[Chiesa/Omelie1/Fede/28C19FeCuracionesMilagrosNaamánSamaritano]
Ø Domingo 28 del tiempo ordinario, Ciclo C (13 de octubre de 2019). La
fe y los milagros. Son
revelación
de que en Cristo reside la plenitud de la divinidad; atestiguan que Jesús es el
Mesías anunciado; fortalecen la fe en el Hijo de Dios: invitan a creer en él; pero también pueden ser «ocasión
de escándalo». No pretenden satisfacer
la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús
es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios.
v
Cfr. 28 Ordinario ciclo C, 13
de octubre de 2019.
Evangelio: Lucas
17, 11-19; 1ª Lectura: 2 Reyes 5, 14-17; 2ª Lectura: 2 Timoteo 2, 8-13
Lucas 17, 11-19: 11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba
a través de Samaría y Galilea. 12 Al entrar
en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a
distancia 13 y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!». 14 Al verlos, Jesús les
dijo: «Ida presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. 15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado,
volvió atrás alabando a Dios en voz alta 16 y se arrojó a los pies de
Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 17 Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron
purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino
este extranjero?». 19 Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
2 Reyes 5, 14-17: 14 Entonces bajó y se sumergió siete veces en el
Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como
la de un muchacho joven y quedó limpio. 15 Luego volvió con toda su comitiva adonde
estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la
tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu
servidor”. 16 Pero Eliseo replicó: “Por la vida del Señor, a
quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió para que aceptara, pero él
se negó. 17 Naamán dijo entonces: “De acuerdo; pero
permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de
dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros
dioses, fuera del Señor.
2 Timoteo 2,8-13: 8 Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre
los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo
predico, 9 por la cual sufro y estoy encadenado como un
malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. 10 Por eso soporto estas pruebas por amor a los
elegidos, a fin de que ellos también
alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna.
11 Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto
con él, viviremos con él. 12 Si somos constantes,
reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. 13 Si somos infieles, él es fiel, porque no puede
renegar de sí mismo.
LA
FE Y LOS MILAGROS
1. La figuras de Naamán (primera lectura) y el samaritano (evangelio). Dos “extranjeros” que
son curados y llegan a la fe.
v
A) Naamán
·
Naamán
es un general de Siria del siglo IX
antes de Cristo.
o La trama de una humillación que lleva a la luz de la verdad y de
la alegría.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, XXVIII
Domenica, pp. 304
La cumbre de la
narración se encuentra en la profesión final de fe: “Ahora reconozco que no hay
Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”.
Es un alto oficial de Siria, cuya historia es no sólo la de una curación sino también la
de una conversión y un «bautismo». Es interesante seguir, en el Segundo Libro de los Reyes (capítulo 5), la
trama de una humillación que lleva a este extranjero a la luz de la verdad y de
la alegría.
En efecto, en la búsqueda de su curación debe pasar del rey de Israel, al
que se había dirigido para ser liberado de la lepra, al profeta Eliseo, quien,
sin recibirlo, le comunica lo que debe hacer por medio de un siervo. Naamán,
desde el podio de su dignidad de jefe de estado mayor del ejército sirio se
humilla ante un siervo. Aún más, debe descender desde los maravillosos ríos de
Damasco al exiguo Jordán; y de la esperanza en la participación en un
espectacular rito de magia debe pasar a la simple inmersión en las aguas de un
río.
Y sin embargo, a través del camino de la humillación
Naamán encuentra no sólo la curación sino también la salvación. En efecto, la
cumbre de la narración se encuentra en la profesión final de fe: “Ahora
reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”.
Es sugestivo también el gesto simbólico del saco de
tierra «santa»: aunque sea residente en el extranjero, Naamán ya es un
ciudadano del pueblo de Dios y sus pies se apoyan durante la oración sobre la
tierra donde Dios se ha revelado [1].
v
B) El samaritano
·
La
figura del samaritano, perteneciente a un pueblo considerado por los judíos
como impío [2], es
propuesta por
Jesús como modelo de religiosidad más genuina que la practicada por los que
frecuentan el templo de Jerusalén. “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (Lucas
17, 19). Los diez leprosos han sido curados, pero sólo uno, samaritano, ha sido “salvado por su fe”.
o La figura del samaritano, perteneciente a un pueblo considerado
por los judíos como impío, es propuesta por Jesús como modelo de religiosidad
más genuina que la practicada por los que frecuentan el templo de Jerusalén.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, XXVIII
Domenica,
pp. 304-305
También es protagonista un hombre que, aunque tiene
vínculos carnales y territoriales con Israel, era considerado como un extraño y
enemigo. Se trata del samaritano.
