Ø Domingo 15
del tiempo ordinario, ciclo C. (14 de julio de 2019). La parábola del Buen
Samaritano. Homilía de Juan Pablo II en el Valle de Cochabamba
(Bolivia), el 11 de mayo de 1988: la figura del buen samaritano. La fe que da
frutos. ¿Es fructuosa de veras nuestra
fe?, ¿fructifica realmente en obras buenas?, ¿está viva o, tal vez está
muerta? La respuesta no podemos darla sólo con palabras; hay que darla con la
propia vida. Probaréis vuestra fe con esas obras que sirven para aliviar el
sufrimiento físico –la enfermedad, el hambre, la desnudez, la falta de techo– y
el sufrimiento moral –hambre de educación, de comprensión, de consuelo–. El
trabajo no es un medio para conseguir el triunfo personal: es –tiene que ser–
una posibilidad de ayudar a los demás. El hombre, criado a imagen y semejanza
de Dios, no sufre sólo por causas físicas: la principal causa del dolor es el mal moral.
La educación.
Lucas 10, 25-37 En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para
ponerlo a prueba: - «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida
eterna?» Él le dijo: - «¿Qué está escrito en la Ley ? ¿Qué lees en ella?» Él contestó: - «Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus
fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. » Él le dijo: - «Bien
dicho. Haz esto y tendrás la vida.» 29
Pero el maestro de la Ley ,
queriendo justificarse, preguntó a Jesús: - «¿Y quién es mi prójimo?». 30
Jesús dijo: - «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos
bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo
medio muerto. 31 Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio
un rodeo y pasó de largo. 32 Y lo mismo hizo un levita
que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le
dio lástima, 34 se le acercó,
le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. 35 Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le
dijo: -"Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la
vuelta." 36 ¿Cuál de estos tres te
parece que fue prójimo del que cayó en
manos de los bandidos?» 37 Él contestó: - «El que practicó la misericordia
con él.» Díjole Jesús: - «Anda, haz tú
lo mismo.»
La
figura del Buen Samaritano: la fe que da frutos.
Cfr. Juan Pablo II, Homilía, 11 de
mayo de 1988, Celebración Eucarística en el Valle
de Cochabamba. Viaje a Uruguay,
Bolivia, Perú y Paraguay
(…)
1. De modo especial quiero dar un gran abrazo a
los campesinos quechuas de estas tierras que, desde tiempos inmemoriales,
cultivan con esfuerzo los campos que nos rodean. Saludo también con particular
afecto a cuantos se dedican a promover la salud y la educación de sus
conciudadanos.
2. La liturgia de hoy pone ante nuestros ojos la figura del buen samaritano. Conocemos bien esta parábola que nos narra el evangelista San Lucas (cf. Lc 10,29-37).
2. La liturgia de hoy pone ante nuestros ojos la figura del buen samaritano. Conocemos bien esta parábola que nos narra el evangelista San Lucas (cf. Lc 10,29-37).
v El buen samaritano se distingue claramente de otras dos
personas –una de ellas un sacerdote y la
otra un levita–, porque siente compasión de otro hombre que tiene una desgracia,
aunque sea un extraño y desconocido.
En esta parábola del Señor, el buen samaritano se distingue claramente
de otras dos personas
–una de ellas un
sacerdote y la otra un levita– que, recorriendo el mismo camino de Jerusalén a
Jericó, se cruzan con el hombre asaltado por los malhechores. Ninguno de los
dos se detiene ante aquel pobre desdichado, víctima de los ladrones sino
que al verlo dan un rodeo y pasan de largo (cf. Ibíd. 10, 31-32). Un
samaritano, en cambio, refiere San Lucas, “llegó a donde estaba él y, al
verlo, le dio lástima” (Ibíd. 10, 33), es decir, siente compasión.
El desdichado lo necesitaba, porque no sólo había sido despojado, sino también
tan herido que había quedado junto al camino medio muerto.
