(Omelie1/Pasqua/6ºPascuaC19EspírituSantoLuzCorazonesConciencias]
Ø Domingo 6º
de Pascua (2019), Ciclo C. El
Espíritu Santo y los corazones, es decir, las conciencias.
El Espíritu Santo nos
da a conocer el contenido del mensaje de Cristo. Importancia de la conciencia,
«propiedad clave de las personas» para percibir con profundidad la doctrina de
Cristo, que afecta también al conocimiento
del misterio del hombre, de su dignidad y de su capacidad para ser
libre. La fatiga de la conciencia y la maduración de su responsabilidad; su
purificación.
v
Cfr. 6º Pascua Ciclo C 26 mayo
2019 - Hechos 5, 1-2. 22-29; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 Apocalipsis 21,10-14. 22-23; Juan 14, 23-29
Juan 14, 23-29: 23 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y
haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que
escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he hablado todo
esto estando con vosotros, 26 pero
el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él
os lo enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho. 27 La paz os dejo, mi paz os doy;
no os la doy yo como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vosotros". Si me amarais, os alegraríais de que vaya al
Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que
suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
El Espíritu Santo os lo
enseñará todo
y os recordará todas las
que os he dicho
(Evangelio de hoy, Juan 14, 26)
El Espíritu Santo es luz
de los corazones, es decir, de las conciencias
(Cfr. San Juan Pablo
II, Enc. Dominum et vivificantem, n.
42)
A) El Espíritu Santo y la conciencia del hombre
o 1.
El Espíritu Santo es luz de los corazones, es decir, de las conciencias
Cfr. Juan Pablo II, Encíclica
Dominum et vivificantem, n. 42:
“Convirtiéndose
en « luz de los corazones » (Cf. Secuencia Veni,
Sancte Spiritus), es decir de las conciencias, el Espíritu Santo «
convence en lo referente al pecado », o sea hace conocer al hombre su
mal y, al mismo tiempo, lo orienta hacia el bien. Merced a la
multiplicidad de sus dones por lo que es invocado como el portador « de los
siete dones », todo tipo de pecado del hombre puede ser vencido por el poder
salvífico de Dios. En realidad —como dice San Buenaventura— « en virtud de los
siete dones del Espíritu Santo todos los males han sido destruidos y todos los
bienes han sido producidos » (S.
Buenaventura, De septem donis Spiritus Sancti, Collatio II, 3: Ad
Claras Aquas, V, 463).
Bajo el influjo del Paráclito se realiza, por lo
tanto, la conversión del corazón humano, que es
condición indispensable para el perdón
de los pecados. Sin una verdadera conversión, que implica
una contrición interior y sin un
propósito sincero y firme de enmienda, los pecados quedan «
retenidos », como afirma Jesús, y con
El toda la Tradición del Antiguo y del Nuevo Testamento. En
efecto, las primeras palabras
pronunciadas por Jesús al comienzo de su ministerio, según
el Evangelio de Marcos, son
éstas: «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Marcos 1,15). La
confirmación de esta exhortación es el
« convencer en lo referente al pecado » que el Espíritu Santo
emprende de una manera nueva en virtud
de la Redención, realizada por la Sangre del Hijo del
hombre. Por esto, la Carta a
los Hebreos dice que esta « sangre purifica nuestra conciencia» (Cf.
Hebreos 9,14). Esta sangre, pues, abre al
Espíritu Santo, por decirlo de algún modo, el camino
hacia la intimidad del hombre, es decir
hacia el santuario de las conciencias humanas”.
Hay una relación estrecha
entre la conciencia y el Espíritu Santo. Él habla a todo ser razonable a través
o 2.
La conciencia es “la propiedad clave del sujeto personal”.
Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n.
43: “El Concilio Vaticano II ha
recordado la
enseñanza católica sobre la
conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en particular, de la
dignidad de la persona humana. Precisamente la
conciencia decide de manera específica sobre esta dignidad. En efecto, la
conciencia es « el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre », en el que ésta se siente a solas con
Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo. Esta voz dice claramente a «
los oídos de su corazón advirtiéndole
... haz esto, evita aquello ». Tal capacidad de mandar el bien y prohibir el
mal, puesta por el Creador en el corazón del hombre, es la propiedad clave del sujeto personal”.
