[Chiesa/Omelie1/Quaresima/5C19CuaresmaConversiónRupturaPasadoVidaNuevaCristo]
Ø Cuaresma , 5º Domingo Año C (2019). La conversión tiene dos aspectos: ruptura con el pasado para vivir la vida nueva en Cristo. Esto aparece claramente en las tres Lecturas de hoy: A: “No recordéis las cosas pasadas, voy a realizar algo nuevo”; B: “olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta, par alcanzar el premio al que Dios nos llama”; C: “Vete y no peques más”.
v Cfr. 5º Cuaresma Ciclo C 7/04/19
- Isaías 43, 16-21; Filipenses 3, 8-14;
8, 1-11
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno
C, Piemme 1999, pp. 92-97
LA CONVERSIÓN ES RUPTURA CON EL PASADO
PARA VIVIR LA
VIDA NUEVA EN CRISTO
1. Tres contenidos de ese cambio
v A. No recordéis las cosas
pasadas, voy a realizar algo nuevo
1ª Lectura (Isaías 43,16-21):
(...) v. 18 “No recordaréis las cosas pasadas, no pensaréis
en las cosas antiguas. 19 Mirad que voy
a hacer cosas nuevas; ya despuntan ¿no
os dais cuenta? Voy a abrir camino en el
desierto, y ríos en la estepa”.
o El profeta empuja hacia algo que está naciendo - La conversión, lleva a un
corte con el pasado para emprender un nuevo camino.
·
Cfr. Ravasi o.c. p. 95: El profeta canta la vuelta del pueblo
de Israel a Jerusalén al acabar el exilio de
Babilonia; se
trata de un «segundo éxodo». El profeta recuerda en los vv. 16 y 17 el
grandioso paso del mar Rojo (Así dice el Señor, el que abrió un camino en el
mar, una senda en las aguas impetuosas ...). Ahora no pasarán de nuevo por el
Mar Rojo, sino que atravesarán el desierto para volver al hogar que abandonaron
en el 586 a .C.
con la destrucción de Jerusalén por el ejército de Babilonia, y que se prolongó
hasta el 538 a .C.
cuando Ciro el rey de Persia decretó la
liberación de los hebreos. Será una nueva liberación.
“Los hebreos de
Babilonia tienen en su pasado los fulgores de las llamas que incendiaban la
ciudad santa, los
gritos de los moribundos, la sangre de las víctimas. Ahora están a punto de
dejar la tierra del exilio donde se habían adaptado y resignado. Existe, pues,
la atracción de la nostalgia o tal vez el terror del pasado oscuro que bloquea
al hombre, haciéndolo incapaz de esperar, de aguardar, de hacer proyectos. El
profeta, sin embargo, anuncia un grande viraje, provoca un movimiento en el
cansancio y en la inercia, empuja hacia «algo nuevo» que está naciendo. La
conversión se da precisamente en el corte neto con el pasado y en el emprender
un nuevo camino. La imagen simbólica de la mujer de Lot es una lección para
muchos cristianos: volver la mirada
hacia atrás es la raíz de la muerte.”
v B. Olvidando lo que queda
atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia
la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama por Cristo Jesús.
“v.8 Considero que todo es pérdida ante la sublimidad
del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. 13 (...) 13 olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme
hacia lo que tengo por delante, 14 correr hacia la meta, par a alcanzar el
premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús”.
o Olvido lo que queda atrás mirando a Cristo Jesús: todo es pérdida
ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor
Cfr. Gianfranco Ravasi,
o.c. pp. 95-96
§ La mirada del cristiano se
alarga hacia el encuentro con Cristo, hacia la vida divina.
·
“Como
en el libro de Isaías, pasado y futuro se presentan como antítesis y se hace
una llamada para
emprender una
carrera con el fin de alcanzar el nuevo horizonte que hay de frente a nosotros.
