de colores,
de bienestar y de cosas. [...]
o
Una vez curado, el creyente no se queda en los
márgenes del camino, sumergido en su tristeza cotidiana y en su oscuridad; se
alza y «sigue» a su Salvador.
Una vez curado, el creyente no se queda en los márgenes del camino,
sumergido en su tristeza cotidiana y en su oscuridad; se alza y «sigue» a su
Salvador. (...)
Quien permanece en los bordes del camino es porque no ha querido
invocar al Señor que pasa y, por tanto, no lo
ha encontrado. Hace falta saberlo esperar con disponibilidad, también en los momentos
oscuros cuando los vecinos sanos «nos increpan para que nos callemos». Al fin
resonará esa voz decisiva: «¡Animo, levántate! te llama.». Y con los ojos
purificados y límpidos, lo seguiremos para siempre, también en el camino áspero
y estrecho que sube a Jerusalén, hacia la cruz, convencidos de que su luz es
dulce y resplandece para siempre”.
o Por tanto, la súplica de
Bartimeo es una súplica elemental que pide la curación, pero también tiene la
componente luminosa de la fe que se hace explícita en el título mesiánico que
atribuye a Jesús: «Hijo de David».
·
Gianfranco Ravasi, o.c. pp. 316-317: La súplica de Bartimeo es una súplica “elemental, que surge
espontánea desde el sufrimiento; es un petición
primitiva e instintiva de curación. Sin embargo tiene en sí una componente
luminosa de fe, que se hace explícita en el título mesiánico, «Hijo de David»,
expresión de la esperanza que Israel había cultivado siempre: del grande rey de
Judá, David, de su árbol genealógico habría brotado el Mesías, el Salvador. Ya
Isaías (11, 1-2) había cantado: Saldrá
un vástago del tronco de Jesé [padre de
David], y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de
Yahveh». Tal vez la fe del ciego
se apoyaba en otro motivo implícito. Frecuentemente uno de los actos que
distinguían al Mesías en los profetas
era el de la curación de los ciegos; la vuelta a la luz es idealmente un signo
característico de la era mesiánica, como se proclama, por ejemplo, en el mismo
Isaías (35,5): «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos».
o
Jesús recoge en aquél grito precisamente el hilo
de la fe sencilla y espontánea y le
dice: «Vete, tu fe te ha salvado» [...]
En el don de la visión física se injerta
el de la visión plena y total que implica el espíritu.
Y Jesús recoge en aquél grito
precisamente el hilo de la fe sencilla y espontánea: «Vete, tu fe te ha
salvado» [...] En el don de la visión
física se injerta el de la visión plena
y total que implica el espíritu. Esta dimensión es exaltada no solamente por la
expresión «ser salvado», o por el célebre párrafo paralelo de Juan del ciego de
nacimiento en el que descuella netamente
el aspecto espiritual e interior del milagro (Juan 9). Esa dimensión aparece
también al final de la narración de hoy: «y le seguía por el camino». El
vocablo «seguir» es por excelencia el propio del discípulo, y el «camino» viene
remarcado frecuentemente en el Evangelio de Marcos como el símbolo de la meta de la cruz hacia la que Jesús y el
discípulo se dirigen.
Bartimeo no es sólo un ciego que ha sido curado, es un nuevo discípulo
de Jesús; no es solamente un individuo que ha recibido un tratamiento
milagroso, sino que es también un «iluminado» en la fe; es un creyente, es casi
un bautizado, si es verdad que en Pablo el bautismo es llamado
simbólicamente «iluminación». En su
historia, en efecto, no solamente ha pasado un taumaturgo sino el «hijo de
David» perfecto, el Cristo Salvador, que ha eliminado toda su oscuridad.
o
El misterioso juego entre gracia y fe.
Es sugestivo anotar que en la narración la muchedumbre es un
obstáculo: «Muchos le increpaban para que se callara». El ciego por sí solo
jamás habría conseguido identificar el espacio y la persona física de Jesús, si
Jesús no se hubiese parado y hubiese dado aquella orden: «Llamadle». Ante
aquella voz, con la finura sensitiva del ciego, Bartimeo se precipita hacia el
único que se ha preocupado de él. Frecuentemente, algunos textos cristianos de
la tradición han procurado entrever en este diálogo el misterioso juego entre
gracia y fe.
Nuestro grito es ignorado por todos y por el mundo, indiferentes ante
nuestro mal. Es El, el Cristo, quien
pasa por nuestros caminos y, tomando la iniciativa, nos llama y nos
salva. A nosotros no nos queda otra cosa
que seguirlo como discípulos fieles. ¡Pero pobres de nosotros si él no pasase y
no nos llamase!”.
