domingo, 6 de noviembre de 2016
Domingo 32 del tiempo ordinario, Ciclo C (6 noviembre 2016). La vida en esta tierra, según la carne o según el Espíritu.
Domingo 32 del tiempo ordinario, Ciclo C (6 noviembre 2016). La vida en esta tierra, según la
carne o según el Espíritu.
Cfr. 32 Domingo del tiempo ordinario Ciclo C
6 de noviembre de 2016 - Lucas 20, 37-38
cfr. El canto del Espíritu (Raniero Cantalamessa, PPC, 1999); Passa Gesù di Nazaret (Raniero Cantalamessa, Piemme 1999; Temi di predicazione omelie (Editrice Domenicana Italiana, Ciclo C, Nuova serie 54). El misterio de Pentecostés (Raniero Cantalamessa, Edicep 1998, pp. 85-92)
Lucas 20, 27-38: 27 Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: 28 «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. 29 Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; 30 y la tomó el segundo, 31 luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. 32 Finalmente, también murió la mujer. 33Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.» 34 Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; 35 pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, 36 ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. 37 Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor = el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. = 38 No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.»
LA VIDA CRISTIANA:
VIDA SOBRENATURAL, VIDA DIVINA EN NOSOTROS,
VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU, SEGÚN CRISTO.
VIDA ETERNA, EL CIELO: VIVIR PARA SIEMPRE CON CRISTO.
La visión de la vida eterna según los saduceos
Los saduceos tienen una visión de la resurrección y de la consiguiente vida eterna como calcada de la
vida terrenal, como una reedición ennoblecida y más alegre de la vida presente; conciben la bienaventuranza eterna como una potenciación o prolongación de las alegrías de esta tierra, incluidos probablemente todo tipo de placeres, los que sean legítimos moralmente.
Quiénes eran los saduceos
A diferencia de otros grupos religiosos no creían en los ángeles y en la resurrección de los muertos.
Biblia de Jerusalén: Mateo 22,23s: Esta secta (3,7+) se atenía estrictamente a la tradición escrita,
sobre todo del Pentateuco, y afirmaba no encontrar en él la doctrina de la resurreción de la carne (ver 2 M 7, 9+). Los fariseos se oponían a ellos en este punto (ver Hech 4,1+; 23,8+).
Se podría añadir que eran un partido aristocrático-conservador , sostenido sobre todo por el alto clero
judío. El nombre hacía referencia a Sadocq, el Sumo Sacerdote en la época de Salomón, iniciador de una dinastía sacerdotal muy poderosa sobre todo en los siglos sucesivos al exilio en Babilonia. Los saduceos eran menos celosos que los fariseos y más preocupados por la política.
Los saduceos cuentan al Señor una historia, sin que se sepa si era verdadera o inventada (vv. 28-33). La
narración se basa en las prescripciones de la Ley, en este caso el Deuteronomio 25, 5-6: 5 Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella, ejercerá su levirato tomándola por esposa, 6 y el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel.
La ley del Levirato: Comentario de la Biblia de Jerusalén: Deuteronomio 25,5: Del latín levir
«cuñado» que traduce el hebreo yâbâm (cuñado en sentido amplio): la viuda sin hijo varón es desposada por su cuñado; el primer hijo se considera como si fuera del difunto y recibe su parte de herencia. Esta institución, que también existía entre los asirios y los hititas, tenía por objeto perpetuar la descendencia y garantizar la estabilidad de los bienes familiares. El primer aspecto se subraya en la historia de Tamar, Génesis 38; el segundo se destaca en la historia de Rut, Rut 4, donde los derechos y deberes del levir se extienden al «vengador» (ver Nm 35,19+). La ley del Deuteronomio limita esta obligación al caso en que los hermanos vivan juntos y permite sustraerse a ella. La institución se mantuvo en el Judaísmo posterior, a pesar de la oposición de ciertos grupos. De esta ley tomaron los saduceos argumento contra la doctrina de la resurrección (ver Mateo 22,23s.)
Resumen de lo que dice el CCE sobre la vida eterna
Algunos puntos sobre la vida eterna que son como los presupuestos para entender la respuesta de Jesús.