La novedad está en la definición de la meta. Para el profeta se trataba de
volver a ocupar y habitar en la tierra de los padres. Sin embargo, para Pablo
es la patria definitiva cuya capital es la Jerusalén celeste. El cristiano, efectivamente
«no tiene aquí ciudad permanente» (Hebreos 13,14). Su mirada se alarga hacia el
encuentro con Cristo, hacia la vida divina: «que vuestra fe y vuestra esperanza
se dirijan hacia Dios» (1 Pedro 1,21)”.
o Todo es pérdida ante la nueva vida en Cristo
Cfr. Benedicto XVI, Pablo de Tarso,
apóstol por vocación, Catequesis del 25/10/2006.
·
En
estas palabras de Pablo a los Filipenses encontramos como una especie de
resumen de la vida del
Apóstol. Presenta
su vida en los vv. anteriores (3, 5-6), exponiendo los títulos por los que él
consideraba que había sido un cumplidor de la ley de Dios: “fui circuncidado al
octavo día, soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo, hijo de
hebreos, y, ante la Ley ,
fariseo; a causa del celo por ella, perseguidor de la Iglesia. En lo que se refiere a
la justicia de la Ley ,
llegué a ser irreprochable”. Como se ve, Pablo hace una lista de
características religiosas que le autorizan en el judaísmo para estar orgulloso
de su situación ante Dios y seguro. Hasta tal punto que cuando encuentra a la
comunidad de cristianos que se profesaban discípulos de Jesús que no ponían “en
el centro la Ley
de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le
atribuía la remisión de los pecados” como judío celoso que era “consideraba
este mensaje inaceptable, es más, escandaloso, y sintió el deber de perseguir a
los seguidores de Cristo incluso fuera de Jerusalén”
·
“Sin embargo - añade en los vv. siguientes (7-11) – cuanto era para mí
ganancia, por Cristo lo considero
como pérdida. Es
más, considero que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de
Cristo Jesús, Mi señor”. Y especifica: “todas las cosas son basura con tal de
ganar a Cristo y vivir en Él” meta que se consigue no por las obras de la Ley sino por la fe en Cristo;
y también precisará que lo importante es conocer a Cristo y la fuerza de su
resurrección, participando en sus padecimientos y asemejándonos a Él en su
muerte par alcanzar la resurrección de los muertos.
o “Alcanzado” por Cristo Jesús
Cfr.
Benedicto XVI, ibidem
Pablo
explica esa conversión a Cristo con una expresión que encontramos en el v. 12
de la Carta a
los Filipenses, que hemos leído hoy. Pablo afirma que él fue «alcanzado
por Cristo Jesús». Así
comenta este hecho Benedicto XVI:
§ La conversión no es fruto de bonitos pensamientos, sino de una
intervención divina.
“Precisamente, en el camino hacia Damasco, a
inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue « alcanzado por
Cristo Jesús» (Filipenses 3, 12). Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia
de detalles --la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando
fundamentalmente toda su vida-- en sus cartas él va directamente a lo esencial
y habla no sólo de una visión (Cf. 1 Corintios 9,1), sino de una iluminación
(Cf. 2 Corintios 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el
encuentro con el Resucitado (Cf. Gálatas 1, 15-16). De hecho, se definirá
explícitamente «apóstol por vocación» (Cf. Romanos 1, 1; 1 Corintios 1, 1) o
«apóstol por voluntad de Dios» (2 Corintios 1, 1; Efesios 1,1; Colosenses 1,
1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de bonitos
pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una intervención divina, de una
gracia divina imprevisible. A partir de entonces, todo lo que antes constituía
para él un valor se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y
basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías
al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se
convertirá en la de un apóstol que quiere «hacerse todo a todos» (1 Corintios
9,22) sin reservas.
§ Esta vida nueva en Cristo es la vida característica de los
discípulos de Cristo, meta a la que lleva la conversión. La identidad del
cristiano se caracteriza esencialmente
por el encuentro, por la comunión con Cristo y su Palabra.
Lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a
Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el
encuentro
Benedicto XVI, Pablo de Tarso, apóstol por vocación, Catequesis del 25/10/2006:
“De aquí se
deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el
centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se
caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su
Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado y purificado de
posibles escorias. Otra lección fundamental dejada por Pablo es el horizonte
espiritual que caracteriza a su apostolado. Sintiendo agudamente el problema de
la posibilidad para los gentiles, es decir, los paganos, de alcanzar a Dios,
que en Jesucristo crucificado y resucitado ofrece la salvación a todos los
hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este Evangelio, literalmente
«buena noticia», es decir, el anuncio de gracia destinado a reconciliar al
hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. Desde el primer momento había
comprendido que ésta es una realidad que no afectaba sólo a los judíos, a un
cierto grupo de hombres, sino que tenía un valor universal y afectaba a todos”.
o ¿Cómo tiene lugar el encuentro de un ser humano con Cristo? Hay
dos momentos
Cfr. Benedicto XVI, Pablo: Jesucristo, centro de su vida,
Catequesis del 8/11/2006
§ Primer momento: somos justificados por el don de la gracia de
Dios, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús; una nueva
orientación: vivo la vida en la fe del Hijo de Dios.
“En primer lugar, Pablo nos ayuda a comprender el valor fundamental e insustituible de la
fe. En la Carta
a los Romanos escribe: «Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin
las obras de la ley» (3, 28). Y en la
Carta a los Gálatas: «el hombre no se justifica por las obras
de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, por eso nosotros hemos creído en
Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por
las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado»
(2,16). «Ser justificados» significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos
por la justicia misericordiosa de Dios, y entrar en comunión con Él, y por
tanto poder establecer una relación mucho más auténtica con todos nuestros
hermanos: y esto en virtud de un perdón total de nuestros pecados. Pues bien,
Pablo dice con toda claridad que esta
condición de vida no depende de nuestras posibles buenas obras, sino de la pura
gracia de Dios: «Somos justificados por el don de su gracia, en virtud de
la redención realizada en Cristo Jesús» (Romanos 3, 24).
Con estas palabras, san Pablo expresa el contenido fundamental de su conversión,
la nueva dirección que tomó su vida como resultado de su encuentro con Cristo
resucitado. Pablo, antes de la
conversión, no era un hombre alejado de Dios ni de su Ley. Por el contrario,
era un observante, con una observancia que rayaba en el fanatismo. Sin embargo,
a la luz del encuentro con Cristo
comprendió que con ello sólo se había buscado hacerse a sí mismo, su propia
justicia, y que con toda esa justicia sólo había vivido para sí mismo. Comprendió que su vida necesitaba
absolutamente una nueva orientación. Y esta nueva orientación la expresa
así: «la vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2, 20).
Pablo, por tanto, ya no
vive para sí mismo, para su propia justicia. Vive de
Cristo y con Cristo: dándose a sí mismo; ya no se busca ni se hace a sí mismo.
Esta es la nueva justicia, la nueva orientación que nos ha dado el Señor, que
nos da la fe. ¡Ante la cruz de Cristo, expresión máxima se su entrega, ya no
hay nadie que pueda gloriarse de sí, de su propia justicia! En otra ocasión,
Pablo, haciendo eco a Jeremías, aclara su pensamiento: «El que se gloríe,
gloríese en el Señor» (1 Corintios 1, 31; Jeremías 9,22s); o también: «En
cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado
para el mundo!» (Gálatas 6,14).”
§ Segundo momento/elemento de la vida cristiana: revestirse de
Cristo y entregarse a Cristo, para participar en la vida del mismo Cristo,
compartiendo así también su muerte.
“Al reflexionar sobre lo que quiere decir no
justificarse por las obras sino por la fe, hemos llegado al segundo elemento
que define la identidad cristiana descrita por san Pablo en su propia vida.