3. El manto
v
“Arrojando su manto, dio un brinco y vino donde
Jesús” (v. 50).
o
Lo que representa el manto para un mendicante
·
El manto representa la seguridad para un
mendicante: es su consuelo, su abrigo y su protección. Algunos
Padres de la Iglesia
han visto el manto como símbolo de la vida vieja, de la máscara que es un
estorbo.
Pero Bartimeo acogiendo la llamada de Jesús, arroga
todo y salta en pie y, tanteando en la oscuridad de su ceguera, se dirige
decididamente hacia la voz que lo ha llamado.
4.
Jesús le llama: ¡es la vocación cristiana!
Bartimeo arrojó su capa y fue hacia el
Señor. Para llegar a Cristo hace falta tirar
todo lo que estorbe.
San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n.
196 – Homilía Vida de fe.
·
Parándose
entonces Jesús, le mandó llamar. Y algunos de los
mejores que le rodean, se dirigen al ciego:
ea, buen ánimo, que te llama (Marcos 10, 49).
¡Es la vocación cristiana! Pero no es una sola la llamada de Dios. Considerad
además que el Señor nos busca en cada instante: levántate —nos indica—, sal de
tu poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas
sin importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe.
Adquiere altura, peso y volumen y visión sobrenatural.
Aquel
hombre, arrojando su capa, al instante se puso en pie y vino a él (Marcos 10,50). ¡Tirando su capa! No
sé si tú habrás estado en la guerra. Hace ya muchos años, yo pude pisar alguna
vez el campo de batalla, después de algunas horas de haber acabado la pelea; y
allí había, abandonados por el suelo, mantas, cantimploras y macutos llenos de
recuerdos de familia: cartas, fotografías de personas amadas... ¡Y no eran de
los derrotados; eran de los victoriosos! Aquello, todo aquello les sobraba,
para correr más aprisa y saltar el parapeto enemigo. Como a Bartimeo, para
correr detrás de Cristo.
No olvides que, para llegar hasta Cristo,
se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto,
cantimplora. Tú has de proceder igualmente en esta contienda para la gloria de
Dios, en esta lucha de amor y de paz, con la que tratamos de extender el
reinado de Cristo. Por servir a la
Iglesia , al Romano Pontífice y a las almas, debes estar
dispuesto a renunciar a todo lo que sobre; a quedarte sin esa manta, que es
abrigo en las noches crudas; sin esos recuerdos amados de la familia; sin el
refrigerio del agua. Lección de fe, lección de amor. Porque hay que amar a
Cristo así.
5.
La sanación del ojo de nuestro corazón
v Todo
nuestro esfuerzo ha de tender a sanar el ojo del corazón con el que ver a Dios.
Cfr. San Agustín, Sermón 88, 5-6
o
Hemos de aspirar a sanar el ojo del corazón, es
decir, a un cambio de vida: es la finalidad de la celebración de los
sacramentos, de la predicación de la palabra de Dios, etc.
Todo nuestro esfuerzo,
hermanos, en esta vida ha de consistir en sanar el ojo del corazón con que ver
a Dios. Con esta finalidad se celebran los sacrosantos misterios; con esta
finalidad se predica la palabra de Dios; a esto van dirigidas las exhortaciones
morales de la Iglesia, es decir, las que miran a corregir las costumbres, a
enmendar las apetencias de la carne, a renunciar a este mundo, no sólo de
palabra, sino también con un cambio de vida; a esta finalidad va encaminado
todo el actuar de las Escrituras divinas y santas, para que se purifique
nuestro interior de lo que impide la contemplación de Dios. Este ojo ha sido
hecho para ver esta luz temporal y, aunque celeste, corporal y visible no sólo
al hombre, sino también a los animales más viles -para eso fue, hecho: para ver
esta luz- , sin embargo, si le cayera o le fuese arrojado algo que le estorbe,
se aparta de la luz, y aunque ella lo invada con su presencia, él se retira y
se hace ausente. No sólo se hace ausente con su perturbación a la luz presente,
sino que hasta le resulta penosa la luz misma, para ver la cual ha sido hecho.
De idéntica manera, el ojo del corazón perturbado y dañado se aparta de la luz
de la justicia y ni se atreve ni es capaz de contemplarla.
o
Perturban el ojo del corazón la codicia, la
avaricia, la iniquidad, la
concupiscencia del mundo.
