sábado, 22 de abril de 2017

2º domingo de Pascua Ciclo A 23 de abril de 2017



[Chiesa/Omelie1/Misericordia/2PascuaA17DivinaMisericordia]
  • Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia (2014). “A quienes les perdonéis los

pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos”. El texto evangélico de este domingo (Juan. 20, 19-31) es elocuente en cuanto a la Misericordia Divina: narra la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón. Es el Sacramento de la Misericordia Divina. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno; es siempre fruto del « reencuentro » de este Padre, rico en misericordia. No hay pecado humano que pueda limitar la misericordia de Dios. Por parte del hombre sólo puede limitarla la falta de buena voluntad. El arte del acompañamiento de los demás con la mirada llena de compasión, que sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana. Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina.

  • Cfr. 2º domingo de Pascua Ciclo A 23 de abril de 2017

Todos los ciclos, A-B-C, de este domingo tienen el mismo evangelio. Juan 20, 19-31. Domingo de la Misericordia divina.
Juan 20, 19-31: Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con vosotros". 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. 21 De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo". 22 Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid al Espíritu Santo. 23 A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos". 24 Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Los otros discípulos le dijeron: "Hemos visto al Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré". 26 Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con vosotros". 27 Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". 28 Tomás le respondió: '¡Señor mío y Dios mío!' 29 Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haber visto". 30 Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. 31 Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

El 5 de mayo del 2000 la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede declaró el Segundo Domingo de Pascua, es decir, el domingo siguiente al Domingo de Resurrección, como “Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia”.
Juan Pablo II: “En todo el mundo el Segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”.
Así, lo que era una devoción privada, muy extendida ya en muchas partes del mundo católico, pasó a ser Fiesta oficial de la Iglesia. El Papa dispuso que se conservaran los mismos textos tanto en el Misal Romano, como en la Liturgia de las Horas.
El texto evangélico de este domingo (Juan. 20, 19-31)
es elocuente en cuanto a la Misericordia Divina:
narra la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón.
Es el Sacramento de la Misericordia Divina.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
Porque es eterna su misericordia (Salmo 117)

  1. El Sacramento de la Confesión o del perdón es el sacramento de la Misericordia Divina

  • El texto evangélico de este domingo (Juan. 20, 19-31) es elocuente en cuanto a la Misericordia Divina:
narra la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón. Es el Sacramento de la Misericordia Divina. A este respecto, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1422:
«Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (Cf Lumen Gentium, 11).
  • En la encíclica de San Juan Pablo II «Dives in Misericordia» se describen las diversas maneras en las
que la Iglesia «acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación» (n. 13).
La Iglesia trata de practicar la misericordia «usando misericordia» con los demás, viendo en las palabras de Jesús «bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5,7) una llamada a la acción y al esfuerzo por practicar la misericordia (n. 14). A este respecto se pueden recordar, como ejemplo emblemático, todos los esfuerzos que se hacen en la educación de las conciencias, en los testimonios de vida, etc. para “hacer el mundo más humano” (n. 14).
  1. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia.

Cfr. Encíclica . Dives in misericordia, n. 13
La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno (Cfr. 1 Corintios 13, 4) a medida del Creador y Padre: el amor, al que « Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo » (2 Corintios 1, 3) es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del « reencuentro » de este Padre, rico en misericordia”.
  • f) No hay pecado humano que pueda limitar la misericordia de Dios. Por parte del hombre sólo puede limitarla la prontitud en la conversión y en la penitencia.

Cfr. Enc. Dives in misericordia, 13.
La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite. Por parte del hombre puede limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la conversión y en la penitencia, es decir, su perdurar en la obstinación, oponiéndose a la gracia y a la verdad especialmente frente al testimonio de la cruz y de la resurrección de Cristo”.

  1. La misericordia en el Catecismo de la Iglesia Católica


  • a) Dios revela que es «rico en misericordia» (Efesios 2, 4) llegando hasta dar su propio Hijo.

n. 211: (…) a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, «mantiene su amor por mil generaciones» (Éxodo 34, 7). Dios revela que es «rico en misericordia» (Efesios 2, 4) llegando hasta dar su propio Hijo. (…)
  • b) Jesús muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia los pecadores.

n. 545: Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: «No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Marcos 2, 17) (Cf 1 Timoteo 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (Cf Lucas 15, 11-32) y la inmensa «alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta» (Lucas 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida «para remisión de los pecados» (Mateo 26, 28).
  • c) Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte.

n. 604: Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4, 10; cf. 1 Juan 4, 19). «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Romanos 5, 8).

