martes, 8 de octubre de 2019

28 Ordinario ciclo C, 13 de octubre de 2019.






[Chiesa/Omelie1/Fede/28C19FeCuracionesMilagrosNaamánSamaritano]

Ø  Domingo 28 del tiempo ordinario, Ciclo C (13 de octubre de 2019). La fe y los milagros. Son

revelación de que en Cristo reside la plenitud de la divinidad; atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado; fortalecen la fe en el Hijo de Dios: invitan a creer en él; pero también pueden ser «ocasión de escándalo».  No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios.


v  Cfr. 28 Ordinario ciclo C, 13 de octubre de 2019.

Evangelio: Lucas 17, 11-19; 1ª Lectura: 2 Reyes 5, 14-17; 2ª Lectura: 2 Timoteo 2, 8-13

Lucas 17, 11-19: 11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. 12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia 13 y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». 14 Al verlos, Jesús les dijo: «Ida presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. 15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta 16  y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 17 Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?». 19 Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

2 Reyes 5, 14-17: 14 Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. 15 Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”. 16 Pero Eliseo replicó: “Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió para que aceptara, pero él se negó. 17 Naamán dijo entonces: “De acuerdo; pero permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, fuera del Señor.

2 Timoteo 2,8-13: 8 Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, 9 por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. 10 Por eso soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. 11 Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él. 12 Si somos constantes, reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. 13 Si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo.

LA FE Y LOS MILAGROS


1.   La figuras de Naamán (primera lectura) y el  samaritano (evangelio). Dos “extranjeros” que son curados y llegan a la fe.


v  A) Naamán

·         Naamán es un  general de Siria del siglo IX antes de Cristo.

o   La trama de una humillación que lleva a la luz de la verdad y de la alegría.

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, XXVIII Domenica, pp. 304
La cumbre de la narración se encuentra en la profesión final de fe: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”.
Es un alto oficial de Siria, cuya historia  es no sólo la de una curación sino también la de una conversión y un «bautismo». Es interesante seguir, en el  Segundo Libro de los Reyes (capítulo 5), la trama de una humillación que lleva a este extranjero a la luz de la verdad y de la alegría.
En efecto, en la búsqueda de  su curación debe pasar del rey de Israel, al que se había dirigido para ser liberado de la lepra, al profeta Eliseo, quien, sin recibirlo, le comunica lo que debe hacer por medio de un siervo. Naamán, desde el podio de su dignidad de jefe de estado mayor del ejército sirio se humilla ante un siervo. Aún más, debe descender desde los maravillosos ríos de Damasco al exiguo Jordán; y de la esperanza en la participación en un espectacular rito de magia debe pasar a la simple inmersión en las aguas de un río.
Y sin embargo, a través del camino de la humillación Naamán encuentra no sólo la curación sino también la salvación. En efecto, la cumbre de la narración se encuentra en la profesión final de fe: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”.
Es sugestivo también el gesto simbólico del saco de tierra «santa»: aunque sea residente en el extranjero, Naamán ya es un ciudadano del pueblo de Dios y sus pies se apoyan durante la oración sobre la tierra donde Dios se ha revelado [1].

v  B) El samaritano

·         La figura del samaritano, perteneciente a un pueblo considerado por los judíos como impío [2], es
propuesta por Jesús como modelo de religiosidad más genuina que la practicada por los que frecuentan el templo de Jerusalén. “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17, 19). Los diez leprosos han sido curados, pero sólo uno, samaritano,  ha sido “salvado por su fe”.  

o   La figura del samaritano, perteneciente a un pueblo considerado por los judíos como impío, es propuesta por Jesús como modelo de religiosidad más genuina que la practicada por los que frecuentan el templo de Jerusalén.

 Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, XXVIII
 Domenica, pp. 304-305
También es protagonista un hombre que, aunque tiene vínculos carnales y territoriales con Israel, era considerado como un extraño y enemigo. Se trata del samaritano.
Como Naamán, no sólo es un extranjero, sino también leproso. Por tanto, en él se condensa la esencia de la marginación y de la pobreza, y es verdaderamente en todos los sentidos un «diverso». Para comprender el muro de desprecio que lo rodea como samaritano, basta evocar un durísimo texto del Sirácida, sabio biblico del II siglo a.C.: «El estúpido pueblo que habita en Samaría no es siquiera un pueblo» (50, 25-26). Y para comprender su amargura de leproso basta con recordar las páginas del Levítico (capítulos 13-14) en las que la lepra es vista como una señal de pecado innombrable y, por tanto, base para una excomunión y condena.
§  Una curación y el itinerario de una conversión y de una salvación. Su vuelta en adoración ante su Señor es el retrato del perfecto creyente.
También la historia del anónimo leproso de Lucas es no sólo la de una curación sino también un itinerario de una conversión y de una salvación. El evangelista lo expresa por medio de un refinado pero profundo juego de palabras. Los diez leprosos, después del encuentro con Jesús, son curados. En efecto, mientras iban a presentarse a los sacerdotes para recibir el certificado de la curación y de la readmisión en la comunidad, quedaron limpios. Solamente al leproso samaritano Jesús al final le dice: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».  Todos fueron curados, pero solamente uno ha sido salvado [3].



[1] Naamán es un personaje público y está obligado por razones de su cargo a estar presente en las ceremonias solemnes que prevén la participación del rey y de la corte y que se desarrollan en el templo oficial de Damasco, dedicado al Dios Rimmón («granado»), una divinidad de la fecundidad. Entonces se introduce una sutil y precisa distinción entre la adhesión íntima y la mera participación formal, Pero hay más,  Naamán ha optado desde ahora por adherirse al Dios de Israel y por esto lleva consigo una gran cantidad de tierra santa para depositar en el terreno de su palacio de manera que pueda tener un especie de terreno sagrado, semejante al templo, en el que orar al Señor. En la práctica se trata del reconocimiento de un lugar de culto fuera también de la Tierra de Israel, y sin embargo, ideal y concretamente vinculado a ella. (Gianfranco Ravasi, Los rostros de la Biblia, comentarios a las lecturas dominicales, Ciclos A, B y C.,  San Pablo 2008, pp. 352-353).
[2]  Se puede afirmar que los samaritanos eran despreciados por los judíos. A este respecto, es oportuno señalar que, en el libro del Sirácida (segundo siglo antes de Cristo), se llama «necio» al pueblo que habita en Siquén (la palabra en griego es Samaría). 
[3] En la vuelta a Jesús del ex-leproso samaritano no es bueno que nos dejemos conquistar sólo por los temas reales  del reconocimiento (es el único que vuelve para agradecer) y del universalismo («era un samaritano»).  El acento es puesto en otro dato fundamental. Aquel leproso cree con plenitud: no sólo acoge como los otros la indicación de Jesús sino que también vuelve para alabar y para «dar gloria a Dios», es decir, para profesar solemnemente su fe en Cristo Salvador. (G. Ravasi o.c. p. 308). 

El samaritano es salvado por su fe, por su alabanza pura, por su vuelta-conversión no hacia un curandero sino hacia Cristo salvador. Es significativa, en efecto, la atención con la que Lucas dibuja los gestos que hacen del samaritano el retrato del perfecto creyente en adoración ante su Señor: «volvió atrás alabando a Dios en voz alta  y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias».   

1.   El agradecimiento a Dios

·         Los nueve leprosos no han retenido necesario agradecer. A) Tal vez porque las criaturas podemos
habituarnos a los dones de Dios, de modo que no nos maravillamos ante los dones gratuitos que recibimos, no experimentamos la alegría de la salvación. Alguien ha dicho que  el agradecimiento es, en cierto sentido, el sentimiento religioso fundamental. Es reconocer el amor de Dios por nosotros.   B) Tal vez porque consideramos los dones de Dios como algo debido.
·         Jesús les dice a los diez leprosos que vayan a los sacerdotes, porque el sacerdote en el Templo de
Jerusalén debía ratificar (certificar)  que habían sido curados (cfr. Lv 14, 1-32), y así podían volver a vivir con los demás. Recordemos que la ley de Moisés imponía a los leprosos la segregación: “le dijeron [a Jesús] gritando”, por tanto sin acercarse al Señor para no contravenir la Ley.
- “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: «Gracias a Dios»? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oir con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad”  (San Agustín, Epist. 41,1) (Nuevo Testamento, Eunsa 1999, nota Lc 17, 11).