Identidad cristiana que se compone precisamente de dos elementos: no buscarse a
sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, y de este modo
participar personalmente en la vida del mismo Cristo hasta sumergirse en Él y
compartir tanto su muerte como su vida”.
Bautizados en Cristo: muertos al pecado y vivos para
Dios.
“Pablo lo escribe en la Carta a los Romanos: «Fuimos
bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte… Fuimos con él
sepultados… somos una misma cosa con él… Así también vosotros, consideraos como
muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6, 3.4.5.11).
Precisamente esta última expresión es sintomática: para Pablo, de hecho, no es
suficiente decir que los cristianos son bautizados, creyentes; para él es igualmente importante decir que
ellos «están en Cristo Jesús» (Cf. también Romanos 8,1.2.39; 12,5;
16,3.7.10; 1 Corintios 1, 2.3, etcétera).
En otras ocasiones invierte los términos y escribe que
«Cristo está en nosotros/vosotros» (Romanos 8,10; 2 Corintios 13,5) o «en mí»
(Gálatas 2,20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano,
característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe,
de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre
nosotros y Él. Pero, según Pablo, la
vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico»,
pues comporta ensimismarnos en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el
apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los «sufrimientos de
Cristo en nosotros» (2 Corintios 1, 5), de manera que «llevamos siempre en
nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Corintios 4,10)”.
§ La fe: a) actitud constante de humildad ante Dios, de adoración y
de alabanza; b) la radical pertenencia a Cristo infunde una actitud de total
confianza y de inmensa alegría.
“Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida
cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran
horizonte espiritual. Por una parte,
la fe debe mantenernos en una actitud constante de humildad ante Dios, es más,
de adoración y de alabanza en relación con Él. De hecho, lo que somos como
cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede
tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el
homenaje que le rendimos a Él. Ningún
ídolo tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en
vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de
esclavitud humillante. Por otra parte,
nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que «estamos en Él» tiene
que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.
En definitiva, tenemos que
exclamar con san Pablo:
«Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8, 31). Y la
respuesta es que nada ni nadie «podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8,39). Nuestra vida cristiana, por
tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella
sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el apóstol: «Todo lo
puedo en Aquel que me conforta» (Fi1ipenses 4,13).
Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus
alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos
ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el
mismo apóstol escribe: «yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy
convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día», es
decir, hasta el día definitivo (2 Timoteo 1,12) de nuestro encuentro con
Cristo, juez, salvador del mundo y nuestro”.
v C. “Vete y a partir de ahora no
peques más”.
En el evangelio (Juan 8,1-11):
“9 quedó Jesús solo, y la mujer, de pie, en medio. 10
Jesús se incorporó y le dijo: «Mujer,
¿dónde están? 11 ¿Ninguno te ha condenado?» Ella respondió: «Ninguno, Señor».
Le dijo Jesús: «Tampoco yo te condeno. Vete y a partir de ahora no peques más».
o Vete y no peques más: el contraste entre el pasado y el futuro.
hoy no peques más”
Ravasi o.c. p. 96: “También en este caso tenemos
un contraste entre el pasado y el futuro. La mujer tiene un pasado con un
asunto de adulterio, el trauma de haber sido cogida en flagrante, el riesgo –
apenas evitado – de la muerte por lapidación. Jesús le da una mano para salir
del abismo y avanzar hacia el futuro de la pureza, de la vida nueva, del amor
fiel. Para la mujer se abre delante un nuevo itinerario hacia el que se
encamina, acompañada por la salvación que Cristo le ha ofrecido.
La conversión, tema típico de la cuaresma, es
en toda la Biblia
un cambio de ruta, una separación del pasado tenebroso, una laceración de una
historia precedente de pecado. La religión de Homero era sustancialmente una
vuelta al pasado: Itaca es en cierto
sentido el símbolo de la edad de oro hacia la cual nos devuelven con nostalgia
los mitos griegos. La religión bíblica, por el contrario, es un camino hacia el
futuro, hacia los desconocido luminoso del Reino de Dios che está «germinando» ya ahora pero que brotará en el «después», en la plenitud.
