LA CURACIÓN DEL CIEGO DE JERICÓ
Bartimeo
Catequesis de Papa Francisco sobe la parábola del ciego de Jericó.
15 de
junio de 2016
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un día Jesús, acercándose a la ciudad de
Jericó, realizó el milagro de restituir la vista a un ciego que mendigaba a lo
largo del camino (Cfr. Lc 18,35-43). Hoy queremos aferrar el significado de
este signo porque también nos toca directamente.
v
La figura de este ciego representa a tantas
personas que, también hoy, se encuentran marginadas a causa de una discapacidad
física o de otro tipo.
o
Está separado de la gente, está ahí sentado
mientras la gente pasa ocupada, en sus pensamientos y tantas cosas… No tienen compasión de él, es más, sienten fastidio por sus
gritos.
§ Recordemos
las palabras que Moisés pronunció en aquella circunstancia; decía así: «Si hay
algún pobre entre tus hermanos, en alguna de las ciudades del país que el
Señor, tu Dios, te da, no endurezcas tu corazón ni le cierres tu mano.
El evangelista Lucas dice que aquel ciego
estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna (Cfr. v. 35). Un ciego en
aquellos tiempos – incluso hasta hace poco tiempo atrás – podía vivir solo de
la limosna. La figura de este ciego representa a tantas personas que, también
hoy, se encuentran marginadas a causa de una discapacidad física o de otro
tipo.
Está separado de la gente, está ahí
sentado mientras la gente pasa ocupada, en sus pensamientos y tantas cosas… Y
el camino, que puede ser un lugar de encuentro, para él en cambio es el lugar
de la soledad. Tanta gente que pasa. Y él está solo.
Es triste la imagen de un marginado, sobre
todo en el escenario de la ciudad de Jericó, la espléndida y prospera oasis en
el desierto. Sabemos que justamente a Jericó llegó el pueblo de Israel al final
del largo éxodo de Egipto: aquella ciudad representa la puerta de ingreso en la
tierra prometida.
Recordemos las palabras que Moisés
pronunció en aquella circunstancia; decía así: «Si hay algún pobre entre tus
hermanos, en alguna de las ciudades del país que el Señor, tu Dios, te da, no
endurezcas tu corazón ni le cierres tu mano. Es verdad que nunca faltarán
pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre generosamente tu mano el pobre,
al hermano indigente que vive en tu tierra» (Deut. 15,7.11).
Es agudo el contraste entre esta
recomendación de la Ley de Dios y la situación descrita en el Evangelio:
mientras el ciego grita – tenia buena voz, ¿eh? – mientras el ciego grita
invocando a Jesús, la gente le reprocha para hacerlo callar, como si no tuviese
derecho a hablar. No tienen compasión de él, es más, sienten fastidio por sus
gritos. Eh… Cuantas veces nosotros, cuando vemos tanta gente en la calle –
gente necesitada, enferma, que no tiene que comer – sentimos fastidio.
Cuantas veces nosotros, cuando nos
encontramos ante tantos prófugos y refugiados, sentimos fastidio. Es una
tentación: todos nosotros tenemos esto, ¿eh? Todos, también yo, todos. Es por
esto que la Palabra de Dios nos enseña. La indiferencia y la hostilidad los
hacen ciegos y sordos, impiden ver a los hermanos y no permiten reconocer en
ellos al Señor. Indiferencia y hostilidad.
Y cuando esta indiferencia y hostilidad se
hacen agresión y también insulto – “pero échenlos fuera a todos estos”,
“llévenlos a otra parte” – esta agresión; es aquello que hacia la gente cuando
el ciego gritaba: “pero tu vete, no hables, no grites”.
v
El Evangelista dice que alguien de la multitud
explicó al ciego el motivo de toda aquella gente diciendo: «Que pasaba Jesús de
Nazaret»
Notamos una característica interesante. El
Evangelista dice que alguien de la multitud explicó al ciego el motivo de toda
aquella gente diciendo: «Que pasaba Jesús de Nazaret» (v. 37). El paso de Jesús
es indicado con el mismo verbo con el cual en el libro del Éxodo se habla del
paso del ángel exterminador que salva a los Israelitas en las tierras de Egipto
(Cfr. Ex 12,23).
Es el “paso” de la pascua, el inicio de la
liberación: cuando pasa Jesús, siempre hay liberación, siempre hay salvación.