Como Naamán, no sólo es un extranjero, sino también
leproso. Por tanto, en él se condensa la esencia de la marginación y de la
pobreza, y es verdaderamente en todos los sentidos un «diverso». Para
comprender el muro de desprecio que lo rodea como samaritano, basta evocar un
durísimo texto del Sirácida, sabio biblico del II siglo a.C.: «El estúpido
pueblo que habita en Samaría no es siquiera un pueblo» (50, 25-26). Y para
comprender su amargura de leproso basta con recordar las páginas del Levítico
(capítulos 13-14) en las que la lepra es vista como una señal de pecado
innombrable y, por tanto, base para una excomunión y condena.
§ Una
curación y el itinerario de una conversión y de una salvación. Su vuelta en
adoración ante su Señor es el retrato del perfecto creyente.
También la
historia del anónimo leproso de Lucas es no sólo la de una curación sino
también un itinerario de una conversión y de una salvación. El evangelista lo
expresa por medio de un refinado pero profundo juego de palabras. Los diez
leprosos, después del encuentro con Jesús, son curados. En efecto, mientras
iban a presentarse a los sacerdotes para recibir el certificado de la curación
y de la readmisión en la comunidad, quedaron
limpios. Solamente al leproso samaritano Jesús al final le dice: «Levántate
y vete, tu fe te ha salvado». Todos
fueron curados, pero solamente uno ha sido salvado [3].
[1] Naamán es un
personaje público y está obligado por razones de su cargo a estar presente en
las ceremonias solemnes que prevén la participación del rey y de la corte y que
se desarrollan en el templo oficial de Damasco, dedicado al Dios Rimmón
(«granado»), una divinidad de la fecundidad. Entonces se introduce una sutil y
precisa distinción entre la adhesión íntima y la mera participación formal,
Pero hay más, Naamán ha optado desde
ahora por adherirse al Dios de Israel y por esto lleva consigo una gran
cantidad de tierra santa para depositar en el terreno de su palacio de manera
que pueda tener un especie de terreno sagrado, semejante al templo, en el que
orar al Señor. En la práctica se trata del reconocimiento de un lugar de culto
fuera también de la Tierra de Israel, y sin embargo, ideal y concretamente
vinculado a ella. (Gianfranco Ravasi, Los
rostros de la Biblia, comentarios a las lecturas dominicales, Ciclos A, B y
C., San Pablo 2008, pp. 352-353).
[2]
Se puede afirmar que los samaritanos eran despreciados por los judíos. A
este respecto, es oportuno señalar que, en el libro del Sirácida (segundo siglo
antes de Cristo), se llama «necio» al pueblo que habita en Siquén (la palabra
en griego es Samaría).
[3] En la vuelta a Jesús del ex-leproso
samaritano no es bueno que nos dejemos conquistar sólo por los temas
reales del reconocimiento (es el único
que vuelve para agradecer) y del universalismo («era un samaritano»). El acento es puesto en otro dato fundamental.
Aquel leproso cree con plenitud: no sólo acoge como los otros la indicación de
Jesús sino que también vuelve para alabar y para «dar gloria a Dios», es decir,
para profesar solemnemente su fe en Cristo Salvador. (G. Ravasi o.c. p. 308).
El samaritano
es salvado por su fe, por su alabanza pura, por su vuelta-conversión no hacia
un curandero sino hacia Cristo salvador. Es significativa, en efecto, la
atención con la que Lucas dibuja los gestos que hacen del samaritano el retrato
del perfecto creyente en adoración ante su Señor: «volvió atrás alabando a Dios
en voz alta y se arrojó a los pies de
Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias».
1. El agradecimiento a Dios
·
Los
nueve leprosos no han retenido necesario agradecer. A) Tal vez porque las
criaturas podemos
habituarnos a
los dones de Dios, de modo que no nos maravillamos ante los dones gratuitos que
recibimos, no experimentamos la alegría de la salvación. Alguien ha dicho
que el agradecimiento es, en cierto
sentido, el sentimiento religioso fundamental. Es reconocer el amor de Dios por
nosotros. B) Tal vez porque
consideramos los dones de Dios como algo debido.
·
Jesús
les dice a los diez leprosos que vayan a los sacerdotes, porque el sacerdote en
el Templo de
Jerusalén debía
ratificar (certificar) que habían sido
curados (cfr. Lv 14, 1-32), y así podían volver a vivir con los demás.
