EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA POSTSINODAL
CHRISTUS
VIVIT
DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
FRANCISCO
A LOS
JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS
1. Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud
de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de
vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los
jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!
2. Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te
alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a
empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los
miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la
esperanza.
3. A todos los jóvenes cristianos les escribo con cariño esta
Exhortación apostólica, es decir, una carta que recuerda algunas convicciones
de nuestra fe y que al mismo tiempo alienta a crecer en la santidad y en el
compromiso con la propia vocación. Pero puesto que es un hito dentro de un
camino sinodal, me dirijo al mismo tiempo a todo el Pueblo de Dios, a sus
pastores y a sus fieles, porque la reflexión sobre los jóvenes y para los
jóvenes nos convoca y nos estimula a todos. Por consiguiente, en algunos
párrafos hablaré directamente a los jóvenes y en otros ofreceré planteamientos
más generales para el discernimiento eclesial.
4. Me he dejado inspirar por la riqueza de las reflexiones y
diálogos del Sínodo del año pasado. No podré recoger aquí todos los aportes que
ustedes podrán leer en el Documento final, pero he tratado de asumir en la
redacción de esta carta las propuestas que me parecieron más significativas. De
ese modo, mi palabra estará cargada de miles de voces de creyentes de todo el
mundo que hicieron llegar sus opiniones al Sínodo. Aun los jóvenes no
creyentes, que quisieron participar con sus reflexiones, han propuesto
cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.
Capítulo
primero
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
5. Rescatemos algunos tesoros de las Sagradas Escrituras, donde
varias veces se habla de los jóvenes y de cómo el Señor sale a su encuentro.
En el Antiguo Testamento
6. En una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos
muestran que Dios mira con otros ojos. Por ejemplo, vemos que José era uno de
los más pequeños de la familia (cf. Gn 37,2-3). Sin embargo,
Dios le comunicaba cosas grandes en sueños y superó a todos sus hermanos en
importantes tareas cuando tenía unos veinte años (cf. Gn 37-47).
7. En Gedeón, reconocemos la sinceridad de los jóvenes, que no
acostumbran a edulcorar la realidad. Cuando se le dijo que el Señor estaba con
él, respondió: «Si Yahvé está con nosotros, ¿por qué nos ocurre todo esto?» (Jc 6,13).
Pero Dios no se molestó por ese reproche y redobló la apuesta por él: «Ve con
esa fuerza que tienes y salvarás a Israel» (Jc 6,14).
8. Samuel era un jovencito inseguro, pero el Señor se comunicaba
con él. Gracias al consejo de un adulto, abrió su corazón para escuchar el
llamado de Dios: «Habla Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9-10).
Por eso fue un gran profeta que intervino en momentos importantes de su patria.
El rey Saúl también era un joven cuando el Señor lo llamó a cumplir su misión
(cf. 1 S 9,2).
9. El rey David fue elegido siendo un muchacho. Cuando el profeta
Samuel estaba buscando al futuro rey de Israel, un hombre le presentó como
candidatos a sus hijos mayores y más experimentados. Pero el profeta dijo que
el elegido era el jovencito David, que cuidaba las ovejas (cf. 1 S 16,6-13),
porque «el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón» (v. 7).
La gloria de la juventud está en el corazón más que en la fuerza física o en la
impresión que uno provoca en los demás.
10. Salomón, cuando tuvo que suceder a su padre, se sintió perdido
y dijo a Dios: «Soy un joven muchacho y no sé por dónde empezar y terminar» (1
R 3,7). Sin embargo, la audacia de la juventud lo movió a pedir a Dios
la sabiduría y se entregó a su misión. Algo semejante le ocurrió al profeta
Jeremías, llamado a despertar a su pueblo siendo muy joven. En su temor dijo:
«¡Ay Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» (Jr 1,6).
Pero el Señor le pidió que no dijera eso (cf. Jr 1,7), y
agregó: «No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,8).
La entrega del profeta Jeremías a su misión muestra lo que es posible si se
unen la frescura de la juventud y la fuerza de Dios.
11. Una muchachita judía, que estaba al servicio del militar
extranjero Naamán, intervino con fe para ayudarlo a curarse de su enfermedad
(cf. 2 R 5,2-6). La joven Rut fue un ejemplo de generosidad al
quedarse con su suegra caída en desgracia (cf. Rt 1,1-18), y
también mostró su audacia para salir adelante en la vida (cf. Rt 4,1-17).
En el Nuevo Testamento
12. Cuenta una parábola de Jesús (cf. Lc 15,11-32)
que el hijo “más joven” quiso irse de la casa paterna hacia un país lejano (cf.
vv. 12-13). Pero sus sueños de autonomía se convirtieron en libertinaje y
desenfreno (cf. v. 13) y probó lo duro de la soledad y de la pobreza (cf. vv.
14-16). Sin embargo, supo recapacitar para empezar de nuevo (cf. vv. 17-19) y
decidió levantarse (cf. v. 20). Es propio del corazón joven disponerse al
cambio, ser capaz de volver a levantarse y dejarse enseñar por la vida. ¿Cómo
no acompañar al hijo en ese nuevo intento? Pero el hermano mayor ya tenía el
corazón avejentado y se dejó poseer por la avidez, el egoísmo y la envidia (cf.
vv. 28-30). Jesús elogia al joven pecador que retoma el buen camino más que al
que se cree fiel pero no vive el espíritu del amor y de la misericordia.
13. Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón
siempre joven. La Palabra de Dios nos pide: «Eliminen la levadura vieja para
ser masa joven» (1 Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita a
despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10)[1]. Y cuando explica lo que es revestirse de
esa juventud «que se va renovando» (v. 10) dice que es tener «entrañas de
misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a
otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja contra otro» (Col 3,12-13).
Esto significa que la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En
cambio, lo que avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso
concluye: «Por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el vínculo de
la perfección» (Col 3,14).
14. Advirtamos que a Jesús no le caía bien que las personas
adultas miraran despectivamente a los más jóvenes o los tuvieran a su servicio
de manera despótica. Al contrario, Él pedía: «que el mayor entre ustedes sea
como el más joven» (Lc 22,26). Para Él la edad no establecía
privilegios, y que alguien tuviera menos años no significaba que valiera menos
o que tuviera menor dignidad.
15. La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos
«como a hermanos» (1 Tm 5,1), y recomienda a los padres: «No
exasperen a sus hijos, para que no se desanimen» (Col 3,21). Un
joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar
horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de
aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir
algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y
a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm 4,12).
16. Sin embargo, al mismo tiempo a los jóvenes se les recomienda:
«Sean sumisos a los ancianos» (1 P 5,5). La Biblia siempre invita a
un profundo respeto hacia los ancianos, porque albergan un tesoro de
experiencia, han probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las grandes
angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y en el silencio de su
corazón guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni
engañarnos por falsos espejismos. La palabra de un anciano sabio invita a
respetar ciertos límites y a saber dominarse a tiempo: «Exhorta igualmente a
los jóvenes para que sepan controlarse en todo» (Tt 2,6). No hace bien
caer en un culto a la juventud, o en una actitud juvenil que desprecia a los
demás por sus años, o porque son de otra época. Jesús decía que la persona
sabia es capaz de sacar del arcón tanto lo nuevo como lo viejo (cf. Mt 13,52).
Un joven sabio se abre al futuro, pero siempre es capaz de rescatar algo de la
experiencia de los otros.
17. En el Evangelio de Marcos aparece una persona que, cuando
Jesús le recuerda los mandamientos, dice: «Los he cumplido desde mi juventud»
(10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú eres mi esperanza Señor, mi confianza está
en ti desde joven […] me instruiste desde joven y anuncié hasta hoy tus
maravillas» (71,5.17). No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo
buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso nos
quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva: «Tu juventud se renueva
como el águila» (Sal 103,5). Por eso san Agustín se lamentaba:
«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!»[2]. Pero aquel hombre rico, que había sido
fiel a Dios en su juventud, dejó que los años le quitaran los sueños, y
prefirió seguir apegado a sus bienes (cf. Mc 10,22).
18. En cambio, en el Evangelio de Mateo aparece un joven
(cf. Mt 19,20.22) que se acerca a Jesús para pedir más (cf. v.
20), con ese espíritu abierto de los jóvenes, que busca nuevos horizontes y
grandes desafíos. En realidad su espíritu no era tan joven, porque ya se había
aferrado a las riquezas y a las comodidades. Él decía de la boca para afuera
que quería algo más, pero cuando Jesús le pidió que fuera generoso y repartiera
sus bienes, se dio cuenta de que era incapaz de desprenderse de lo que tenía.
Finalmente, «al oír estas palabras el joven se retiró entristecido» (v. 22).
Había renunciado a su juventud.
19. El Evangelio también nos habla de unas jóvenes prudentes, que
estaban preparadas y atentas, mientras otras vivían distraídas y adormecidas
(cf. Mt 25,1-13). Porque uno puede pasar su juventud
distraído, volando por la superficie de la vida, adormecido, incapaz de
cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida. De ese
modo prepara un futuro pobre, sin substancia. O uno puede gastar su juventud
para cultivar cosas bellas y grandes, y así prepara un futuro lleno de vida y
de riqueza interior.
20. Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo,
la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante
el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te
exhorta: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!» (Lc 7,14).
21. Sin duda hay muchos otros textos de la Palabra de Dios que
pueden iluminarnos acerca de esta etapa de la vida. Recogeremos algunos de
ellos en los próximos capítulos.
Capítulo
segundo
Jesucristo siempre joven
Jesucristo siempre joven
22. Jesús es «joven entre los jóvenes para ser ejemplo de los
jóvenes y consagrarlos al Señor»[3]. Por eso el Sínodo dijo que «la juventud
es una etapa original y estimulante de la vida, que el propio Jesús vivió,
santificándola»[4]. ¿Qué nos cuenta el Evangelio acerca de
la juventud de Jesús?
La juventud de Jesús
23. El Señor «entregó su espíritu» (Mt 27,50) en una
cruz cuando tenía poco más de 30 años de edad (cf. Lc 3,23).
Es importante tomar conciencia de que Jesús fue un joven. Dio su vida en una
etapa que hoy se define como la de un adulto joven. En la plenitud de su
juventud comenzó su misión pública y así «brilló una gran luz» (Mt 4,16),
sobre todo cuando dio su vida hasta el fin. Este final no era improvisado, sino
que toda su juventud fue una preciosa preparación, en cada uno de sus momentos,
porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio»[5] y «toda la vida de Cristo es misterio
de Redención»[6].
24. El Evangelio no habla de la niñez de Jesús, pero sí nos narra
algunos acontecimientos de su adolescencia y juventud. Mateo sitúa este período
de la juventud del Señor entre dos acontecimientos: el regreso de su familia a
Nazaret, después del tiempo de exilio, y su bautismo en el Jordán, donde
comenzó su misión pública. Las últimas imágenes de Jesús niño son las de un
pequeño refugiado en Egipto (cf. Mt 2,14-15) y posteriormente
las de un repatriado en Nazaret (cf. Mt 2,19-23). Las primeras
imágenes de Jesús, joven adulto, son las que nos lo presentan en el gentío
junto al río Jordán, para hacerse bautizar por su primo Juan el Bautista, como
uno más de su pueblo (cf. Mt 3,13-17).
25. Este bautismo no era como el nuestro, que nos introduce en la
vida de la gracia, sino que fue una consagración antes de comenzar la gran misión
de su vida. El Evangelio dice que su bautismo fue motivo de la alegría y del
beneplácito del Padre: «Tú eres mi Hijo amado» (Lc 3,22). En
seguida Jesús apareció lleno del Espíritu Santo y fue conducido por
el Espíritu al desierto. Así estaba preparado para salir a predicar y a hacer
prodigios, para liberar y sanar (cf. Lc 4,1-14). Cada joven,
cuando se sienta llamado a cumplir una misión en esta tierra, está invitado a
reconocer en su interior esas mismas palabras que le dice el Padre Dios: «Tú
eres mi hijo amado».
26. Entre estos relatos, encontramos uno que muestra a Jesús en
plena adolescencia. Es cuando regresó con sus padres a Nazaret, después que
ellos lo perdieron y lo encontraron en el Templo (cf. Lc 2,41-51).
Allí dice que «les estaba sujeto» (cf. Lc 2,51), porque no
renegaba de su familia. Después, Lucas agrega que Jesús «crecía en sabiduría,
edad y gracia ante Dios y los hombres» (Lc2,52). Es decir, estaba siendo
preparado, y en ese período iba profundizando su relación con el Padre y con
los demás. San Juan Pablo II explicaba que no crecía sólo físicamente, sino que
«se dio también en Jesús un crecimiento espiritual», porque «la plenitud de
gracia en Jesús era relativa a la edad: había siempre plenitud, pero una
plenitud creciente con el crecer de la edad»[7].
27. Con estos datos evangélicos podemos decir que, en su etapa de
joven, Jesús se fue «formando», se fue preparando para cumplir el proyecto que
el Padre tenía. Su adolescencia y su juventud lo orientaron a esa misión
suprema.
28. En la adolescencia y en la juventud, su relación con el Padre
era la del Hijo amado, atraído por el Padre, crecía ocupándose de sus cosas:
«¿No sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49).
Sin embargo, no hay que pensar que Jesús fuera un adolescente solitario o un
joven ensimismado. Su relación con la gente era la de un joven que compartía
toda la vida de una familia bien integrada en el pueblo. Aprendió el trabajo de
su padre y luego lo reemplazó como carpintero. Por eso, en el Evangelio una vez
se le llama «el hijo del carpintero» (Mt 13,55) y otra vez
sencillamente «el carpintero» (Mc 6,3). Este detalle muestra que
era un muchacho más de su pueblo, que se relacionaba con toda normalidad. Nadie
lo miraba como un joven raro o separado de los demás. Precisamente por esta
razón, cuando Jesús salió a predicar, la gente no se explicaba de dónde sacaba
esa sabiduría: «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22).
29. El hecho es que «Jesús tampoco creció en una relación cerrada
y absorbente con María y con José, sino que se movía gustosamente en la familia
ampliada, que incluía a los parientes y amigos»[8]. Así entendemos por qué sus padres,
cuando regresaban de la peregrinación a Jerusalén, estaban tranquilos pensando
que el jovencito de doce años (cf. Lc 2,42) caminaba
libremente entre la gente, aunque no lo vieran durante un día entero: «Creyendo
que estaba en la caravana, hicieron un día de camino» (Lc 2,44).
Ciertamente, pensaban que Jesús estaba allí, yendo y viniendo entre los demás,
bromeando con otros de su edad, escuchando las narraciones de los adultos y
compartiendo las alegrías y las tristezas de la caravana. El término griego
utilizado por Lucas para la caravana de peregrinos, synodía, indica
precisamente esta “comunidad en camino” de la que forma parte la sagrada
familia. Gracias a la confianza de sus padres, Jesús se mueve libremente y
aprende a caminar con todos los demás.
Su juventud nos ilumina
30. Estos aspectos de la vida de Jesús pueden resultar
inspiradores para todo joven que crece y se prepara para realizar su misión.
Esto implica madurar en la relación con el Padre, en la conciencia de ser uno
más de la familia y del pueblo, y en la apertura a ser colmado por el Espíritu
y conducido a realizar la misión que Dios encomienda, la propia vocación. Nada
de esto debería ser ignorado en la pastoral juvenil, para no crear proyectos
que aíslen a los jóvenes de la familia y del mundo, o que los conviertan en una
minoría selecta y preservada de todo contagio. Necesitamos más bien proyectos
que los fortalezcan, los acompañen y los lancen al encuentro con los demás, al
servicio generoso, a la misión.
31. Jesús no los ilumina a ustedes, jóvenes, desde lejos o desde
afuera, sino desde su propia juventud, que comparte con ustedes. Es muy
importante contemplar al Jesús joven que nos muestran los evangelios, porque Él
fue verdaderamente uno de ustedes, y en Él se pueden reconocer muchas notas de
los corazones jóvenes. Lo vemos, por ejemplo, en las siguientes
características: «Jesús tenía una confianza incondicional en el Padre, cuidó la
amistad con sus discípulos, e incluso en los momentos críticos permaneció fiel
a ellos. Manifestó una profunda compasión por los más débiles, especialmente
los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos. Tuvo la valentía de
enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su tiempo; vivió la
experiencia de sentirse incomprendido y descartado; sintió miedo del
sufrimiento y conoció la fragilidad de la pasión; dirigió su mirada al futuro
abandonándose en las manos seguras del Padre y a la fuerza del Espíritu. En
Jesús todos los jóvenes pueden reconocerse»[9].
32. Por otra parte, Jesús ha resucitado y nos quiere hacer
partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un
mundo envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con
«dolores de parto» (Rm 8,22) ser revestido con su luz y con su
vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial, que mantiene vivos
nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros grandes ideales, y que nos lanza
al anuncio de la vida que vale la pena. En dos detalles curiosos del evangelio
de Marcos puede advertirse el llamado a la verdadera juventud de los
resucitados. Por una parte, en la pasión del Señor aparece un joven temeroso
que intentaba seguir a Jesús pero que huyó desnudo (cf. Mc 14,51-52),
un joven que no tuvo la fuerza de arriesgarlo todo por seguir al Señor. En
cambio, junto al sepulcro vacío, vemos a un joven «vestido con una túnica
blanca» (16,5) que invitaba a perder el temor y anunciaba el gozo de la resurrección
(cf. 16,6-7).
33. El Señor nos llama a encender estrellas en la noche de otros
jóvenes, nos invita a mirar los verdaderos astros, esos signos tan variados que
Él nos da para que no nos quedemos quietos, sino que imitemos al sembrador que
miraba las estrellas para poder arar el campo. Dios nos enciende estrellas para
que sigamos caminando: «Las estrellas brillan alegres en sus puestos de
guardia, Él las llama y le responden» (Ba 3,34-35). Pero Cristo
mismo es para nosotros la gran luz de esperanza y de guía en nuestra noche,
porque Él es «la estrella radiante de la mañana» (Ap 22,16).
La juventud de la Iglesia
34. Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí
que una institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser
joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus
momentos más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor.
Recordando esta verdad, el Concilio Vaticano II expresaba que «rica en un largo
pasado, siempre vivo en ella y marchando hacia la perfección humana en el
tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la
verdadera juventud del mundo». En ella es posible siempre encontrar a Cristo
«el compañero y amigo de los jóvenes»[10].
Una Iglesia que se deja renovar
35. Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren
avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil. También
pidamos que la libere de otra tentación: creer que es joven porque cede a todo
lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se
mimetiza con los demás. No. Es joven cuando es ella misma, cuando recibe la
fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia
de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de
volver una y otra vez a su fuente.
36. Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser
“bichos raros”. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los
Apóstoles, que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2,47;
cf. 4,21.33; 5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser
distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la
belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del
perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la
justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social.
37. La Iglesia de Cristo siempre puede caer en la tentación de
perder el entusiasmo porque ya no escucha la llamada del Señor al riesgo de la
fe, a darlo todo sin medir los peligros, y vuelve a buscar falsas seguridades
mundanas. Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarla a mantenerse
joven, a no caer en la corrupción, a no quedarse, a no enorgullecerse, a no
convertirse en secta, a ser más pobre y testimonial, a estar cerca de los
últimos y descartados, a luchar por la justicia, a dejarse interpelar con
humildad. Ellos pueden aportarle a la Iglesia la belleza de la juventud cuando
estimulan la capacidad «de alegrarse con lo que comienza, de darse sin
recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas»[11].
