[Chiesa/Omelie1/Misericordia/2PascuaA17DivinaMisericordia]
Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia (2014). “A quienes les perdonéis los
pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos”. El texto evangélico de este domingo (Juan. 20, 19-31) es elocuente en cuanto a la Misericordia Divina: narra la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón. Es el Sacramento de la Misericordia Divina. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno; es siempre fruto del « reencuentro » de este Padre, rico en misericordia. No hay pecado humano que pueda limitar la misericordia de Dios. Por parte del hombre sólo puede limitarla la falta de buena voluntad. El arte del acompañamiento de los demás con la mirada llena de compasión, que sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana. Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina.
Cfr. 2º domingo de Pascua Ciclo A 23 de abril de 2017
Todos los ciclos, A-B-C, de este domingo tienen el
mismo evangelio. Juan 20, 19-31. Domingo de la Misericordia divina.
Juan 20, 19-31: Al
anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas
de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos,
se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté
con vosotros". 20 Dicho esto, les mostró las manos y el
costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de
alegría. 21 De nuevo
les dijo Jesús: "La paz esté con vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así os envío yo". 22
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid
al Espíritu Santo. 23 A quienes les perdonéis los pecados, les
quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán
retenidos". 24
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con
ellos cuando vino Jesús. 25
Los otros discípulos le dijeron: "Hemos visto al Señor".
Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto
mi mano en su costado, no creeré". 26 Ocho días después,
estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con
ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La
paz esté con vosotros". 27 Luego le dijo a Tomás: "Aquí
están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi
costado y no sigas dudando, sino cree". 28 Tomás le respondió:
'¡Señor mío y Dios mío!' 29 Jesús añadió: "Tú crees
porque me has visto. Dichosos los que creen sin haber visto". 30
Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus
discípulos, pero no están escritas en este libro. 31 Sin embargo,
éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
El 5 de mayo del 2000 la Congregación del
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede
declaró el Segundo Domingo de Pascua, es decir, el domingo siguiente
al Domingo de Resurrección, como “Segundo
Domingo de Pascua o de la
Divina Misericordia”.
Juan Pablo II: “En
todo el mundo el Segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de
Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el
mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina,
las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los
años venideros”.
Así, lo que era una devoción privada, muy extendida ya en muchas partes del mundo católico, pasó a ser Fiesta oficial de la Iglesia. El Papa dispuso que se conservaran los mismos textos tanto en el Misal Romano, como en la Liturgia de las Horas.
Así, lo que era una devoción privada, muy extendida ya en muchas partes del mundo católico, pasó a ser Fiesta oficial de la Iglesia. El Papa dispuso que se conservaran los mismos textos tanto en el Misal Romano, como en la Liturgia de las Horas.
El
texto evangélico de este domingo (Juan.
20, 19-31)
es
elocuente en cuanto a la Misericordia Divina:
narra
la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón.
Es
el Sacramento de la Misericordia Divina.
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
Porque
es eterna su misericordia (Salmo
117)
El Sacramento de la Confesión o del perdón es el sacramento de la Misericordia Divina
- El texto evangélico de este domingo (Juan. 20, 19-31) es elocuente en cuanto a la Misericordia Divina:
narra
la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón. Es el
Sacramento de la Misericordia Divina. A este respecto, nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1422:
«Los que se acercan al
sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el
perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se
reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella
les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (Cf
Lumen Gentium, 11).
- En la encíclica de San Juan Pablo II «Dives in Misericordia» se describen las diversas maneras en las
que
la Iglesia «acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia
del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este
ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la
palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura
en la Eucaristía y en
el sacramento de la penitencia o reconciliación»
(n. 13).
La Iglesia trata de
practicar la misericordia «usando misericordia» con los demás,
viendo en las palabras de Jesús «bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5,7)
una llamada a la acción y al esfuerzo por practicar la misericordia
(n. 14). A este respecto se pueden recordar, como ejemplo
emblemático, todos los esfuerzos que se hacen en la educación de
las conciencias, en los testimonios de vida, etc. para “hacer el
mundo más humano” (n. 14).