Recordemos que la ley de Moisés imponía a los leprosos la segregación: “le
dijeron [a Jesús] gritando”, por tanto sin acercarse al Señor para no
contravenir la Ley.
- “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón,
pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: «Gracias a
Dios»? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oir con mayor
alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad” (San Agustín, Epist. 41,1) (Nuevo Testamento,
Eunsa 1999, nota Lc 17, 11).
2. El milagro en la Escritura
Cfr. Raniero Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret,
Piemme 1991, pp. 272-276
v a) La prerrogativa de Jesús de hacer milagros
-
La prerrogativa de hacer
milagros en Jesús es una de las que más se hablan: Hechos 2,22;
Mateo 11,5. No se puede eliminar el
milagro en la vida de Jesús.
v b) Como todo carisma es una «manifestación del Espíritu»: 1 Cor
12, 9-11.
-
9 Hay quien, por el mismo
Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don
de curar. 10 A este se le ha concedido
hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos
espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
11 El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en
particular como él quiere.
v
c) Dios obra milagros para romper la routine en su pueblo
o El milagro sirve para confundir la «sabiduría de los sabios», es
decir para poner en una crisis saludable la pretensión de la razón de explicar
todo, y de rechazar todo lo que no sabe
explicar.
Según Isaías, Dios obra milagros para romper la routine, para impedir que el pueblo
se conforme con una religiosidad ritualísta y repetitiva: “Puesto que este
pueblo se me acerca con la boca, y me honra con sus labios, pero está lejos de
Mí, y el temor que me tiene es un precepto humano que les ha sido enseñado, por
eso, seguiré provocando el asombro a este pueblo, asombro tras asombro.
Perecerá la sabiduría de sus sabios, y la prudencia de sus prudentes quedará
oculta” (29, 13-14). El milagro mantiene vivo el estupor, y produce sobresaltos
de la conciencia, necesarios en las relaciones con Dios. “Y el milagro «actual»
ayuda a darse cuenta del milagro «habitual» de la vida y del ser, en los que
estamos inmersos, pero en los que siempre hay el riesgo de perderlos de vista o
de considerarlos banales”. “También dice Isaías en este texto que el milagro
sirve para confundir la «sabiduría de los sabios», es decir para poner en una
crisis saludable la pretensión de la razón de explicar todo, y de rechazar
todo lo que no sabe explicar. Rompe ya
sea el ritualismo muerto como el racionalismo árido. Si se entiende correctamente, el milagro no
rebaja el nivel cualitativo de una religión, sino que lo eleva. ” pp. 272-273
v d) El milagro, incentivo y premio a la fe
El milagro es un
incentivo y premio a la fe. Es un signo
(así lo llama preferentemente Juan), y debe
servir para
elevarse hacia un significado.
Por eso Jesús se entristece cuando, después de la multiplicación de los panes,
se da cuenta de que no han entendido de qué cosa era signo. (cfr. Marcos 6,51).
Son una llamada a la fe: Juan 20, 30-31. “Muchos otros
signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido
escritos en este libro. Sin embargo estos han sido escritos para que creáis que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su
nombre”.
v e) El milagro no tiene como
fin a sí mismo
El milagro no tiene como fin a sí mismo; y, mucho
menos, sirve para enaltecer a quien lo hace, para poner en evidencia sus
poderes extraordinarios, como sucede casi siempre con lo curanderos o
taumaturgos que hacen publicidad de sí mismos.
El milagro aparece como ambiguo en los mismos
Evangelios. Se ve positivamente cuando es acogido con gratitud y con alegría,
cuando suscita la fe en Cristo y abre la esperanza de un mundo futuro sin
enfermedad ni muerte. Se ve negativamente cuando es exigido para creer: “¿ Y
qué signo haces tú, para que lo veamos y te creamos?” (Juan 6,30). “Si no veis signos y prodigios, no creéis”
(Juan 4, 48).
v f) La ambigüedad del milagro en
nuestros días.
o Hay quien busca los milagros a toda costa, quien está a la caza de
hechos extraordinarios; y quien lo mira con fastidio, como si se tratase de una
manifestación deteriorada de la religiosidad.
La ambigüedad
persiste en nuestros días, bajo otras formas.