§ La
importancia de esta propiedad del ser humano se deduce de que los
desequilibrios que encontramos en el mundo están conectados con los
desequilibrios en el corazón humano, en la conciencia.
Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, n.
44. Las
raíces del pecado están en el corazón
del hombre:
“De este modo se llega a la demostración
de las raíces del pecado que están en el interior del hombre, como pone en
evidencia la misma Constitución pastoral: « En verdad, los desequilibrios que
fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en
el propio interior del hombre. Como criatura, el hombre experimenta múltiples
limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una
vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que
renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo ».(Const.
past. Gaudium et spes, 10) El texto conciliar se refiere aquí a las conocidas
palabras de San Pablo.( Cf. Rom 7, 14-15.19)”.
A este propósito no podemos
olvidar los condicionamientos de la conciencia, condicionamientos que
afectan a su capacidad para conocer la realidad y para ser libres: la salud, la enfermedad,
los hábitos, el temperamento, la ignorancia, las pasiones, las dificultades
patológicas, la violencia, etc. Por ello
se ha hablado de la “fatiga” de la conciencia para discernir el bien y para reconocer
que a menudo cuesta mucho ver el mal que
hay en uno mismo. (cfr. Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 45).
o 3.
La maduración de las conciencias es una “revolución” no ideológica sino
espiritual, que requiere infinita paciencia y tiempos quizás muy largos.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Santa
María, Madre de Dios, 42 Jornada Mundial de la Paz , 1 de enero de 2009
La historia terrena de Jesús, que culminó en el
misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una
nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una "revolución" pacífica,
siempre y sólo con la gracia de Cristo.
Esta revolución no es ideológica, sino
espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia,
tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más
difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias.
“El
concilio Vaticano II dijo, a este respecto, que "el Hijo de Dios, con su
encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes,
22). Esta unión ha confirmado el plan original de una humanidad creada a
"imagen y semejanza" de Dios. En realidad, el Verbo encarnado es la
única imagen perfecta y consustancial del Dios invisible. Jesucristo es el
hombre perfecto. "En él —afirma asimismo el Concilio— la naturaleza humana
ha sido asumida (...); por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una
dignidad sublime" (ib.). Por esto, la historia terrena de Jesús, que
culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró
realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una
"revolución" pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo. Esta
revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por
eso requiere infinita paciencia, tiempos quizás muy largos, evitando todo atajo
y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad
en las conciencias”.
o 4.
La formación de la conciencia es hoy día una empresa difícil, delicada e
imprescindible.
Cfr. Benedicto XVI, Discurso a los
participantes en la
Asamblea General de la Academia
Pontificia
para la Vida –
24 febrero 2007
La formación de una conciencia verdadera, por estar
fundada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dictámenes, sin
contradicciones, sin traiciones y sin componendas, es hoy una empresa difícil y
delicada, pero imprescindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada
por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la secularización
llamada post-moderna y marcada por formas discutibles de tolerancia, no sólo
aumenta el rechazo de la tradición cristiana, sino que se desconfía incluso de
la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja
del gusto de la reflexión.
Según algunos, incluso la conciencia individual, para ser
libre, debería renunciar tanto a las referencias a las tradiciones como a las
que se fundamentan en la razón. De esta forma la conciencia, que es acto de la
razón orientado a la verdad de las cosas, deja de ser luz y se convierte en un
simple telón de fondo sobre el que la sociedad de los medios de comunicación
lanza las imágenes y los impulsos más contradictorios.
Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento
de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante
los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para
alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta
delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los
apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus
fieles.
Por lo que atañe a la conciencia cristiana, a su
crecimiento y a su alimento, no podemos contentarnos con un fugaz contacto con
las principales verdades de fe en la infancia; es necesario también un camino
que acompañe las diversas etapas de la vida, abriendo la mente y el corazón a
acoger los deberes fundamentales en los que se basa la existencia tanto del
individuo como de la comunidad.
Sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender
los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se
podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la
responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Si
falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la
capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia
de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar
y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad.
Ciertamente, es necesario hablar de los criterios morales
que conciernen a estos temas con profesionales, médicos y juristas, para
comprometerlos a elaborar un juicio competente de conciencia y, si fuera el
caso, también una valiente objeción de conciencia, pero en un nivel más básico
existe esa misma urgencia para las familias y las comunidades parroquiales, en
el proceso de formación de la juventud y de los adultos.
o 5.
Es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la
corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la
vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y
precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios.
Cfr. Benedicto XVI, Discurso a
los participantes en la
Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida – 24 febrero 2007
Bajo este aspecto, junto con la formación cristiana, que
tiene como finalidad el conocimiento de la persona de Cristo, de su palabra y
de los sacramentos, en el itinerario de fe de los niños y de los adolescentes
es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la
corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la
vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y
precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. En este
campo específico, la labor de los sacerdotes deberá ser oportunamente apoyada
por el compromiso de educadores laicos, incluyendo especialistas, dedicados a
la tarea de orientar las realidades eclesiales con su ciencia iluminada por la
fe.
B. El Espíritu Santo seguirá inspirando la predicación del Evangelio de
salvación y ayudará a conocer el contenido del mensaje de Cristo y el misterio
del hombre.
o 1.
El Espíritu Santo ayudará a comprender el justo significado del contenido del
mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en
medio de las condiciones y circunstancias mudables.
Juan Pablo II, Encíclica Dominum et vivificantem, 4: “Poco después del citado anuncio, añade Jesús:
«Pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo he dicho ». (Juan 14, 26)) El Espíritu Santo será
el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia, siempre presente en medio de
ellos—aunque invisible—como maestro de la misma Buena Nueva que Cristo anunció.
Las palabras « enseñará » y « recordará » significan no sólo que el Espíritu, a
su manera, seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino
que también ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje
de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las
condiciones y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la
Iglesia perdure siempre la misma verdad que
los apóstoles oyeron de su Maestro.
o 2.
El Espíritu Santo no sólo da luz para conocer el contenido del mensaje de
Cristo, la persona y la obra de Jesús, las cosas de Dios (cfr. 1 Corintios 2,
10-12) y nos abre la inteligencia para comprender las Escrituras (cfr. Lucas
24, 45), también nos hace conocer el misterio del hombre: ilumina nuestro
destino, nos hace conocer la esperanza a la que hemos sido llamados …
Benedicto XVI, Jornada Mundial de la Juventud,
en Australia, 20 de julio de 2008.
§ Fortalecida
por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de
cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que sea acogida la vida; en el que
el amor no sea ambicioso o egoísta.
Fortalecida
por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de
cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la
vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como
una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea
ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los
otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y
belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la
superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y
envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está
pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de
atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para
toda la humanidad.
El mundo y la Iglesia tienen
necesidad de renovación.
El
mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades,
junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un
vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación.
¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos (cf. Jr
2,13) en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que
sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y liberador que el Evangelio
lleva consigo: él revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen
y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de
encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre,
la verdad sobre la vida.
o 3.
El descubrimiento de la belleza de la tierra y el del hombre.
Cfr. Benedicto XVI, en la Jornada
Mundial de la Juventud en Australia, el 17 de julio de 2008.
§ El
descubrimiento de las bellezas naturales.
Hoy me toca a mí. Para
algunos puede parecer que, viniendo aquí, hemos llegado al fin del mundo.
Ciertamente, para los de
vuestra edad cualquier viaje en avión es una perspectiva excitante. Pero para
mí, este vuelo ha sido en cierta medida motivo de aprensión. Sin embargo, la
vista de nuestro planeta desde lo alto ha sido verdaderamente magnífica. El
relampagueo del Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la
exuberante selva de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre
el que surge y se pone el sol, el majestuoso esplendor de la belleza natural de
Australia, todo eso que he podido disfrutar durante dos días, suscita un
profundo sentido de temor reverencial. Es como si uno hojeara rápidamente
imágenes de la historia de la creación narrada en el Génesis: la luz y las
tinieblas, el sol y la luna, las aguas, la tierra y las criaturas vivientes.