38. Quienes ya no somos jóvenes, necesitamos ocasiones para tener
cerca la voz y el estímulo de ellos, y «la cercanía crea las condiciones para
que la Iglesia sea un espacio de diálogo y testimonio de fraternidad que
fascine»[12]. Nos hace falta crear más espacios donde
resuene la voz de los jóvenes: «La escucha hace posible un intercambio de
dones, en un contexto de empatía […]. Al mismo tiempo, pone las condiciones
para un anuncio del Evangelio que llegue verdaderamente al corazón, de modo
incisivo y fecundo»[13].
Una
Iglesia atenta a los signos de los tiempos
39. «Para
muchos jóvenes Dios, la religión y la Iglesia son palabras vacías, en cambio
son sensibles a la figura de Jesús, cuando viene presentada de modo atractivo y
eficaz»[14]. Por eso
es necesario que la Iglesia no esté demasiado pendiente de sí misma sino que
refleje sobre todo a Jesucristo. Esto implica que reconozca con humildad que
algunas cosas concretas deben cambiar, y para ello necesita también recoger la
visión y aun las críticas de los jóvenes.
40. En el
Sínodo se reconoció «que un número consistente de jóvenes, por razones muy
distintas, no piden nada a la Iglesia porque no la consideran significativa
para su existencia. Algunos, incluso, piden expresamente que se les deje en
paz, ya que sienten su presencia como molesta y hasta irritante. Esta petición
con frecuencia no nace de un desprecio acrítico e impulsivo, sino que hunde sus
raíces en razones serias y comprensibles: los escándalos sexuales y económicos;
la falta de preparación de los ministros ordenados que no saben captar
adecuadamente la sensibilidad de los jóvenes; el poco cuidado en la preparación
de la homilía y en la explicación de la Palabra de Dios; el papel pasivo
asignado a los jóvenes dentro de la comunidad cristiana; la dificultad de la
Iglesia para dar razón de sus posiciones doctrinales y éticas a la sociedad
contemporánea»[15].
41. Si
bien hay jóvenes que disfrutan cuando ven una Iglesia que se manifiesta
humildemente segura de sus dones y también capaz de ejercer una crítica leal y
fraterna, otros jóvenes reclaman una Iglesia que escuche más, que no se la pase
condenando al mundo. No quieren ver a una Iglesia callada y tímida, pero tampoco
que esté siempre en guerra por dos o tres temas que la obsesionan. Para ser
creíble ante los jóvenes, a veces necesita recuperar la humildad y
sencillamente escuchar, reconocer en lo que dicen los demás alguna luz que la
ayude a descubrir mejor el Evangelio. Una Iglesia a la defensiva, que pierde la
humildad, que deja de escuchar, que no permite que la cuestionen, pierde la
juventud y se convierte en un museo. ¿Cómo podrá acoger de esa manera los
sueños de los jóvenes? Aunque tenga la verdad del Evangelio, eso no significa
que la haya comprendido plenamente; más bien tiene que crecer siempre en la
comprensión de ese tesoro inagotable[16].
42. Por
ejemplo, una Iglesia demasiado temerosa y estructurada puede ser
permanentemente crítica ante todos los discursos sobre la defensa de los
derechos de las mujeres, y señalar constantemente los riesgos y los posibles
errores de esos reclamos. En cambio, una Iglesia viva puede reaccionar
prestando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que piden
más justicia e igualdad. Puede recordar la historia y reconocer una larga trama
de autoritarismo por parte de los varones, de sometimiento, de diversas formas
de esclavitud, de abuso y de violencia machista. Con esta mirada será capaz de
hacer suyos estos reclamos de derechos, y dará su aporte con convicción para
una mayor reciprocidad entre varones y mujeres, aunque no esté de acuerdo con
todo lo que propongan algunos grupos feministas. En esta línea, el Sínodo quiso
renovar el compromiso de la Iglesia «contra toda clase de discriminación y
violencia sexual»[17]. Esa es
la reacción de una Iglesia que se mantiene joven y que se deja cuestionar e
impulsar por la sensibilidad de los jóvenes.
María, la
muchacha de Nazaret
43. En el
corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una
Iglesia joven, que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era
muy joven, recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer preguntas
(cf. Lc 1,34). Pero tenía un alma disponible y dijo: «Aquí
está la servidora del Señor» (Lc 1,38).
44.
«Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María joven. La fuerza de ese
“hágase” que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o
resignada. Fue algo distinto a un “sí” como diciendo: bueno, vamos a probar a
ver qué pasa. María no conocía esa expresión: vamos a ver qué pasa. Era
decidida, supo de qué se trataba y dijo “sí”, sin vueltas. Fue algo más, fue
algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el que quiere
arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de
saber que era portadora de una promesa. Y yo pregunto a cada uno de ustedes.
¿Se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para
llevar adelante? María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las
dificultades no eran una razón para decir “no”. Seguro que tendría
complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando
la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano.
¡María no compró un seguro de vida! ¡María se la jugó y por eso es fuerte, por
eso es una influencer, es la influencer de Dios!
El “sí” y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las
dificultades»[18].
45. Sin
ceder a evasiones ni espejismos, «ella supo acompañar el dolor de su Hijo […]
sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la
resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y acompaña, cobija y
abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza […]. De ella aprendemos a decir
“sí” en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y
vuelven a comenzar»[19].
46. María
era la chica de alma grande que se estremecía de alegría (cf. Lc 1,47),
era la jovencita con los ojos iluminados por el Espíritu Santo que contemplaba
la vida con fe y guardaba todo en su corazón de muchacha (cf. Lc 2,19.51).
Era la inquieta, la que se pone continuamente en camino, que cuando supo que su
prima la necesitaba no pensó en sus propios proyectos, sino que salió hacia la
montaña «sin demora» (Lc 1,39).
47. Y si
hacía falta proteger a su niño, allá iba con José a un país lejano (cf. Mt 2,13-14).
Por eso permaneció junto a los discípulos reunidos en oración esperando al
Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Así, con su presencia, nació
una Iglesia joven, con sus Apóstoles en salida para hacer nacer un mundo nuevo
(cf. Hch 2,4-11).
48.
Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por los hijos, estos hijos que
caminamos por la vida muchas veces cansados, necesitados, pero queriendo que la
luz de la esperanza no se apague. Eso es lo que queremos: que la luz de la
esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este pueblo peregrino, pueblo de
jóvenes querido por ella, que la busca haciendo silencio en el corazón aunque
en el camino haya mucho ruido, conversaciones y distracciones. Pero ante los
ojos de la Madre sólo cabe el silencio esperanzado. Y así María ilumina de
nuevo nuestra juventud.
Jóvenes
santos
49. El
corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que entregaron su
vida por Cristo, muchos de ellos hasta el martirio. Ellos fueron preciosos
reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y para sacarnos de la
modorra. El Sínodo destacó que «muchos jóvenes santos han hecho brillar los
rasgos de la edad juvenil en toda su belleza y en su época fueron verdaderos
profetas de cambio; su ejemplo muestra de qué son capaces los jóvenes cuando se
abren al encuentro con Cristo»[20].
50. «A
través de la santidad de los jóvenes la Iglesia puede renovar su ardor
espiritual y su vigor apostólico. El bálsamo de la santidad generada por la
vida buena de tantos jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y del mundo,
devolviéndonos a aquella plenitud del amor al que desde siempre hemos sido
llamados: los jóvenes santos nos animan a volver a nuestro amor primero (cf.Ap 2,4)».[21] Hay
santos que no conocieron la vida adulta, y nos dejaron el testimonio de otra
forma de vivir la juventud.Recordemos al menos a algunos de ellos, de distintos
momentos de la historia, que vivieron la santidad cada uno a su modo.
51. En el
siglo III, san Sebastián era un joven capitán de la guardia pretoriana. Cuentan
que hablaba de Cristo por todas partes y trataba de convertir a sus compañeros,
hasta que le ordenaron renunciar a su fe. Como no aceptó, lanzaron sobre él una
lluvia de flechas, pero sobrevivió y siguió anunciando a Cristo sin miedo.
Finalmente lo azotaron hasta matarlo.
52. San
Francisco de Asís, siendo muy joven y lleno de sueños, escuchó el llamado de
Jesús a ser pobre como Él y a restaurar la Iglesia con su testimonio. Renunció
a todo con alegría y es el santo de la fraternidad universal, el hermano de
todos, que alababa al Señor por sus creaturas. Murió en 1226.
53. Santa
Juana de Arco nació en 1412. Era una joven campesina que, a pesar de su corta
edad, luchó para defender a Francia de los invasores. Incomprendida por su
aspecto y por su forma de vivir la fe, murió en la hoguera.
54. El
beato Andrés Phû Yên era un joven vietnamita del siglo XVII. Era catequista y
ayudaba a los misioneros. Fue hecho prisionero por su fe, y debido a que no
quiso renunciar a ella fue asesinado. Murió diciendo: “Jesús”.
55. En ese
mismo siglo, santa Catalina Tekakwitha, una joven laica nativa de América del
Norte, sufrió una persecución por su fe y huyó caminando más de 300 kilómetros
a través de bosques espesos. Se consagró a Dios y murió diciendo: “¡Jesús, te
amo!”.
56. Santo
Domingo Savio le ofrecía a María todos sus sufrimientos. Cuando san Juan Bosco
le enseñó que la santidad supone estar siempre alegres, abrió su corazón a una
alegría contagiosa. Procuraba estar cerca de sus compañeros más marginados y
enfermos. Murió en 1857 a los catorce años, diciendo: “¡Qué maravilla estoy
viendo!”.
57. Santa
Teresa del Niño Jesús nació en 1873. A los 15 años, atravesando muchas
dificultades, logró ingresar a un convento carmelita. Vivió el caminito de la
confianza total en el amor del Señor y se propuso alimentar con su oración el
fuego del amor que mueve a la Iglesia.
58. El
beato Ceferino Namuncurá era un joven argentino, hijo de un destacado cacique
de los pueblos originarios. Llegó a ser seminarista salesiano, lleno de deseos
de volver a su tribu para llevar a Jesucristo. Murió en 1905.
59. El
beato Isidoro Bakanja era un laico del Congo que daba testimonio de su fe. Fue
torturado durante largo tiempo por haber propuesto el cristianismo a otros
jóvenes. Murió perdonando a su verdugo en 1909.
60. El
beato Pier Giorgio Frassati, que murió en 1925, «era un joven de una alegría
contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de su vida»[22]. Decía
que él intentaba retribuir el amor de Jesús que recibía en la comunión, visitando
y ayudando a los pobres.
61. El
beato Marcel Callo era un joven francés que murió en 1945. En Austria fue
encerrado en un campo de concentración donde confortaba en la fe a sus
compañeros de cautiverio, en medio de duros trabajos.
62. La
joven beata Chiara Badano, que murió en 1990, «experimentó cómo el dolor puede
ser transfigurado por el amor […]. La clave de su paz y alegría era la plena
confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa
expresión de su voluntad para su bien y el de los demás»[23].
63. Que
ellos y también muchos jóvenes que quizás desde el silencio y el anonimato
vivieron a fondo el Evangelio, intercedan por la Iglesia, para que esté llena
de jóvenes alegres, valientes y entregados que regalen al mundo nuevos
testimonios de santidad.
Capítulo tercero
Ustedes son el ahora de Dios
Ustedes son el ahora de Dios
64.
Después de recorrer la Palabra de Dios, no podemos decir sólo que los jóvenes
son el futuro del mundo. Son el presente, lo están enriqueciendo con su aporte.
Un joven ya no es un niño, está en un momento de la vida en que comienza a
tomar distintas responsabilidades, participando con los adultos en el
desarrollo de la familia, de la sociedad, de la Iglesia. Pero los tiempos
cambian, y resuena la pregunta: ¿cómo son los jóvenes hoy, qué les pasa ahora?
En
positivo
65. El
Sínodo reconoció que los fieles de la Iglesia no siempre tienen la actitud de
Jesús. En lugar de disponernos a escucharlos a fondo, «a veces predomina la
tendencia a dar respuestas preconfeccionadas y recetas preparadas, sin dejar
que las preguntas de los jóvenes se planteen con su novedad y sin aceptar su provocación»[24]. En
cambio, cuando la Iglesia abandona esquemas rígidos y se abre a la escucha disponible
y atenta de los jóvenes, esta empatía la enriquece, porque «permite que los
jóvenes den su aportación a la comunidad, ayudándola a abrirse a nuevas
sensibilidades y a plantearse preguntas inéditas»[25].
66. Hoy
los adultos corremos el riesgo de hacer un listado de calamidades, de defectos
de la juventud actual. Algunos podrán aplaudirnos porque parecemos expertos en
encontrar puntos negativos y peligros. ¿Pero cuál sería el resultado de esa
actitud? Más y más distancia, menos cercanía, menos ayuda mutua.
67. La
clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes
consiste en encontrar la pequeña llama que continúa ardiendo, la caña que
parece quebrarse (cf. Is 42,3), pero que sin embargo todavía
no se rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde otros ven sólo
murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente
peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las
semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El corazón de cada
joven debe por tanto ser considerado “tierra sagrada”, portador de semillas de
vida divina, ante quien debemos “descalzarnos” para poder acercarnos y
profundizar en el Misterio.
Muchas
juventudes
68.
Podríamos intentar describir las características de los jóvenes de hoy, pero
ante todo quiero recoger una advertencia de los Padres sinodales: «La
composición del Sínodo ha hecho visible la presencia y la aportación de las
diversas regiones del mundo, y ha puesto de relieve la belleza de ser Iglesia
universal. Aun en un contexto de globalización creciente, los Padres sinodales han
pedido que se destacaran las numerosas diferencias entre contextos y culturas,
incluso dentro de un mismo país. Existe una pluralidad de mundos juveniles,
tanto es así que en algunos países se tiende a utilizar el término “juventud”
en plural. Además, la franja de edad considerada por este Sínodo (16-29 años)
no representa un conjunto homogéneo, sino que está compuesta por grupos que
viven situaciones peculiares»[26].
69. Ya
desde el punto de vista demográfico, en algunos países hay muchos jóvenes,
mientras otros tienen una tasa de natalidad muy baja. Pero «otra diferencia
deriva de la historia, que distingue a los países y continentes de antigua
tradición cristiana, cuya cultura es portadora de una memoria que no hay que
perder, respecto de los países y continentes marcados en cambio por otras
tradiciones religiosas y en los que el cristianismo es una presencia
minoritaria y a veces reciente. En otros territorios, además, las comunidades
cristianas y los jóvenes que forman parte de ellas son objeto de persecución»[27]. También
hay que distinguir los jóvenes «a quienes la globalización ofrece un mayor
número de oportunidades, de aquellos que viven al margen de la sociedad o en el
mundo rural y sufren los efectos de formas de exclusión y descarte»[28].
70. Hay
muchas diferencias más, que sería complejo detallar aquí. Por lo tanto, no creo
conveniente detenerme a ofrecer un análisis exhaustivo sobre los jóvenes en el
mundo actual, sobre cómo viven y qué les pasa. Pero como tampoco puedo dejar de
mirar la realidad, recogeré brevemente algunos aportes que llegaron antes del
Sínodo y otros que pude recoger durante el mismo.
Algunas
cosas que les pasan a los jóvenes
71. La
juventud no es algo que se pueda analizar en abstracto. En realidad, “la
juventud” no existe, existen los jóvenes con sus vidas concretas. En el mundo
actual, lleno de progresos, muchas de esas vidas están expuestas al sufrimiento
y a la manipulación.
Jóvenes de
un mundo en crisis
72. Los
padres sinodales evidenciaron con dolor que «muchos jóvenes viven en contextos
de guerra y padecen la violencia en una innumerable variedad de formas:
secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos, esclavitud
y explotación sexual, estupros de guerra, etc. A otros jóvenes, a causa de su
fe, les cuesta encontrar un lugar en sus sociedades y son víctimas de diversos
tipos de persecuciones, e incluso la muerte. Son muchos los jóvenes que, por
constricción o falta de alternativas, viven perpetrando delitos y violencias:
niños soldados, bandas armadas y criminales, tráfico de droga, terrorismo, etc.
Esta violencia trunca muchas vidas jóvenes. Abusos y adicciones, así como
violencia y comportamientos negativos son algunas de las razones que llevan a
los jóvenes a la cárcel, con una especial incidencia en algunos grupos étnicos
y sociales»[29].
73. Muchos
jóvenes son ideologizados, utilizados y aprovechados como carne de cañón o como
fuerza de choque para destruir, amedrentar o ridiculizar a otros. Y lo peor es
que muchos son convertidos en seres individualistas, enemigos y desconfiados de
todos, que así se vuelven presa fácil de ofertas deshumanizantes y de los planes
destructivos que elaboran grupos políticos o poderes económicos.
74.
Todavía son «más numerosos en el mundo los jóvenes que padecen formas de
marginación y exclusión social por razones religiosas, étnicas o económicas.
Recordamos la difícil situación de adolescentes y jóvenes que quedan
embarazadas y la plaga del aborto, así como la difusión del VIH, las varias
formas de adicción (drogas, juegos de azar, pornografía, etc.) y la situación
de los niños y jóvenes de la calle, que no tienen casa ni familia ni recursos
económicos»[30]. Cuando
además son mujeres, estas situaciones de marginación se vuelven doblemente
dolorosas y difíciles.
75. No
seamos una Iglesia que no llora frente a estos dramas de sus hijos jóvenes.
Nunca nos acostumbremos, porque quien no sabe llorar no es madre. Nosotros
queremos llorar para que la sociedad también sea más madre, para que en vez de
matar aprenda a parir, para que sea promesa de vida. Lloramos cuando recordamos
a los jóvenes que ya han muerto por la miseria y la violencia, y le pedimos a
la sociedad que aprenda a ser madre solidaria. Ese dolor no se va, camina con
nosotros, porque la realidad no se puede esconder. Lo peor que podemos hacer es
aplicar la receta del espíritu mundano que consiste en anestesiar a los jóvenes
con otras noticias, con otras distracciones, con banalidades.
76. Quizás
«aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar.
Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las
lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo
aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un
niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por
una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que
llora porque le gustaría tener algo más?»[31]. Intenta
aprender a llorar por los jóvenes que están peor que tú. La misericordia y la
compasión también se expresan llorando. Si no te sale, ruega al Señor que te
conceda derramar lágrimas por el sufrimiento de otros. Cuando sepas llorar,
entonces sí serás capaz de hacer algo de corazón por los demás.
77. A
veces el dolor de algunos jóvenes es muy lacerante; es un dolor que no se puede
expresar con palabras; es un dolor que nos abofetea. Esos jóvenes sólo pueden
decirle a Dios que sufren mucho, que les cuesta demasiado seguir adelante, que
ya no creen en nadie. Pero en ese lamento desgarrador se hacen presentes las
palabras de Jesús: «Felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5,4).
Hay jóvenes que pudieron abrirse camino en la vida porque les llegó esa promesa
divina. Ojalá siempre haya cerca de un joven sufriente una comunidad cristiana
que pueda hacer resonar esas palabras con gestos, abrazos y ayudas concretas.
78. Es
verdad que los poderosos prestan algunas ayudas, pero frecuentemente a un alto
costo. En muchos países pobres las ayudas económicas de algunos países más
ricos o de algunos organismos internacionales suelen estar vinculadas a la
aceptación de propuestas occidentales con respecto a la sexualidad, al
matrimonio, a la vida o a la justicia social. Esta colonización ideológica daña
en especial a los jóvenes. Al mismo tiempo, vemos cómo cierta publicidad enseña
a las personas a estar siempre insatisfechas y contribuye a la cultura del
descarte, donde los mismos jóvenes terminan convertidos en material
descartable.