El samaritano –al contrario de los otros
dos que habían pasado anteriormente junto al
herido– no lo
abandonó, sino que “se le acercó, le vendó las heridas..., lo llevó a una
posada y lo cuidó” (Ibíd.10, 34). Y cuando tuvo que proseguir su viaje,
lo dejó al cuidado del dueño de la posada, comprometiéndose a pagar cualquier
gasto que fuese necesario.
¡Qué elocuente es esta parábola! Porque, aunque Jesús sitúe el relato en el camino de Jerusalén a
Jericó, en Tierra Santa, la situación puede repetirse en cualquier sitio del
mundo, ¡también aquí, en tierra boliviana! Y, ciertamente, se habrá
repetido más de una vez.
v
“¿De qué le sirve a uno decir
que tiene fe, si no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está muerta por
dentro..., es inútil”.
3. El Señor Jesús quería aclarar con esta parábola la dificultad que le había planteado un letrado: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29). Después de escuchar el relato de Jesús, su interlocutor ya no encuentra ningún obstáculo para indicar quién era el que se había comportado como verdadero prójimo. Evidentemente es el samaritano, aquel que ha tenido compasión de otro hombre en la desgracia, aunque fuera un extraño y desconocido. Jesús le dice entonces: “Anda, haz tú lo mismo”. Con otras palabras el Apóstol Santiago pone de relieve la necesidad de la actitud del buen samaritano cuando escribe en su epístola: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro..., es inútil” (Jc 2,14 Jc 2,17 Jc 2,20).
o
Sin duda alguna, los dos que pasaron de largo
conocían los libros sagrados y se consideraban no sólo creyentes, sino también
profundos “conocedores” de las verdades de fe.
Sin duda alguna, los dos que pasaron de largo conocían los libros
sagrados y se consideraban no sólo creyentes, sino también profundos
“conocedores” de las verdades de fe. Sin embargo, no fueron ellos sino el
samaritano quien dio una prueba ejemplar de su fe. La fe dio fruto en él
mediante una buena obra. Dios, en quien creemos, nos pide obras semejantes.
Estas son las obras de amor al prójimo.
v
¿Es fructuosa de veras
nuestra fe?, ¿fructifica realmente en obras
buenas?, ¿está viva o, tal vez está muerta?
4. La Palabra de Dios nos plantea a nosotros, los creyentes, en la liturgia de hoy, una pregunta fundamental: ¿Es fructuosa de veras nuestra fe?, ¿fructifica realmente en obras buenas?, ¿está viva o, tal vez está muerta?
o
Esta pregunta deberíamos hacérnosla todos los
días de nuestra vida; hoy y cada día, porque sabemos que Dios nos juzgará por
las obras cumplidas en espíritu de fe.
Esta pregunta deberíamos hacérnosla todos los días de nuestra vida; hoy
y cada día, porque sabemos que Dios nos juzgará por las obras cumplidas en
espíritu de fe. Sabemos que Cristo dirá a cada uno en el día del juicio: Cada
vez que hicisteis estas cosas a otro, al prójimo, a mí me lo hicisteis;
cada vez que dejasteis de hacer estas cosas con el
prójimo, conmigo las dejasteis de hacer (cf. Mateo 25,40-45). Exactamente igual
que en la parábola del buen samaritano.
Esto mismo hemos oído en la Epístola de Santiago: Si «un hermano o una
hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y... uno de vosotros les
dice: “Dios os ampare, abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo
necesario para el cuerpo; ¿de qué les sirve?...; la fe sin las obras es
inútil» (Santiago 2,20).
Volvamos a preguntarnos: ¿Da fruto nuestra
fe?, ¿está viva?, ¿es una “fe que obra por la caridad”? (Gálatas 5,6).
o
La respuesta no podemos darla sólo con palabras;
hay que darla con la propia vida. Probaréis vuestra fe con esas obras que
sirven para aliviar el sufrimiento físico –la enfermedad, el hambre, la
desnudez, la falta de techo– y el sufrimiento moral –hambre de educación, de
comprensión, de consuelo–.