Es conveniente profundizar, hasta donde nos es posible, sobre la resurrección y la realidad de la vida
eterna, que no es un prolongación de la vida terrena, sino una vida nueva. A continuación se ponen unos puntos que son resumen de lo expuesto en el CCE, señalando el número del Catecismo de dónde se ha sacado ese punto, de modo que cada uno vea que es lo que juzga oportuno decir en la homilía, ya que será imposible llegar a todo, es más habrá que elegir algo entre muchas posibilidades:
El cristiano ve la muerte como una ida hacia Jesús y la entrada en la vida eterna (n. 1020)
«Cielo» es para los que mueren en gracia y amistad con Dios, vivir para siempre con Cristo, ser para
siempre semejantes a Dios, porque se le ve «tal cual es» (n. 1023).
Cielo es comunión de vida y de amor con la Trinidad, con la Virgen, los ángeles y todos los
bienaventurados; es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre (n.
1024).
Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda
comprensión y toda representación, y la Escritura nos habla de ello en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso (n. 1027).
La resurrección de todos los muertos, «de los justos y de los pecadores» - Hechos 24,15 -, precederá el
Juicio final. (n. 1039).
Después del Juicio final, los justos glorificados en cuerpo y alma, reinarán para siempre con Cristo, y el
mismo universo será renovado. La Escritura llama «cielos nuevos y tierra nueva» a la renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (nn. 1042,1043).
Hay una profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre, así pues el universo visible
también será transformado (nn. 1046, 1047); ignoramos el momento y cómo se transformará el universo, pero, ciertamente la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa. (n. 1048).
La espera de una nueva tierra no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación por cultivar esta
tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, y, aunque hay que distinguir entre progreso terreno y crecimiento del Reino de Cristo, el progreso, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios. (n. 1049).
El entendimiento de lo que es la vida cristiana, en esta tierra, o, dicho de otro modo, la vida divina en nosotros (vida sobrenatural, vida según el Espíritu Santo, en Cristo) nos ayuda a entender lo que es la vida eterna, la vida en el cielo, la realidad después de la resurrección de los muertos.
a) La vida divina y la vida natural
Cfr. El Canto del Espíritu, pp. 110-111.
Se trata de la vida divina, o sea, de la vida que tiene su origen en el Padre, que, en Cristo, «se manifestó»
(1 Jn 1,2) y que, en el renacimiento bautismal, se comunica al creyente. Entre esta vida y la vida natural, que recibimos del nacimiento humano, no hay oposición real (ambas proceden de Dios que es el dueño absoluto de toda vida, física y espiritual); sin embargo, hay una diferencia y un contraste en el plano moral, que se expresa en las conocidas antítesis: naturaleza/gracia, carne/ Espíritu, hombre viejo/hombre nuevo, vida terrenal/vida eterna.
La diversidad se debe a que esta vida nueva, según el Espíritu, es fruto de una nueva y distinta intervención de Dios, con respecto a la creación; el contraste se debe a que el pecado ha hecho que la vida natural esté «encerrada» en sí misma, y se resista a acoger la vida según el Espíritu».
b) La lucha entre la carne y el espíritu.
Cfr. El canto del Espíritu, pp. 112-113.
Eso explica la lucha entre la carne y el espíritu, y por tanto el carácter dramático que caracteriza la existencia del cristiano en el mundo. Si «elegir es renunciar», no se puede elegir la vida según el Espíritu, sin sacrificar algo de la vida según la carne.
«Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan su sentir; mas los que viven según el Espíritu, sienten lo que es propio del Espíritu. Ahora bien, sentir según los propios apetitos lleva a la muerte; sentir conforme al Espíritu conduce a la vida y a la paz. Y es que nuestros desordenados apetitos están enfrentados a Dios, puesto que ni se someten a su ley ni pueden someterse» (Rom 8,5-7).
El contraste entre ambas vidas llega a configurarse como contraste entre vida y muerte: «Si vivís según vuestros apetitos, ciertamente moriréis; en cambio, si mediante el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis» (Rom 8,13).