79. La
cultura actual presenta un modelo de persona muy asociado a la imagen de lo joven.
Se siente bello quien aparenta juventud, quien realiza tratamientos para hacer
desaparecer las huellas del tiempo. Los cuerpos jóvenes son constantemente
usados en la publicidad, para vender. El modelo de belleza es un modelo
juvenil, pero estemos atentos, porque esto no es un elogio para los jóvenes.
Sólo significa que los adultos quieren robar la juventud para ellos, no que
respeten, amen y cuiden a los jóvenes.
80.
Algunos jóvenes «sienten las tradiciones familiares como oprimentes y huyen de
ellas impulsados por una cultura globalizada que a veces los deja sin puntos de
referencia. En otras partes del mundo, en cambio, entre jóvenes y adultos no se
da un verdadero conflicto generacional, sino una extrañeza mutua. A veces los
adultos no tratan de transmitir los valores fundamentales de la existencia o no
lo logran, o bien asumen estilos juveniles, invirtiendo la relación entre
generaciones. De este modo, se corre el riesgo de que la relación entre jóvenes
y adultos permanezca en el plano afectivo, sin tocar la dimensión educativa y
cultural»[32]. ¡Cuánto
daño hace esto a los jóvenes, aunque algunos no lo adviertan! Los mismos
jóvenes nos han hecho notar que esto dificulta enormemente la transmisión de la
fe «en algunos países donde no hay libertad de expresión, y donde se les impide
participar en la Iglesia»[33].
Deseos,
heridas y búsquedas
81. Los
jóvenes reconocen que el cuerpo y la sexualidad tienen una importancia esencial
para su vida y en el camino de crecimiento de su identidad. Sin embargo, en un
mundo que enfatiza excesivamente la sexualidad, es difícil mantener una buena
relación con el propio cuerpo y vivir serenamente las relaciones afectivas. Por
esta y por otras razones, la moral sexual suele ser muchas veces «causa de
incomprensión y de alejamiento de la Iglesia, ya que se percibe como un espacio
de juicio y de condena». Al mismo tiempo, los jóvenes expresan «un explícito
deseo de confrontarse sobre las cuestiones relativas a la diferencia entre
identidad masculina y femenina, a la reciprocidad entre hombres y mujeres, y a
la homosexualidad»[34].
82. En
nuestro tiempo «los avances de las ciencias y de las tecnologías biomédicas
inciden sobre la percepción del cuerpo, induciendo a la idea de que se puede
modificar sin límite. La capacidad de intervenir sobre el ADN, la posibilidad
de insertar elementos artificiales en el organismo (cyborg) y el
desarrollo de las neurociencias constituyen un gran recurso, pero al mismo
tiempo plantean interrogantes antropológicos y éticos»[35]. Pueden
llevarnos a olvidar que la vida es un don, y que somos seres creados y
limitados, que fácilmente podemos ser instrumentalizados por quienes tienen el
poder tecnológico[36]. «Además
en algunos contextos juveniles se difunde un cierto atractivo por
comportamientos de riesgo como instrumento para explorarse a sí mismos,
buscando emociones fuertes y obtener un reconocimiento. […] Estos fenómenos, a
los que están expuestas las nuevas generaciones, constituyen un obstáculo para
una maduración serena»[37].
83. En los
jóvenes también están los golpes, los fracasos, los recuerdos tristes clavados
en el alma. Muchas veces «son las heridas de las derrotas de la propia
historia, de los deseos frustrados, de las discriminaciones e injusticias
sufridas, del no haberse sentido amados o reconocidos». Además «están las heridas
morales, el peso de los propios errores, los sentimientos de culpa por haberse
equivocado»[38]. Jesús se
hace presente en esas cruces de los jóvenes, para ofrecerles su amistad, su
alivio, su compañía sanadora, y la Iglesia quiere ser su instrumento en este
camino hacia la restauración interior y la paz del corazón.
84. En
algunos jóvenes reconocemos un deseo de Dios, aunque no tenga todos los
contornos del Dios revelado. En otros podremos vislumbrar un sueño de
fraternidad, que no es poco. En muchos habrá un deseo real de desarrollar las
capacidades que hay en ellos para aportarle algo al mundo. En algunos vemos una
sensibilidad artística especial, o una búsqueda de armonía con la naturaleza.
En otros habrá quizás una gran necesidad de comunicación. En muchos de ellos
encontraremos un profundo deseo de una vida diferente. Se trata de verdaderos
puntos de partida, fibras interiores que esperan con apertura una palabra de
estímulo, de luz y de aliento.
85. El
Sínodo ha tratado especialmente tres temas de suma importancia, cuyas
conclusiones quiero acoger textualmente, aunque todavía nos requerirán avanzar
en un mayor análisis y desarrollar una más adecuada y eficaz capacidad de
respuesta.
El
ambiente digital
86. «El
ambiente digital caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas de la
humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Ya no se trata
solamente de “usar” instrumentos de comunicación, sino de vivir en una cultura
ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y
de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de
comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás. Una
manera de acercarse a la realidad que suele privilegiar la imagen respecto a la
escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del
sentido crítico»[39].
87.
La web y las redes sociales han creado una nueva manera de
comunicarse y de vincularse, y «son una plaza en la que los jóvenes pasan mucho
tiempo y se encuentran fácilmente, aunque el acceso no es igual para todos, en
particular en algunas regiones del mundo. En cualquier caso, constituyen una
extraordinaria oportunidad de diálogo, encuentro e intercambio entre personas,
así como de acceso a la información y al conocimiento. Por otro lado, el
entorno digital es un contexto de participación sociopolítica y de ciudadanía
activa, y puede facilitar la circulación de información independiente capaz de
tutelar eficazmente a las personas más vulnerables poniendo de manifiesto las
violaciones de sus derechos. En numerosos países, web y redes
sociales representan un lugar irrenunciable para llegar a los jóvenes e
implicarlos, incluso en iniciativas y actividades pastorales»[40].
88. Pero
para comprender este fenómeno en su totalidad hay que reconocer que, como toda
realidad humana, está atravesado por límites y carencias. No es sano confundir
la comunicación con el mero contacto virtual. De hecho, «el ambiente digital
también es un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia,
hasta llegar al caso extremo del dark web. Los medios de
comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento
y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el
desarrollo de relaciones interpersonales auténticas. Nuevas formas de violencia
se difunden mediante los social media, por ejemplo el ciberacoso;
la web también es un canal de difusión de la pornografía y de
explotación de las personas para fines sexuales o mediante el juego de azar»[41].
89. No se
debería olvidar que «en el mundo digital están en juego ingentes intereses
económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas,
creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso
democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por
favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo,
obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados
facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios
y odios. La proliferación de las fake news es expresión de una
cultura que ha perdido el sentido de la verdad y somete los hechos a intereses
particulares. La reputación de las personas está en peligro mediante juicios
sumarios en línea. El fenómeno afecta también a la Iglesia y a sus pastores»[42].
90. En un
documento que prepararon 300 jóvenes de todo el mundo antes del Sínodo, ellos
indicaron que «las relaciones onlinepueden volverse inhumanas. Los
espacios digitales nos ciegan a la vulnerabilidad del otro y obstaculizan la
reflexión personal. Problemas como la pornografía distorsionan la percepción
que el joven tiene de la sexualidad humana. La tecnología usada de esta forma,
crea una realidad paralela ilusoria que ignora la dignidad humana»[43]. La
inmersión en el mundo virtual ha propiciado una especie de “migración digital”,
es decir, un distanciamiento de la familia, de los valores culturales y
religiosos, que lleva a muchas personas a un mundo de soledad y de
autoinvención, hasta experimentar así una falta de raíces aunque permanezcan
físicamente en el mismo lugar. La vida nueva y desbordante de los jóvenes, que
empuja y busca autoafirmar la propia personalidad, se enfrenta hoy a un desafío
nuevo: interactuar con un mundo real y virtual en el que se adentran solos como
en un continente global desconocido. Los jóvenes de hoy son los primeros en
hacer esta síntesis entre lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global.
Pero esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una buena y sana
comunicación.
Los
migrantes como paradigma de nuestro tiempo
91. ¿Cómo
no recordar a tantos jóvenes afectados por las migraciones? Los fenómenos
migratorios «no representan una emergencia transitoria, sino que son
estructurales. Las migraciones pueden tener lugar dentro del mismo país o bien
entre países distintos. La preocupación de la Iglesia atañe en particular a
aquellos que huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución política o
religiosa, de los desastres naturales –debidos entre otras cosas a los cambios
climáticos– y de la pobreza extrema: muchos de ellos son jóvenes. En general,
buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor
y desean crear las condiciones para que se haga realidad»[44]. Los
migrantes «nos recuerdan la condición originaria de la fe, o sea la de ser
“forasteros y peregrinos en la tierra” (Hb 11,13)»[45].
92. Otros
migrantes son «atraídos por la cultura occidental, a veces con expectativas
poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes sin
escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas,
explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su
viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas,
el abuso psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles. Cabe señalar la
especial vulnerabilidad de los inmigrantes menores no acompañados, y la
situación de quienes se ven obligados a pasar muchos años en los campos de
refugiados o que permanecen bloqueados durante largo tiempo en los países de
tránsito, sin poder continuar sus estudios ni desarrollar sus talentos. En
algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a
menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una
mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma, ante la que
hay que reaccionar con decisión»[46].
93. «Los
jóvenes que emigran tienen que separarse de su propio contexto de origen y con
frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también concierne
a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más vigorosos y
emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de los padres
o ambos, dejando a los hijos en el país de origen. La Iglesia tiene un papel
importante como referencia para los jóvenes de estas familias rotas. Sin
embargo, las historias de los migrantes también son historias de encuentro
entre personas y entre culturas: para las comunidades y las sociedades a las
que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano
integral de todos. Las iniciativas de acogida que hacen referencia a la Iglesia
tienen un rol importante desde este punto de vista, y pueden revitalizar a las
comunidades capaces de realizarlas»[47].
94.
«Gracias a la diversa proveniencia de los Padres [sinodales], respecto al tema
de los migrantes el Sínodo ha vivido el encuentro de muchas perspectivas, en
particular entre países de origen y países de llegada. Además, ha resonado el
grito de alarma de aquellas Iglesias cuyos miembros se ven obligados a escapar
de la guerra y de la persecución, y que ven en estas migraciones forzadas una
amenaza para su propia existencia. Precisamente el hecho de incluir en su seno
todas estas perspectivas pone a la Iglesia en condiciones de desempeñar en
medio de la sociedad un papel profético sobre el tema de las migraciones»[48]. Pido
especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren
enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como
seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo
ser humano.
Poner fin
a todo tipo de abusos
95. En los
últimos tiempos se nos ha reclamado con fuerza que escuchemos el grito de las
víctimas de los distintos tipos de abuso que han llevado a cabo algunos
obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Estos pecados provocan en sus
víctimas «sufrimientos que pueden llegar a durar toda la vida y a los que
ningún arrepentimiento puede poner remedio. Este fenómeno está muy difundido en
la sociedad y afecta también a la Iglesia y representa un serio obstáculo para
su misión»[49].
96. Es
verdad que «la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un
fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades»,
especialmente en el seno de las propias familias y en diversas instituciones,
cuya extensión se evidenció sobre todo «gracias a un cambio de sensibilidad de
la opinión pública». Pero «la universalidad de esta plaga, a la vez que
confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad
dentro de la Iglesia» y «en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el
reflejo de la ira de Dios, traicionado y abofeteado»[50].
97. «El
Sínodo renueva su firme compromiso en la adopción de medidas rigurosas de
prevención que impidan que se repitan, a partir de la selección y de la
formación de aquellos a quienes se encomendarán tareas de responsabilidad y
educativas»[51]. Al mismo
tiempo, ya no hay que abandonar la decisión de aplicar las «acciones y
sanciones tan necesarias»[52]. Y todo
esto con la gracia de Cristo. No hay vuelta atrás.
98.
«Existen diversos tipos de abuso: de poder, económico, de conciencia, sexual.
Es evidente la necesidad de desarraigar las formas de ejercicio de la autoridad
en las que se injertan y de contrarrestar la falta de responsabilidad y
transparencia con la que se gestionan muchos de los casos. El deseo de dominio,
la falta de diálogo y de transparencia, las formas de doble vida, el vacío
espiritual, así como las fragilidades psicológicas son el terreno en el que
prospera la corrupción»[53]. El
clericalismo es una permanente tentación de los sacerdotes, que interpretan «el
ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que
como un servicio gratuito y generoso que ofrecer; y esto nos
lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y no
necesita ya escuchar ni aprender nada»[54]. Sin
dudas un espíritu clericalista expone a las personas consagradas a perder el
respeto por el valor sagrado e inalienable de cada persona y de su libertad.
99. Junto
con los Padres sinodales, quiero expresar con cariño y reconocimiento mi
«gratitud hacia quienes han tenido la valentía de denunciar el mal sufrido:
ayudan a la Iglesia a tomar conciencia de lo sucedido y de la necesidad de
reaccionar con decisión»[55]. Pero
también merece un especial reconocimiento «el empeño sincero de innumerables
laicos, sacerdotes, consagrados y obispos que cada día se entregan con
honestidad y dedicación al servicio de los jóvenes. Su obra es un gran bosque
que crece sin hacer ruido. También muchos de los jóvenes presentes en el Sínodo
han manifestado gratitud por aquellos que los acompañaron y han resaltado la
gran necesidad de figuras de referencia»[56].
100.
Gracias a Dios los sacerdotes que cayeron en estos horribles crímenes no son la
mayoría, que sostiene un ministerio fiel y generoso. A los jóvenes les pido que
se dejen estimular por esta mayoría. En todo caso, cuando vean un sacerdote en
riesgo, porque ha perdido el gozo de su ministerio, porque busca compensaciones
afectivas o está equivocando el rumbo, atrévanse a recordarle su compromiso con
Dios y con su pueblo, anúncienle ustedes el Evangelio y aliéntenlo a mantenerse
en la buena senda. Así ustedes prestarán una invalorable ayuda en algo
fundamental: la prevención que permita evitar que se repitan estas atrocidades.
Esta nube negra se convierte también en un desafío para los jóvenes que aman a
Jesucristo y a su Iglesia, porque pueden aportar mucho en esta herida si ponen
en juego su capacidad de renovar, de reclamar, de exigir coherencia y
testimonio, de volver a soñar y de reinventar.
101. No es
este el único pecado de los miembros de la Iglesia, cuya historia tiene muchas
sombras. Nuestros pecados están a la vista de todos; se reflejan sin piedad en
las arrugas del rostro milenario de nuestra Madre y Maestra. Porque ella camina
desde hace dos mil años, compartiendo «los gozos y las esperanzas, las tristezas
y las angustias de los hombres»[57]. Y camina
como es, sin hacerse cirugías estéticas. No teme mostrar los pecados de sus
miembros, que a veces algunos de ellos intentan disimular, ante la luz ardiente
de la Palabra del Evangelio que limpia y purifica. Tampoco deja de recitar cada
día, avergonzada: «Piedad de mí, Señor, por tu bondad. […] Tengo siempre
presente mi pecado» (Sal 51,3.5). Pero recordemos que no se
abandona a la Madre cuando está herida, sino que se la acompaña para que saque
de ella toda su fortaleza y su capacidad de comenzar siempre de nuevo.
102. En
medio de este drama que justamente nos duele en el alma, «Jesús Nuestro Señor,
que nunca abandona a su Iglesia, le da la fuerza y los instrumentos para un
nuevo camino»[58]. Así,
este momento oscuro, «con la valiosa ayuda de los jóvenes, puede ser realmente
una oportunidad para una reforma de carácter histórico»[59], para
abrirse a un nuevo Pentecostés y empezar una etapa de purificación y de cambio
que otorgue a la Iglesia una renovada juventud. Pero los jóvenes podrán ayudar
mucho más si se sienten de corazón parte del «santo y paciente Pueblo fiel de
Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo», porque «será justamente
este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es
el terreno fértil para todas estas abominaciones»[60].
Hay salida
103. En
este capítulo me detuve a mirar la realidad de los jóvenes en el mundo actual.
Algunos otros aspectos aparecerán en los siguientes capítulos. Como ya dije, no
pretendo ser exhaustivo con este análisis. Exhorto a las comunidades a realizar
con respeto y con seriedad un examen de su propia realidad juvenil más cercana,
para poder discernir los caminos pastorales más adecuados. Pero no quiero
terminar este capítulo sin dirigir algunas palabras a cada uno.
104. Te
recuerdo la buena noticia que nos regaló la mañana de la Resurrección: que en
todas las situaciones oscuras o dolorosas que mencionamos hay salida. Por
ejemplo, es verdad que el mundo digital puede ponerte ante el riesgo del
ensimismamiento, del aislamiento o del placer vacío. Pero no olvides que hay
jóvenes que también en estos ámbitos son creativos y a veces geniales. Es lo
que hacía el joven venerable Carlos Acutis.
105. Él
sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de
las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes
del consumo y de las novedades que podemos comprar, obsesionados por el tiempo
libre, encerrados en la negatividad. Pero él fue capaz de usar las nuevas
técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio, para comunicar valores y
belleza.
106. No
cayó en la trampa. Veía que muchos jóvenes, aunque parecen distintos, en
realidad terminan siendo más de lo mismo, corriendo detrás de lo que les
imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y atontamiento. De
ese modo, no dejan brotar los dones que el Señor les ha dado, no le ofrecen a
este mundo esas capacidades tan personales y únicas que Dios ha sembrado en
cada uno. Así, decía Carlos, ocurre que “todos nacen como originales, pero
muchos mueren como fotocopias”. No permitas que eso te ocurra.
107. No
dejes que te roben la esperanza y la alegría, que te narcoticen para utilizarte
como esclavo de sus intereses. Atrévete a ser más, porque tu ser importa más
que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar a ser lo que Dios,
tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado a mucho. Invoca al
Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no
serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo.
108. Para
eso necesitas reconocer algo fundamental: ser joven no es sólo la búsqueda de
placeres pasajeros y de éxitos superficiales. Para que la juventud cumpla la
finalidad que tiene en el recorrido de tu vida, debe ser un tiempo de entrega
generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen pero que nos vuelven
fecundos. Es como decía un gran poeta:
«Si
para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
Si para
estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque
después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque
después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado»[61].
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado»[61].
109. Si
eres joven en edad, pero te sientes débil, cansado o desilusionado, pídele a
Jesús que te renueve. Con Él no falta la esperanza. Lo mismo puedes hacer si te
sientes sumergido en los vicios, las malas costumbres, el egoísmo o la
comodidad enfermiza. Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven
valga la pena. Así no privarás al mundo de ese aporte que sólo tú puedes
hacerle, siendo único e irrepetible como eres.
110. Pero
quiero recordarte también que «es muy difícil luchar contra la propia
concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo
egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos
demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad
interior, y sucumbimos»[62]. Esto
vale especialmente para los jóvenes, porque ustedes unidos tienen una fuerza
admirable. Cuando se entusiasman por una vida comunitaria, son capaces de
grandes sacrificios por los demás y por la comunidad. En cambio, el aislamiento
los debilita y los expone a los peores males de nuestro tiempo.
Capítulo cuarto
El gran anuncio para todos los jóvenes
El gran anuncio para todos los jóvenes
111. Más
allá de cualquier circunstancia, a todos los jóvenes quiero anunciarles ahora
lo más importante, lo primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio
que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y
otra vez.