La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia.
Cfr. Encíclica . Dives
in misericordia, n. 13
“La conversión a
Dios consiste siempre en descubrir
su misericordia, es
decir, ese amor que es paciente y benigno (Cfr. 1 Corintios 13, 4) a
medida del Creador y Padre: el amor, al que « Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo » (2 Corintios 1, 3) es fiel hasta las últimas
consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la
cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a
Dios es siempre fruto del « reencuentro » de este Padre, rico en
misericordia”.
f) No hay pecado humano que pueda limitar la misericordia de Dios. Por parte del hombre sólo puede limitarla la prontitud en la conversión y en la penitencia.
Cfr. Enc. Dives
in misericordia, 13.
“La
misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es
también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del
Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son
infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que
brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo.
No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni
siquiera que la limite. Por parte del hombre puede limitarla
únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la
conversión y en la penitencia, es decir, su perdurar en la
obstinación, oponiéndose a la gracia y a la verdad especialmente
frente al testimonio de la cruz y de la resurrección de Cristo”.
La misericordia en el Catecismo de la Iglesia Católica
a) Dios revela que es «rico en misericordia» (Efesios 2, 4) llegando hasta dar su propio Hijo.
n.
211: (…)
a pesar de la
infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece,
«mantiene su amor por mil generaciones» (Éxodo 34, 7). Dios
revela que es «rico en misericordia» (Efesios 2, 4) llegando hasta
dar su propio Hijo. (…)
b) Jesús muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia los pecadores.
n.
545: Jesús invita a
los pecadores al banquete del Reino: «No he venido a llamar a justos
sino a pecadores» (Marcos 2, 17) (Cf 1 Timoteo 1, 15). Les invita a
la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les
muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su
Padre hacia ellos (Cf Lucas 15, 11-32) y la inmensa «alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta» (Lucas 15, 7). La prueba
suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida «para
remisión de los pecados» (Mateo 26, 28).
c) Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte.
n.
604: Al entregar a su
Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre
nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito
por nuestra parte: «En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4, 10; cf. 1 Juan
4, 19). «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Romanos 5, 8).
d) En el sacramento de la penitencia obtenemos el perdón de los pecados de la misericordia de Dios.
n.
1422: "Los que
se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia
de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo
tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus
pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus
oraciones" (Lumen
Gentium, 11)
e) La parábola del hijo pródigo.
Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.
Los rasgos propios del proceso de conversión
n.
1439: El proceso de
la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por
Jesús en la parábola llamada «del hijo pródigo», cuyo centro es
«el padre misericordioso» (Lc 15, 11-24): la fascinación de una
libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema
en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la
humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor
aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los
cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y
la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del
retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos
éstos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor
vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida
nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que
vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el
corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre,
pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena
de simplicidad y de belleza.
El “arte del acompañamiento” de los demás con la mirada llena de compasión, que sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
Francisco, Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, 24
de noviembre de 2013
n.
169. En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a
la vez obsesionada por los detalles de la vida de los demás,
impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la
mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro
cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y
los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de
la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia
tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y
laicos– en este «arte del acompañamiento», para que todos
aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del
otro (cf. Ex 3,5).
Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad,
con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo
tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
La compasión que comprende, asiste y promueve, brota de la naturaleza de la Iglesia.
Francisco, Francisco, Exhortación
apostólica Evangelii gaudium, 24
de noviembre de 2013
n. 179.
“«El
servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la
misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia
esencia» (Benedicto XVI,
Motu proprio Intima
Ecclesiae natura ,11
noviembre 2012). Así
como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota
ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo,
la compasión que comprende, asiste y promueve”.
5. La Pascua: la vida nueva en Cristo
Cfr.
Segundo Domingo de Pascua – Liturgia de las Horas, Oficio de
Lecturas
Primera lectura. La vida nueva en Cristo.