¿Qué es lo que
perturba al ojo del corazón? La codicia, la avaricia, la iniquidad, la
concupiscencia del mundo es lo que turba, cierra y ciega el ojo del corazón. ¡Y
como se busca el médico cuando el ojo de la carne está dañado; cómo no se
difiere el abrir y purgar, para que sane lo que hace que veamos esta luz! Se
corre, nadie descansa, nadie se retarda, aunque solo una pajita caiga en el
ojo. Sin duda, fue Dios quien hizo el sol que queremos ver cuando los ojos
están sanos. Ciertamente es mucho más brillante quien lo hizo, pero no es
siquiera de este género de luz que corresponde al ojo de la mente. Aquella luz
es la Sabiduría eterna. Dios te hizo a ti, oh hombre, a su imagen. Dándote con
qué ver el sol que él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a quien te hizo,
habiéndote hecho a su imagen? También te dio esto; te dio lo uno y lo otro.
Porque si mucho es lo que amas estos ojos exteriores, mucho también lo que descuidas
aquel interior; lo llevas cansado y herido. Si quien te fabricó quisiera
mostrársete, te causaría dolor; es un tormento para tu ojo, antes de ser sanado
y curado. Pues hasta en el paraíso pecó Adán y se escondió de la presencia de
Dios. Mientras tenía el corazón sano por la pureza de conciencia, se gozaba en
la presencia de Dios; después que, por el pecado, su ojo quedó dañado, comenzó
a temer la luz divina, se refugió en las tinieblas y en la densidad del bosque,
huyendo de la verdad y ansiando la oscuridad.
6. La fe y los milagros
v
“¿Qué
quieres que te haga?”
o
Quiere que el hombre se ponga de pie, que
encuentre el valor de pedir lo que le corresponde por su dignidad.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía, 25 de octubre de 2009
En el camino el
Señor encuentra a Bartimeo, que ha perdido la vista. Sus caminos se cruzan, se
convierten en un único camino. "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de
mí!", grita el ciego con confianza. Replica Jesús: "¡Llamadlo!",
y añade: "¿Qué quieres que te haga?". Dios es luz y creador de la
luz. El hombre es hijo de la luz, está hecho para ver la luz, pero ha perdido
la vista, y se ve obligado a mendigar. Junto a él pasa el Señor, que se ha
hecho mendigo por nosotros: sediento de nuestra fe y de nuestro amor.
"¿Qué quieres que te haga?". Dios lo sabe, pero pregunta; quiere que
sea el hombre quien hable. Quiere que el hombre se ponga de pie, que encuentre
el valor de pedir lo que le corresponde por su dignidad. El Padre quiere oír de
la voz misma de su hijo la libre voluntad de ver de nuevo la luz, la luz para
la que lo ha creado. "Rabbuní, ¡que vea!". Y Jesús le dice:
"Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista y lo seguía por
el camino" (Mc 10,
51-52).
§ Bartimeo
se convierte en testigo de la luz, narrando y demostrando en primera persona
que había sido curado, renovado y regenerado.
Esto es la Iglesia en el mundo: "sal y luz" en medio de la
sociedad de los hombres y de las naciones.
Sí,
la fe en Jesucristo —cuando se entiende bien y se practica— guía a los hombres
y a los pueblos a la libertad en la verdad o, por usar las tres palabras del
tema sinodal, a la reconciliación, a la justicia y a la paz. Bartimeo que,
curado, sigue a Jesús por el camino, es imagen de la humanidad que, iluminada por
la fe, se pone en camino hacia la tierra prometida. Bartimeo se convierte a su
vez en testigo de la luz, narrando y demostrando en primera persona que había
sido curado, renovado y regenerado. Esto es la Iglesia en el mundo: comunidad
de personas reconciliadas, artífices de justicia y de paz; "sal y
luz" en medio de la sociedad de los hombres y de las naciones.
v
En este "ver" a través de la fe, por
obra del Espíritu Santo, nos completamos recíprocamente y recíprocamente nos
ayudamos a educarnos.
o
Una ayuda que se realiza de modo peculiar en la
familia: unos a otros se ayudan a crecer en la fe.