Al ciego, pues, es como si fuera anunciada su pascua. Sin dejarse atemorizar,
el ciego grita varias veces dirigiéndose a Jesús reconociéndolo como Hijo de
David, el Mesías esperado que, según el profeta Isaías, habría abierto los ojos
a los ciegos (Cfr. Is 35,5). A diferencia de la multitud, este ciego ve con los
ojos de la fe. Gracias a ella su suplica tiene una potente eficacia.
o
Pensemos también nosotros, cuando hemos estado
en situaciones difíciles, también en situaciones de pecado, como ha estado ahí
Jesús a tomarnos de la mano y a sacarnos del margen del camino a la salvación.
§ El
paso del Señor es un encuentro de misericordia
El ciego no veía, pero su fe le abre el camino a la salvación
De hecho, al oírlo, «Jesús se detuvo y
mandó que se lo trajeran» (v. 40). Haciendo así Jesús quita al ciego del margen
del camino y lo pone al centro de la atención de sus discípulos y de la gente.
Pensemos también nosotros, cuando hemos estado en situaciones difíciles,
también en situaciones de pecado, como ha estado ahí Jesús a tomarnos de la
mano y a sacarnos del margen del camino a la salvación.
Se realiza así un doble pasaje. Primero:
la gente había anunciado la buena noticia al ciego, pero no quería tener nada
que ver con él; ahora Jesús obliga a todos a tomar conciencia que el buen
anuncio implica poner al centro del propio camino a aquel que estaba excluido.
Segundo: a su vez, el ciego no veía, pero
su fe le abre el camino a la salvación, y él se encuentra en medio de cuantos
habían bajado al camino para ver a Jesús. Hermanos y hermanas, el paso del
Señor es un encuentro de misericordia que une a todos alrededor de Él para
permitir reconocer quien tiene necesidad de ayuda y de consolación. También en
nuestra vida Jesús pasa; y cuando pasa Jesús, y yo me doy cuenta, es una
invitación a acercarme a Él, a ser más bueno, a ser mejor cristiano, a seguir a
Jesús.
Jesús se dirige al ciego y le pregunta:
«¿Qué quieres que haga por ti?» (v. 41). Estas palabras de Jesús son
impresionantes: el Hijo de Dios ahora está frente al ciego como un humilde
siervo. Él, Jesús, Dios dice: “Pero, ¿Qué cosa quieres que haga por ti? ¿Cómo
quieres que yo te sirva?” Dios se hace siervo del hombre pecador. Y el ciego
responde a Jesús no más llamándolo “Hijo de David”, sino “Señor”, el título que
la Iglesia desde los inicios aplica a Jesús Resucitado.
El ciego pide poder ver de nuevo y su
deseo es escuchado: «¡Señor, que yo vea otra vez! Y Jesús le dijo: Recupera la
vista, tu fe te ha salvado» (v. 42). Él ha mostrado su fe invocando a Jesús y
queriendo absolutamente encontrarlo, y esto le ha traído el don de la
salvación. Gracias a la fe ahora puede ver y, sobre todo, se siente amado por
Jesús.
v
Tenemos necesidad siempre de salvación. Y todos
nosotros, todos los días, debemos hacer este paso: de mendigos a discípulos.
o
Dejémonos también nosotros llamar por Jesús, y
dejémonos curar por Jesús, perdonar por Jesús
Por esto la narración termina refiriendo
que el ciego «recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios» (v. 43):
se hace discípulo. De mendigo a discípulo, también este es nuestro camino: todos
nosotros somos mendigos, todos.
Tenemos necesidad siempre de salvación. Y
todos nosotros, todos los días, debemos hacer este paso: de mendigos a
discípulos. Y así, el ciego se encamina detrás del Señor y entrando a formar
parte de su comunidad. Aquel que querían hacer callar, ahora testimonia a alta
voz su encuentro con Jesús de Nazaret, y «todo el pueblo alababa a Dios»
(v. 43).
Sucede un segundo milagro: lo que había
sucedido al ciego hace que también la gente finalmente vea. La misma luz
ilumina a todos uniéndolos en la oración de alabanza. Así Jesús infunde su
misericordia sobre todos aquellos que encuentra: los llama, los hace venir a
Él, los reúne, los sana y los ilumina, creando un nuevo pueblo que celebra las
maravillas de su amor misericordioso.
Pero dejémonos también nosotros llamar por
Jesús, y dejémonos curar por Jesús, perdonar por Jesús, y vayamos detrás de
Jesús alabando a Dios. ¡Así sea!
Vida Cristiana
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