Salgamos pues de nuestro caparazón, hecho de
hábitos y de vicios; abandonemos la oscuridad en la que nos encontramos;
busquemos el camino de la luz y de la vida, mucho más exigente y severo, pero
también mucho más apasionante. Ciertamente, el miedo de lo nuevo está siempre
emboscado, como se dice en el «Taller del orfebre», el drama juvenil de K.
Wojtyla, el futuro Juan Pablo II: «No hay esperanza sin miedo y miedo sin
esperanza». Sin embargo nunca estaremos solos en el camino de la conversión:
«No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para salvarte» (Jeremías 1,8)”.
2. Aspectos de la conversión y de la
justificación en el Catecismo de la Iglesia Católica.
- n. 1490: El movimiento de retorno a
Dios, llamado conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados
cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto, mira al pasado y al
futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.
- n. 2018: La justificación, como la conversión,
presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado,
acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto.
- n.
1989: La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que
obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio:
«Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca» (Mt 4, 17). Movido por la
gracia, el hombre se vuelve a
Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia
de lo alto. «La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la
santificación y la renovación del hombre interior» (Cc. de Trento: DS 1528).
- n. 1990: La justificación arranca al hombre del
pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la
iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al
hombre con Dios, libera de la
servidumbre del pecado y sana.
- n. 1991: La justificación es, al mismo tiempo,
acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La justicia designa
aquí la rectitud del amor divino. Con la
justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la
esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad
divina.
- n. 1995: El Espíritu Santo es el
maestro interior. Haciendo nacer al
«hombre interior» (Romanos 7, 22; Ef 3, 16), la justificación implica la
santificación de todo el ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros
miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofreced
los igualmente ahora a la justicia para la santidad... al presente, libres del
pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida
eterna (R0manos 6, 19. 22).
- n. 1996: Nuestra justificación es obra
de la gracia de Dios. La gracia es el
favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (Cf
Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (Cf Rm 8, 14-17), partícipes de la
naturaleza divina (Cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (Cf Jn 17, 3).
- n. 2019: La justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación
y la renovación del hombre interior.
3. La conversión lleva a una
vida de comunión con Dios en Cristo y
con los otros.
Catechismo degli adulti – Conferenza Episcopale Italiana, Editrice Vaticana
–
v La purificación no es hacer el vacío o anularnos,
sino adquirir el dominio de sí para conformarnos cada vez más a Cristo
crucificado y resucitado.
·
cfr. CdA, 948: Este trabajo
complejo y paciente de purificación va hacia una progresiva
unificación
y dilatación interior. No se trata de hacer el vacío o de anularnos a nosotros
mismos, como en el caso de las tradiciones ascéticas orientales, sino de adquirir el dominio de si, para ser
realmente libres de consagrarnos a Dios y a los hermanos, para conformarnos
cada vez más a Cristo crucificado y resucitado.
o Porque la caridad, el amor de Dios, tiene unos frutos.
La caridad no nos hace
indiferentes, sino capaces de querer a todos
apasionadamente en Dios; no nos sustrae a la historia, sino que nos sumerge
en ella. Por esto junto a la oración y a
la disciplina ascética, tenemos que cultivar una actitud de acogida y de
dedicación al prójimo. De aquí la
necesidad de gestos frecuentes y generosos de amable atención, de servicio, de comparticipación
y de perdón. El crecimiento en la caridad es don del Espíritu Santo; pero
nosotros tenemos que disponernos a ella con adecuados actos de amor y con el
ejercicio cada vez más exigente de las virtudes humanas, que da consistencia y
cuerpo a la caridad. La santidad cristiana se encarna en lo concreto de la vida
cotidiana. Lleva a hacer bien todo lo que se hace, a concentrarse en el momento
presente, a no acostumbrarse a las cosas ordinarias. Una gran santidad puede
madurar a través las pequeñas cosas de
cada día.
o Quien se convierte se abre a la armonía con Dios, con los demás y
con las cosas.
