[Chiesa/Omelie1/Avvento/4AdvA19JoséObedienciaFeEncuentroConCristoConfiandoVida]
Ø 4º Domingo de adviento, Ciclo A (2019). La vocación de José: aceptó el encargo que Dios le hizo; descubre y acepta la vocación a la que Dios le llamó. El Señor irrumpe en nuestras vidas, en nuestra historia personal, dándonos a conocer su designio, su plan para cada uno de nosotros, y, por la fe en Él, aceptamos esa irrupción. Es la «obediencia de la fe». La disponibilidad para escuchar la palabra de Dios y servir fielmente a su voluntad; es la respuesta del hombre al Dios que habla y que, con Cristo, adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida. La fe no significa sólo aceptar un cierto número de verdades abstractas. La fe consiste en una relación íntima con Cristo, basada en el amor con que nos ha amado antes hasta la entrega total de sí mismo, al que correspondemos con la voluntad de poner en sintonía la propia vida con los pensamientos y sentimientos de su Corazón. No puede faltar una atenta escucha de sus inspiraciones a través de su Palabra, de las personas con que nos encontramos, de las situaciones de la vida de todos los días.
v Cf. 4º Adviento Ciclo A 22 diciembre 2019
Mateo 1,
18-24. 18 La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba
desposada con José y, antes de que conviviesen, se encontró con que había
concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. 19 José, su esposo, que era justo y no quería
denunciarla, decidió repudiarla en secreto. 20 Consideraba él estas cosas,
cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -«José, hijo de David, no temas recibir a
María, tu esposa, porque -«José, hijo de David, no temas recibir a María,
tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo.. 21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados.» 22 Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho
el Señor por el Profeta: 23 «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá
por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".» 24 Cuando José se despertó, hizo lo que le
había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
Romanos 1, 1-7: 1Pablo, siervo de Cristo Jesús,
apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, 2 que había ya prometido por medio de sus
profetas en las Escrituras Sagradas, 3 acerca de
su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, 4 constituido Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo
Señor nuestro, 5 por quien recibimos la gracia y el apostolado,
para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los
gentiles, 6 entre los cuales os contáis también vosotros,
llamados de Jesucristo, 7 a todos los amados de
Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte
de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
En este
domingo precedente a la
Navidad , la liturgia nos propone la meditación sobre las
figuras de los padres de Jesús. En el Evangelio de Mateo (Ciclo A) resalta la
figura de José; María dará luz a un hijo a quien pondrá por nombre Jesús,
“Dios-con-nosotros”. Se trata de dos padres inscritos en la acción misteriosa
de Dios en la historia. Toda pareja humana que se constituye en familia, tiene
una vocación semejante, la de estar «abierta» a la acción de Dios. Cfr. Omelie- temi di
predicazione, n. 107 nuova serie, IV Domenica di Avvento Ciclo A,
La obediencia de la fe. El sentido vocacional de
la vida.
El descubrimiento del designio que Dios tiene para
cada uno de nosotros.
José aceptó el encargo que Dios le hizo:
descubre y acepta la vocación a la que Dios le
llamó.
1.
La vocación de José: aceptó
el encargo que Dios le hizo; descubre y acepta
la vocación a la que Dios le llamó. Es la «obediencia de la
fe». El Señor irrumpe en nuestras vidas, en nuestra historia
personal, dándonos a conocer su designio, su plan para cada uno de nosotros, y,
por la fe en Él, aceptamos esa irrupción.
v La vocación de José
o Lo mismo que María acepta colaborar en la historia de la
salvación.
·
Mateo
1, José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en
ella ha sido
concebido es
obra del Espíritu Santo (v. 20). Cuando
José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a
casa a su mujer (v. 24).
·
José es llamado justo (v. 19), que en la mentalidad de la época indicaba el
hombre que vivía según
los
preceptos de la Ley ,
y buscaba cumplir la voluntad de Dios en
todo, que acepta y respeta el misterio de Dios, no sólo en esta ocasión sino
también cuando tuvo que ir a Belén para registrarse, cuando tuvo que escapar a
Egipto y volver a Israel guiando, por otra parte, a su familia con mano firme y
segura. José – lo mismo que María –
acepta colaborar en la historia de la salvación. El Señor le pide que acoja a
María en su casa, formalizando de este modo la segunda parte del matrimonio
entre los hebreos; al dar el nombre al hijo de María, José cumple con el
cometido que tiene todo padre: Jesús es hijo a todos los efectos jurídicos y es
reconocido como miembro de esa familia considerada como una más en Nazaret, y
es considerado descendiente de David.
v La «obediencia
de la fe» en la Carta a los Romanos
o En la segunda Lectura de hoy
Romanos 1, 5,
segunda Lectura de hoy: “Por Jesucristo Señor nuestro recibimos
la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su
nombre entre todos los gentiles”.