Cfr. Carta de San Pablo a los Colosenses, 3, 1-17
(…)
5 Mortificad lo que hay de terreno en vuestros miembros: la
fornicación, la impureza, las pasiones, la concupiscencia mala y la
avaricia que es una idolatría, 6 a causa de las cuales viene la ira
de Dios sobre los hijos de la incredulidad. 7 También vosotros las
practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais en ellas. 8 Ahora, sin
embargo, desechad también vosotros todas estas cosas: la ira, la
indignación, la malicia, la blasfemia, y lejos de vuestra boca la
palabra deshonesta.
9 No os engañéis unos a otros,
ya que os habéis despojado del hombre viejo con sus obras 10 y os
habéis revestido del hombre nuevo, que se renueva para lograr un
conocimiento pleno según la imagen de su creador. 11 Para quien no
hay griego o judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro o
escita, siervo o libre, sino que Cristo es todo en todos.
12 Revestíos, pues, como
elegidos de Dios, santos y amados, con entrañas de misericordia, con
bondad, con humildad, con mansedumbre, con paciencia. 13 Sobrellevaos
mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el
Señor os ha perdonado, hacedlo así también vosotros.
14 Sobre todo
revestíos con la caridad que es el vínculo de la perfección. 15 Y
que la paz de Cristo se adueñe de vuestros corazones, pues también
a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.
16 Que la palabra de Cristo
habite en vosotros abundantemente. Enseñaos con la verdadera
sabiduría, animaos unos a otros y cantad agradecidos en vuestros
corazones con salmos, himnos y cánticos espirituales; 17 y todo
cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor
Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina.
Cfr. San Josemaría Escrivá, Es
Cristo que pasa, Homilía «La Vocación
cristiana», n. 7
- (…) Ahora, que se acerca el tiempo de la salvación, consuela escuchar de los labios de San Pablo que
después
que Dios Nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor con los
hombres, nos ha liberado no a causa de las obras de justicia que
hubiésemos hecho, sino por su misericordia (Tito
III,5).
La presencia constante de la misericordia de Dios en las Escrituras
Si
recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la
presencia de la misericordia de Dios: llena
la tierra (Salmo
XXXII,
5),
se extiende a todos sus hijos, super
omnem carnem (Eclesiástico
XVIII, 12);
nos
rodea (Salmo
XXI, 10),
nos
antecede (Salmo
LVIII,11),
se
multiplica para ayudarnos (Salmo
XXXIII,8),
y continuamente ha
sido confirmada (Salmo
CXVI, 2).
Dios, al ocuparse de nosotros como Padre amoroso, nos considera en su
misericordia (Salmo XXIV, 7): una misericordia suave
(Salmo
CVIII, 21),
hermosa
como nube de lluvia (Eclesiástico
XXV, 26).
Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina
Jesucristo
resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina:
bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo
V,7).
Y en otra ocasión: sed
misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso
(Lucas
VI, 36).
Nos han quedado muy grabadas también, entre otras muchas escenas del
Evangelio, la clemencia con la mujer adúltera, la parábola del hijo
pródigo, la de la oveja perdida, la del deudor perdonado, la
resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lucas
VII, 1-17).
¡Cuántas razones de justicia para explicar este gran prodigio! Ha
muerto el hijo único de aquella pobre viuda, el que daba sentido a
su vida, el que podía ayudarle en su vejez. Pero Cristo no obra el
milagro por justicia; lo hace por compasión, porque interiormente se
conmueve ante el dolor humano.
La conmiseración del Señor debe producirnos seguridad.
¡Qué
seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará
a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso (Éxodo
XXXII, 27).
Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir.
Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la
misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno (Hebreos
4, 16).
Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa
misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y
nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta.
Habías
aprendido a evitar la negligencia, a alejar de ti la arrogancia, a
adquirir la piedad, a no ser prisionero de las cuestiones mundanas, a
no preferir lo caduco a lo eterno. Pero, como la debilidad humana no
puede mantener un paso decidido en un mundo resbaladizo, el buen
médico te ha indicado también remedios contra la desorientación, y
el juez misericordioso no te ha negado la esperanza del perdón (S.
Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 7).
Vida
Cristiana
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