§ Zaqueo.
·
n. [143] Quién se convierte, se abre a la comunión: halla la armonía
con Dios, consigo mismo,
con los otros
y con las cosas; redescubre un bien originario, que estaba desde siempre en el
fondo. Zaqueo, jefe de los recaudadores de los impuestos en Jericó, no había
hecho otra cosa que acumular riquezas,
explotando a la gente y atrayendo sobre
sí la execración de parte de todos. Cuándo Jesús se muestra como amigo suyo y
va a cena con él, empieza a ver la vida con ojos nuevos: "Señor, yo doy la
mitad de mis bienes a los pobres; y si he defraudado a alguien, le devuelvo
cuatro veces más" (Lc 19,8). Zaqueo tiene que renunciar, al menos en
parte, a sus riquezas; pero no se trata de una pérdida. Sólo ahora, por primera
vez, está realmente contento, porque se siente renacer como hijo de Dios y como
hermano entre los hermanos.
o La belleza y el atractivo del reino de Dios permiten cumplir con
alegría las renuncias y las fatigas más arduas.
§ El jornalero agrícola y el mercante que encuentra una perla de
gran valor.
La
belleza y el atractivo del reino de Dios permiten cumplir con alegría las
renuncias y las fatigas más arduas. El jornalero agrícola que ha ido a trabajar
por una jornada, y zapando ha
descubierto un tesoro, corre para vender todos sus haberes y para adquirir el
campo y, por lo tanto, para apoderarse del tesoro; el mercante, que ha
encontrado una perla de gran valor, vende todo lo que posee para poderla
comprar. El discípulo, que ha tomado sobre si el "yugo" de Jesús, lo
lleva cómodamente, como una "carga ligera" (Mt 11,29-30). Las
renuncias que Jesús pide, soy en realidad una liberación para crecer, para ser
más. El sacrificio es camino para la verdadera libertad, en la comunión con
Dios y con los otros. Quien reconoce a Dios como Padre y hace su voluntad,
experimenta enseguida su reinado y recibe energías para una moralidad más alta, para vivir una historia
diferente, personal y comunitaria, que tiene como meta la vida eterna.
o Convertirse comporta renuncias, pero abre a una vida más honda, de
comunión con Dios y con los otros
·
n. [144] El reino de Dios llega a nosotros como un regalo, pero pide nuestra libre cooperación;
la buena
noticia se convierte en nosotros como realidad experimentada, si acogemos la
llamada de Jesús: "Convertíos y creed en el evangelio" (Mc 1,15).
Convertirse significa asumir un nuevo modo de pensar y de actuar; también
comporta renuncias, pero abre una vida más verdadera y más bonita, de comunión
con Dios y con los otros.
4. Otros textos recientes de
BXVI sobre la conversión como camino hacia Dios y hacia los otros.
v La conversión a Dios permite mirar con nuevos ojos a los hermanos
y a sus necesidades
Miércoles de Ceniza, 1 marzo
2006 Audiencia de Benedicto XVI
Cfr.
[Chiesa/Testi/Quaresima/CuaresmaCenizas06 BXVIAudiencia]
o El camino cuaresmal, al acercarnos a Dios, nos permite mirar con
nuevos ojos a los hermanos y a sus necesidades, asumiendo la actitud de la compasión y de la misericordia del Señor.
El camino cuaresmal, al
acercarnos a Dios, nos permite mirar con nuevos ojos a los hermanos y a sus
necesidades. Quien comienza a ver a Dios, a contemplar el rostro de Cristo, ve
con otros ojos al hermano, descubre al hermano, su bien, su mal, sus
necesidades. Por este motivo, la
Cuaresma , como tiempo de escucha de la verdad, es un momento
propicio para convertirse al amor, pues la verdad profunda, la verdad de Dios,
es al mismo tiempo amor. Un amor que sepa asumir la actitud de compasión y de
misericordia del Señor, como he querido recordar en el Mensaje para la
Cuaresma, que tiene por tema las palabras del Evangelio: «Al ver Jesús a
las gentes se compadecía de ellas» (Mateo 9, 36).