Cfr. Juan
Pablo II, Homilía, 28 de octubre de 1979
El
mendigo ciego, Bartimeo, tras ser llamado por Cristo, pronunció la principal
petición de toda su vida: "Señor, que yo vea"; y recibió la vista y
la respuesta: "Anda, tu fe te ha salvado" (Marcos 10,50-51). (…)
En
este "ver" a través de la fe, por obra del Espíritu Santo, nos
completamos recíprocamente y recíprocamente nos ayudamos a educarnos. Aunque
este ver a través de la fe sea el fruto de la gracia del mismo Dios en relación
con el alma humana, sin embargo, en relación con nuestro entender, está
contemporáneamente confiado también a nuestra humana solicitud y a nuestro
celo. (…)
Especialmente
fundamental en este campo es el deber de la familia. Precisamente dirigiéndome
a los padres de familia cristianos, en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, publicada
hace unos días, digo: "La acción catequética de la familia tiene un
carácter peculiar y, en cierto sentido, insustituible.. Esta educación en la
fe, impartida por los padres —que debe comenzar desde la más tierna edad de los
niños— se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros a
crecer en la fe por medio de su testimonio de vida cristiana, a menudo silencioso,
mas perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el
Evangelio" (núm. 68).
v
El milagro es un “signo” del poder y del
amor de Dios que salvan al hombre en Cristo, y al mismo tiempo, una llamada al
hombre a la fe.
Cfr. Juan Pablo II, Catequesis, 16 de diciembre de
1987
Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba
para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están
ordenados y estrechamente ligados a la llamada
a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede
al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un
efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de
quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él. (…)
Jesús
subraya más de una vez que los milagros que Él realiza están vinculados a la
fe. “Tu fe te ha curado”, dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacía
doce años y que, acercándose por detrás, le había tocado el borde del manto,
quedando sana (cf .Mateo 9,20-22 y también Lucas 8,48 Mc 5,34).
Palabras
semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de
Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: “Hijo de David, Jesús, ten
piedad de mi!” (cf. Marcos 10,46-52). Según Marcos:
“Anda, tu fe te ha salvado” le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta:
“Ve, tu fe te ha hecho salvo” (Lucas 18,42).
Una
declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lucas 17,19). Mientras a los otros
dos ciegos que invocan volver a ver, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo yo
hacer esto?”. “Sí, Señor”... “Hágase en vosotros, según vuestra fe” (Mateo 9,28-29).
o
Impresiona de manera particular el episodio de
la mujer cananea
Impresiona
de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de
pedir la ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”.
Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le
respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos”
(Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que
Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la
que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la
mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice:
“Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen
de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan humilde, elegante y
confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú
quieres” (cf. Mateo 15,21-28).
¡Es
un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables
“cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano
para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!
o
Cuando Jesús “ve la fe”, realiza el milagro. Una
llamada al hombre a la fe.
§ Una
señales para que creáis que Jesús es el Mesías, y creyendo tengáis vida en su
nombre.
Nótese
cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de
que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en
el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el
techo (cf . Marcos 2,5; Mateo 9,2; Lucas 5,20). Pero la observación se
puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor
fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta
a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra
con su poder divino.
Una
vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un
“signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero,
precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada al hombre a la
fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos
del mismo.
Esto
vale para los mismos Apóstoles, desde el primer “signo” realizado por Jesús en
Caná de Galilea; fue entonces cuando “creyeron en Él” (Juan 2,11). Cuando, más tarde,
tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum,
con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar
que “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”,
porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía
demasiado “duro”. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿Queréis iros
vosotros también?”. Respondió Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras
de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el
Santo de Dios” (Cfr. Juan 6,66-69). Así, pues, el
principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición
para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado.
Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: “Muchas
otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están
escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que
Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su
nombre” (Juan 20,30-31).
v
Los signos o milagros que hizo Jesús fortalecen
la fe.
o
Son una invitación a creer en Jesús, no
pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos.
·
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica:
-
n.548: (…) Invitan a creer en Jesús (cf. Juan 10,38). Concede lo que le
piden a los que acuden a él
con fe (cf. Marcos 5,25-34 Marcos 10,52 etc.). Por tanto,
los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas
testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Juan 10,31-38). Pero también pueden
ser "ocasión de escándalo" (Mateo 11,6). No pretenden
satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes
milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Juan 11,47-48); incluso se le acusa
de obrar movido por los demonios (cf. Marcos 3,22).
o
Jesús escucha la oración de fe expresada en
palabras o en silencio
-
n. 2616 (…)
Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso:
cf Marcos 1,40-41; Jairo:
cf
Marcos 5,36; la cananea:
cf Marcos 7,29; el buen ladrón: cf Lucas 23,39-43), o en silencio (los
portadores del paralítico: cf Marcos 2,5; la hemorroísa que
toca su vestido: cf Marcos 5,28 las lágrimas y el
perfume la pecadora: cf Lucas 7,37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten
piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mateo 9,27) o "¡Hijo de David,
ten compasión de mí!" (Marcos 10,48) ha sido recogida en
la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios,
Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando
pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve
en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
Vida Cristiana
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