La relación entre muerte en la carne y vida en el espíritu no es tanto de tipo cronológico (primero tenemos que morir a la carne, a nosotros mismos, para después experimentar la vida nueva y la resurrección): es una relación de simultaneidad y causalidad. Es precisamente muriendo a la carne cuando experimentamos y vemos crecer en nosotros la nueva vida del Espíritu: es en la medida en que nos identificamos con el Crucificado como tomamos parte en la vida del Resucitado, en espera de aquella situación final en la que ya no habrá ningún contraste, porque uno de los dos polos, la «carne», habrá desaparecido.
c) Se trata de una vida sobrenatural, no de una super-vida natural, del vitalismo o del super-hombre. Es morir a uno mismo para vivir la vida en Cristo Jesús
Cfr. El canto del Espíritu, pp. 113-117.
El influjo de la filosofía que exalta el vitalismo
Algo ha cambiado en la valoración de este aspecto de la vida cristiana, a caballo entre el siglo pasado y el
nuestro, con la aparición de una filosofía que exalta el vitalismo. De distintas maneras, éste fue el mensaje de los biólogos evolucionistas como Darwin, de los positivistas, de los historicistas, de los filósofos pragmatistas y de los intuicionistas como Bergson, mediante la seductora tesis del «impulso vital». Pero quien hizo del vitalismo su religión fue Nietzsche. El propone el ideal de la «gran salud» como medio esencial para llevar a cabo el nuevo curso de la historia por él preconizado; define a los cristianos como «los tísicos del alma que, nada más nacer, ya empiezan a morir, y su doctrina es la fatiga y la resignación» . En la introducción a la edición de Así habló Zaratustra (Lipsia 1919), la hermana del filósofo resume así el pensamiento de su hermano sobre este punto:
«Él opina que, debido a un malentendido y débil cristianismo, todo cuanto había de hermoso, fuerte, soberbio y poderoso - como las virtudes que proceden de la fuerza- ha sido proscrito y desterrado, y que por eso han disminuido mucho las fuerzas que promueven y ensalzan la vida. Pero ahora hay que darle a la humanidad una nueva tabla de valores, a saber: el fuerte, poderoso y magnífico hombre llevado a su punto más excelso, el superhombre, que se nos presenta ya con arrolladora pasión como objetivo de nuestra vida, de nuestra voluntad y de nuestra esperanza... El nuevo y opuesto modo de valorar tiene que presentar un tipo gallardo, sano, vigoroso, contento de vivir, y una apoteosis de la vida».
La idea cristiana de una vida sobrenatural es sustituida aquí por la de una super-vida natural; en lugar del hombre nuevo, el super-hombre (Nietzsche).
La idea cristiana de una vida sobrenatural es sustituida aquí por la de una super-vida natural; en lugar del
hombre nuevo, el super-hombre. La calidad se resuelve en la cantidad. En el interior de la vida sólo hay sitio para una evolución rectilínea, en intensidad y en «potencia», no para un salto cualitativo. A la luz de estos desarrollos, parecen proféticas las palabras que unas décadas antes escribió Kierkegaard:
«¡No hay ningún sentimiento al que el hombre se apegue más que el de la vida; no hay nada que desee con mayor intensidad y fuerza que sentir la vida latir en él, y nada que le haga estremecerse más que la muerte! Pero he aquí que se anuncia un Espíritu que vivifica. Entonces, apeguémonos a él: ¿quién lo dudaría? Danos vida, más vida, y que el sentimiento de vida rebulla en mí como si la vida entera estuviera contenida en mi pecho ... Pero esta vivificación del Espíritu no es una sublimación directa de la vida natural del hombre en una continuidad y coherencia inmediata... Es una vida nueva en sentido estricto. obsérvese, en efecto, que aquí interviene la muerte, la mortificación; y una vida que es, por el otro lado, la muerte, es sin duda una nueva vida» .
El pensamiento de Nietzsche no nos interesa tanto por sí mismo, como por el hecho de que, sobre este punto, su provocación ha sido recogida en parte por algunos teólogos, dando lugar a un nuevo modo de entender al Espíritu «dador de vida». Se propone sustituir el ideal tradicional de la espiritualidad por el de la «vitalidad», entendiendo con eso «el amor por la vida que une a los hombres con los demás seres vivos», una vitalidad entendida como «verdadera humanidad» .