Consciente de su misión en el mundo,la Iglesia
no deja de proclamar el amor misericordioso de Cristo, que sigue dirigiendo la
mirada conmovida a los hombres y los pueblos de todos los tiempos: «Ante los
terribles desafíos de la pobreza de gran parte de la humanidad --escribía en el
citado Mensaje cuaresmal--, la indiferencia y el encerrarse en el propio
egoísmo aparecen como un contraste intolerable frente a la ”mirada” de Cristo.
El ayuno y la limosna, que, junto con la oración, la Iglesia propone de modo
especial en el período de Cuaresma, son una ocasión propicia para conformarnos
con esa “mirada”» (párrafo 3), la mirada de Cristo, y para vernos a nosotros
mismos, a la humanidad, a los demás, con su mirada. Con esto espíritu, entramos
en el clima austero y orante de la
Cuaresma , que es precisamente un clima de amor por el
hermano.
Consciente de su misión en el mundo,
v La conversión es proceso constante en nuestra vida de cambio interior y de avance en el
conocimiento y en el amor de Cristo.
Cfr. Benedicto XVI ,Audiencia general de
este miércoles 21 febrero, dedicada al Miércoles de Ceniza.
[Chiesa/Testi/Quaresima/Mercoledì
Ceneri/ AvanceConocimientoAmorCristoMiercCeniz07BXVI]
o Se trata de un proceso constante: el camino interior de toda
nuestra vida. Este itinerario de conversión
evangélica no puede limitarse a un período particular del año: es un camino de
todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra
vida.
La Cuaresma es una oportunidad para «volver a
ser» cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de
avance en el conocimiento y en el amor de Cristo. La conversión no tiene lugar
nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda
nuestra vida. Ciertamente este itinerario de conversión evangélica no puede
limitarse a un período particular del año: es un camino de todos los días, que
tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.
Desde este punto de vista, para cada
cristiano y para todas las comunidades eclesiales, la Cuaresma es la estación
espiritual propicia para entrenarse con mayor tenacidad en la búsqueda de Dios,
abriendo el corazón a Cristo.
o El deseo de acercarnos a Dios y de dejar entrar a Dios en nuestro
ser que lleva a rechazar el mal y a realizar el bien.
San Agustín dijo en una ocasión que nuestra
vida es un ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de
dejar entrar a Dios en nuestro ser. «Toda la vida del cristiano fervoroso
--dice-- es un santo deseo». Si esto es así, en Cuaresma se nos invita aún más
a arrancar «de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón
en el deseo, es decir, en el amor de Dios. «Dios --dice san Agustín-- es todo
lo que deseamos» (Cf. «Tract. in Iohn.», 4). Y esperamos que realmente
comencemos a desear a Dios, y de este modo desear la verdadera vida, el amor
mismo y la verdad.
Es particularmente oportuna la
exhortación de Jesús, referida por el evangelista Marcos: «Convertíos y creed
en la Buena Nueva »
(Cf. Marcos 1, 15). El deseo sincero de Dios nos lleva a rechazar el mal y a
realizar el bien. Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de
Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido: nuestra
felicidad consiste en permanecer en Él (Cf. Juan 15, 3). Por este motivo, Él
mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de
conversión.
o Convertirse no es un esfuerzo para realizarse uno mismo, porque el
ser humano no es el arquitecto del propio destino, porque dependemos totalmente
de Dios.
Pero, ¿qué es en realidad convertirse?
Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las
enseñanzas de su Hijo, Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para
realizarse uno mismo, porque el ser humano no es el arquitecto del propio
destino. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la
autorrealización es una contradicción y es demasiado poco para nosotros.