·
Nuevo Testamento, Eunsa 2004: “La «obediencia de la fe» es la
aceptación del Evangelio, acto
que pertenece a
la inteligencia y voluntad humanas, pero que las supera: sólo puede realizarse
a partir de la fe”.
o La fe en Romanos 1, 16
Romanos 1, 16: “No me avergüenzo del Evangelio, porque
es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree”.
§ La fe no es sólo pura adhesión intelectual sino también confianza
y obediencia a una verdad de vida que
compromete todo el ser.
·
Cfr. Biblia de
Jerusalén, comentario a Romanos 1,16: La fe no es pura adhesión intelectual; es
también
confianza y obediencia (Romanos 1,5, Romanos 6,17, Romanos 10,16, Romanos
16,26; ver Hechos 6,7) a una verdad de vida (2Tesalonicenses 2,12s) que
compromete a todo el ser mediante la unión con Cristo (2Corintios 13,5, Gálatas
2,16, Gálatas 2,20, Efesios 3,17) y le otorga el Espíritu (Gálatas 3,2, Gálatas
3,5, Gálatas 3,14; ver Juan 7,38s, Hechos 11,16-17) de Hijos de Dios (Gálatas
3,26; ver Juan 1,12).
v La obediencia de la fe en «Redemptoris custos», de
Juan Pablo II
o José se convirtió en depositario singular del misterio.
§ "Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de
la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios”.
·
4. (...) “Se puede decir que lo que hizo José le
unió en modo particularísimo a la fe de María.
Aceptó como verdad proveniente de Dios lo
que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al
respecto: "Cuando Dios revela hay
que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se
confía libre
y totalmente a Dios, prestando a Dios
revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por
él"(Const. dogm. Dei Verbum
sobre la divina Revelación, 5).
La frase anteriormente citada, que
concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de
Nazaret.
·
5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio
"escondido desde siglos en
Dios" (cf. Efesios 3, 9), lo mismo que se convirtió
María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama "la plenitud de los tiempos", cuando "envió Dios a
su Hijo, nacido de mujer" para "rescatar a los que se hallaban bajo
la ley", "para que recibieran la filiación adoptiva" (cf. Gálatas 4, 4-5). "Dispuso Dios
-afirma el Concilio- en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el
misterio de su voluntad (cf. Efesios
1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado,
tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina (cf. Efesios2, 18; 2 Pe 1, 4)". (Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina Revelación,
2)
§
José es el primero en
participar de la fe de la Madre
de Dios, y, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina
anunciación.
De este misterio divino José
es, junto con María, el primer depositario. Con María -y también en relación
con María- él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios
en Cristo, y participa desde el primer instante. Teniendo a la vista el texto
de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el
primero en participar de la fe de la
Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en
la fe de la divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer
lugar por Dios en la vía de la "peregrinación de la fe", a través de
la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma
eminente y singular. (Cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia , 63)
o La historia de José – en determinados momentos dramática, cuando «consideraba
él estas cosas» - nos invita a todos a desear discernir la presencia de Dios en
nuestras vidas. La «obediencia de la fe» es la disponibilidad para escuchar la
palabra de Dios y servir fielmente a su voluntad. nn. 30-31
·
30. “Como se dice en la Constitución Dogmática
del Concilio Vaticano II sobre la divina
Revelación, la
actitud fundamental de toda la
Iglesia debe ser de "religiosa escucha de la Palabra de
Dios"(Const. dogm. Dei Verbum,
sobre la divina Revelación, 1), esto es, de disponibilidad absoluta para servir
fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la
redención humana encontramos el modelo de obediencia -después del de María-
precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecución de los
mandatos de Dios.