2.   El milagro en la Escritura

Cfr. Raniero Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1991, pp. 272-276

v  a) La prerrogativa de Jesús de hacer milagros

-          La prerrogativa de hacer milagros en Jesús es una de las que más se hablan: Hechos 2,22;
Mateo 11,5. No se puede eliminar el milagro en la vida de Jesús.

v  b) Como todo carisma es una «manifestación del Espíritu»: 1 Cor 12, 9-11.

-          9 Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don
de curar. 10 A este se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. 11 El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

v   c)  Dios obra milagros para romper la routine en su pueblo

o   El milagro sirve para confundir la «sabiduría de los sabios», es decir para poner en una crisis saludable la pretensión de la razón de explicar todo, y de rechazar todo  lo que no sabe explicar.

Según Isaías, Dios obra milagros para  romper la routine, para impedir que el pueblo se conforme con una religiosidad ritualísta y repetitiva: “Puesto que este pueblo se me acerca con la boca, y me honra con sus labios, pero está lejos de Mí, y el temor que me tiene es un precepto humano que les ha sido enseñado, por eso, seguiré provocando el asombro a este pueblo, asombro tras asombro. Perecerá la sabiduría de sus sabios, y la prudencia de sus prudentes quedará oculta” (29, 13-14). El milagro mantiene vivo el estupor, y produce sobresaltos de la conciencia, necesarios en las relaciones con Dios. “Y el milagro «actual» ayuda a darse cuenta del milagro «habitual» de la vida y del ser, en los que estamos inmersos, pero en los que siempre hay el riesgo de perderlos de vista o de considerarlos banales”. “También dice Isaías en este texto que el milagro sirve para confundir la «sabiduría de los sabios», es decir para poner en una crisis saludable la pretensión de la razón de explicar todo, y de rechazar todo  lo que no sabe explicar. Rompe ya sea el ritualismo muerto como el racionalismo árido. Si  se entiende correctamente, el milagro no rebaja el nivel cualitativo de una religión, sino que lo eleva. ”   pp. 272-273
 

v  d) El milagro, incentivo y premio a la fe

El milagro es un incentivo y premio a la fe. Es un signo (así lo llama preferentemente Juan), y debe
servir para elevarse hacia un significado. Por eso Jesús se entristece cuando, después de la multiplicación de los panes, se da cuenta de que no han entendido de qué cosa era signo. (cfr. Marcos 6,51).
Son una llamada a la fe: Juan 20, 30-31. “Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido escritos en este libro. Sin embargo estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.

v  e)  El milagro no tiene como fin a sí mismo

El milagro no tiene como fin a sí mismo; y, mucho menos, sirve para enaltecer a quien lo hace, para poner en evidencia sus poderes extraordinarios, como sucede casi siempre con lo curanderos o taumaturgos que hacen publicidad de sí mismos.
El milagro aparece como ambiguo en los mismos Evangelios. Se ve positivamente cuando es acogido con gratitud y con alegría, cuando suscita la fe en Cristo y abre la esperanza de un mundo futuro sin enfermedad ni muerte. Se ve negativamente cuando es exigido para creer: “¿ Y qué signo haces tú, para que lo veamos y te creamos?” (Juan 6,30).  “Si no veis signos y prodigios, no creéis” (Juan  4, 48).

v  f) La ambigüedad del milagro en nuestros días.

o   Hay quien busca los milagros a toda costa, quien está a la caza de hechos extraordinarios; y quien lo mira con fastidio, como si se tratase de una manifestación deteriorada de la religiosidad.