Hay quien busca los milagros a toda costa; está siempre a la caza de
hechos extraordinarios, y se para ante su utilidad inmediata. Hay otros, por
otra parte, que no aceptan el milagro. Lo miran con cierto fastidio, como si se
tratase de una manifestación deteriorada de la religiosidad, sin darse cuenta
de que con ello se pretende enseñar a Dios mismo que cosa es la verdadera
religiosidad. Quienes no creen en los milagros y no los aceptan, sin darse
cuenta, contribuyen de un modo positivo a la fe, con su actitud crítica ante
los milagros, porque así hacen que estemos atentos a las falsificaciones, que
son posibles en este campo. Pero ellos debe estar atentos para no caer en una
actitud acrítica. “Es igualmente equivocado ya sea el creer a priori todo lo
que viene presentado como milagroso, como el rechazar a priori todo, sin
molestarse en examinar las pruebas. Se puede ser ingenuos o papanatas, pero
también incrédulos, lo cual no es muy diverso”
p. 276
3. El milagro en las notas de la Biblia de Jerusalén
v
Signo = milagro = prodigio
·
Biblia de Jerusalén. [Juan 2,11].Todo profeta debía probar la autenticidad
de su misión con “signos” o
prodigios
realizados en nombre de Dios (Isaías
7,11, etc.; cf Juan 3,2, Juan 6,29, Juan 6,30, Juan 7,3, Juan 7,31, Juan 9,16,
Juan 9,33). Especialmente se
esperaba que el Mesías renovase los prodigios de Moisés (Juan 1,21 ss). Jesús, por tanto, realiza «signos» para
inducir a los hombres a creer en su
misión divina (Juan 2, 11,
Juan 2,23, Juan 4,48-54, Juan 11,15, Juan 11,42, Juan 12, 37, Juan 3,11 ss), porque sus «obras» testifican que ha
sido enviado por Dios (Juan 5,36, Juan 10,25, Juan 10, 37), que el Padre está
en El (Juan 10, 30 ss) con la potencia de su gloria (Juan 1,14
ss). El Padre mismo cumple estas obras (Juan 10,38, Juan 14,10). Sin embargo muchos rehusan creer (Juan 3,12, Juan 5, 38-47, Juan 6,36, Juan
6,64, Juan 7,5, Juan 8,45, Juan 10,25, Juan 12, 37). Su pecado permanece (Juan 9, 41, Juan 15, 24; cf Mateo 8,3 ss).
4. Un texto de San Agustín: Importancia de los milagros para la fe
v
S. Agustín: Tratado 24 sobre
el evangelio de S. Juan, 1
Los milagros que realizó nuestro Señor Jesucristo son,
en verdad, obras divinas, que invitan a la mente humana a elevarse a la
inteligencia de Dios por el espectáculo de las cosas visibles. Dios no es una
substancia tal que con los ojos se pueda ver; y los milagros con los que rige
el mundo y gobierna toda criatura han perdido su valor por su asiduidad, hasta
el punto que casi nadie mira con atención las maravillosas y estupendas obras
de Dios en un grano de semilla cualquiera; y por eso se reservó en su
misericordia algunas para realizarlas en tiempo oportuno, fuera del curso
habitual y de las leyes de la naturaleza, con el fin de que viendo, no obras
mayores, sino nuevas, asombrasen a quienes no impresionan ya las obras de todos
los días.
Porque mayor milagro es el gobierno
del mundo que la acción de saciar a cinco mil hombres con cinco panes. Sin
embargo, en aquél nadie se fija ni nadie lo admira; en ésta, en cambio, se
fijan todos con admiración, no porque sea mayor, sino porque es rara, porque es
nueva.
¿Quién es el que alimenta ahora
también al mundo entero sino el mismo que hace que de pocos granos broten
mieses abundantes? Obró, pues, como Dios. Porque lo que hace que de pocos
granos se produzcan mieses abundantes,
es lo mismo que multiplica en manos de Cristo los cinco panes. El poder en las
manos de Cristo existía; aquellos cinco panes eran como semillas, no sembradas
en la tierra, sino multiplicadas por el mismo que hizo la tierra.
Ese hecho impresiona a nuestros sentidos y nos obliga
a elevar nuestra mente; ese prodigio, realizado delante de nuestros ojos, nos
empuja a forzar el entendimiento, con el fin de admirar, a través de las obras visibles,
a Dios invisible; y con el fin de desear, después de haber sido elevados hasta
la fe y de haber sido purificados por la misma fe, conseguir ver a Dios, cuya
naturaleza invisible hemos conocido a través de las obras visibles.
5. El milagro debe llevar a la conversión
Mateo 11, 20-24
-
20
Entonces se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor
parte
de sus milagros, porque no se habían convertido: 21
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran
hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido,
cubiertas de sayal y ceniza. 22 Pues os digo que el día del juicio les será más
llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. 23 Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar
el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros
que en ti, habría durado hasta hoy. 24 Pues os digo que el día del juicio le
será más llevadero a Sodoma que a ti».