Todo eso es «bueno» a los ojos de Dios (cf. Gn 1, 1-2. 2,4). Inmersos en tanta
belleza, ¿cómo no hacerse eco de las palabras del Salmista que alaba al
Creador: «!Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2)?
§ El
descubrimiento del hombre, creado a imagen
y semejanza de Dios.
Pero
hay más, algo difícil de ver desde lo alto de los cielos: hombres y mujeres
creados nada menos que a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). En el centro
de la maravilla de la creación estamos nosotros, vosotros y yo, la familia
humana «coronada de gloria y majestad» (cf. Sal 8,6). ¡Qué asombroso! Con el
Salmista, susurramos: «Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (cf. Sal
8,5). Nosotros, sumidos en el silencio, en un espíritu de gratitud, en el poder
de la santidad, reflexionamos.
§ Las
heridas que marcan la tierra.
Y
¿qué descubrimos? Quizás con reluctancia llegamos a admitir que también hay
heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el
derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo
insaciable. Algunos de vosotros provienen de islas-estado, cuya existencia
misma está amenazada por el aumento del nivel de las aguas; otros de naciones
que sufren los efectos de sequías desoladoras. La maravillosa creación de Dios
es percibida a veces como algo casi hostil por parte de sus custodios, incluso
como algo peligroso. ¿Cómo es posible que lo que es «bueno» pueda aparecer
amenazador?
§ Las
heridas y cicatrices en la humanidad, junto con los logros del ingenio humano.
Pero
hay más aún. ¿Qué decir del hombre, de la cumbre de la creación de Dios? Vemos
cada día los logros del ingenio humano. La cualidad y la satisfacción de la
vida de la gente crece constantemente de muchas maneras, tanto a causa del
progreso de las ciencias médicas y de la aplicación hábil de la tecnología como
de la creatividad plasmada en el arte. También entre vosotros hay una
disponibilidad atenta para acoger las numerosas oportunidades que se os
ofrecen. Algunos de vosotros destacan en los estudios, en el deporte, en la
música, la danza o el teatro; otros tienen un agudo sentido de la justicia
social y de la ética, y muchos asumen compromisos de servicio y voluntariado.
Todos nosotros, jóvenes y ancianos, tenemos momentos en los que la bondad
innata de la persona humana -perceptible tal vez en el gesto de un niño pequeño
o en la disponibilidad de un adulto para perdonar- nos llena de profunda
alegría y gratitud.
Abuso del alcohol y de drogas; exaltación de la violencia y degradación sexual.
Sin
embargo, estos momentos no duran mucho. Por eso, hemos de reflexionar algo más.
Y así descubrimos que no sólo el entorno natural, sino también el social -el
hábitat que nos creamos nosotros mismos -
tiene sus cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio. También
en nuestra vida personal y en nuestras comunidades podemos encontrar
hostilidades a veces peligrosas; un veneno que amenaza corroer lo que es bueno,
modificar lo que somos y desviar el objetivo para el que hemos sido creados.
Los ejemplos abundan, como bien sabéis. Entre los más evidentes están el abuso
de alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual,
presentados a menudo en la televisión e internet como una diversión. Me
pregunto cómo uno que estuviera cara a cara con personas que están sufriendo
realmente violencia y explotación sexual podría explicar que estas tragedias,
representadas de manera virtual, han de considerarse simplemente como
«diversión».
Libertad y tolerancia separadas de
la verdad; confusión moral e intelectual; pérdida de la autoestima y
desesperación.
Hay
también algo siniestro que brota del hecho de que la libertad y la tolerancia
están frecuentemente separadas de la verdad. Esto está fomentado por la idea,
hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe nuestras vidas.
El relativismo, dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha
hecho que la «experiencia» sea lo más importante de todo. En realidad, las
experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o
verdadero, pueden llevar, no a una auténtica libertad, sino a una confusión
moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la
autoestima, e incluso a la desesperación.
o 4.