5. La respuesta no podemos darla sólo con
palabras; hay que darla con la propia vida. “Enséñame tu fe sin obras –acabamos
de escuchar– y yo, por las obras, te probaré mi fe” (Santiago 2,18). Probaréis vuestra fe
con esas obras que sirven para aliviar el sufrimiento físico –la enfermedad, el
hambre, la desnudez, la falta de techo– y el sufrimiento moral –hambre de
educación, de comprensión, de consuelo–.
Este conjunto de circunstancias, presentes siempre en la vida, son
ocasión no sólo para dar a los demás lo que uno tiene, sino también para
entregarles lo que uno es, con un compromiso total. Cristo –el Buen Samaritano
por excelencia, que cargó sobre Sí nuestros dolores– (cf. Is 53,4) seguirá actuando así a través de
unos pocos, sino a través de todos, porque todos estamos llamados a una
vocación de servicio. A todos nos ha dicho el Señor: “Amarás... a tu
prójimo como a ti mismo” (Lucas 10,27).
v
Esta vocación de servicio,
que abarca todas las dimensiones de la existencia humana, encuentra su cauce
apropiado y fecundo en la realización de cualquier trabajo honrado.
o
El trabajo no es un medio para conseguir el
triunfo personal: es –tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás.
6. Esta vocación de servicio, que abarca todas
las dimensiones de la existencia humana, encuentra su cauce apropiado y fecundo
en la realización de cualquier trabajo honrado. El trabajo no es un medio para
conseguir el triunfo personal: es –tiene que ser– una posibilidad de ayudar a
los demás. El verdadero bien que habéis de buscar siempre en el trabajo es el
bien para los demás, el servicio al prójimo.
o
Para algunos, esta misión de servicio reúne unas
características singulares. Su trabajo les lleva a estar cerca de los que
sufren, asumiendo los problemas de la salud, procurando aliviar el dolor
que llega hasta ellos, adoptando continuamente la actitud del buen samaritano.
Sin embargo, para algunos, esta misión de
servicio reúne unas características singulares. Su trabajo les lleva a estar
cerca de los que sufren, asumiendo los problemas de la salud, procurando
aliviar el dolor que llega hasta ellos, adoptando continuamente la actitud del
buen samaritano.
o
La desnutrición, el alto índice de mortalidad
infantil, el mal de Chagas, el bocio y tantas otras dolencias, a la par que la
falta de agua corriente y de otras condiciones sanitarias elementales, afectan
a muchos hogares bolivianos.
§ Dios
quiere contar con nuestra colaboración para resolver esos problemas.
Por desgracia, el dolor, la enfermedad,
es algo que afecta a muchas personas en Bolivia. La desnutrición, el alto
índice de mortalidad infantil, el mal de Chagas, el bocio y tantas otras
dolencias, a la par que la falta de agua corriente y de otras condiciones
sanitarias elementales, afectan a muchos hogares bolivianos. Los niños,
esperanza de vuestra patria, son con frecuencia los más afectados. Resolver
esta situación es un desafío para todos; pues, como escribía en la Carta
Apostólica “Salvifici Doloris”: “La revelación por parte de Cristo del
sentido salvífico del dolor no se identifica de ningún modo con una actitud de
pasividad” (Salvifici Doloris, 30).
Dios quiere contar con nuestra
colaboración para resolver
esos problemas. Alabo y expreso mi gratitud a cuantos dedican sus
conocimientos y esfuerzos a curar las enfermedades y dolencias de la población
boliviana: médicos, enfermeras y enfermeros, asistentes sociales, religiosos y
religiosas, y voluntarios laicos. Vosotros realizáis un trabajo que el Señor
elogia en el buen samaritano: “Al verle..., acercándose, vendó sus heridas,
echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le
llevó a una posada y cuidó de él” (Lc 10,33-34). Seguid viendo en los
enfermos al mismo Cristo (cf. Mt 25,40-45). No dejéis que la rutina
cosifique vuestro trabajo y os haga insensibles al sufrimiento. Compensad la
falta de medios con vuestro amor, vuestra disponibilidad y vuestro ingenio.