6. Algunos textos de Juan Pablo II
sobre los milagros.
·
Audiencia
general, 11-XI-1987: se muestra a través de ellos la verdad del Hijo de Dios, y
llevar a la fe que es principio de salvación.
·
Audiencia
general, 9-12-1987: son manifestación del amor salvífico
·
Audiencia
general, 16-12-1987: son una llamada a la fe
7. Los milagros en el Catecismo de la Iglesia Católica
v n. 156: motivo de credibilidad
o Muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un
movimiento ciego del espíritu
La fe y la inteligencia - El motivo de creer no radica
en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e
inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la
autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos».
«Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón,
Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan
acompañados de las pruebas exteriores de su revelación» (Ibíd., DS 3009). Los
milagros de Cristo y de los santos (Cf Marcos 16, 20; Hechos 2, 4), las
profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su
estabilidad «son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia
de todos», «motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe
no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Cc. Vaticano I: DS
3008-3010).
v b) n. 515: revelación de que en Cristo reside la plenitud de la
divinidad
Los evangelios fueron escritos por hombres que
pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (Cf Marcos 1, 1; Juan
21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es
Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida
terrena. Desde los pañales de su natividad (Cf Lucas 2, 7) hasta el vinagre de
su Pasión (Cf Mateo 27, 48) y el sudario de su Resurrección (Cf Juan 20,7),
todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus
milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la plenitud de
la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el
«sacramento», es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la
salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce
al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
v n. 547: atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado
o Manifiestan que el Reino está presente en Él
Los signos del Reino de Dios - Jesús acompaña sus
palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que
manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías
anunciado (Cf Lucas 7, 18-23).
v n. 548: fortalecen la fe en el Hijo de Dios
o No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos.
Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el
Padre le ha enviado (Cf Juan 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (Cf Juan
10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (Cf Marcos 5,
25-34; 10, 52; e. a). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que
hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (Cf Juan
10, 31-38). Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mateo 11, 6). No
pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (Cf Juan 11, 47-48); incluso
se le acusa de obrar movido por los demonios (Cf Marcos 3, 22).
v n. 1335: finalidad de la multiplicación de los panes y del agua
convertida en vino en Caná
Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando
el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos
para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de
su Eucaristía (Cf Mateo 14, 13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en
vino en Caná (Cf Juan 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús.
Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre,
donde los fieles beberán el vino nuevo (Cf Marcos 14, 25) convertido en Sangre
de Cristo.
8.
Romano
Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad
2ª edición 2005, p. 88
v Sus milagros de curación están siempre en relación
con la fe
o
En Nazaret no
pudo hacer ningún milagro, porque sus compatriotas no creían.
Las curaciones de Jesús son obra de Dios, revelación
de Dios, camino hacia Dios. Sus milagros de curación están siempre en relación
con la fe. En Nazaret no pudo hacer ningún milagro, porque sus compatriotas no
creían. Imponer un milagro sería destruir su mismo sentido, pues siempre hace
referencia a la fe (Lucas 4,23-30). Los discípulos no pueden curar al joven
epiléptico porque tienen poca fe y la fuerza que debe actuar en virtud del
Espíritu Santo se ve coartada (Mateo 17,14-21).
Cuando traen al paralítico, en un primer momento da la
impresión de que Jesús no se interesa en absoluto por la enfermedad del
paciente. Lo que ve, sobre todo, es su fe. Por eso le promete, en primer lugar,
el perdón de sus pecados, y sólo como culminación de todo el proceso le cura la
parálisis (Marcos 2,1 -12). Al padre del niño epiléptico le pregunta: «¿Crees
que puedo hacerlo?». Y el milagro sólo se produce cuando el corazón está
dispuesto a dejarse guiar hasta la fe (Marcos 9,23-25). El centurión dice con
simplicidad militar:
«Yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero
basta una palabra tuya para que mi criado se cure, porque si yo le digo a uno
de mis subordinados que se vaya, se va; y a otro que venga, y viene; y a mi
criado, que haga algo, y lo hace». Por eso, oye un elogio maravilloso: «Os
aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mateo 8,5-13).
Y el ciego puede escuchar estas palabras: «Tu fe te ha
curado» (Marcos 10,46-52).
Las curaciones de Jesús hacen referencia a la fe,
igual que el anuncio del mensaje; y al mismo tiempo revelan la realidad de un
Dios que ama. La auténtica finalidad de esas curaciones consiste en que los
hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con
ella.
Vida
Cristiana
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