La conciencia y el azar
§ La
vida no está gobernada por el azar; el ejercicio de la libertad; no dejarse
engañar.
Cfr.
Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Juventud en Australia, el 17 de
julio de 2008.
Queridos
amigos, la vida no está gobernada por el azar, no es casual. Vuestra existencia
personal ha sido querida por Dios, bendecida por él y con un objetivo que se le
ha dado (cf. Gn 1,28). La vida no es una simple sucesión de hechos y
experiencias, por útiles que pudieran ser. Es una búsqueda de lo verdadero,
bueno y hermoso. Precisamente para lograr esto hacemos nuestras opciones,
ejercemos nuestra libertad y en esto, es decir, en la verdad, el bien y la
belleza, encontramos felicidad y alegría. No os dejéis engañar por los que ven
en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades
indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad
se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad.
§
La identidad del hombre está más allá del azar,
de las circunstancias y determinismos o de las interacciones físicoquímicas.
Las capacidades del hombre. En el
ejercicio de su libertad ejerce también su responsabilidad sobre sus actos .
Cfr.
Benedicto XVI, Discurso a un Congreso organizado por la Academia de las
Ciencias de París y por la Pontificia Academia de las Ciencias, sobre la
identidad cambiante del individuo, el 28 de enero de 2008.
“El hombre no es fruto del azar, ni de un conjunto de
circunstancias, ni de determinismos, ni de
interacciones fisicoquímicas;
es un ser que goza de una libertad que, teniendo en cuenta su naturaleza, la
trasciende y es el signo del misterio de alteridad que lo habita. Desde esta
perspectiva el gran pensador Pascal decía que «el hombre sobrepasa
infinitamente al hombre». Esta libertad, propia del ser humano, hace que pueda
orientar su vida hacia un fin, que por sus actos puede orientarse hacia la
felicidad a la que está llamado para la eternidad. Esta libertad pone de
manifiesto que la existencia del hombre tiene un sentido. En el ejercicio de su
auténtica libertad, la persona realiza su vocación; se cumple; da forma a su
identidad profunda. En el ejercicio de su libertad ejerce también su
responsabilidad sobre sus actos. En este sentido, la dignidad particular del
ser humano es al mismo tiempo un don de Dios y la promesa de un porvenir.
El
hombre tiene una capacidad específica: discernir lo bueno y el bien. Impresa en
él como un sello, la sindéresis le lleva a hacer el bien. Movido por ella, el
hombre está llamado a desarrollar su conciencia por la formación y por el
ejercicio para orientarse libremente en su existencia, fundándose en las leyes
esenciales que son la ley natural y la ley moral. En nuestra época, cuando el
desarrollo de las ciencias atrae y seduce por las posibilidades ofrecidas, es
más importante que nunca educar las conciencias de nuestros contemporáneos para
que la ciencia no se transforme en el criterio del bien, y el hombre sea
respetado como centro de la creación y no se convierta en objeto de
manipulaciones ideológicas, de decisiones arbitrarias, ni tampoco de abuso de
los más fuertes sobre los más débiles. Se trata de peligros cuyas
manifestaciones hemos podido conocer a lo largo de la historia humana, y en
particular en el siglo XX”.
Vida Cristiana
Cfr. Raniero Canatalamessa,
Meditaciones en la Cuaresma del 2009 al Papa y a la Curia Romana; tercera
meditación,
"Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios" (Rm 8, 14). Zenit: 27 de marzo de 2009.
Jean-Dominique Bauby, La escafandra y la mariposa (relato
autobiográfico): «¿Existen en el cosmos llaves que puedan abrir mi escafandra?
¿Una línea de Metro sin final? ¿Una moneda lo bastante fuerte para comprar mi
libertad? Hay que buscar en otra parte. Allá voy» (últimas palabras del
libro). Describe las experiencias de su
autor después de que sufriera un accidente cardiovascular que le dejó en estado
vegetativo. El relato ha sido llevado al
cine. Cfr. Alfa y Omega, Un cine a favor
de la vida, n. 619, 19-II-2009.
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