Un Dios
que es amor
112. Ante
todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo
escuchaste no importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más
allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres
infinitamente amado.
113.
Quizás la experiencia de paternidad que has tenido no sea la mejor, tu padre de
la tierra quizás fue lejano y ausente o, por el contrario, dominante y
absorbente. O sencillamente no fue el padre que necesitabas. No lo sé. Pero lo
que puedo decirte con seguridad es que puedes arrojarte seguro en los brazos de
tu Padre divino, de ese Dios que te dio la vida y que te la da a cada momento.
Él te sostendrá con firmeza, y al mismo tiempo sentirás que Él respeta hasta el
fondo tu libertad.
114. En su
Palabra encontramos muchas expresiones de su amor. Es como si Él hubiera
buscado distintas maneras de manifestarlo para ver si con alguna de esas
palabras podía llegar a tu corazón. Por ejemplo, a veces se presenta como esos
padres afectuosos que juegan con sus niños: «Con cuerdas humanas los atraía,
con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su
mejilla» (Os 11,4).
A veces se
presenta cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente a sus hijos,
con un amor entrañable que es incapaz de olvidar o de abandonar: «¿Acaso
olvida una mujer a su niño de pecho, sin enternecerse con el hijo de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49,15).
Hasta se
muestra como un enamorado que llega a tatuarse a la persona amada en la palma
de su mano para poder tener su rostro siempre cerca: «Míralo, te llevo
tatuado en la palma de mis manos» (Is 49,16).
Otras
veces destaca la fuerza y la firmeza de su amor, que no se deja vencer: «Los
montes se correrán y las colinas se moverán, pero mi amor no se apartará de tu
lado, mi alianza de paz no vacilará»(Is 54,10).
O nos dice
que hemos sido esperados desde siempre, porque no aparecimos en este mundo por
casualidad. Desde antes que existiéramos éramos un proyecto de su amor: «Yo
te amé con un amor eterno; por eso he guardado fidelidad para ti» (Jr 31,3).
O nos hace
notar que Él sabe ver nuestra belleza, esa que nadie más puede reconocer: «Eres
precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo» (Is 43,4).
O nos
lleva a descubrir que su amor no es triste, sino pura alegría que se renueva
cuando nos dejamos amar por Él: «Tu Dios está en medio de ti, un poderoso
salvador. Él grita de alegría por ti, te renueva con su amor, y baila por ti
con gritos de júbilo» (So 3,17).
115. Para
Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres
obra de sus manos. Por eso te presta atención y te recuerda con cariño. Tienes
que confiar en el «recuerdo de Dios: su memoria no es un “disco duro” que
registra y almacena todos nuestros datos, su memoria es un corazón tierno de
compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del
mal»[63]. No
quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a aprender
algo también de tus caídas. Porque te ama. Intenta quedarte un momento en
silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos
interiores y quédate un instante en sus brazos de amor.
116. Es un
amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que
no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días,
discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que
levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de
reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de
futuro que de pasado»[64].
117.
Cuando te pide algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te
presenta la vida, espera que le des un espacio para poder sacarte adelante,
para promoverte, para madurarte. No le molesta que le expreses tus
cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le hables, que no te abras con
sinceridad al diálogo con Él. Cuenta la Biblia que Jacob tuvo una pelea con
Dios (cf. Gn32,25-31), y eso no lo apartó del camino del Señor. En
realidad, es Él mismo quien nos exhorta: «Vengan y discutamos» (Is 1,18).
Su amor es tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación
llena de diálogo sincero y fecundo. ¡Finalmente, busca el abrazo de tu Padre
del cielo en el rostro amoroso de sus valientes testigos en la tierra!
Cristo te
salva
118. La
segunda verdad es que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para
salvarte. Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz
de llegar hasta el extremo:
«Él,
que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
San Pablo
decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo:
«Vivo
de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).
119. Ese
Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su
entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a
Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento»[65]. Y si
pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca
olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus
hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este
amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría»[66].
120.
Nosotros «somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio.
Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo lo que se
ama puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El
amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas
nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a
través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir
esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las
negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas
ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída
–atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la
vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar»[67].
121. Su
perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que
adquirir con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos
libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos
ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la
alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó
primero» (1 Jn 4,19).
122.
Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la
sangre preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No
son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no
se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en
la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la
vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una
subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad,
que es la que ofrece Jesús»[68].
123. Mira
los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y
cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia
que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y
déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez.
¡Él vive!
124. Pero
hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él vive! Hay que
volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a
Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien
que nos salvó hace dos mil años. Eso no nos serviría de nada, nos dejaría
iguales, eso no nos liberaría. El que nos llena con su gracia, el que nos
libera, el que nos transforma, el que nos sana y nos consuela es alguien que
vive. Es Cristo resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de
infinita luz. Por eso decía san Pablo: «Si Cristo no resucitó vana es la fe de
ustedes» (1 Co 15,17).
125. Si Él
vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para
llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se
vayan Él estará, tal como lo prometió: «Yo estoy con ustedes todos los días,
hasta el fin del mundo»(Mt 28,20). Él lo llena todo con su
presencia invisible, y donde vayas te estará esperando. Porque Él no sólo vino,
sino que viene y seguirá viniendo cada día para invitarte a caminar hacia un
horizonte siempre nuevo.
126.
Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que
triunfó. Mataron al santo, al justo, al inocente, pero Él venció. El mal no
tiene la última palabra. En tu vida el mal tampoco tendrá la última palabra,
porque tu Amigo que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador vive.
127. Si Él
vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y
de que nuestros cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los
lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la
seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y
atravesaremos todas las formas de muerte y de violencia que acechan en el
camino.
128.
Cualquier otra solución será débil y pasajera. Quizás servirá para algo durante
un tiempo, y de nuevo nos encontraremos desprotegidos, abandonados, a la
intemperie. Con Él, en cambio, el corazón está arraigado en una seguridad
básica, que permanece más allá de todo. San Pablo dice que él quiere estar
unido a Cristo para «conocer el poder de su resurrección» (Flp 3,10).
Es el poder que se manifestará una y otra vez también en tu existencia, porque
Él vino para darte vida, «y vida en abundancia» (Jn10,10).
129. Si
alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te dejas
encontrar por el Señor; si te dejas amar y salvar por Él; si entras en amistad
con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu
vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia fundamental que
sostendrá tu vida cristiana. Esa es también la experiencia que podrás comunicar
a otros jóvenes. Porque «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[69].
El
Espíritu da vida
130. En
estas tres verdades –Dios te ama, Cristo es tu salvador, Él vive– aparece el
Padre Dios y aparece Jesús. Donde están el Padre y Jesucristo, también está el
Espíritu Santo. Es Él quien está detrás, es Él quien prepara y abre los
corazones para que reciban ese anuncio, es Él quien mantiene viva esa
experiencia de salvación, es Él quien te ayudará a crecer en esa alegría si lo
dejas actuar. El Espíritu Santo llena el corazón de Cristo resucitado y desde
allí se derrama en tu vida como un manantial. Y cuando lo recibes, el Espíritu
Santo te hace entrar cada vez más en el corazón de Cristo para que te llenes
siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza.
131.
Invoca cada día al Espíritu Santo, para que renueve constantemente en ti la
experiencia del gran anuncio. ¿Por qué no? No te pierdes nada y Él puede
cambiar tu vida, puede iluminarla y darle un rumbo mejor. No te mutila, no te
quita nada, sino que te ayuda a encontrar lo que necesitas de la mejor manera.
¿Necesitas amor? No lo encontrarás en el desenfreno, usando a los demás,
poseyendo a otros o dominándolos. Lo hallarás de una manera que verdaderamente
te hará feliz ¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando objetos, gastando
dinero, corriendo desesperado detrás de cosas de este mundo. Llegará de una
forma mucho más bella y satisfactoria si te dejas impulsar por el Espíritu
Santo.
132.
¿Buscas pasión? Como dice ese bello poema: ¡Enamórate! (o déjate enamorar),
porque «nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de
Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu
imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué
es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en
qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu
corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en
el amor! Todo será de otra manera».[70] Este
amor a Dios que toma con pasión toda la vida es posible gracias al Espíritu
Santo, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu
Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
133. Él es
el manantial de la mejor juventud. Porque el que confía en el Señor «es como un
árbol plantado al borde de las aguas, que echa sus raíces en la corriente. No
temerá cuando llegue el calor y su follaje estará frondoso» (Jr 17,8).
Mientras «los jóvenes se cansan y se fatigan» (Is 40,30),
a los que esperan confiados en el Señor «Él les renovará las fuerzas, subirán
con alas de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31).
Capítulo quinto
Caminos de juventud
Caminos de juventud
134. ¿Cómo
se vive la juventud cuando nos dejamos iluminar y transformar por el gran
anuncio del Evangelio? Es importante hacerse esta pregunta, porque la juventud,
más que un orgullo, es un regalo de Dios: «Ser joven es una gracia, una
fortuna»[71]. Es un
don que podemos malgastar inútilmente, o bien podemos recibirlo agradecidos y
vivirlo con plenitud.
135. Dios
es el autor de la juventud y Él obra en cada joven. La juventud es un tiempo
bendito para el joven y una bendición para la Iglesia y el mundo. Es una
alegría, un canto de esperanza y una bienaventuranza. Apreciar la juventud
implica ver este tiempo de la vida como un momento valioso y no como una etapa
de paso donde la gente joven se siente empujada hacia la edad adulta.
Tiempo de
sueños y de elecciones
136. En la
época de Jesús la salida de la niñez era un paso sumamente esperado en la vida,
que se celebraba y se disfrutaba mucho. De ahí que Jesús, cuando devolvió la
vida a una «niña» (Mc 5,39), le hizo dar un paso más, la promovió y
la convirtió en «muchacha» (Mc 5,41). Al decirle «¡muchacha
levántate!» (talitá kum) al mismo tiempo la hizo más responsable de su
vida abriéndole las puertas a la juventud.
137. «La
juventud, fase del desarrollo de la personalidad, está marcada por sueños que
van tomando cuerpo, por relaciones que adquieren cada vez más consistencia y
equilibrio, por intentos y experimentaciones, por elecciones que construyen
gradualmente un proyecto de vida. En este período de la vida, los jóvenes están
llamados a proyectarse hacia adelante sin cortar con sus raíces, a construir
autonomía, pero no en solitario»[72].
138. El
amor de Dios y nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de soñar, no nos
exigen que achiquemos nuestros horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve,
nos estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más bella. La palabra
“inquietud” resume muchas de las búsquedas de los corazones de los jóvenes.
Como decía san Pablo VI,
«precisamente en las insatisfacciones que los atormentan […] hay un elemento de
luz»[73]. La
inquietud insatisfecha, junto con el asombro por lo nuevo que se presenta en el
horizonte, abre paso a la osadía que los mueve a asumirse a sí mismos, a
volverse responsables de una misión. Esta sana inquietud que se despierta
especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier
corazón que se mantiene joven, disponible, abierto. La verdadera paz interior
convive con esa insatisfacción profunda. San Agustín decía: «Señor, nos creaste
para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti»[74].
139.
Tiempo atrás un amigo me preguntó qué veo yo cuando pienso en un joven. Mi
respuesta fue que «veo un chico o una chica que busca su propio camino, que
quiere volar con los pies, que se asoma al mundo y mira el horizonte con ojos
llenos de esperanza, llenos de futuro y también de ilusiones. El joven camina
con dos pies como los adultos, pero a diferencia de los adultos, que los tienen
paralelos, pone uno delante del otro, dispuesto a irse, a partir. Siempre
mirando hacia adelante. Hablar de jóvenes significa hablar de promesas, y
significa hablar de alegría. Los jóvenes tienen tanta fuerza, son capaces de
mirar con tanta esperanza. Un joven es una promesa de vida que lleva
incorporado un cierto grado de tenacidad; tiene la suficiente locura para
poderse autoengañar y la suficiente capacidad para poder curarse de la
desilusión que pueda derivar de ello»[75].
140.
Algunos jóvenes quizás rechazan esta etapa de la vida, porque quisieran seguir
siendo niños, o desean «una prolongación indefinida de la adolescencia y el
aplazamiento de las decisiones; el miedo a lo definitivo genera así una especie
de parálisis en la toma de decisiones. La juventud, sin embargo, no puede ser
un tiempo en suspenso: es la edad de las decisiones y precisamente en esto
consiste su atractivo y su mayor cometido. Los jóvenes toman decisiones en el
ámbito profesional, social, político, y otras más radicales que darán una
configuración determinante a su existencia»[76]. También
toman decisiones en lo que tiene que ver con el amor, en la elección de la
pareja y en la opción de tener los primeros hijos. Profundizaremos estos temas
en los últimos capítulos, referidos a la vocación de cada uno y a su
discernimiento.
141. Pero
en contra de los sueños que movilizan decisiones, siempre «existe la amenaza
del lamento, de la resignación. Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la
“diosa lamentación” […]. Es un engaño: te hace tomar la senda equivocada.
Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos
inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es
bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra barca y
remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la vida.
La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada
no sólo en nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la
invitación que viene de Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos ni
preocuparse por verificar si la realidad que los rodea coincide con sus
seguridades. Remen mar adentro, salgan de ustedes mismos»[77].
142. Hay
que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a
una tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una
gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los
resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con
esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no
hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer
errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida,
convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar, porque no
perseveran en sus empeños o porque tienen temor a equivocarse. Aún si te
equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie
tiene derecho a robarte la esperanza.
143.
Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un
balcón. No confundan la felicidad con un diván ni vivan toda su vida detrás de
una pantalla. Tampoco se conviertan en el triste espectáculo de un vehículo
abandonado. No sean autos estacionados, mejor dejen brotar los sueños y tomen
decisiones. Arriesguen, aunque se equivoquen. No sobrevivan con el alma
anestesiada ni miren el mundo como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera
los miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes momificados.
¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y
salgan a volar! Por favor, no se jubilen antes de tiempo.
Las ganas
de vivir y de experimentar
144. Esta
proyección hacia el futuro que se sueña, no significa que los jóvenes estén
completamente lanzados hacia adelante, porque al mismo tiempo hay en ellos un
fuerte deseo de vivir el presente, de aprovechar al máximo las posibilidades
que esta vida les regala. ¡Este mundo está repleto de belleza! ¿Cómo despreciar
los regalos de Dios?
145.
Contrariamente a lo que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar estas
ganas de vivir. Es sano recordar lo que enseñaba un sabio del Antiguo
Testamento: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […]. No te
prives de pasar un buen día» (Si14,11.14). El verdadero Dios, el que te
ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia encontramos también este consejo
dirigido a los jóvenes: «Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus
años jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu pecho” (Qo 11,9-10).
Porque es Dios quien «nos provee espléndidamente de todo para que lo
disfrutemos» (1 Tm 6,17).
146. ¿Cómo
podrá ser agradecido con Dios alguien que no es capaz de disfrutar de sus
pequeños regalos de cada día, alguien que no sabe detenerse ante las cosas
simples y agradables que encuentra a cada paso? Porque «nadie es peor del que
se tortura a sí mismo» (Si 14,6). No se trata de ser un insaciable
que siempre está obsesionado por más y más placeres. Al contrario, porque eso
te impedirá vivir el presente. La cuestión es saber abrir los ojos y detenerte
para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño don de la vida.
147. Está
claro que la Palabra de Dios te invita a vivir el presente, no sólo a preparar
el mañana: «No se preocupen por el mañana; el mañana se preocupará de sí mismo;
a cada día le basta con lo suyo» (Mt 6,34). Pero esto no se refiere
a lanzarnos a un desenfreno irresponsable que nos deja vacíos y siempre
insatisfechos, sino a vivir el presente a lo grande, utilizando las energías
para cosas buenas, cultivando la fraternidad, siguiendo a Jesús y valorando
cada pequeña alegría de la vida como un regalo del amor de Dios.
148. En
este sentido, quiero recordar que el cardenal Francisco Javier Nguyên Van
Thuân, cuando lo encerraron en un campo de concentración, no quiso que sus días
consistieran sólo en esperar y esperar un futuro. Su opción fue «vivir el
momento presente colmándolo de amor»; y el modo como lo practicaba era:
«Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones
ordinarias de manera extraordinaria»[78]. Mientras
luchas para dar forma a tus sueños, vive plenamente el hoy, entrégalo todo y
llena de amor cada momento. Porque es verdad que este día de tu juventud puede
ser el último, y entonces vale la pena vivirlo con todas las ganas y con toda
la profundidad posible.
149. Esto
incluye también los momentos duros, que deben ser vividos a fondo para llegar a
aprender su mensaje. Como enseñan los Obispos suizos: «Él está allí donde
nosotros pensábamos que nos había abandonado y que ya no había salvación
alguna. Es una paradoja, pero el sufrimiento, las tinieblas, se convirtieron,
para muchos cristianos [...] en lugares de encuentro con Dios»[79]. Además,
el deseo de vivir y de experimentar se refiere en especial a muchos jóvenes en
condición de discapacidad física, mental y sensorial. Incluso si no siempre
pueden hacer las mismas experiencias que sus compañeros, tienen recursos
sorprendentes e inimaginables que a veces superan a los comunes. El Señor Jesús
los llena con otros dones, que la comunidad está llamada a valorar, para que puedan
descubrir su plan de amor para cada uno de ellos.
En amistad
con Cristo
150. Por
más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás
la verdadera plenitud de ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si
no vives en amistad con Jesús.
151. La
amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos el
Señor nos va puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles,
que están a nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del
Señor, de su consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a
abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del
aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15).
152. La
amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que
madura con el paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos hace sentir
unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien
del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay
algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad
que se comparte con sinceridad y confianza.
153. Es
tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo
siervos, los llamo amigos» (Jn15,15). Por la gracia que Él nos regala,
somos elevados de tal manera que somos realmente amigos suyos. Con el mismo
amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás,
con la esperanza de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de
amistad fundada por Jesucristo[80]. Y si
bien Él ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con Él,
ayudándole a construir su Reino en este mundo, siendo sus instrumentos para
llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su amor a los demás (cf. Jn 15,16).
Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él. Fue una
invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad:
«Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con
Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e
inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.
154. La
amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que
hace silencio. Cuando lo necesitamos se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14)
y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9). Porque
Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemos:
«Permanezcan unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él
permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).
155. Con
el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también
conversamos. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite
que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una
unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa
y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de
preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida.
Rezando «le abrimos la jugada» a Él, le damos lugar «para que Él pueda actuar y
pueda entrar y pueda vencer»[81].
156. Así
es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo
lo que podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive
en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás
sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo
momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre
acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras
caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y «caminaba con
ellos» (Lc 24,15). Un santo decía que «el cristianismo no es un
conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de
prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que
me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo»[82].
157. Jesús
puede unir a todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño, «un sueño
grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la
vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de
Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada
uno […]. Lo tatuó a la espera de que encuentre espacio para crecer y para
desarrollarse. Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios
como Él –como el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y
vivirá en cada corazón. Un sueño concreto, que es una persona, que corre por
nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar»[83].
El crecimiento
y la maduración
158.
Muchos jóvenes se preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de la
fuerza física o de la apariencia. Otros se inquietan por desarrollar sus
capacidades y conocimientos, y así se sienten más seguros. Algunos apuntan más
alto, tratan de comprometerse más y buscan un desarrollo espiritual. San Juan
decía: «Les escribo jóvenes porque son fuertes, porque conservan la Palabra de
Dios» (1 Jn 2,14). Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de
responderle con la propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuertes los
corazones de los jóvenes. Para eso hay que mantener la conexión con Jesús,
estar en línea con Él, ya que no crecerás en la felicidad y en la santidad sólo
con tus fuerzas y tu mente. Así como te preocupa no perder la conexión a
Internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no
cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con
claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi
lugar?»[84].