Mejorad vuestra entrega a los demás con un constante perfeccionamiento técnico
y científico. Y, sobre todo, ayudad siempre a los enfermos a comprender el
significado del dolor dentro del plan salvífico de Dios.
o
No olvidéis nunca que el auténtico amor al
prójimo es inseparable del amor a Dios con todo el corazón y con todas las
fuerzas.
No olvidéis nunca que el auténtico amor
al prójimo es inseparable del amor a Dios con todo el corazón y con todas las
fuerzas (cf. Lc 10,27). La oración y la frecuencia
de los sacramentos –especialmente la Penitencia y la Eucaristía– os darán la
fortaleza necesaria para llevar adelante vuestro compromiso con los que sufren.
Y, con esa fuerza, ayudaréis a los enfermos a permanecer unidos a Dios
acercándoles a los sacramentos, a través de los cuales nos llega constantemente
la gracia de Cristo.
v
Mas vuestra actitud no
debe limitarse a distribuir la ayuda que obtenéis de fuera o de las grandes
ciudades, sino que debe encaminarse a promover una solidaridad activa de todos,
también de los propios interesados, haciendo que se conviertan, como hombres
libres y responsables, en los primeros gestores de su propia promoción.
7. «Al día siguiente –continúa la parábola del buen samaritano– sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”» (Lucas 10,36).
Las evidentes carencias sanitarias de
poblaciones enteras, particularmente afectadas, han traído la atención de instituciones
nacionales e internacionales, privadas y públicas, eclesiásticas y civiles,
que, a ejemplo del buen samaritano, han querido contribuir a la curación del
prójimo necesitado. Mas vuestra actitud, amadísimos bolivianos, no debe
limitarse a distribuir la ayuda que obtenéis de fuera o de las grandes
ciudades, sino que debe encaminarse a promover una solidaridad activa de todos,
también de los propios interesados, haciendo que se conviertan, como hombres
libres y responsables, en los primeros gestores de su propia promoción. Debéis
poner entre vuestros objetivos prioritarios la educación sanitaria: han
de ser cada vez más los que se aparten de las lacras que tanto afectan a la
propia salud y a la de sus hijos, como por ejemplo la bebida; y los que
adquieran hábitos de aseo e higiene, siempre posibles aun en situaciones de
extrema pobreza. En ocasiones será también posible aprovechar las medicinas
nativas, integrándolas con las técnicas modernas.
No caigáis nunca en la lamentable
tentación de pensar que la solución de los problemas está en la eliminación de
nuevas vidas mediante métodos prohibidos de control de la natalidad, o
mediante la esterilización o el aborto. No cedáis al chantaje moral de
quienes supeditan la ayuda sanitaria y material a planes ilícitos de limitación
de la natalidad.
o
El esfuerzo de personas particulares y de
instituciones debe integrarse y complementarse con el de las autoridades a todos
los niveles.
v Pero el hombre, criado a imagen y semejanza de Dios, no sufre sólo
por causas físicas: la principal causa del dolor es el mal moral. La
educación.
8. Pero el hombre, criado a imagen y semejanza de Dios, no sufre sólo por causas físicas: la principal causa del dolor es el mal moral. Son muchos los que acuden al Señor para pedirle los cure de sus enfermedades, pero acaso son pocos los que le preguntan, como el letrado del Evangelio de hoy: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10,25). También en las almas hay hambre de verdad, como en los cuerpos hay hambre de pan. El bienestar físico debe servir al progreso de toda la persona y, por tanto al desarrollo de la inteligencia, que alcanza su cumbre más elevada en el conocimiento de Dios. Mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, advierte en la Encíclica Populorum Progressio que “la educación básica es el primer objetivo de un plan de desarrollo”(Populorum Progressio, 36), y vuestros obispos señalaron hace ya varios años que los problemas educacionales de vuestro país son, a la vez, un drama y un reto (cf. Obispos bolivianos, Epistula pastoralis, 1971).