      La ambigüedad persiste en nuestros días, bajo otras formas.  Hay quien busca los milagros a toda costa; está siempre a la caza de hechos extraordinarios, y se para ante su utilidad inmediata. Hay otros, por otra parte, que no aceptan el milagro. Lo miran con cierto fastidio, como si se tratase de una manifestación deteriorada de la religiosidad, sin darse cuenta de que con ello se pretende enseñar a Dios mismo que cosa es la verdadera religiosidad. Quienes no creen en los milagros y no los aceptan, sin darse cuenta, contribuyen de un modo positivo a la fe, con su actitud crítica ante los milagros, porque así hacen que estemos atentos a las falsificaciones, que son posibles en este campo. Pero ellos debe estar atentos para no caer en una actitud acrítica. “Es igualmente equivocado ya sea el creer a priori todo lo que viene presentado como milagroso, como el rechazar a priori todo, sin molestarse en examinar las pruebas. Se puede ser ingenuos o papanatas, pero también incrédulos, lo cual no es muy diverso”  p. 276

3.   El milagro en las notas de la Biblia de Jerusalén

v  Signo =  milagro = prodigio

·         Biblia de Jerusalén. [Juan 2,11].Todo profeta debía probar la autenticidad de su misión con “signos” o
prodigios realizados en nombre de Dios (Isaías 7,11, etc.; cf Juan 3,2, Juan 6,29, Juan 6,30, Juan 7,3, Juan 7,31, Juan 9,16, Juan 9,33). Especialmente se esperaba que el Mesías renovase los prodigios de Moisés (Juan 1,21 ss). Jesús, por tanto, realiza «signos» para inducir  a los hombres a creer en su misión divina (Juan 2, 11, Juan 2,23, Juan 4,48-54, Juan 11,15, Juan 11,42, Juan 12, 37, Juan 3,11 ss), porque sus «obras» testifican que ha sido enviado por Dios (Juan 5,36, Juan 10,25, Juan 10, 37), que el Padre está en El (Juan 10, 30 ss) con la potencia de su gloria (Juan 1,14 ss). El Padre mismo cumple estas obras (Juan 10,38, Juan 14,10). Sin embargo muchos rehusan creer (Juan 3,12, Juan 5, 38-47, Juan 6,36, Juan 6,64, Juan 7,5, Juan 8,45, Juan 10,25, Juan 12, 37). Su pecado permanece (Juan 9, 41, Juan 15, 24; cf Mateo 8,3 ss).

4.   Un texto de San Agustín: Importancia de los milagros para la fe


v  S. Agustín: Tratado 24 sobre el evangelio de S. Juan, 1

Los milagros que realizó nuestro Señor Jesucristo son, en verdad, obras divinas, que invitan a la mente humana a elevarse a la inteligencia de Dios por el espectáculo de las cosas visibles. Dios no es una substancia tal que con los ojos se pueda ver; y los milagros con los que rige el mundo y gobierna toda criatura han perdido su valor por su asiduidad, hasta el punto que casi nadie mira con atención las maravillosas y estupendas obras de Dios en un grano de semilla cualquiera; y por eso se reservó en su misericordia algunas para realizarlas en tiempo oportuno, fuera del curso habitual y de las leyes de la naturaleza, con el fin de que viendo, no obras mayores, sino nuevas, asombrasen a quienes no impresionan ya las obras de todos los días.
            Porque mayor milagro es el gobierno del mundo que la acción de saciar a cinco mil hombres con cinco panes. Sin embargo, en aquél nadie se fija ni nadie lo admira; en ésta, en cambio, se fijan todos con admiración, no porque sea mayor, sino porque es rara, porque es nueva.
            ¿Quién es el que alimenta ahora también al mundo entero sino el mismo que hace que de pocos granos broten mieses abundantes? Obró, pues, como Dios. Porque lo que hace que de pocos granos se produzcan  mieses abundantes, es lo mismo que multiplica en manos de Cristo los cinco panes. El poder en las manos de Cristo existía; aquellos cinco panes eran como semillas, no sembradas en la tierra, sino multiplicadas por el mismo que hizo la tierra.
Ese hecho impresiona a nuestros sentidos y nos obliga a elevar nuestra mente; ese prodigio, realizado delante de nuestros ojos, nos empuja a forzar el entendimiento, con el fin de admirar, a través de las obras visibles, a Dios invisible; y con el fin de desear, después de haber sido elevados hasta la fe y de haber sido purificados por la misma fe, conseguir ver a Dios, cuya naturaleza invisible hemos conocido a través de las obras visibles.