159.
Espero que puedas valorarte tanto a ti mismo, tomarte tan en serio, que busques
tu crecimiento espiritual. Además de los entusiasmos propios de la juventud,
también está la belleza de buscar «la justicia, la fe, el amor, la paz» (2
Tm 2,22). Esto no significa perder la espontaneidad, la frescura, el
entusiasmo, la ternura. Porque hacerse adulto no implica abandonar los mejores
valores de esta etapa de la vida. De otro modo, el Señor podrá reprocharte un
día: «De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando tú me
seguías por el desierto» (Jr 2,2).
160. Al
contrario, incluso un adulto debe madurar sin perder los valores de la
juventud. Porque en realidad cada etapa de la vida es una gracia permanente,
encierra un valor que no debe pasar. Una juventud bien vivida permanece como
experiencia interior, y en la vida adulta es asumida, es profundizada y sigue
dando frutos. Si es propio del joven sentirse atraído por lo infinito que se
abre y que comienza,[85] un
riesgo de la vida adulta, con sus seguridades y comodidades, es acotar cada vez
más ese horizonte y perder ese valor propio de los años jóvenes. Pero debería
suceder lo contrario: madurar, crecer y organizar la propia vida sin perder esa
atracción, esa apertura amplia, esa fascinación por una realidad que siempre es
más. En cada momento de la vida podremos renovar y acrecentar la juventud.
Cuando comencé mi ministerio como Papa, el Señor me amplió los horizontes y me regaló
una renovada juventud. Lo mismo puede ocurrirle a un matrimonio de muchos años,
o a un monje en su monasterio. Hay cosas que necesitan “asentarse” con los
años, pero esa maduración puede convivir con un fuego que se renueva, con un
corazón siempre joven.
161.
Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala la
juventud, pero al mismo tiempo es estar abierto a purificar lo que no es bueno
y a recibir nuevos dones de Dios que te llama a desarrollar lo que vale. A
veces, los complejos de inferioridad pueden llevarte a no querer ver tus
defectos y debilidades, y de ese modo puedes cerrarte al crecimiento y a la
maduración. Mejor déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora
y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en
la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la
Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y
alegría espiritual.
162. Pero
te recuerdo que no serás santo y pleno copiando a otros. Ni siquiera imitar a
los santos significa copiar su forma de ser y de vivir la santidad: «Hay
testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que
tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y
diferente que el Señor tiene para nosotros»[86]. Tú
tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más
allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más
plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia.
Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que deje una marca
en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En cambio, si copias,
privarás a esta tierra, y también al cielo, de eso que nadie más que tú podrá
ofrecer. Recuerdo que san Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual,
escribía que cada uno tenía que aprovechar sus consejos espirituales «según su
modo»[87], porque
el mismo Dios ha querido manifestar su gracia «a unos en una manera y a otros
en otra»[88].
Sendas de fraternidad
163. Tu desarrollo espiritual se expresa ante todo creciendo en el
amor fraterno, generoso, misericordioso. Lo decía san Pablo: «Que el Señor los
haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para
con todos» (1 Ts 3,12). Ojalá vivas cada vez más ese “éxtasis” que
es salir de ti mismo para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida.
164. Cuando un encuentro con Dios se llama “éxtasis”, es porque
nos saca de nosotros mismos y nos eleva, cautivados por el amor y la belleza de
Dios. Pero también podemos ser sacados de nosotros mismos para reconocer la
belleza oculta en cada ser humano, su dignidad, su grandeza como imagen de Dios
e hijo del Padre. El Espíritu Santo quiere impulsarnos para que salgamos de
nosotros mismos, abracemos a los demás con el amor y busquemos su bien. Por lo
tanto, siempre es mejor vivir la fe juntos y expresar nuestro amor en una vida
comunitaria, compartiendo con otros jóvenes nuestro afecto, nuestro tiempo,
nuestra fe y nuestras inquietudes. La Iglesia ofrece muchos espacios diversos
para vivir la fe en comunidad, porque todo es más fácil juntos.
165. Las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del
aislamiento, a replegarte sobre ti mismo, a acumular rencores, pero nunca dejes
de escuchar el llamado de Dios al perdón. Como bien enseñaron los Obispos de
Ruanda, «la reconciliación con el otro pide ante todo descubrir en él el
esplendor de la imagen de Dios […]. En esta óptica, es vital distinguir al
pecador de su pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación.
Esto significa que odies el mal que el otro te inflige, pero que continúes
amándolo porque reconoces su debilidad y ves la imagen de Dios en él»[89].
166. A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la
juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros
problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te
ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene
su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la
capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.
167. Dios ama la alegría de los jóvenes y los invita especialmente
a esa alegría que se vive en comunión fraterna, a ese gozo superior del que
sabe compartir, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35)
y «Dios ama al que da con alegría» (2Co 9,7). El amor fraterno
multiplica nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el
bien de los otros: «Alégrense con los que están alegres» (Rm 12,15).
Que la espontaneidad y el impulso de tu juventud se conviertan cada día más en
la espontaneidad del amor fraterno, en la frescura para reaccionar siempre con
perdón, con generosidad, con ganas de construir comunidad. Un proverbio
africano dice: «Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos,
camina con los otros». No nos dejemos robar la fraternidad.
Jóvenes comprometidos
168. Es verdad que a veces, frente a un mundo tan lleno de
violencia y egoísmo, los jóvenes pueden correr el riesgo de encerrarse en
pequeños grupos, y así privarse de los desafíos de la vida en sociedad, de un
mundo amplio, desafiante y necesitado. Sienten que viven el amor fraterno, pero
quizás su grupo se convirtió en una mera prolongación de su yo. Esto se agrava
si la vocación del laico se concibe sólo como un servicio al interno de la
Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.), olvidando que la vocación
laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y la caridad
política: es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una
sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar
sus diversas instancias, para hacer crecer la paz, la convivencia, la justicia,
los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el
mundo.
169. Propongo a los jóvenes ir más allá de los grupos de amigos y
construir la «amistad social, buscar el bien común. La enemistad social
destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por
la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande
es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra.
Porque son incapaces de sentarse y hablar […]. Sean capaces de crear la amistad
social»[90]. No es fácil, siempre hay que
renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo hacemos pensando en el bien de
todos podremos alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las
diferencias para luchar juntos por algo común. Si logramos buscar puntos de
coincidencia en medio de muchas disidencias, en ese empeño artesanal y a veces
costoso de tender puentes, de construir una paz que sea buena para todos, ese
es el milagro de la cultura del encuentro que los jóvenes pueden atreverse a
vivir con pasión.
170. El Sínodo reconoció que «aunque de forma diferente respecto a
las generaciones pasadas, el compromiso social es un rasgo específico de los
jóvenes de hoy. Al lado de algunos indiferentes, hay muchos otros dispuestos a
comprometerse en iniciativas de voluntariado, ciudadanía activa y solidaridad
social, que hay que acompañar y alentar para que emerjan los talentos, las
competencias y la creatividad de los jóvenes y para incentivar que asuman
responsabilidades. El compromiso social y el contacto directo con los pobres
siguen siendo una ocasión fundamental para descubrir o profundizar la fe y
discernir la propia vocación […]. Se señaló también la disponibilidad al
compromiso en el campo político para la construcción del bien común»[91].
171. Hoy, gracias a Dios, los grupos de jóvenes en parroquias,
colegios, movimientos o grupos universitarios suelen salir a acompañar ancianos
y enfermos, o visitan barrios pobres, o salen juntos a auxiliar a los
indigentes en las llamadas “noches de la caridad”. Con frecuencia ellos
reconocen que en estas tareas es más lo que reciben que lo que dan, porque se
aprende y se madura mucho cuando uno se atreve a tomar contacto con el
sufrimiento de los otros. Además, en los pobres hay una sabiduría oculta, y ellos,
con palabras simples, pueden ayudarnos a descubrir valores que no vemos.
172. Otros jóvenes participan en programas sociales orientados a
la construcción de casas para los que no tienen techo, o al saneamiento de
lugares contaminados, o a la recolección de ayudas para los más necesitados.
Sería bueno que esa energía comunitaria se aplicara no sólo a acciones
esporádicas sino de una manera estable, con objetivos claros y una buena
organización que ayude a realizar una tarea más continuada y eficiente. Los universitarios
pueden unirse de manera interdisciplinar para aplicar su saber a la resolución
de problemas sociales, y en esta tarea pueden trabajar codo a codo con jóvenes
de otras Iglesias o de otras religiones.
173. Como en el milagro de Jesús, los panes y los peces de los
jóvenes pueden multiplicarse (cf. Jn 6,4-13). Igual que en la
parábola, las pequeñas semillas de los jóvenes se convierten en árbol y cosecha
(cf. Mt 13,23.31-32). Todo ello desde la fuente viva de la
Eucaristía, en la cual nuestro pan y nuestro vino se transfiguran para darnos
Vida eterna. Se les pide a los jóvenes una tarea inmensa y difícil. Con la fe
en el Resucitado, podrán enfrentarla con creatividad y esperanza, y ubicándose
siempre en el lugar del servicio, como los sirvientes de aquella boda,
sorprendidos colaboradores del primer signo de Jesús, que sólo siguieron la
consigna de su Madre: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).
Misericordia, creatividad y esperanza hacen crecer la vida.
174. Quiero alentarte a este compromiso, porque sé que «tu
corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del
mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido por las
calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los
jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por
favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los
que tienen el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les
pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y
ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que
se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores
del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes,
por favor, no balconeen la vida, métanse en ella. Jesús no se quedó en el
balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en ella como hizo
Jesús»[92]. Pero sobre todo, de una manera o de
otra, sean luchadores por el bien común, sean servidores de los pobres, sean
protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de
resistir las patologías del individualismo consumista y superficial.
Misioneros valientes
175. Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar
testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida. San Alberto
Hurtado decía que «ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de
la chaqueta; no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en
ella, transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la
mano, poseer la luz, sino ser la luz [...]. El Evangelio [...] más que una
lección es un ejemplo. El mensaje convertido en vida viviente»[93].
176. El valor del testimonio no significa que se deba callar la
palabra. ¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él
nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien
meditar sus palabras? Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a compartir
sólo las cosas malas o superficiales. Ustedes sean capaces de ir
contracorriente y sepan compartir a Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló.
Ojalá puedan sentir en el corazón el mismo impulso irresistible que movía a san
Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).
177. «¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites:
nos envía a todos. El Evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo
para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para
todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las
periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente.
El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y
de su amor».[94] Y nos invita a ir sin miedo con el
anuncio misionero, allí donde nos encontremos y con quien estemos, en el
barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el
voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría
del Evangelio. Así es como el Señor se va acercando a todos. Y a ustedes,
jóvenes, los quiere como sus instrumentos para derramar luz y esperanza, porque
quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo.
178. No cabe esperar que la misión sea fácil y cómoda. Algunos
jóvenes dieron su vida con tal de no frenar su impulso misionero. Los Obispos
de Corea expresaron: «Esperamos que podamos ser granos de trigo e instrumentos
para la salvación de la humanidad, siguiendo el ejemplo de los mártires. Aunque
nuestra fe es tan pequeña como una semilla de mostaza, Dios le dará crecimiento
y la utilizará como un instrumento para su obra de salvación»[95]. Amigos, no esperen a mañana para
colaborar en la transformación del mundo con su energía, su audacia y su
creatividad. La vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de
Dios, que los quiere fecundos[96]. Porque «es dando como se recibe»[97], y la mejor manera de preparar un buen
futuro es vivir bien el presente con entrega y generosidad.
Capítulo
sexto
Jóvenes con raíces
Jóvenes con raíces
179. A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus
ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más
adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían
pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y
así sucumbieron ante los embates de la naturaleza. Por eso me duele ver que
algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el
mundo comenzara ahora. Porque «es imposible que alguien crezca si no tiene raíces
fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil
“volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse»[98].
Que no te arranquen de la tierra
180. Esta no es una cuestión secundaria, y me parece bueno
dedicarle un breve capítulo. Comprender esto permite distinguir la alegría de
la juventud de un falso culto a la juventud que algunos utilizan para seducir a
los jóvenes y utilizarlos para sus fines.
181. Piensen esto: si una persona les hace una propuesta y les
dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que
desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que él les ofrece, ¿no es
una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que
él les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de
todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así
funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen (o de-construyen)
todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para
esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza
espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones,
que ignoren todo lo que los ha precedido.
182. Al mismo tiempo, los manipuladores utilizan otro recurso: una
adoración de la juventud, como si todo lo que no sea joven se convirtiera en
detestable y caduco. El cuerpo joven se vuelve el símbolo de este nuevo culto,
y entonces todo lo que tenga que ver con ese cuerpo se idolatra y se desea sin
límites, y lo que no sea joven se mira con desprecio. Pero es un arma que en primer
lugar termina degradando a los jóvenes, los vacía de valores reales, los
utiliza para obtener beneficios personales, económicos o políticos.
183. Queridos jóvenes, no acepten que usen su juventud para
fomentar una vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia. Mejor
sepan descubrir que hay hermosura en el trabajador que vuelve a su casa sucio y
desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una
belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y en el pan
compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre. Hay hermosura en la
esposa despeinada y casi anciana, que permanece cuidando a su esposo enfermo
más allá de sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya pasado la primavera
del noviazgo, hay hermosura en la fidelidad de las parejas que se aman en el
otoño de la vida, en esos viejitos que caminan de la mano. Hay hermosura, más
allá de la apariencia o de la estética de moda, en cada hombre y en cada mujer
que viven con amor su vocación personal, en el servicio desinteresado por la
comunidad, por la patria, en el trabajo generoso por la felicidad de la
familia, comprometidos en el arduo trabajo anónimo y gratuito de restaurar la
amistad social. Descubrir, mostrar y resaltar esta belleza, que se parece a la
de Cristo en la cruz, es poner los cimientos de la verdadera solidaridad social
y de la cultura del encuentro.
184. Junto con las estrategias del falso culto a la juventud y a
la apariencia, hoy se promueve una espiritualidad sin Dios, una afectividad sin
comunidad y sin compromiso con los que sufren, un miedo a los pobres vistos
como seres peligrosos, y una serie de ofertas que pretenden hacerles creer en
un futuro paradisíaco que siempre se postergará para más adelante. No quiero
proponerles eso, y con todo mi afecto quiero advertirles que no se dejen
dominar por esta ideología que no los volverá más jóvenes, sino que los
convertirá en esclavos. Les propongo otro camino, hecho de libertad, de
entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero cultivando al mismo
tiempo esas raíces que alimentan y sostienen.
185. En esta línea, quiero destacar que «numerosos Padres
sinodales provenientes de contextos no occidentales señalan que en sus países
la globalización conlleva auténticas formas de colonización cultural, que
desarraigan a los jóvenes de la pertenencia a las realidades culturales y
religiosas de las que provienen. Es necesario un compromiso de la Iglesia para
acompañarlos en este paso sin que pierdan los rasgos más valiosos de su identidad»[99].
186. Hoy vemos una tendencia a “homogeneizar” a los jóvenes, a
disolver las diferencias propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres
manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que es
tan grave como la desaparición de las especies animales y vegetales[100]. Por eso, en un mensaje a jóvenes
indígenas, reunidos en Panamá, los exhorté a «hacerse cargo de las raíces,
porque de las raíces viene la fuerza que los va a hacer crecer, florecer y
fructificar»[101].
Tu relación con los ancianos
187. En el Sínodo se expresó que «los jóvenes están proyectados
hacia el futuro y afrontan la vida con energía y dinamismo. Sin embargo […] a
veces suelen prestar poca atención a la memoria del pasado del que provienen,
en particular a los numerosos dones que les han transmitido sus padres y
abuelos, al bagaje cultural de la sociedad en la que viven. Ayudar a los
jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, haciendo memoria y sirviéndose
de este para las propias decisiones y posibilidades, es un verdadero acto de
amor hacia ellos, en vista de su crecimiento y de las decisiones que deberán
tomar»[102].
188. La Palabra de Dios recomienda no perder el contacto con los
ancianos, para poder recoger su experiencia: «Acude a la reunión de los
ancianos, y si encuentras a un sabio júntate a él […]. Si ves a un hombre
prudente, madruga para buscarlo, que tus pies desgasten el umbral de su puerta»
(Si 6,34.36). En todo caso, los largos años que ellos vivieron y
todo lo que han pasado en la vida, deben llevarnos a mirarlos con respeto:
«Ponte de pie ante el hombre de canas» (Lv 19,32). Porque «la fuerza
es el adorno de los jóvenes, las canas son el honor de los ancianos» (Pr 20,29).
189. La Biblia nos pide: «Escucha a tu padre que te dio la vida, y
no desprecies a tu madre cuando sea anciana» (Pr 23,22). El mandato
de honrar al padre y a la madre «es el primer mandamiento que va acompañado de
una promesa» (Ef 6,2; cf. Ex 20,12; Dt 5,16; Lv 19,3),
y la promesa es: «serás feliz y se prolongará tu vida sobre la tierra» (Ef 6,3).
190. Esto no significa que tengas que estar de acuerdo con todo lo
que ellos dicen, ni que debas aprobar todas sus acciones. Un joven siempre
debería tener un espíritu crítico. San Basilio Magno, refiriéndose a los
antiguos autores griegos, recomendaba a los jóvenes que los estimasen, pero que
acogieran sólo lo bueno que pudieran enseñarles.[103] Se trata simplemente de estar
abiertos para recoger una sabiduría que se comunica de generación en
generación, que puede convivir con algunas miserias humanas, y que no tiene por
qué desaparecer ante las novedades del consumo y del mercado.
191. Al mundo nunca le sirvió ni le servirá la ruptura entre
generaciones. Son los cantos de sirena de un futuro sin raíces, sin arraigo. Es
la mentira que te hace creer que sólo lo nuevo es bueno y bello. La existencia
de las relaciones intergeneracionales implica que en las comunidades se posea
una memoria colectiva, pues cada generación retoma las enseñanzas de sus
antecesores, dejando así un legado a sus sucesores. Esto constituye marcos de
referencia para cimentar sólidamente una sociedad nueva. Como dice el refrán:
“Si el joven supiese y el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese”.
Sueños y visiones
192. En la profecía de Joel encontramos un anuncio que nos permite
entender esto de una manera muy bella. Dice así: «Derramaré mi Espíritu sobre
toda carne y sus hijos y sus hijas profetizarán, y sus jóvenes verán visiones y
sus ancianos soñarán sueños» (Jl3,1; cf. Hch 2,17).
Si los jóvenes y los viejos se abren al Espíritu Santo, ambos producen una
combinación maravillosa. Los ancianos sueñan y los jóvenes ven visiones. ¿Cómo
se complementan ambas cosas?
193. Los ancianos tienen sueños construidos con recuerdos, con
imágenes de tantas cosas vividas, con la marca de la experiencia y de los años.
Si los jóvenes se arraigan en esos sueños de los ancianos logran ver el futuro,
pueden tener visiones que les abren el horizonte y les muestran nuevos caminos.
Pero si los ancianos no sueñan, los jóvenes ya no pueden mirar claramente el
horizonte.