Pablo VI invitaba a invocar
este patrocinio "como la
Iglesia , en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo,
para sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción
divina con la acción humana, en la gran economía de la redención, en la que la
primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la humana, la
nuestra, aunque no puede nada (cf. Juan
15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero incondicional y
ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo
y actualísimo deseo de hacer florecer su terrena existencia con genuinas
virtudes evangélicas, como resplandecen en san José" (Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1969): Insegnamenti, VII (1969), p. 1269)
·
31. La Iglesia transforma estas
exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los
primeros
misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le
pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de la salvación, que le dé
un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo
Encarnado, y que "por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor
fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad". (Cf. Missale Romanum, Collecta; Super oblata en "Sollemnitate S.
Ioseph Sponsi B.M.V."; Post. commn.
en "Missa votiva S. Ioseph")”.
v La obediencia de la fe en el Catecismo de La
Iglesia Católica
o
La
obediencia de la fe es la respuesta del hombre al Dios que revela.
n. 143: “Por la
fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo
su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (Cf DV 5). La Sagrada Escritura
llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (Cf
Romanos 1, 5; 16, 26).”
o
La
obediencia en la fe: sometimiento libre a la palabra escuchada porque su verdad
está garantizada por Dios.
·
n.
144: “LA OBEDIENCIA DE LA FE - Obedecer («ob-audire») en
la fe, es someterse libremente a la
palabra
escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta
obediencia, Abraham es el modelo que nos
propone la Sagrada
Escritura. La
Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
v
La obediencia de la fe en el
libro de los Salmos.
Cfr. Salmo
responsorial del pasado lunes de la semana 3ª de Adviento.
Salmo 24, 4-5 AB.6-7 BC, 8-9 (R: 4B)
o Una petición del salmista a Dios, para que nos dé a conocer su
designio, su proyecto sobre nosotros, nuestra vocación.
R. Señor, instrúyeme en tus
sendas
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme
en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y
Salvador. R.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu
misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad,
Señor. R.
El Señor es bueno y recto, y enseña el
camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su
camino a los humildes. R.
v Benedicto XVI
o Homilía, en Varsovia 26
mayo 2006
§ La fe no significa sólo aceptar un cierto número de verdades
abstractas. La fe consiste en una relación íntima con Cristo, una relación
basada en el amor de Aquél que nos ha amado antes, hasta la entrega total de sí
mismo. Nuestra correspondencia, nuestro amor por Cristo, se expresa en poner en
sintonía la propia vida con los pensamientos y sentimientos de su Corazón.
De
hecho, Cristo dice: «Si me amáis…». La fe no significa sólo aceptar un cierto
número de verdades abstractas sobre los misterios de Dios, del hombre, de la
vida y de la muerte, de las realidades futuras. La fe consiste en una relación
íntima con Cristo, una relación basada en el amor de Aquél que nos ha amado
antes (Cf. 1 Juan 4, 11), hasta la entrega total de sí mismo. «La prueba de que
Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros» (Romanos 5, 8). ¿Qué otra respuesta podemos dar a un amor tan grande,
sino un corazón abierto y dispuesto a amar? Pero, ¿qué quiere decir amar a
Cristo? Quiere decir fiarse de Él, incluso en la hora de la prueba, seguirle
fielmente incluso en el Vía Crucis, con la esperanza de que pronto llegará la
mañana de la resurrección. Si confiamos
en Él no perdemos nada, sino que ganamos todo. Nuestra vida adquiere en sus
manos su verdadero sentido. El amor por
Cristo se expresa con la voluntad de poner en sintonía la propia vida con los
pensamientos y los sentimientos de su Corazón. Esto se logra mediante la
unión interior, basada en la gracia de los Sacramentos, reforzada con la
oración continua, con la alabanza, con la acción de gracias y la penitencia. No puede faltar una atenta escucha de las
inspiraciones que Él suscita a través de su Palabra, a través de las
personas con las que nos encontramos, de las situaciones de vida de todos los
días[1].
Amarlo quiere decir permanecer en diálogo con Él, para conocer su voluntad y
realizarla prontamente.
o Benedicto XVI, Exhortación apostólica “Verbum Domini”.
