CRISTO
HACE PRESENTE A DIOS PADRE
EN
CUANTO AMOR Y MISERICORDIA
De
los primeros párrafos de la Encíclica “Dives in misericordia”
de San Juan Pablo II
30
de noviembre de 1980
n.
2 (…) La
mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre
del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende
además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea
misma de la misericordia. La palabra y el concepto de « misericordia
» parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias
a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como
nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha
dominado la tierra mucho más que en el pasado.14 Tal
dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y
superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia. A este
respecto, podemos sin embargo recurrir de manera provechosa a la
imagen « de la condición del hombre en el mundo contemporáneo »,
tal cual es delineada al comienzo de la Constitución Gaudium
et Spes. Entre
otras, leemos allí las siguientes frases: « De esta forma, el mundo
moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo
peor, pues tiene abierto el camino para optar por la libertad y la
esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o
el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir
correctamente las fuerzas que él ha desencadenado , y que pueden
aplastarle o salvarle ».15
La
situación del mundo contemporáneo pone de manifiesto no sólo
transformaciones tales que hacen esperar en
un futuro mejor del hombre sobre la tierra, sino
que revela también múltiplesamenazas, que
sobrepasan con mucho las hasta ahora conocidas
(…)
Revelada
en Cristo, la verdad acerca de Dios como « Padre de la misericordia
»,16 nos
permite « verlo » especialmente cercano al hombre, sobre todo
cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su
existencia y de su dignidad. Debido a esto, en la situación actual
de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados
por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente,
a la misericordia de Dios. Ellos son ciertamente impulsados a hacerlo
por Cristo mismo, el cual, mediante su Espíritu, actúa en lo íntimo
de los corazones humanos. En efecto, revelado por El, el misterio de
Dios « Padre de la misericordia » constituye, en el contexto de las
actuales amenazas contra el hombre, como una llamada singular
dirigida a la Iglesia. (…)
En
efecto, la revelación y la fe nos enseñan no tanto a meditar en
abstracto el misterio de Dios, como « Padre de la misericordia »,
cuanto a recurrir a esta misma misericordia en el nombre de Cristo y
en unión con El ¿No ha dicho quizá Cristo que nuestro Padre, que «
ve en secreto »,17espera,
se diría que continuamente, que nosotros, recurriendo a El en toda
necesidad, escrutemos cada vez más su misterio: el misterio del
Padre y de su amor? 18
n.
3 Ante
sus conciudadanos en Nazaret, Cristo hace alusión a las palabras del
profeta Isaías: « El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los
cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para
poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia
del Señor ».19 Estas
frases, según san Lucas, son
su primera declaración mesiánica, a
la que siguen los hechos y palabras conocidos a través del
Evangelio. Mediante tales hechos y palabras, Cristo hace presente al
Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres
sean en primer lugar los pobres, carentes de medios de subsistencia,
los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza de la
creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a causa
de la injusticia social, y finalmente los pecadores. Con relación a
éstos especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible
de Dios que es amor; se hace signo del Padre. En tal signo visible,
al igual que los hombres de aquel entonces, también los hombres de
nuestros tiempos pueden ver al Padre. (…)
Hacer
presente al Padre en cuanto amor y misericordia es
en la conciencia de Cristo mismo la prueba fundamental de su misión
de Mesías; lo corroboran las palabras pronunciadas por El
primeramente en la sinagoga de Nazaret y más tarde ante sus
discípulos y antes los enviados por Juan Bautista. (…)
En
base a tal modo de manifestar la presencia de Dios que es padre, amor
y misericordia, Jesús hace de la misma misericordia uno de
los temas principales
de su predicación. Como
de costumbre, también aquí enseña preferentemente « en parábolas
», debido a que éstas expresan mejor la esencia misma de las cosas.
Baste recordar la parábola del hijo pródigo 24 o
la del buen Samaritano25 y
también —como contraste— la parábola del siervo inicuo.26 Son
muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto
el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante
los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada 27 o
la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida.28 El
evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de
Cristo es san Lucas, cuyo evangelio ha merecido ser llamado « el
evangelio de la misericordia ». (…)
n.
5 La
parábola del hijo pródigo. (…)Aquel hijo, que recibe del padre
la parte de patrimonio que le corresponde y abandona la casa para
malgastarla en un país lejano, « viviendo disolutamente », es en
cierto sentido el hombre de todos los tiempos, comenzando por aquél
que primeramente perdió la herencia de la gracia y de la justicia
original. La analogía en este punto es muy amplia. La parábola toca
indirectamente toda clase de rupturas de la alianza de amor, toda
pérdida de la gracia, todo pecado. En esta analogía se pone menos
de relieve la infidelidad del pueblo de Israel, respecto a cuanto
ocurría en la tradición profética, aunque también a esa
infidelidad se puede aplicar la analogía
del hijo pródigo. Aquel
hijo, « cuando hubo gastado todo..., comenzó a sentir necesidad »,
tanto más cuanto que sobrevino una gran carestía « en el país »,
al que había emigrado después de abandonar la casa paterna. En este
estado de cosas « hubiera querido saciarse » con algo, incluso «
con las bellotas que comían los puercos » que él mismo pastoreaba
por cuenta de « uno de los habitantes de aquella región ». Pero
también esto le estaba prohibido.
La
analogía se desplaza claramente hacia el interior del hombre. El
patrimonio que aquel tal había recibido de su padre era un recurso
de bienes materiales, pero más importante que estos bienes
materiales era su dignidad
de hijo en la casa paterna. La
situación en que llegó a encontrarse cuando ya había perdido los
bienes materiales, le debía hacer consciente, por necesidad, de la
pérdida de esa dignidad. El no había pensado en ello anteriormente,
cuando pidió a su padre que le diese la parte de patrimonio que le
correspondía, con el fin de marcharse. Y parece que tampoco sea
consciente ahora, cuando se dice a sí mismo: « ¡Cuántos
asalariados en casa de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí
me muero de hambre! ». El se mide a sí mismo con el metro de los
bienes que había perdido y que ya « no posee », mientras que los
asalariados en casa de su padre los « poseen ». Estas palabras se
refieren ante todo a una relación con los bienes materiales. No
obstante, bajo estas palabras se esconde el drama de la dignidad
perdida, la conciencia de la filiación echada a perder.
Es
entonces cuando toma la decisión: « Me levantaré e iré
a mi padre y le diré: Padre, he pecado, contra
el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.
Trátame como a uno de tus jornaleros ».63 Palabras,
éstas, que revelan más a fondo el problema central. A través de la
compleja situación material, en que el hijo pródigo había llegado
a encontrarse debido a su ligereza, a causa del pecado, había ido
madurando el sentido de la dignidad perdida.
(14)
Cf. Génesis 1, 28; (15) Const. Gaudium
et spes, 9; (16) 2 Corintios 1, 3); (17) Mateo 6, 4.6.18; (18) Cf.
Hebreos 3,18; Lucas 11, 5-13; (19) Lucas 4, 18 ss; (24) Lucas 15,
11-32; ; (25) Lucas 10, 30-37; (26) Mateo 18, 23-35; (27) Mateo 18,
12-14; Lucas 15, 3-7; (28) Lucas 5, 8-10.
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