Tenemos un destino más alto. Podríamos decir que la conversión consiste
precisamente en no considerarse en «creadores» de sí mismos, descubriendo de
este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.
Conversión consiste en aceptar
libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero
Creador, que dependemos del amor. Esto no es dependencia, sino libertad.
Convertirse significa, por tanto, no perseguir el éxito personal, que es algo
que pasa, sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y
confianza al Señor para que Jesús se convierta para cada uno, como le gustaba
decir a la beata Teresa de Calcuta, en «mi todo en todo». Quien se deja
conquistar por él no tiene miedo de perder la propia vida, porque en la Cruz Él nos amó y se entregó
por nosotros. Y precisamente, al perder por amor nuestra vida, la volvemos a
encontrar.
v Volver a la amistad con Dios
Benedicto XVI: Homilía en la misa
del Miércoles de Ceniza, en la basílica de Santa Sabina, el miércoles de
ceniza, 21 febrero 2007 - [MercoledíCeneri/ConversiónAmistadDiosCambioInteriorPrecariedad
BXVI]
o No dudemos en volver a la amistad con Dios perdida al pecar; al
encontrarnos con el Señor experimentamos la alegría del perdón.
"Convertíos a mí de todo
corazón, con ayuno, con llanto, con luto". Con estas palabras comienza la
primera lectura, tomada del libro del profeta Joel (Joel 2, 12). Los
sufrimientos, las calamidades que afligían en ese período a la tierra de Judá
impulsan al autor sagrado a invitar al pueblo elegido a la conversión, es
decir, a volver con confianza filial al Señor, rasgando el corazón, no las
vestiduras. En efecto, Dios —recuerda el profeta— "es compasivo y
misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las
amenazas" (Joel 2, 13).
La invitación que el profeta Joel dirige a sus
oyentes vale también para nosotros, queridos hermanos y hermanas. No dudemos en
volver a la amistad de Dios perdida al pecar; al encontrarnos con el Señor,
experimentamos la alegría de su perdón. Así, respondiendo de alguna manera a
las palabras del profeta, hemos hecho nuestra la invocación del estribillo del
Salmo responsorial: "Misericordia, Señor: hemos pecado". Proclamando
el salmo 50, el gran salmo penitencial, hemos apelado a la misericordia divina;
hemos pedido al Señor que la fuerza de su amor nos devuelva la alegría de su
salvación.
o Cristo hace posible la auténtica reconciliación; la cruz y
resurrección de Cristo son “día de salvación”.
Con este espíritu, iniciamos el tiempo
favorable de la Cuaresma ,
como nos recordó san Pablo en la segunda lectura, para reconciliarnos con Dios
en Cristo Jesús. El Apóstol se presenta como embajador de Cristo y muestra
claramente cómo, en virtud de él, se ofrece al pecador, es decir, a cada uno de
nosotros, la posibilidad de una auténtica reconciliación. "Al que no había
pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a
él, recibamos la justificación de Dios" (2 Co 5, 21). Sólo Cristo puede
transformar cualquier situación de pecado en novedad de gracia.
Precisamente por eso asume un fuerte impacto
espiritual la exhortación que san Pablo dirige a los cristianos de Corinto:
"En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Co
5, 20) y también: "Mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la
salvación" (2 Co 6, 2).
Mientras que el profeta Joel hablaba del
futuro día del Señor como de un día de juicio terrible, san Pablo, refiriéndose
a la palabra del profeta Isaías, habla de "momento favorable", de
"día de la salvación". El futuro día del Señor se ha convertido en el
"hoy". El día terrible se ha transformado en la cruz y en la
resurrección de Cristo, en el día de la salvación. Y hoy es ese día, como hemos
escuchado en la aclamación antes del Evangelio: "Escuchad hoy la voz del
Señor, no endurezcáis vuestro corazón". La invitación a la conversión, a
la penitencia, resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco nos acompañe en
todos los momentos de nuestra vida.
Vida
Cristiana
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