30 septiembre de 2010, nn. 24 y 25
Dialogar
con Dios mediante sus palabras
§ Toda la existencia del hombre se convierte en un diálogo con Dios
que habla y escucha, que llama y mueve nuestra vida. La Palabra de Dios revela
aquí que toda la existencia del hombre está bajo la llamada divina
24. La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio
con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. Pensamos
espontáneamente en el Libro de los Salmos, donde se nos ofrecen las
palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio
ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.[Cf. Discurso
en el encuentro con el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins de
París (12 septiembre 2008): AAS 100
(2008), 721-730.] En los Salmos, en efecto,
encontramos toda la articulada gama de sentimientos que el hombre experimenta
en su propia existencia y que son presentados con sabiduría ante Dios; aquí se
encuentran expresiones de gozo y dolor, angustia y esperanza, temor y ansiedad.
Además de los Salmos, hay también muchos otros textos de la Sagrada
Escritura que hablan del hombre que se dirige a Dios mediante la oración de
intercesión (cf. Ex 33,12-16), del canto de júbilo por la
victoria (cf. Ex 15), o de lamento en el cumplimiento de la
propia misión (cf. Jr 20,7-18).
Así, la palabra que el hombre dirige a Dios se hace también Palabra de Dios,
confirmando el carácter dialogal de toda la revelación cristiana,[Cf. Propositio 4.] y
toda la existencia del hombre se convierte en un diálogo con Dios que habla y
escucha, que llama y mueve nuestra vida. La Palabra de Dios revela aquí que
toda la existencia del hombre está bajo la llamada divina. [Cf. Relatio post
disceptationem, 12.]
§ La fe es la respuesta propia del hombre al Dios que habla. Con
Cristo, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona, a la que se
confía la propia vida.
25. «Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe” (cf. Romanos
16,26; Romanos 1,5; 2 Corintios 10,5-6), por la que el hombre se entrega entera
y libremente a Dios, le ofrece “el homenaje total de su entendimiento y
voluntad”, asintiendo libremente a lo que él ha revelado». [76: Conc. Ecum.
Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum,
sobre la divina revelación, 5] Con estas palabras, la Constitución dogmática Dei Verbum expresa con precisión la
actitud del hombre en relación con Dios. La respuesta propia del hombre al Dios
que habla es la fe. En esto se pone de manifiesto que «para acoger la
Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu
Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las sagradas
Escrituras».[77: Propositio 4] En
efecto, la fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado
y nos entregamos totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de
la Palabra divina: «la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de
Cristo» (Romanos 10,17). La historia de la salvación en su totalidad nos
muestra de modo progresivo este vínculo íntimo entre la Palabra de Dios y la
fe, que se cumple en el encuentro con Cristo. Con él, efectivamente, la fe
adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia
vida. Cristo Jesús está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la
Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y
eclesial.
v La obediencia a la voluntad de Dios vale más que los sacrificios
o Por el bautismo los cristianos hemos sido constituidos sacerdotes
de nuestra propia existencia.
·
En
Romanos 12, 1-2, San Pablo pide a los cristianos que se ofrezcan ellos mismos
“como sacrificio vivo,
santo, agradable
a Dios”, y tal será su “culto espiritual”.
·
Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Romanos 12,1-8: “En los vv. 1-2 el Apóstol
introduce la invitación a
dar a Dios un
culto espiritual, como consecuencia de la nueva condición dada por el Bautismo.
Los cristianos son el nuevo Pueblo de Dios y están incorporados a Cristo como
miembros suyos, de modo que «todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos
sacerdotes de nuestra propia existencia, ‘para ofrecer víctimas espirituales,
que sean agradables a Dios por Jesucristo’ (1 Pedro 2,5), para realizar cada
una de nuestras propias acciones en espíritu de obediencia a la voluntad de
Dios, perpetuando así la misión del Dios-Hombre (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 96) ».”
2. María realiza de la manera
más perfecta la obediencia de la fe
·
Catecismo de la Iglesia Católica, 148: La
Virgen María realiza de la manera más perfecta la
obediencia de la
fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que
"nada es imposible para Dios"
(Lucas 1, 37; cf Génesis 18, 14)
y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra" (Lucas 1, 38). Isabel la
saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que
le fueron dichas de parte del
Señor!" (Lucas 1, 45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada
(cf Lucas 1, 48). Durante toda su vida,
y hasta su última prueba (cf Lucas 2,
35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de
creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia
venera en María la realización más pura de la fe.
Vida
Cristiana
[1] Nota de la redacción de
Vida Cristiana: “El Señor viene
ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo
recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su
reino” (Prefacio III de Adviento).
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