Quisiera hacer alguna reflexión al respecto. También nuestro himno, con el título de «creador», evoca la acción universal del Espíritu Santo, incluso fuera de los confines de la Iglesia. Pero, como hemos visto, distingue claramente las dos formas de actuar del Espíritu Santo: como Espíritu «creador» y como Espíritu «de la gracia». Sin embargo, en la perspectiva que acabamos de mencionar, esta distinción, a pesar de que no es negada, queda inoperante, y la diferencia que hay entre ambas esferas parece más de grado que de calidad. Desaparece todo rastro de aquella distinción prácticamente infinita que existe, según Pascal, entre los tres «órdenes» de la vida: material, intelectual y espiritual .
Morir a uno mismo para que los demás vivan
La decadencia y la muerte, en el plano natural, sean «realzadas» y transformadas en éxito en otro plano (Cfr. 2 Corintios 4,16).
La nueva interpretación del «Espíritu de la vida» nace del deseo de dar un fundamento teológico a la lucha por la defensa de la vida, sobre todo de la vida débil, «impedida» y amenazada. En eso se aparta radicalmente del vitalismo de Nietzsche que, por el contrario, está concebido precisamente en función de los fuertes, de los hombres que poseen la «gran salud». No obstante, opino que esta noble preocupación encuentra un fundamento muy válido también en la perspectiva tradicional, que se inspira en el principio bíblico de morir a uno mismo para que los demás vivan. Pablo ha expresado todo esto, hablando de las tribulaciones apostólicas:
«Así que en nosotros actúa la muerte y en vosotros, en cambio, la vida» (2 Cor 4,12).
La mortificación nunca debería ser un fin en sí misma, sino que debería tener siempre como objetivo también la promoción de la vida ajena, tanto física como espiritual. El máximo modelo, al respecto, es Cristo, que murió para dar la vida al mundo, y renunció a su gozo de vivir, para que el gozo de los demás fuera completo . Los cristianos verdaderamente «espirituales» son los que en esto han seguido a Cristo. A menudo los ascetas más implacables a la hora de afligir su cuerpo, han sido los más tiernos cuando han tenido que aliviar el sufrimiento del cuerpo de sus hermanos, en todas sus formas: minusvalía, enfermedad, hambre, lepra, etc. Nadie ha respetado, defendido y cultivado la vida más que ellos. La experiencia demuestra, por lo demás, que nadie puede decir «sí» a sus hermanos, si no está dispuesto a decir «no» a sí mismo.
Las dos vidas suscitadas por el Espíritu - la natural y la sobrenatural- no se tienen, por tanto, que separar, y mucho menos contraponer entre sí, pero tampoco se han de confundir y reducir a una única vida que no conoce solución de continuidad. Es cierto que el Espíritu promueve la vida en todas sus manifestaciones, naturales y sobrenaturales, haciéndola apta para recibir la forma a la que Dios la ha destinado, que es la «conformidad» a Cristo. Fomenta la vida física en todo aquello que la ennoblece y la orienta hacia su fin eterno (¡sin excluir nada!); la «mortifica» en lo que se opone a ello.
Negar la radical «novedad» de la vida del Espíritu, significaría quitar toda relevancia al evento Jesucristo. La vida en Cristo, o en el nuevo Adán, no sería diferente a la vida en el viejo Adán. Significaría también resignarse a que la obra vivificadora del Espíritu esté, desde el principio, abocada a la derrota y al fracaso, porque ya sabemos cómo va a acabar toda nuestra «vitalidad» en el plano natural. El triunfo final del Espíritu está en la posibilidad de que la decadencia y la muerte, en el plano natural, sean «realzadas» y transformadas en éxito en otro plano. Escribe el Apóstol:
«Por eso no desfallecemos; al contrario, aunque nuestra condición física se vaya deteriorando, nuestro ser interior se renueva de día en día» (2 Cor 4,16).
d) Clarificación del significado de los dos términos carne y Espíritu. Uso cotidiano y uso bíblico.