194. Es lindo encontrar entre lo que nuestros padres conservaron,
algún recuerdo que nos permite imaginar lo que soñaron para nosotros nuestros
abuelos y nuestras abuelas. Todo ser humano, aun antes de nacer, ha recibido de
parte de sus abuelos como regalo, la bendición de un sueño lleno de amor y de
esperanza: el de una vida mejor para él. Y si no lo tuvo de ninguno de sus
abuelos, seguramente algún bisabuelo sí lo soñó y se alegró por él,
contemplando en la cuna a sus hijos y luego a sus nietos. El sueño primero, el
sueño creador de nuestro Padre Dios, precede y acompaña la vida de todos sus
hijos. Hacer memoria de esta bendición, que se extiende de generación en
generación, es una herencia preciosa que hay que saber conservar viva para
poder transmitirla también nosotros.
195. Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas
narraciones, que a veces parecen mitológicas, fantasiosas –son sueños de viejos–,
pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de
mensajes ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos
gratuitamente a escuchar y a interpretar con paciencia, porque no entran en un
mensaje de las redes sociales. Tenemos que aceptar que toda la sabiduría que
necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los
actuales recursos de comunicación.
196. En el libro La sabiduría de los años[104], expresé algunos deseos en forma de
pedidos. «¿Qué pido a los ancianos, entre los cuales me cuento yo mismo? Nos
pido que seamos guardianes de la memoria. Los abuelos y las abuelas necesitamos
formar un coro. Me imagino a los ancianos como el coro permanente de un
importante santuario espiritual, en el que las oraciones de súplica y los
cantos de alabanza sostienen a la comunidad entera que trabaja y lucha en el
terreno de la vida»[105]. Es hermoso que «los
jóvenes y las muchachas también, los viejos junto con los niños, alaben el
nombre del Señor» (Sal 148,12-13).
197. ¿Qué podemos darles los ancianos? «A los jóvenes de hoy día
que viven su propia mezcla de ambiciones heroicas y de inseguridades, podemos
recordarles que una vida sin amor es una vida infecunda»[106]. ¿Qué podemos decirles? «A los jóvenes
temerosos podemos decirles que la ansiedad frente al futuro puede ser vencida»[107]. ¿Qué podemos enseñarles? «A los
jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles que se
experimenta mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra
sólo con palabras, sino también con obras»[108].
Arriesgar juntos
198. El amor que se da y que obra, tantas veces se equivoca. El
que actúa, el que arriesga, quizás comete errores. Aquí, en este momento, puede
resultar de interés traer el testimonio de María Gabriela Perin, huérfana de
padre desde recién nacida que reflexiona cómo esto influyó en su vida, en una
relación que no duró pero que la hizo madre y ahora abuela: «Lo que yo sé es
que Dios crea historias. En su genialidad y su misericordia, Él toma nuestros
triunfos y fracasos y teje hermosos tapices que están llenos de ironía. El
reverso del tejido puede parecer desordenado con sus hilos enredados –los
acontecimientos de nuestra vida– y tal vez sea ese lado con el que nos
obsesionamos cuando tenemos dudas. Sin embargo, el lado bueno del tapiz muestra
una historia magnífica, y ese es el lado que ve Dios»[109]. Cuando las personas mayores miran
atentamente la vida, a menudo saben de modo instintivo lo que hay detrás de los
hilos enredados y reconocen lo que Dios hace creativamente aun con nuestros
errores.
199. Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar bien
arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro:
frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que
a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo,
hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese
modo, unidos, podremos aprender unos de otros, calentar los corazones, inspirar
nuestras mentes con la luz del Evangelio y dar nueva fuerza a nuestras manos.
200. Las raíces no son anclas que nos atan a otras épocas y nos
impiden encarnarnos en el mundo actual para hacer nacer algo nuevo. Son, por el
contrario, un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a los
nuevos desafíos. Entonces tampoco sirve «que nos sentemos a añorar tiempos
pasados; hemos de asumir con realismo y amor nuestra cultura y llenarla de
Evangelio. Somos enviados hoy para anunciar la Buena Noticia de Jesús a los tiempos
nuevos. Hemos de amar nuestra hora con sus posibilidades y riesgos, con sus
alegrías y dolores, con sus riquezas y sus límites, con sus aciertos y sus
errores»[110].
201. En el Sínodo, uno de los jóvenes auditores proveniente de las
islas Samoa, dijo que la Iglesia es una canoa, en la cual los viejos ayudan a
mantener la dirección interpretando la posición de las estrellas, y los jóvenes
reman con fuerza imaginando lo que les espera más allá. No nos dejemos llevar
ni por los jóvenes que piensan que los adultos son un pasado que ya no cuenta,
que ya caducó, ni por los adultos que creen saber siempre cómo deben
comportarse los jóvenes. Mejor subámonos todos a la misma canoa y entre todos
busquemos un mundo mejor, bajo el impulso siempre nuevo del Espíritu Santo.
Capítulo
séptimo
La pastoral de los jóvenes
La pastoral de los jóvenes
202. La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a
llevarla adelante, ha sufrido el embate de los cambios sociales y culturales.
Los jóvenes, en las estructuras habituales, muchas veces no encuentran
respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. La proliferación
y crecimiento de asociaciones y movimientos con características
predominantemente juveniles pueden ser interpretados como una acción del
Espíritu que abre caminos nuevos. Se hace necesario, sin embargo, ahondar en la
participación de estos en la pastoral de conjunto de la Iglesia, así como en
una mayor comunión entre ellos en una mejor coordinación de la acción. Si bien
no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se está creciendo en dos aspectos:
la conciencia de que es toda la comunidad la que los evangeliza y la urgencia
de que ellos tengan un protagonismo mayor en las propuestas pastorales.
Una pastoral sinodal
203. Quiero destacar que los mismos jóvenes son agentes de la
pastoral juvenil, acompañados y guiados, pero libres para encontrar caminos siempre
nuevos con creatividad y audacia. Por consiguiente, estaría de más que me
detuviera aquí a proponer alguna especie de manual de pastoral juvenil o una
guía de pastoral práctica. Se trata más bien de poner en juego la astucia, el
ingenio y el conocimiento que tienen los mismos jóvenes de la sensibilidad, el
lenguaje y las problemáticas de los demás jóvenes.
204. Ellos nos hacen ver la necesidad de asumir nuevos estilos y
nuevas estrategias. Por ejemplo, mientras los adultos suelen preocuparse por
tener todo planificado, con reuniones periódicas y horarios fijos, hoy la
mayoría de los jóvenes difícilmente se siente atraída por esos esquemas
pastorales. La pastoral juvenil necesita adquirir otra flexibilidad, y convocar
a los jóvenes a eventos, a acontecimientos que cada tanto les ofrezcan un lugar
donde no sólo reciban una formación, sino que también les permitan compartir la
vida, celebrar, cantar, escuchar testimonios reales y experimentar el encuentro
comunitario con el Dios vivo.
205. Por otra parte, sería muy deseable recoger todavía más las
buenas prácticas: aquellas metodologías, aquellos lenguajes, aquellas
motivaciones que han sido realmente atractivas para acercar a los jóvenes a
Cristo y a la Iglesia. No importa de qué color sean, si son “conservadoras o
progresistas”, si son “de derecha o de izquierda”. Lo importante es que
recojamos todo lo que haya dado buenos resultados y sea eficaz para comunicar
la alegría del Evangelio.
206. La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir,
conformando un “caminar juntos” que implica una «valorización de los carismas
que el Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de los miembros
[de la Iglesia], mediante un dinamismo de corresponsabilidad […]. Animados por
este espíritu, podremos encaminarnos hacia una Iglesia participativa y
corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la compone,
que acoja con gratitud el aporte de los fieles laicos, incluyendo a jóvenes y
mujeres, la contribución de la vida consagrada masculina y femenina, la de los
grupos, asociaciones y movimientos. No hay que excluir a nadie, ni dejar que
nadie se autoexcluya»[111].
207. De este modo, aprendiendo unos de otros, podremos reflejar
mejor ese poliedro maravilloso que debe ser la Iglesia de Jesucristo. Ella
puede atraer a los jóvenes precisamente porque no es una unidad monolítica,
sino un entramado de dones variados que el Espíritu derrama incesantemente en
ella, haciéndola siempre nueva a pesar de sus miserias.
208. En el Sínodo aparecieron muchas propuestas concretas
orientadas a renovar la pastoral juvenil y a liberarla de esquemas que ya no
son eficaces porque no entran en diálogo con la cultura actual de los jóvenes.
Se comprende que no podría aquí recogerlas a todas, y algunas de ellas pueden
encontrarse en el Documento final del Sínodo.
Grandes líneas de acción
209. Sólo quisiera destacar brevemente que la pastoral juvenil
implica dos grandes líneas de acción. Una es la búsqueda, la
convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes a la experiencia del
Señor. La otra es el crecimiento, el desarrollo de un camino de
maduración de los que ya han hecho esa experiencia.
210. Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en
la capacidad de los mismos jóvenes, que saben encontrar los caminos atractivos
para convocar. Saben organizar festivales, competencias deportivas, e incluso
saben evangelizar en las redes sociales con mensajes, canciones, videos y otras
intervenciones. Sólo hay que estimular a los jóvenes y darles libertad para que
ellos se entusiasmen misionando en los ámbitos juveniles. El primer anuncio
puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un “retiro de impacto”,
en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o por cualquiera de
los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante es que cada joven se
atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de
otro joven.
211. En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la
proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, relacional y existencial que
toca el corazón, llega a la vida, despierta esperanza y deseos. Es necesario acercarse
a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo. El lenguaje
que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la vida, el de quien está
allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y
debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. Al mismo tiempo, todavía
tenemos que buscar con mayor sensibilidad cómo encarnar el kerygma en
el lenguaje que hablan los jóvenes de hoy.
212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una
importante advertencia. En algunos lugares ocurre que, después de haber
provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un encuentro con
Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de
“formación” donde sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales: sobre los
males del mundo actual, sobre la Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la
castidad, sobre el matrimonio, sobre el control de la natalidad y sobre otros
temas. El resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del
encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y
otros se vuelven tristes y negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un
cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar
las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano
Guardini: «en la experiencia de un gran amor [...] todo cuanto acontece se
convierte en un episodio dentro de su ámbito»[112].
213. Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento
para los jóvenes, debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es
igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la
profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro
con Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en
el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio.
214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es
oportuno recordarlo. Por una parte, sería un grave error pensar que en la
pastoral juvenil «el kerygma es abandonado en pos de una
formación supuestamente más “sólida”. Nada hay más sólido, más profundo, más
seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante
todo la profundización delkerygma que se va haciendo carne cada vez
más y mejor»[113]. Por consiguiente, la pastoral juvenil
siempre debe incluir momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia
personal del amor de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos:
testimonios, canciones, momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual
con la Sagrada Escritura, e incluso con diversos estímulos a través de las
redes sociales. Pero jamás debe sustituirse esta experiencia gozosa de
encuentro con el Señor por una suerte de “adoctrinamiento”.
215. Por otra parte, cualquier plan de pastoral juvenil debe
incorporar claramente medios y recursos variados para ayudar a los jóvenes a
crecer en la fraternidad, a vivir como hermanos, a ayudarse mutuamente, a crear
comunidad, a servir a los demás, a estar cerca de los pobres. Si el amor
fraterno es el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34), si es «la plenitud
de la Ley» (Rm 13,10), si es lo que mejor manifiesta nuestro amor a
Dios, entonces debe ocupar un lugar relevante en todo plan de formación y
crecimiento de los jóvenes.
Ambientes adecuados
216. En todas nuestras instituciones necesitamos desarrollar y
potenciar mucho más nuestra capacidad de acogida cordial, porque muchos de los
jóvenes que llegan lo hacen en una profunda situación de orfandad. Y no me
refiero a determinados conflictos familiares, sino a una experiencia que atañe
por igual a niños, jóvenes y adultos, madres, padres e hijos. Para tantos
huérfanos y huérfanas, nuestros contemporáneos, ¿nosotros mismos quizás?, las
comunidades como la parroquia y la escuela deberían ofrecer caminos de amor
gratuito y promoción, de afirmación y crecimiento. Muchos jóvenes se sienten
hoy hijos del fracaso, porque los sueños de sus padres y abuelos se quemaron en
la hoguera de la injusticia, de la violencia social, del sálvese quien pueda.
¡Cuánto desarraigo! Si los jóvenes crecieron en un mundo de cenizas no es fácil
que puedan sostener el fuego de grandes ilusiones y proyectos. Si crecieron en
un desierto vacío de sentido, ¿cómo podrán tener ganas de sacrificarse para
sembrar? La experiencia de discontinuidad, de desarraigo y la caída de las
certezas básicas, fomentada en la cultura mediática actual, provocan esa
sensación de profunda orfandad a la cual debemos responder creando espacios
fraternos y atractivos donde se viva con un sentido.
217. Crear “hogar” en definitiva «es crear familia; es aprender a
sentirse unidos a los otros más allá de vínculos utilitarios o funcionales,
unidos de tal manera que sintamos la vida un poco más humana. Crear hogares,
“casas de comunión”, es permitir que la profecía tome cuerpo y haga nuestras horas
y días menos inhóspitos, menos indiferentes y anónimos. Es tejer lazos que se
construyen con gestos sencillos, cotidianos y que todos podemos realizar. Un
hogar, y lo sabemos todos muy bien, necesita de la colaboración de todos. Nadie
puede ser indiferente o ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en su
construcción. Y eso implica pedirle al Señor que nos regale la gracia de
aprender a tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender todos los
días a volver a empezar. Y, ¿cuántas veces perdonar o volver a empezar? Setenta
veces siete, todas las que sean necesarias. Crear lazos fuertes exige de la
confianza que se alimenta todos los días de la paciencia y el perdón. Y así se
produce el milagro de experimentar que aquí se nace de nuevo, aquí todos nacemos
de nuevo porque sentimos actuante la caricia de Dios que nos posibilita soñar
el mundo más humano y, por tanto, más divino»[114].
218. En este marco, en nuestras instituciones necesitamos
ofrecerles a los jóvenes lugares propios que ellos puedan acondicionar a su
gusto, y donde puedan entrar y salir con libertad, lugares que los acojan y donde
puedan acercarse espontáneamente y con confianza al encuentro de otros jóvenes
tanto en los momentos de sufrimiento o de aburrimiento, como cuando deseen
celebrar sus alegrías. Algo de esto han logrado algunos Oratorios y otros
centros juveniles, que en muchos casos son el ambiente de amistades y de
noviazgo, de reencuentros, donde pueden compartir la música, la recreación, el
deporte, y también la reflexión y la oración con pequeños subsidios y diversas
propuestas. De este modo se abre paso ese indispensable anuncio persona a
persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral.
219. «La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más
o menos estructurados, ofrecen la oportunidad de reforzar competencias sociales
y relacionales en un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona.
La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso para compartir la fe y
para ayudarse mutuamente en el testimonio. Los jóvenes son capaces de guiar a
otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus amigos»[115].
220. Esto no significa que se aíslen y pierdan todo contacto con
las comunidades de parroquias, movimientos y otras instituciones eclesiales.
Pero ellos se integrarán mejor a comunidades abiertas, vivas en la fe, deseosas
de irradiar a Jesucristo, alegres, libres, fraternas y comprometidas. Estas comunidades
pueden ser los cauces donde ellos sientan que es posible cultivar preciosas
relaciones.
La pastoral de las instituciones educativas
221. La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los
niños y a los jóvenes. Es un lugar privilegiado para la promoción de la
persona, y por esto la comunidad cristiana le ha dedicado gran atención, ya sea
formando docentes y dirigentes, como también instituyendo escuelas propias, de
todo tipo y grado. En este campo el Espíritu ha suscitado innumerables carismas
y testimonios de santidad. Sin embargo, la escuela necesita una urgente
autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas,
una pastoral concentrada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz de
provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios católicos
que parecen estar organizados sólo para la preservación. La fobia al cambio
hace que no puedan tolerar la incertidumbre y se replieguen ante los peligros,
reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La escuela convertida en un
“búnker” que protege de los errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada
de esta tendencia. Esa imagen refleja de un modo estremecedor lo que
experimentan muchísimos jóvenes al egresar de algunos establecimientos
educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les enseñaron y el mundo
en el cual les toca vivir. Aun las propuestas religiosas y morales que
recibieron no los han preparado para confrontarlas con un mundo que las
ridiculiza, y no han aprendido formas de orar y de vivir la fe que puedan ser
fácilmente sostenidas en medio del ritmo de esta sociedad. En realidad, una de
las alegrías más grandes de un educador se produce cuando puede ver a un
estudiante constituirse a sí mismo como una persona fuerte, integrada,
protagonista y capaz de dar.
222. La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de
evangelización de los jóvenes. Es importante tener en cuenta algunos criterios
inspiradores señalados en Veritatis gaudium en vista a una
renovación y relanzamiento de las escuelas y universidades “en salida”
misionera, tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a
todos los niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el
fomento de la cultura del encuentro, la urgente necesidad de “crear redes” y la
opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha[116]. También la capacidad de integrar los
saberes de la cabeza, el corazón y las manos.
223. Por otra parte, no podemos separar la formación espiritual de
la formación cultural. La Iglesia siempre quiso desarrollar para los jóvenes
espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a hacerlo porque los jóvenes
tienen derecho a ella. Y «hoy en día, sobre todo, el derecho a la cultura
significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que humaniza. Con
demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida triviales y
efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el sacrificio,
inculcando la idea de que el estudio no es necesario si no da inmediatamente
algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser
anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida. Se debe reclamar
el derecho a que no prevalezcan las muchas sirenas que hoy distraen de esta
búsqueda. Ulises, para no rendirse al canto de las sirenas, que seducían a los
marineros y los hacían estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave
y tapó las orejas de sus compañeros de viaje. En cambio, Orfeo, para contrastar
el canto de las sirenas, hizo otra cosa: entonó una melodía más hermosa, que
encantó a las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los estribillos
paralizantes del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la
investigación, el conocimiento y el compartir»[117].
Distintos ámbitos para desarrollos pastorales
224. Muchos jóvenes son capaces de aprender a gustar del silencio
y de la intimidad con Dios. También han crecido los grupos que se reúnen a
adorar al Santísimo o a orar con la Palabra de Dios. No hay que menospreciar a
los jóvenes como si fueran incapaces de abrirse a propuestas contemplativas.
Sólo hace falta encontrar los estilos y las modalidades adecuadas para
ayudarlos a iniciarse en esta experiencia de tan alto valor. Con respecto a los
ámbitos de culto y oración, «en diversos contextos los jóvenes católicos piden
propuestas de oración y momentos sacramentales que incluyan su vida cotidiana
en una liturgia fresca, auténtica y alegre»[118]. Es importante aprovechar los momentos
más fuertes del año litúrgico, particularmente la Semana Santa, Pentecostés y
Navidad. Ellos también disfrutan de otros encuentros festivos, que cortan la
rutina y que ayudan a experimentar la alegría de la fe.
225. Una oportunidad única para el crecimiento y también de
apertura al don divino de la fe y la caridad es el servicio: muchos jóvenes se
sienten atraídos por la posibilidad de ayudar a otros, especialmente a niños y
pobres. A menudo este servicio es el primer paso para descubrir o redescubrir
la vida cristiana y eclesial. Muchos jóvenes se cansan de nuestros itinerarios
de formación doctrinal, e incluso espiritual, y a veces reclaman la posibilidad
de ser más protagonistas en actividades que hagan algo por la gente.