  • d) En el sacramento de la penitencia obtenemos el perdón de los pecados de la misericordia de Dios.

n. 1422: "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (Lumen Gentium, 11)
  • e) La parábola del hijo pródigo.

  • Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.
Los rasgos propios del proceso de conversión
n. 1439: El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada «del hijo pródigo», cuyo centro es «el padre misericordioso» (Lc 15, 11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos éstos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

  1. El “arte del acompañamiento” de los demás con la mirada llena de compasión, que sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.

Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013
n. 169. En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
  • La compasión que comprende, asiste y promueve, brota de la naturaleza de la Iglesia.

Francisco, Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013
n. 179. «El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia» (Benedicto XVI, Motu proprio Intima Ecclesiae natura ,11 noviembre 2012). Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve”.

5. La Pascua: la vida nueva en Cristo

Cfr. Segundo Domingo de Pascua – Liturgia de las Horas, Oficio de Lecturas
  • Primera lectura. La vida nueva en Cristo.

Cfr. Carta de San Pablo a los Colosenses, 3, 1-17
(…) 5 Mortificad lo que hay de terreno en vuestros miembros: la fornicación, la impureza, las pasiones, la concupiscencia mala y la avaricia que es una idolatría, 6 a causa de las cuales viene la ira de Dios sobre los hijos de la incredulidad. 7 También vosotros las practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais en ellas. 8 Ahora, sin embargo, desechad también vosotros todas estas cosas: la ira, la indignación, la malicia, la blasfemia, y lejos de vuestra boca la palabra deshonesta.
9 No os engañéis unos a otros, ya que os habéis despojado del hombre viejo con sus obras 10 y os habéis revestido del hombre nuevo, que se renueva para lograr un conocimiento pleno según la imagen de su creador. 11 Para quien no hay griego o judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, sino que Cristo es todo en todos.
12 Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, con entrañas de misericordia, con bondad, con humildad, con mansedumbre, con paciencia. 13 Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, hacedlo así también vosotros.
14 Sobre todo revestíos con la caridad que es el vínculo de la perfección. 15 Y que la paz de Cristo se adueñe de vuestros corazones, pues también a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.
16 Que la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente. Enseñaos con la verdadera sabiduría, animaos unos a otros y cantad agradecidos en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos espirituales; 17 y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

  1. Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina.

Cfr. San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Homilía «La Vocación cristiana», n. 7

  • (…) Ahora, que se acerca el tiempo de la salvación, consuela escuchar de los labios de San Pablo que
después que Dios Nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor con los hombres, nos ha liberado no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia (Tito III,5).
  • La presencia constante de la misericordia de Dios en las Escrituras

Si recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios: llena la tierra (Salmo XXXII, 5), se extiende a todos sus hijos, super omnem carnem (Eclesiástico XVIII, 12); nos rodea (Salmo XXI, 10), nos antecede (Salmo LVIII,11), se multiplica para ayudarnos (Salmo XXXIII,8), y continuamente ha sido confirmada (Salmo CXVI, 2). Dios, al ocuparse de nosotros como Padre amoroso, nos considera en su misericordia (Salmo XXIV, 7): una misericordia suave (Salmo CVIII, 21), hermosa como nube de lluvia (Eclesiástico XXV, 26).
  • Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina

Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo V,7). Y en otra ocasión: sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lucas VI, 36). Nos han quedado muy grabadas también, entre otras muchas escenas del Evangelio, la clemencia con la mujer adúltera, la parábola del hijo pródigo, la de la oveja perdida, la del deudor perdonado, la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lucas VII, 1-17). ¡Cuántas razones de justicia para explicar este gran prodigio! Ha muerto el hijo único de aquella pobre viuda, el que daba sentido a su vida, el que podía ayudarle en su vejez. Pero Cristo no obra el milagro por justicia; lo hace por compasión, porque interiormente se conmueve ante el dolor humano.
  • La conmiseración del Señor debe producirnos seguridad.
¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso xodo XXXII, 27). Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno (Hebreos 4, 16). Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta. Habías aprendido a evitar la negligencia, a alejar de ti la arrogancia, a adquirir la piedad, a no ser prisionero de las cuestiones mundanas, a no preferir lo caduco a lo eterno. Pero, como la debilidad humana no puede mantener un paso decidido en un mundo resbaladizo, el buen médico te ha indicado también remedios contra la desorientación, y el juez misericordioso no te ha negado la esperanza del perdón (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 7).


Vida Cristiana

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