Cfr. Papa Francisco, Homilía, martes 1 de noviembre en el Swedbank Stadion de Malmoe (Suecia).
Con
toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos.
Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos
a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros
que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor,
en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre
ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos,
por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se
manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que
sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una
santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el
olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de
esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias
sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a
tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero
si hay algo que caracteriza a los santos es que son
realmente felices.
Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en
el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso,
a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son
su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son
el camino de
vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el
Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una
gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las
bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del
cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados
los mansos».
Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde
de corazón» (Mt 11,29).
Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor.
La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y
nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo
aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre
nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e
hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad,
recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena,
copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos
de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es
el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre
poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el
quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a
la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de
Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no
tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las
bienaventuranzas son de alguna manera el carné
de identidad del
cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos
llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los
dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de
Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas
con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que
soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de
corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados
y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que
reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo
descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común;
bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de
otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión
de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y
ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa
merecida.
Queridos
hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que
recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con
su vida e su intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos
a otros para hacernos santos. ¡Ayudarnos a hacernos santos! Juntos
pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar
unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de
todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo
en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que
seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en
la unidad.
http://www.parroquiasantamonica.com/vidacristiana/wa_files/26B12EvangelizacionApostoladoMonopolioEnvidiaCarismas.pdf
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