5.   El milagro debe llevar a la conversión

     Mateo 11, 20-24

-          20 Entonces se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte
de sus milagros, porque no se habían convertido: 21 «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. 22 Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. 23 Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. 24 Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».      

6.   Algunos textos de Juan Pablo II sobre los milagros.

·         Audiencia general, 11-XI-1987: se muestra a través de ellos la verdad del Hijo de Dios, y llevar a la fe que es principio de salvación.
·         Audiencia general, 9-12-1987: son manifestación del amor salvífico
·         Audiencia general, 16-12-1987: son una llamada a la fe

7.   Los milagros en el Catecismo de la Iglesia Católica


v  n. 156: motivo de credibilidad

o   Muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu

La fe y la inteligencia - El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». «Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación» (Ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (Cf Marcos 16, 20; Hechos 2, 4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad «son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos», «motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Cc. Vaticano I: DS 3008-3010).

v  b) n. 515: revelación de que en Cristo reside la plenitud de la divinidad

Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (Cf Marcos 1, 1; Juan 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Cf Lucas 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (Cf Mateo 27, 48) y el sudario de su Resurrección (Cf Juan 20,7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el «sacramento», es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.

v  n. 547: atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado

o   Manifiestan que el Reino está presente en Él

Los signos del Reino de Dios - Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (Cf Lucas 7, 18-23).

v  n. 548: fortalecen la fe en el Hijo de Dios

o   No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos.

Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (Cf Juan 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (Cf Juan 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (Cf Marcos 5, 25-34; 10, 52; e. a). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (Cf Juan 10, 31-38). Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mateo 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (Cf Juan 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (Cf Marcos 3, 22).

v  n. 1335: finalidad de la multiplicación de los panes y del agua convertida en vino en Caná

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (Cf Mateo 14, 13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (Cf Juan 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Cf Marcos 14, 25) convertido en Sangre de Cristo.

8.   Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad 2ª edición 2005, p. 88

v  Sus milagros de curación están siempre en relación con la fe

o   En Nazaret no pudo hacer ningún milagro, porque sus compatriotas no creían.

Las curaciones de Jesús son obra de Dios, revelación de Dios, camino hacia Dios. Sus milagros de curación están siempre en relación con la fe. En Nazaret no pudo hacer ningún milagro, porque sus compatriotas no creían. Imponer un milagro sería destruir su mismo sentido, pues siempre hace referencia a la fe (Lucas 4,23-30). Los discípulos no pueden curar al joven epiléptico porque tienen poca fe y la fuerza que debe actuar en virtud del Espíritu Santo se ve coartada (Mateo 17,14-21).
Cuando traen al paralítico, en un primer momento da la impresión de que Jesús no se interesa en absoluto por la enfermedad del paciente. Lo que ve, sobre todo, es su fe. Por eso le promete, en primer lugar, el perdón de sus pecados, y sólo como culminación de todo el proceso le cura la parálisis (Marcos 2,1 -12). Al padre del niño epiléptico le pregunta: «¿Crees que puedo hacerlo?». Y el milagro sólo se produce cuando el corazón está dispuesto a dejarse guiar hasta la fe (Marcos 9,23-25). El centurión dice con simplicidad militar:
«Yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure, porque si yo le digo a uno de mis subordinados que se vaya, se va; y a otro que venga, y viene; y a mi criado, que haga algo, y lo hace». Por eso, oye un elogio maravilloso: «Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mateo 8,5-13).
Y el ciego puede escuchar estas palabras: «Tu fe te ha curado» (Marcos 10,46-52).
Las curaciones de Jesús hacen referencia a la fe, igual que el anuncio del mensaje; y al mismo tiempo revelan la realidad de un Dios que ama. La auténtica finalidad de esas curaciones consiste en que los hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella.



Vida Cristiana


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