Cfr. El misterio de Pentecostés, pp. 86-88
Tratemos de clarificar, ante todo, el significado de los dos términos carne y Espíritu, En el uso cotidiano «carne» indica el componente corporal del hombre, con una referencia concreta a la esfera sexual; mientras que «espíritu» indica la razón, o el alma, esto es, el componente espiritual del hombre. En este sentido se habla, por ejemplo, de los placeres o pecados de la carne, o también de cultivar el propio espíritu. Este uso ha ensombrecido a menudo el genuino significado bíblico de los dos términos. En la Biblia, la oposición carne-espíritu, aun incluyendo este primer significado, no queda limitado a él, sino que es mucho más radical. Carne indica tanto el cuerpo como el alma, esto es, la inteligencia y la voluntad del hombre en cuanto realidades puramente naturales, marcadas, además, por la experiencia del pecado que los hace proclives al mal. En otras palabras, carne indica a todo el hombre en su precariedad, tanto física como moral, en cuanto infinitamente distante de Dios que es Espíritu (cfr. Juan 4,24). Para utilizar una expresión moderna, carne indica las «condición humana». Decir que el Verbo se ha hecho carne (Juan 1,14), significa decir que se ha hecho hombre, que ha asumido la condición humana. ¿Y qué indica, entonces, la palabra Espíritu? Indica la realidad divina, la gracia y todo aquello que el hombre es y hace cuando está movido por este principio nuevo y superior. En la contraposición carne-Espíritu, Espíritu indica siempre, directa o indirectamente, al Espíritu Santo, y por ello debería escribirse con letra mayúscula.
Para hacernos una idea de la diversidad de usos el común y el bíblico -, basta decir que el acto que normalmente es considerado como el más «carnal» de todos, puede ser, en la visión bíblica, un acto psíquicamente espiritual, un gesto según el Espíritu, si se realiza en el seno del matrimonio, con amor y en el respeto a la voluntad del Creador. Por el contrario, el acto que se considera como el más espiritual de todos el filosofar -, juzgado con el patrón de la Biblia, es una obra de la carne, si uno lo realiza siguiendo una lógica egoísta, para exaltarse a sí mismo o sus propias dotes, o si con él se enseña el error y la mentira. San Pablo denomina a todo esto, en efecto, «sabiduría de la carne» (Romanos 8,7). Por otra lado, sabemos que lo que se entiende normalmente con la palabra «espíritu», cuando se habla del «espíritu de los tiempos», o del «espíritu del mundo», es exactamente eso que la Biblia llamaría «carne».
En la oposición carne-Espíritu de la Biblia no está, pues, en juego tan sólo la oposición entre instintos y razón, o entre cuerpo y alma, sino también aquella otra más radical entre naturaleza y gracia, entre lo humano y lo divino, entre lo terreno y lo eterno, entre el egoísmo y el amor. Carne y Espíritu indican dos mundos y dos esferas distintas de acción. Aclarado este significado diverso de los términos, podemos ahora ilustrar la afirmación hecha más arriba de que según la Biblia existen dos modos de nacer: de la carne o del Espíritu; dos modos de vivir: según la carne o según el Espíritu; dos modos de concluir la vida: con la muerte o con la vida eterna.
e) Dos modos de vivir en esta tierra
El misterio de Pentecostés, pp. 90-91
Dos modos de vivir. En continuidad con estos dos tipos de nacimiento - de la carne o del Espíritu -, la
Biblia habla también de dos formas o estilos distintos de vida, que define, respectivamente, vida según la carne y vida según el Espíritu. San Pablo nos ofrece una descripción con el estilo de las «vidas paralelas»: Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las tendencias del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios (Rm 8, 5-8).
Vivir según la carne.
Vivir según la carne significa vivir a un nivel natural, sin la fe. Viven según la carne aquellos que viven según la naturaleza, pero no la naturaleza originaria, creada buena y gobernada por Dios que todavía hace oir su voz, por debilitada que esté, a través de la conciencia; sino la naturaleza corrompida por el pecado, que se expresa a través de las distintas concupiscencias y, sobre todo, mediante el egoísmo. Las manifestaciones típicas de una vida planteada de este modo, son las así llamadas «obras de la carne»: «fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes» (Ga 5,19).
Vivir según el Espíritu
Vivir según el Espíritu significa, por el contrario, pensar, querer y obrar, movidos interiormente por ese principio de vida nueva que en el bautismo es introducido en nosotros, que es el Espíritu de Jesús. Vivir según el Espíritu equivale por ello a imitar a Cristo. Las manifestaciones propias de esta vida nueva son los así llamados «frutos del Espíritu»: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22).
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Vida Cristiana
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