La educación –como nos recuerda el Concilio Vaticano II–
a la vez que respeta el carácter propio de cada pueblo, debe “proporcionar
los medios oportunos para participar en la vida comunitaria, adscribiéndose
activamente a los diversos grupos sociales y prestar su colaboración al logro
del bien común” (Gravissimum Educationis,
1).
Esta recomendación conciliar cobra
particular importancia en el caso de la educación campesina. Habrá que
conjugar el respeto de la cultura tradicional con la adquisición de
conocimientos y técnicas propias del mundo contemporáneo. Se evitará de esta
forma, por una parte, el desarraigo y, por otra, una situación de inferioridad
en el desempeño de las propias tareas y en los intercambios que exige el mundo
actual.
9. La Iglesia, aquí en Bolivia como en todo el mundo, ha desempeñado un papel importante en esta tarea. Me complace señalar como ejemplo y rendir homenaje a tantas iniciativas en el campo de la educación que, de manera paciente y constante, impulsan este desarrollo desde hace ya muchos años. Me refiero a las Escuelas de Cristo de Fray José Zampa, la obra educacional salesiana, las escuelas parroquiales del Campo, Fe y Alegría, y tantas otras acciones admirables, apoyadas por el esfuerzo de la comisión episcopal de Educación.
Toda esta labor educativa no sería posible sin el sacrificio silencioso y anónimo de tantos educadores, y el aporte de los maestros de escuelas fiscales, de las organizaciones populares, del magisterio organizado y de tantas iniciativas de educación no formal, de alfabetización y capacitación de adultos, de aprovechamiento de la rica pluralidad cultural y regional de este país.
A todos, y por todo, os agradezco en nombre del Señor el trabajo que realizáis, y os hago llegar mi más ferviente aliento e invitación a continuar realizando esta meritoria labor con esa sabiduría que viene de lo alto y que “es –debe ser–, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía” (Jc 3,17).
9. La Iglesia, aquí en Bolivia como en todo el mundo, ha desempeñado un papel importante en esta tarea. Me complace señalar como ejemplo y rendir homenaje a tantas iniciativas en el campo de la educación que, de manera paciente y constante, impulsan este desarrollo desde hace ya muchos años. Me refiero a las Escuelas de Cristo de Fray José Zampa, la obra educacional salesiana, las escuelas parroquiales del Campo, Fe y Alegría, y tantas otras acciones admirables, apoyadas por el esfuerzo de la comisión episcopal de Educación.
Toda esta labor educativa no sería posible sin el sacrificio silencioso y anónimo de tantos educadores, y el aporte de los maestros de escuelas fiscales, de las organizaciones populares, del magisterio organizado y de tantas iniciativas de educación no formal, de alfabetización y capacitación de adultos, de aprovechamiento de la rica pluralidad cultural y regional de este país.
A todos, y por todo, os agradezco en nombre del Señor el trabajo que realizáis, y os hago llegar mi más ferviente aliento e invitación a continuar realizando esta meritoria labor con esa sabiduría que viene de lo alto y que “es –debe ser–, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía” (Jc 3,17).
v
Dichoso el que, en cualquier
trabajo, busca de corazón a Dios. Dichoso el que, en el ejercicio de cualquier
profesión, busca el bien de los demás.
10. “Dichoso quien teme al Señor / y ama de corazón sus mandatos. / Su linaje será poderoso en la tierra” (Ps 112 [111], 1-2).