226. No podemos olvidar las expresiones artísticas, como el
teatro, la pintura, etc. «Del todo peculiar es la importancia de la música, que
representa un verdadero ambiente en el que los jóvenes están constantemente
inmersos, así como una cultura y un lenguaje capaces de suscitar emociones y de
plasmar la identidad. El lenguaje musical representa también un recurso
pastoral, que interpela en particular la liturgia y su renovación»[119]. El canto puede ser un gran estímulo
para el caminar de los jóvenes. Decía san Agustín: «Canta, pero camina; alivia
con el canto tu trabajo, no ames la pereza: canta y camina […]. Tú, si avanzas,
caminas; pero avanza en el bien, en la recta fe, en las buenas obras: canta y
camina»[120].
227. «Es igualmente significativa la relevancia que tiene entre
los jóvenes la práctica deportiva, cuyas potencialidades en clave educativa y formativa
la Iglesia no debe subestimar, sino mantener una sólida presencia en este
campo. El mundo del deporte necesita ser ayudado a superar las ambigüedades que
lo golpean, como la mitificación de los campeones, el sometimiento a lógicas
comerciales y la ideología del éxito a toda costa»[121]. En la base de la experiencia deportiva
está «la alegría: la alegría de moverse, la alegría de estar juntos, la alegría
por la vida y los dones que el Creador nos hace cada día»[122]. Por otra parte, algunos Padres de la
Iglesia han tomado el ejemplo de las prácticas deportivas para invitar a los
jóvenes a crecer en la fortaleza y dominar la modorra o la comodidad. San
Basilio Magno, dirigiéndose a los jóvenes, tomaba el ejemplo del esfuerzo que
requiere el deporte y así les inculcaba la capacidad de sacrificarse para
crecer en las virtudes: «Tras miles y miles de sufrimientos y haber
incrementado su fortaleza por muchos métodos, tras haber sudado mucho en
fatigosos ejercicios gimnásticos […] y llevar en lo demás, para no alargarme en
mis palabras, una existencia tal que su vida antes de la competición no es sino
una preparación para esta, […] arrostran todo tipo de fatigas y peligros para
ganar la corona […]. ¿Y nosotros, que tenemos delante unos premios de la vida
tan maravillosos en número y grandeza como para que sean imposibles de definir
con palabras, durmiendo a pierna suelta y viviendo en total ausencia de
peligros, vendremos a tomarlos con una mano?»[123].
228. En muchos adolescentes y jóvenes despierta especial atracción
el contacto con la creación, y son sensibles hacia el cuidado del ambiente,
como ocurre con los Scouts y con otros grupos que organizan
jornadas de contacto con la naturaleza, campamentos, caminatas, expediciones y
campañas ambientales. En el espíritu de san Francisco de Asís, son experiencias
que pueden significar un camino para iniciarse en la escuela de la fraternidad
universal y en la oración contemplativa.
229. Estas y otras diversas posibilidades que se abren a la
evangelización de los jóvenes, no deberían hacernos olvidar que, más allá de
los cambios de la historia y de la sensibilidad de los jóvenes, hay regalos de
Dios que son siempre actuales, que contienen una fuerza que trasciende todas
las épocas y todas las circunstancias: la Palabra del Señor siempre viva y
eficaz, la presencia de Cristo en la Eucaristía que nos alimenta, y el
Sacramento del perdón que nos libera y fortalece. También podemos mencionar la
inagotable riqueza espiritual que conserva la Iglesia en el testimonio de sus
santos y en la enseñanza de los grandes maestros espirituales. Aunque tengamos
que respetar diversas etapas, y a veces necesitemos esperar con paciencia el
momento justo, no podremos dejar de invitar a los jóvenes a estos manantiales
de vida nueva, no tenemos derecho a privarlos de tanto bien.
Una pastoral popular juvenil
230. Además de la pastoral habitual que realizan las parroquias y
los movimientos, según determinados esquemas, es muy importante dar lugar a una
“pastoral popular juvenil”, que tiene otro estilo, otros tiempos, otro ritmo,
otra metodología. Consiste en una pastoral más amplia y flexible que estimule,
en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes reales, esos liderazgos
naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado entre ellos. Se
trata ante todo de no ponerles tantos obstáculos, normas, controles y marcos
obligatorios a esos jóvenes creyentes que son líderes naturales en los barrios
y en diversos ambientes. Sólo hay que acompañarlos y estimularlos, confiando un
poco más en la genialidad del Espíritu Santo que actúa como quiere.
231. Hablamos de líderes realmente “populares”, no elitistas o
clausurados en pequeños grupos de selectos. Para que sean capaces de generar
una pastoral popular en el mundo de los jóvenes hace falta que «aprendan a
auscultar el sentir del pueblo, a constituirse en sus voceros y a trabajar por
su promoción»[124]. Cuando hablamos de “pueblo” no debe
entenderse las estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de
personas que no caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad
de todos y para todos, que no puede dejar que los más pobres y débiles se
queden atrás: «El pueblo desea que todos participen de los bienes comunes y por
eso acepta adaptarse al paso de los últimos para llegar todos juntos»[125]. Los líderes populares, entonces, son
aquellos que tienen la capacidad de incorporar a todos, incluyendo en la marcha
juvenil a los más pobres, débiles, limitados y heridos. No les tienen asco ni
miedo a los jóvenes lastimados y crucificados.
232. En esta misma línea, especialmente con los jóvenes que no
crecieron en familias o instituciones cristianas, y están en un camino de lenta
maduración, tenemos que estimular el “bien posible”[126]. Cristo nos advirtió que no pretendamos
que todo sea sólo trigo (cf. Mt 13,24-30). A veces, por
pretender una pastoral juvenil aséptica, pura, marcada por ideas abstractas,
alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el Evangelio en una
oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las culturas juveniles y
apta solamente para una élite juvenil cristiana que se siente
diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento sin vida ni fecundidad.
Así, con la cizaña que rechazamos, arrancamos o sofocamos miles de brotes que
intentan crecer en medio de los límites.
233. En lugar de «sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una
imagen estrecha y moralista del cristianismo, estamos llamados a invertir en su
audacia y a educarlos para que asuman sus responsabilidades, seguros de que
incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que pueden
fortalecer su humanidad»[127].
234. En el Sínodo se exhortó a construir una pastoral juvenil
capaz de crear espacios inclusivos, donde haya lugar para todo tipo de jóvenes
y donde se manifieste realmente que somos una Iglesia de puertas abiertas. Ni
siquiera hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la
Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para jóvenes.
Basta una actitud abierta para todos los que tengan el deseo y la disposición
de dejarse encontrar por la verdad revelada por Dios. Algunas propuestas
pastorales pueden suponer un camino ya recorrido en la fe, pero necesitamos una
pastoral popular juvenil que abra puertas y ofrezca espacio a todos y a cada
uno con sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda de identidad, sus
errores, su historia, sus experiencias del pecado y todas sus dificultades.
235. Debe haber lugar también para «todos aquellos que tienen
otras visiones de la vida, profesan otros credos o se declaran ajenos al
horizonte religioso. Todos los jóvenes, sin exclusión, están en el corazón de
Dios y, por lo tanto, en el corazón de la Iglesia. Reconocemos con franqueza
que no siempre esta afirmación que resuena en nuestros labios encuentra una
expresión real en nuestra acción pastoral: con frecuencia nos quedamos
encerrados en nuestros ambientes, donde su voz no llega, o nos dedicamos a
actividades menos exigentes y más gratificantes, sofocando esa sana inquietud
pastoral que nos hace salir de nuestras supuestas seguridades. Y eso que el
Evangelio nos pide ser audaces y queremos serlo, sin presunción y sin hacer
proselitismo, dando testimonio del amor del Señor y tendiendo la mano a todos
los jóvenes del mundo»[128].
236. La pastoral juvenil, cuando deja de ser elitista y acepta ser
“popular”, es un proceso lento, respetuoso, paciente, esperanzado, incansable,
compasivo. En el Sínodo se propuso el ejemplo de los discípulos de Emaús
(cf. Lc 24,13-35), que también puede ser un modelo de lo que
ocurre en la pastoral juvenil:
237. «Jesús camina con los dos discípulos que no han comprendido
el sentido de lo sucedido y se están alejando de Jerusalén y de la comunidad.
Para estar en su compañía, recorre el camino con ellos. Los interroga y se
dispone a una paciente escucha de su versión de los hechos para ayudarles
a reconocer lo que están viviendo. Después, con afecto y
energía, les anuncia la Palabra, guiándolos a interpretar a la
luz de las Escrituras los acontecimientos que han vivido. Acepta la invitación
a quedarse con ellos al atardecer: entra en su noche. En la escucha, su corazón
se reconforta y su mente se ilumina, al partir el pan se abren sus ojos. Ellos
mismos eligen emprender sin demora el camino en dirección
opuesta, para volver a la comunidad y compartir la experiencia del encuentro
con Jesús resucitado»[129].
238. Las diversas manifestaciones de piedad popular, especialmente
las peregrinaciones, atraen a gente joven que no suele insertarse fácilmente en
las estructuras eclesiales, y son una expresión concreta de la confianza en
Dios. Estas formas de búsqueda de Dios, presentes particularmente en los
jóvenes más pobres, pero también en los demás sectores de la sociedad, no deben
ser despreciadas sino alentadas y estimuladas. Porque la piedad popular «es una
manera legítima de vivir la fe»[130] y es «expresión de la acción
misionera espontánea del Pueblo de Dios»[131].
Siempre misioneros
239. Quiero recordar que no hace falta recorrer un largo camino
para que los jóvenes sean misioneros. Aun los más débiles, limitados y heridos
pueden serlo a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se
comunique, aunque conviva con muchas fragilidades. Un joven que va a una
peregrinación a pedirle ayuda a la Virgen, e invita a un amigo o compañero para
que lo acompañe, con ese simple gesto está realizando una valiosa acción
misionera. Junto con la pastoral popular juvenil hay, inseparablemente, una
misión popular, incontrolable, que rompe todos los esquemas eclesiásticos.
Acompañémosla, alentémosla, pero no pretendamos regularla demasiado.
240. Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no
podemos ignorar que la pastoral juvenil debe ser siempre una pastoral
misionera. Los jóvenes se enriquecen mucho cuando vencen la timidez y se
atreven a visitar hogares, y de ese modo toman contacto con la vida de la
gente, aprenden a mirar más allá de su familia y de su grupo, comienzan a
entender la vida de una manera más amplia. Al mismo tiempo, su fe y su sentido
de pertenencia a la Iglesia se fortalecen. Las misiones juveniles, que suelen
organizarse en las vacaciones luego de un período de preparación, pueden
provocar una renovación de la experiencia de fe e incluso serios planteos vocacionales.
241. Pero los jóvenes son capaces de crear nuevas formas de
misión, en los ámbitos más diversos. Por ejemplo, ya que se mueven tan bien en
las redes sociales, hay que convocarlos para que las llenen de Dios, de
fraternidad, de compromiso.
El acompañamiento de los adultos
242. Los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, pero
también necesitan ser acompañados. La familia debería ser el primer espacio de
acompañamiento. La pastoral juvenil propone un proyecto de vida desde Cristo:
la construcción de una casa, de un hogar edificado sobre roca (cf. Mt 7,24-25).
Ese hogar, ese proyecto, para la mayoría de ellos se concretará en el
matrimonio y en la caridad conyugal. Por ello es necesario que la pastoral
juvenil y la pastoral familiar tengan una continuidad natural, trabajando de
manera coordinada e integrada para poder acompañar adecuadamente el proceso
vocacional.
243. La comunidad tiene un rol muy importante en el acompañamiento
de los jóvenes, y es la comunidad entera la que debe sentirse responsable de
acogerlos, motivarlos, alentarlos y estimularlos. Esto implica que se mire a
los jóvenes con comprensión, valoración y afecto, y no que se los juzgue
permanentemente o se les exija una perfección que no responde a su edad.
244. En el Sínodo «muchos han hecho notar la carencia de personas
expertas y dedicadas al acompañamiento. Creer en el valor teológico y pastoral
de la escucha implica una reflexión para renovar las formas con las que se
ejerce habitualmente el ministerio presbiteral y revisar sus prioridades.
Además, el Sínodo reconoce la necesidad de preparar consagrados y laicos,
hombres y mujeres, que estén cualificados para el acompañamiento de los
jóvenes. El carisma de la escucha que el Espíritu Santo suscita en las
comunidades también podría recibir una forma de reconocimiento institucional
para el servicio eclesial»[132].
245. Además hay que acompañar especialmente a los jóvenes que se
perfilan como líderes, para que puedan formarse y capacitarse. Los jóvenes que
se reunieron antes del Sínodo pidieron que se desarrollen «programas de
liderazgo juvenil para la formación y continuo desarrollo de jóvenes líderes.
Algunas mujeres jóvenes sienten que hacen falta mayores ejemplos de liderazgo
femenino dentro de la Iglesia y desean contribuir con sus dones intelectuales y
profesionales a la Iglesia. También creemos que los seminaristas, los
religiosos y las religiosas deberían tener una mayor capacidad para acompañar a
los jóvenes líderes»[133].
246. Los mismos jóvenes nos describieron cuáles son las
características que ellos esperan encontrar en un acompañante, y lo expresaron
con mucha claridad: «Las cualidades de dicho mentor incluyen: que sea un
auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que busque
constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar; que sepa escuchar
activamente las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con gentileza;
que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo; que reconozca sus límites y
que conozca la alegría y el sufrimiento que todo camino espiritual conlleva.
Una característica especialmente importante en un mentor, es el reconocimiento
de su propia humanidad. Que son seres humanos que cometen errores: personas imperfectas,
que se reconocen pecadores perdonados. Algunas veces, los mentores son puestos
sobre un pedestal, y por ello cuando caen provocan un impacto devastador en la
capacidad de los jóvenes para involucrarse en la Iglesia. Los mentores no
deberían llevar a los jóvenes a ser seguidores pasivos, sino más bien a caminar
a su lado, dejándoles ser los protagonistas de su propio camino. Deben respetar
la libertad que el joven tiene en su proceso de discernimiento y ofrecerles
herramientas para que lo hagan bien. Un mentor debe confiar sinceramente en la
capacidad que tiene cada joven de poder participar en la vida de la Iglesia.
Por ello, un mentor debe simplemente plantar la semilla de la fe en los
jóvenes, sin querer ver inmediatamente los frutos del trabajo del Espíritu
Santo. Este papel no debería ser exclusivo de los sacerdotes y de la vida
consagrada, sino que los laicos deberían poder igualmente ejercerlo. Por
último, todos estos mentores deberían beneficiarse de una buena formación
permanente»[134].
247. Sin duda las instituciones educativas de la Iglesia son un
ámbito comunitario de acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes,
sobre todo cuando «tratan de acoger a todos los jóvenes, independientemente de
sus opciones religiosas, proveniencia cultural y situación personal, familiar o
social. De este modo la Iglesia da una aportación fundamental a la educación
integral de los jóvenes en las partes más diversas del mundo»[135]. Reducirían indebidamente su función si
establecieran criterios rígidos para el ingreso de estudiantes o para su
permanencia en ellas, porque privarían a muchos jóvenes de un acompañamiento
que les ayudaría a enriquecer su vida.
Capítulo
octavo
La vocación
La vocación
248. Es verdad que la palabra “vocación” puede entenderse en un
sentido amplio, como llamado de Dios. Incluye el llamado a la vida, el llamado
a la amistad con Él, el llamado a la santidad, etc. Esto es valioso, porque
sitúa toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que
nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un
camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros.
249. En la Exhortación Gaudete et exsultate quise detenerme en
la vocación de todos a crecer para la gloria de Dios, y me propuse «hacer
resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el
contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades»[136]. El Concilio Vaticano II nos ayudó a
renovar la consciencia de este llamado dirigido a cada uno: «Todos los fieles,
cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan
poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su
camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo
Padre».[137]
Su llamado a la amistad con Él
250. Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere
Jesús de cada joven es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento
fundamental. En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la
gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es
decir: ¿Me quieres como amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus
ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este
amor de amistad.
251. Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el
encuentro-desencuentro del Señor con el joven rico, que nos dice claramente que
lo que este joven no percibió fue la mirada amorosa del Señor (cf. Mc 10,21).
Se fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo
sacar la vista de las muchas cosas que poseía (cf. Mt 19,22).
Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran
amistad. Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para
nosotros, lo que podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al que
Jesús miró con amor y le tendió la mano.
252. Porque «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor,
una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y
echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en
la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un
ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios
nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación
que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de
amorque se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre
nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien
estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse»[138].
Tu ser para los demás
253. Quisiera detenerme ahora en la vocación entendida en el
sentido preciso del llamado al servicio misionero de los demás. Somos llamados
por el Señor a participar en su obra creadora, prestando nuestro aporte al bien
común a partir de las capacidades que recibimos.
254. Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a
los demás. Porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se
convierte en ofrenda. Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es
una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un
momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no
quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo»[139]. Por consiguiente, hay que pensar que:
toda pastoral es vocacional, toda formación es vocacional y toda espiritualidad
es vocacional.
255. Tu vocación no consiste sólo en los trabajos que tengas que
hacer, aunque se expresa en ellos. Es algo más, es un camino que orientará
muchos esfuerzos y muchas acciones en una dirección de servicio. Por eso, en el
discernimiento de una vocación es importante ver si uno reconoce en sí mismo
las capacidades necesarias para ese servicio específico a la sociedad.
256. Esto da un valor muy grande a esas tareas, ya que dejan de
ser una suma de acciones que uno realiza para ganar dinero, para estar ocupado
o para complacer a otros. Todo eso constituye una vocación porque somos
llamados, hay algo más que una mera elección pragmática nuestra. Es en
definitiva reconocer para qué estoy hecho, para qué paso por esta tierra, cuál
es el proyecto del Señor para mi vida. Él no me indicará todos los lugares, los
tiempos y los detalles, que yo elegiré prudentemente, pero sí hay una
orientación de mi vida que Él debe indicarme porque es mi Creador, mi alfarero,
y necesito escuchar su voz para dejarme moldear y llevar por Él. Entonces sí
seré lo que debo ser, y seré también fiel a mi propia realidad.
257. Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse,
hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse
a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer
florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a
promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación»[140]. Tu vocación te orienta a sacar afuera
lo mejor de ti para la gloria de Dios y para el bien de los demás. El asunto no
es sólo hacer cosas, sino hacerlas con un sentido, con una orientación. Al
respecto, san Alberto Hurtado decía a los jóvenes que hay que tomarse muy en
serio el rumbo: «En un barco al piloto que se descuida se le despide sin
remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de
nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún más en esta
idea, yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima importancia, porque
acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fallar»[141].
258. Este “ser para los demás” en la vida de cada joven,
normalmente está relacionado con dos cuestiones básicas: la formación de una
nueva familia y el trabajo. Las diversas encuestas que se han hecho a los
jóvenes confirman una y otra vez que estos son los dos grandes temas que los
preocupan e ilusionan. Ambos deben ser objeto de un especial discernimiento.
Detengámonos brevemente en ellos.
El amor y la familia
259. Los jóvenes sienten con fuerza el llamado al amor, y sueñan
encontrar la persona adecuada con quien formar una familia y construir una vida
juntos. Sin duda es una vocación que Dios mismo propone a través de los
sentimientos, los deseos, los sueños. Sobre este tema me detuve ampliamente en
la Exhortación Amoris laetitia e invito a todos los
jóvenes a leer especialmente los capítulos 4 y 5.
260. Me gusta pensar que «dos cristianos que se casan han
reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación a formar de
dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del
matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo enraíza en Dios mismo.
Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se
tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, ¡juntos!»[142].
261. En este contexto, recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él
mismo «creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas»[143]. Dentro de la vocación al
matrimonio hay que reconocer y agradecer que «la sexualidad, el sexo, son un
don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios, un don que el Señor nos da.
Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es una pasión, es el amor
apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor entre un hombre y una
mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre. Siempre. Y a
darla con cuerpo y alma»[144].
262. El Sínodo resaltó que «la familia sigue siendo el principal
punto de referencia para los jóvenes. Los hijos aprecian el amor y el cuidado
de los padres, dan importancia a los vínculos familiares y esperan lograr a su
vez formar una familia. Sin duda el aumento de separaciones, divorcios,
segundas uniones y familias monoparentales puede causar en los jóvenes grandes
sufrimientos y crisis de identidad. A veces deben hacerse cargo de
responsabilidades desproporcionadas para su edad, que les obligan a ser adultos
antes de tiempo. Los abuelos con frecuencia son una ayuda decisiva en el afecto
y la educación religiosa: con su sabiduría son un eslabón decisivo en la
relación entre generaciones»[145].
263. Es verdad que estas dificultades que sufren en su familia de
origen llevan a muchos jóvenes a preguntarse si vale la pena formar una nueva
familia, ser fieles, ser generosos. Quiero decirles que sí, que vale la pena
apostar por la familia y que en ella encontrarán los mejores estímulos para
madurar y las más bellas alegrías para compartir. No dejen que les roben el
amor en serio. No dejen que los engañen esos que les proponen una vida de
desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor
soledad.
264. Hoy reina una cultura de lo provisorio que es una ilusión.
Creer que nada puede ser definitivo es un engaño y una mentira. Muchas veces
«hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda” [...]. En la
cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es
“disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida,
hacer opciones definitivas […]. Yo, en cambio, les pido que sean
revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que
se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que
ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son
capaces de amar verdaderamente»[146]. Yo sí tengo confianza en ustedes, y
por eso los aliento a optar por el matrimonio.
265. Es necesario prepararse para el matrimonio, y esto requiere
educarse a sí mismo, desarrollar las mejores virtudes, sobre todo el amor, la
paciencia, la capacidad de diálogo y de servicio. También implica educar la
propia sexualidad, para que sea cada vez menos un instrumento para usar a los
demás y cada vez más una capacidad de entregarse plenamente a una persona, de
manera exclusiva y generosa.
266. Los Obispos de Colombia nos enseñaron que «Cristo sabe que
los esposos no son perfectos y que necesitan superar su debilidad e inconstancia
para que su amor pueda crecer y durar. Por eso, concede a los cónyuges su
gracia que es, a la vez, luz y fuerza que les permite ir realizando su proyecto
de vida matrimonial de acuerdo con el plan de Dios»[147].
267. Para aquellos que no son llamados al matrimonio o a la vida
consagrada, hay que recordar siempre que la primera vocación y la más
importante es la vocación bautismal. Los solteros, incluso si no son
intencionales, pueden convertirse en testimonio particular de dicha vocación en
su propio camino de crecimiento personal.
El trabajo
268. Los Obispos de Estados Unidos han señalado con claridad que
la juventud, llegada la mayoría de edad, «a menudo marca la entrada de una
persona en el mundo del trabajo. “¿Qué haces para vivir?” es un tema constante
de conversación, porque el trabajo es una parte muy importante de sus vidas.
Para los jóvenes adultos, esta experiencia es muy fluida porque se mueven de un
trabajo a otro e incluso pasan de carrera a carrera. El trabajo puede definir
el uso del tiempo y puede determinar lo que pueden hacer o comprar. También
puede determinar la calidad y la cantidad del tiempo libre. El trabajo define e
influye en la identidad y el autoconcepto de un adulto joven y es un lugar
fundamental donde se desarrollan amistades y otras relaciones porque
generalmente no se trabaja solo. Hombres y mujeres jóvenes hablan del trabajo
como cumplimiento de una función y como algo que proporciona un sentido.
Permite a los adultos jóvenes satisfacer sus necesidades prácticas, pero aún
más importante buscar el significado y el cumplimiento de sus sueños y
visiones. Aunque el trabajo puede no ayudar a alcanzar sus sueños, es
importante para los adultos jóvenes cultivar una visión, aprender a trabajar de
una manera realmente personal y satisfactoria para su vida, y seguir
discerniendo el llamado de Dios»[148].
269. Ruego a los jóvenes que no esperen vivir sin trabajar,
dependiendo de la ayuda de otros. Eso no hace bien, porque «el trabajo es una
necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración,
de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los
pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver
urgencias»[149]. De ahí que «la espiritualidad
cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que
encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana
comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida
del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos»[150].
270. El Sínodo remarcó que el mundo del trabajo es un ámbito donde
los jóvenes «experimentan formas de exclusión y marginación. La primera y la
más grave es el desempleo juvenil, que en algunos países alcanza niveles
exorbitados. Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los
jóvenes la capacidad de soñar y de esperar, y los priva de la posibilidad de
contribuir al desarrollo de la sociedad. En muchos países esta situación se
debe a que algunas franjas de población juvenil se encuentran desprovistas de
las capacidades profesionales adecuadas, también debido a las deficiencias del
sistema educativo y formativo. Con frecuencia la precariedad ocupacional que
aflige a los jóvenes responde a la explotación laboral por intereses
económicos»[151].
271. Es una cuestión muy delicada que la política debe considerar
como un tema de primer orden, particularmente hoy que la velocidad de los
desarrollos tecnológicos, junto con la obsesión por reducir los costos
laborales, puede llevar rápidamente a reemplazar innumerables puestos de
trabajo por máquinas. Y se trata de un asunto fundamental de la sociedad porque
el trabajo para un joven no es sencillamente una tarea orientada a conseguir
ingresos. Es expresión de la dignidad humana, es camino de maduración y de
inserción social, es un estímulo constante para crecer en responsabilidad y en
creatividad, es una protección frente a la tendencia al individualismo y a la
comodidad, y es también dar gloria a Dios con el desarrollo de las propias
capacidades.
272. No siempre un joven tiene la posibilidad de decidir a qué va
a dedicar sus esfuerzos, en qué tareas va a desplegar sus energías y su
capacidad de innovar. Porque además de los propios deseos, y aún más allá de
las propias capacidades y del discernimiento que uno realice, están los duros
límites de la realidad. Es verdad que no puedes vivir sin trabajar y que a
veces tienes que aceptar lo que encuentres, pero nunca renuncies a tus sueños,
nunca entierres definitivamente una vocación, nunca te des por vencido. Siempre
sigue buscando, al menos, modos parciales o imperfectos de vivir lo que en tu
discernimiento reconoces como una verdadera vocación.
273. Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho
para eso –sea la enfermería, la carpintería, la comunicación, la ingeniería, la
docencia, el arte o cualquier otro trabajo– entonces será capaz de hacer brotar
sus mejores capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega. Saber que
uno no hace las cosas porque sí, sino con un significado, como respuesta a un
llamado que resuena en lo más hondo de su ser para aportar algo a los demás,
hace que esas tareas le den al propio corazón una experiencia especial de
plenitud. Así lo decía el antiguo libro bíblico del Eclesiastés: «He visto que
no hay nada mejor para el ser humano que gozarse en su trabajo» (Qo 3,22).
Vocaciones a una consagración especial
274. Si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue
suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, podemos “volver a
echar las redes” en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y
debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de
seguir este camino.
275. Algunas veces hice esta propuesta a jóvenes que me
respondieron casi con burla diciendo: “No, la verdad es que yo no voy para ese
lado”. Sin embargo, años después algunos de ellos estaban en el Seminario. El
Señor no puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de los
pastores sin los cuales no podría vivir ni realizar su misión. Y si algunos
sacerdotes no dan un buen testimonio, no por eso el Señor dejará de llamar. Al
contrario, Él redobla la apuesta porque no deja de cuidar a su Iglesia amada.
276. En el discernimiento de una vocación no hay que descartar la
posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en
otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que, si
reconoces un llamado de Dios y lo sigues, eso será lo que te hará pleno.
277. Jesús camina entre nosotros como lo hacía en Galilea. Él pasa
por nuestras calles, se detiene y nos mira a los ojos, sin prisa. Su llamado es
atractivo, es fascinante. Pero hoy la ansiedad y la velocidad de tantos
estímulos que nos bombardean hacen que no quede lugar para ese silencio
interior donde se percibe la mirada de Jesús y se escucha su llamado. Mientras
tanto, te llegarán muchas propuestas maquilladas, que parecen bellas e
intensas, aunque con el tiempo solamente te dejarán vacío, cansado y solo. No
dejes que eso te ocurra, porque el torbellino de este mundo te lleva a una
carrera sin sentido, sin orientación, sin objetivos claros, y así se malograrán
muchos de tus esfuerzos. Más bien busca esos espacios de calma y de silencio
que te permitan reflexionar, orar, mirar mejor el mundo que te rodea, y
entonces sí, con Jesús, podrás reconocer cuál es tu vocación en esta tierra.
Capítulo
noveno
El discernimiento
El discernimiento
278. Sobre el discernimiento en general ya me detuve en la
Exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Permítanme retomar
algunas de esas reflexiones aplicándolas al discernimiento de la propia
vocación en el mundo.
279. Recuerdo que todos, pero «especialmente los jóvenes, están
expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o
tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes
escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos
fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento»[152]. Y «esto resulta especialmente
importante cuando aparece una novedad en la propia vida, y entonces hay que
discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del
espíritu del mundo o del espíritu del diablo»[153].
280. Este discernimiento, «aunque incluya la razón y la prudencia,
las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e
irrepetible que Dios tiene para cada uno […]. Está en juego el sentido de mi
vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi
existencia que nadie conoce mejor que Él»[154].
281. En este marco se sitúa la formación de la conciencia, que
permite que el discernimiento crezca en hondura y en fidelidad a Dios: «Formar
la conciencia es camino de toda una vida, en el que se aprende a nutrir los
sentimientos propios de Jesucristo, asumiendo los criterios de sus decisiones y
las intenciones de su manera de obrar (cf. Flp 2,5)»[155].
282. Esta formación implica dejarse transformar por Cristo y al
mismo tiempo «una práctica habitual del bien, valorada en el examen de
conciencia: un ejercicio en el que no se trata sólo de identificar los pecados,
sino también de reconocer la obra de Dios en la propia experiencia cotidiana,
en los acontecimientos de la historia y de las culturas de las que formamos
parte, en el testimonio de tantos hombres y mujeres que nos han precedido o que
nos acompañan con su sabiduría. Todo ello ayuda a crecer en la virtud de la
prudencia, articulando la orientación global de la existencia con elecciones
concretas, con la conciencia serena de los propios dones y límites»[156].
Cómo discernir tu vocación
283. Una expresión del discernimiento es el empeño por reconocer
la propia vocación. Es una tarea que requiere espacios de soledad y silencio,
porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno:
«Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo,
a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio
de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el
significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las
ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios»[157].
284. Este silencio no es una forma de aislamiento, porque «hay que
recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a
escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de
maneras nuevas. Sólo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para
renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente […]. Así está
realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que
lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté
tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción
cómoda no lo reconocemos»[158].
285. Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario
hacerse varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría
ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero
tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno.
Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me
conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco
lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis
debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y
ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué
podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las
capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y
desarrollarlas?
286. Estas preguntas tienen que situarse no tanto en relación con
uno mismo y sus inclinaciones, sino con los otros, frente a ellos, de manera
que el discernimiento plantee la propia vida en referencia a los demás. Por eso
quiero recordar cuál es la gran pregunta: «Muchas veces, en la vida, perdemos
tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte
quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para
quién soy yo?”»[159]. Eres para Dios, sin duda. Pero Él
quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades,
inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros.
El llamado del Amigo
287. Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa
vocación es el llamado de un amigo: Jesús. A los amigos, si se les regala algo,
se les regala lo mejor. Y eso mejor no necesariamente es lo más caro o difícil
de conseguir, sino lo que uno sabe que al otro lo alegrará. Un amigo percibe
esto con tanta claridad que puede visualizar en su imaginación la sonrisa de su
amigo cuando abra su regalo. Este discernimiento de amistad es el que propongo
a los jóvenes como modelo si buscan encontrar cuál es la voluntad de Dios para
sus vidas.
288. Quiero que sepan que cuando el Señor piensa en cada uno, en
lo que desearía regalarle, piensa en él como su amigo personal. Y si tiene
planeado regalarte una gracia, un carisma que te hará vivir tu vida a pleno y
transformarte en una persona útil para los demás, en alguien que deje una
huella en la historia, será seguramente algo que te alegrará en lo más íntimo y
te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo. No porque lo que te
vaya a dar sea un carisma extraordinario o raro, sino porque será justo a tu
medida, a la medida de tu vida entera.
289. El regalo de la vocación será sin duda un regalo exigente.
Los regalos de Dios son interactivos y para gozarlos hay que poner mucho en
juego, hay que arriesgar. Pero no será la exigencia de un deber impuesto por
otro desde afuera, sino algo que te estimulará a crecer y a optar para que ese
regalo madure y se convierta en don para los demás. Cuando el Señor suscita una
vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a los
demás podrás llegar a ser.
290. La potencia de la vida y la fuerza de la propia personalidad
se alimentan mutuamente en el interior de cada joven y lo impulsan a ir más
allá de todo límite. La inexperiencia permite que esto fluya, aunque bien
pronto se transforma en experiencia, muchas veces dolorosa. Es importante poner
en contacto este deseo de «lo infinito del comienzo todavía no puesto a prueba»[160] con la amistad incondicional que
nos ofrece Jesús. Antes de toda ley y de todo deber, lo que Jesús nos propone
para elegir es un seguimiento como el de los amigos que se siguen y se buscan y
se encuentran por pura amistad. Todo lo demás viene después, y hasta los
fracasos de la vida podrán ser una inestimable experiencia de esa amistad que
nunca se rompe.
Escucha y acompañamiento
291. Hay sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos,
profesionales, e incluso jóvenes capacitados, que pueden acompañar a los
jóvenes en su discernimiento vocacional. Cuando nos toca ayudar a otro a
discernir el camino de su vida, lo primero es escuchar. Y esta escucha supone
tres sensibilidades o atenciones distintas y complementarias:
292. La primera sensibilidad o atención es
a la persona. Se trata de escuchar al otro que se nos está dando él
mismo en sus palabras. El signo de esta escucha es el tiempo que le dedico al
otro. No es cuestión de cantidad sino de que el otro sienta que mi tiempo es
suyo: el que él necesita para expresarme lo que quiera. Él debe sentir que lo
escucho incondicionalmente, sin ofenderme, sin escandalizarme, sin molestarme,
sin cansarme. Esta escucha es la que el Señor ejercita cuando se pone a caminar
al lado de los discípulos de Emaús y los acompaña largo rato por un camino que
iba en dirección opuesta a la dirección correcta (cf. Lc 24,13-35).
Cuando Jesús hace ademán de seguir adelante porque ellos han llegado a su casa,
ahí comprenden que les había regalado su tiempo, y entonces le regalan el suyo,
brindándole hospedaje. Esta escucha atenta y desinteresada indica el valor que
tiene la otra persona para nosotros, más allá de sus ideas y de sus elecciones
de vida.
293. La segunda sensibilidad o atención es discernidora.
Se trata de pescar el punto justo en el que se discierne la gracia o la
tentación. Porque a veces las cosas que se nos cruzan por la imaginación son
sólo tentaciones que nos apartan de nuestro verdadero camino. Aquí necesito
preguntarme qué me está diciendo exactamente esa persona, qué me quiere decir,
qué desea que comprenda de lo que le pasa. Son preguntas que ayudan a entender
dónde se encadenan los argumentos que mueven al otro y a sentir el peso y el
ritmo de sus afectos influenciados por esta lógica. Esta escucha se orienta a
discernir las palabras salvadoras del buen Espíritu, que nos propone la verdad
del Señor, pero también las trampas del mal espíritu –sus falacias y sus
seducciones–. Hay que tener la valentía, el cariño y la delicadeza necesarios
para ayudar al otro a reconocer la verdad y los engaños o excusas.
294. La tercera sensibilidad o atención se
inclina a escuchar los impulsos que el otro experimenta “hacia
adelante”. Es la escucha profunda de “hacia dónde quiere ir verdaderamente el
otro”. Más allá de lo que siente y piensa en el presente y de lo que ha hecho
en el pasado, la atención se orienta hacia lo que quisiera ser. A veces esto
implica que la persona no mire tanto lo que le gusta, sus deseos superficiales,
sino lo que más agrada al Señor, su proyecto para la propia vida que se expresa
en una inclinación del corazón, más allá de la cáscara de los gustos y
sentimientos. Esta escucha es atención a la intención última, que es la que en
definitiva decide la vida, porque existe Alguien como Jesús que entiende y
valora esta intención última del corazón. Por eso Él está siempre dispuesto a
ayudar a cada uno para que la reconozca, y para ello le basta que alguien le
diga: “¡Señor, sálvame! ¡Ten misericordia de mí!”.
295. Entonces sí el discernimiento se convierte en un instrumento
de lucha para seguir mejor al Señor[161]. De ese modo, el deseo de reconocer la
propia vocación adquiere una intensidad suprema, una calidad diferente y un
nivel superior, que responde mucho mejor a la dignidad de la propia vida.
Porque en definitiva un buen discernimiento es un camino de libertad que hace
aflorar eso único de cada persona, eso que es tan suyo, tan personal, que sólo
Dios lo conoce. Los otros no pueden ni comprender plenamente ni prever desde
afuera cómo se desarrollará.
296. Por lo tanto, cuando uno escucha a otro de esta manera, en
algún momento tiene que desaparecer para dejar que él siga ese camino que ha
descubierto. Es desaparecer como desaparece el Señor de la vista de sus
discípulos y los deja solos con el ardor del corazón que se convierte en
impulso irresistible de ponerse en camino (cf. Lc 24,31-33).
De regreso a la comunidad, los discípulos de Emaús recibirán la confirmación de
que verdaderamente ha resucitado el Señor (cf. Lc 24,34).
297. Ya que «el tiempo es superior al espacio»[162], hay que suscitar y acompañar procesos,
no imponer trayectos. Y son procesos de personas que siempre son únicas y
libres. Por eso es difícil armar recetarios, aun cuando todos los signos sean
positivos, ya que «se trata de someter los mismos factores positivos a un
cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen el uno del otro ni estén en
contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose recíprocamente. Lo mismo
puede decirse de los factores negativos: no hay que rechazarlos en bloque y sin
distinción, porque en cada uno de ellos puede esconderse algún valor, que
espera ser descubierto y reconducido a su plena verdad»[163].
298. Pero para acompañar a otros en este camino, primero necesitas
tener el hábito de recorrerlo tú mismo. María lo hizo, afrontando sus preguntas
y sus propias dificultades cuando era muy joven. Que ella renueve tu juventud
con la fuerza de su plegaria y te acompañe siempre con su presencia de Madre.
* * *
Y al final... un deseo
299. Queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido que
los lentos y temerosos. Corran «atraídos por ese Rostro tan amado, que adoramos
en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente. El
Espíritu Santo los empuje en esta carrera hacia adelante. La Iglesia necesita
su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando lleguen donde
nosotros todavía no hemos llegado, tengan paciencia para esperarnos»[164].
Loreto, junto al Santuario de la Santa Casa, 25 de marzo,
Solemnidad de la Anunciación del Señor, del año 2019, séptimo de pontificado
Francisco
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