Dichoso el que, en cualquier trabajo, busca de corazón a Dios. Dichoso
el que, en el ejercicio de cualquier profesión, busca el bien de los demás.
Quiero dirigirme ahora, desde esta tierra de Cochabamba, campesina por
excelencia, a vosotros, campesinos quechuas, hombres del “linaje de bronce”,
que desde tiempo inmemorial pobláis estos valles y estáis en las raíces de la
nacionalidad boliviana; que habéis dado al mundo vuestros hallazgos
alimenticios y medicinales como la papa, el maíz y la quinua. El Señor sigue
acompañando con su ayuda vuestro trabajo. El cuida de las aves del cielo, de
los lirios que nacen en el campo, de la hierba que brota de la tierra (Mt 6,26-30).
Esta es la obra de Dios, que sabe que necesitamos del alimento que produce la
tierra, esa realidad varia y expresiva que vuestros antepasados llamaron la
“Pachamama” y que refleja la obra de la Providencia divina al ofrecernos sus
dones para bien del hombre.
o El
sentido profundo de la presencia de Dios que debéis encontrar en vuestra
relación con la tierra.
Tal es el sentido profundo de la presencia de Dios que debéis encontrar
en vuestra relación con la tierra, que abarca para vosotros el territorio, el
agua, el arroyo, el cerro, la ladera, la quebrada, los animales, las plantas y
los árboles, porque tierra es toda la obra de la creación que Dios nos ha
regalado. Por eso al contemplar la tierra, los cultivos que crecen, las plantas
que maduran y los animales que nacen, levantad vuestro pensamiento al Dios de
las alturas, el Dios creador del universo, que se nos ha manifestado en Cristo
Jesús, nuestro Hermano y Salvador. Así podréis llegar hasta El, glorificarlo y
darle gracias. “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se
deja ver a la inteligencia a través de sus obras” (Rm 1,20).
o
Dichoso el que procura construir con su trabajo
la civilización del amor.
“Dichoso el que... administra rectamente sus
asuntos; el justo jamás vacilará” (Ps
112 [111], 5-6). Dichoso
el que se esfuerza en su trabajo, a pesar de las dificultades del ambiente.
Dichoso el que procura construir con su trabajo la civilización del amor.
v
En cada Santa Misa, el
sacerdote, al ofrecer el pan y el vino, pone sobre el altar aquello que es don
de Dios y, al mismo tiempo, fruto del trabajo del hombre, y lo hace
bendiciendo a Dios: “Bendito seas, Señor, Dios del universo”.
o
Dios Creador y Padre nuestro nos permite unir
cotidianamente el fruto del trabajo del hombre con el sacratísimo Sacrificio
de su Hijo Unigénito.
11. Sabemos que, en cada Santa Misa, el sacerdote, al ofrecer el pan y el vino, pone sobre el altar aquello que es don de Dios y, al mismo tiempo, fruto del trabajo del hombre, y lo hace bendiciendo a Dios: “Bendito seas, Señor, Dios del universo”.
Sí, queridos hermanos y hermanas, Dios Creador y Padre nuestro nos permite unir cotidianamente el fruto del trabajo del hombre con el sacratísimo Sacrificio de su Hijo Unigénito: con el Señor en el Gólgota y en el Cenáculo. Este sacrificio inefable de nuestra fe debe convertirse para nosotros en la fuente de las obras que derivan de la fe: de las obras buenas y salvíficas.
Pido, junto con vosotros, que la tierra boliviana abunde en tales obras. Que abunden en ellas todos sus habitantes, la sociedad entera, en todos los campos de la vida y del trabajo. Que todos produzcan frutos para el bien común de todos.
Caminad par la senda del amor a los demás –por la senda del buen samaritano– hacia ese amor que es el mandamiento principal que nos dejó Cristo. Caminad hacia la salvación, y sabed que en ese camino encontraréis la felicidad.
“Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz” (Santiago 3,18).
Vida Cristiana
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