Ø Domingo 3º de Pascua, Ciclo A. El significado de la fracción del Pan (2017). El encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús, en la Palabra y en la Eucaristía. Evangelio: Lucas 24, 13-35.
Sentado
a la mesa con ellos,
tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.
A
ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
(Lucas 24,
30-31)
1. Significado del gesto: «partió el pan». No sólo distribución, también inmolación. El pan de la obediencia y de amor por el Padre
v Haced esto en memoria mía: ofreced vuestro cuerpo – ofreceos a vosotros mismos - en sacrificio, como yo he hecho. Nosotros somos su cuerpo. pp. 20-21
o Ofreceos también vosotros como sacrificio vivo y agradable a Dios.
·
“En la epístola a
los Romanos leemos estas palabras del Apóstol: «Os exhorto, pues hermanos, por
la
misericordia de Dios, a que
ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal
será vuestro culto espiritual» (Rom 12,1). Pero estas palabras,
irremediablemente, nos recuerdan a las pronunciadas por Jesús en la última
cena: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Por ello,
cuando san Pablo nos exhorta a ofrecer nuestros cuerpos en sacrificio, es como
si dijera: haced también vosotros lo mismo que hizo Jesucristo; haceos también
vosotros eucaristía para Dios. Él se ofreció a Dios como sacrificio de suave
perfume; ofreceos también vosotros como sacrificio vivo y agradable a Dios.
Pero no sólo es el apóstol Pablo quien nos exhorta a
obrar así, sino el mismo Jesús. Cuando Jesucristo, al instituir la eucaristía,
dio el mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19), no sólo quería decir:
haced exactamente los gestos que yo he hecho, repetid el rito que he realizado;
sino que con aquellas palabras quería expresar también lo más importante: haced
la esencia de lo que yo he realizado; ofreced vuestro cuerpo en sacrificio como
habéis visto que yo he hecho. «Os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15). Aún más, hay algo todavía más
urgente y doloroso en aquel mandato de Jesús. Nosotros somos «su» cuerpo, «sus»
miembros (cfr. 1 Co 12, 12ss); por ello es como si Jesús nos dijera: Permitidme
ofrecer al Padre mi propio cuerpo que sois vosotros; no me impidáis ofrecerme a
mí mismo al Padre; yo no puedo ofrecerme totalmente al Padre hasta que no haya
ni un solo miembro de mi cuerpo que se resista a ser ofrecido conmigo.
Completad, pues, lo que falta a mi ofrenda; haced plena mi alegría.
o Significado del gesto: «partió el pan». No sólo distribución, también inmolación. El pan de la obediencia y de amor por el Padre. pp. 21-22
Miremos,
pues, con nuevos ojos el momento de la consagración eucarística, porque ahora
sabemos - como decía san Agustín – que «sobre la mesa del Señor está el
misterio que sois vosotros mismos» (San Agustín, Sermones, 272). He dicho que
para celebrar de verdad la eucaristía es necesario «hacer» también nosotros lo
mismo que hizo Jesús. ¿Qué hizo Jesús aquella noche? Ante todo, realizó un
gesto: partió el pan; todos los relatos de la institución resaltan este gesto,
tanto es así, que la eucaristía tomó,
bien pronto, el nombre de «fracción del pan» (fractio panis).
Pero
el significado de aquel gesto, quizás, no lo hemos comprendido todavía
plenamente. ¿Por qué Jesús partió el pan? ¿Sólo para darle un trozo a los
discípulos, es decir, sólo por consideración hacia ellos? Es evidente que no.
Aquel gesto, ante todo, tenía un significado sacrificial que se consumaba entre
Jesús y el Padre; no indicaba solamente repartición, sino también inmolación.
El pan es el propio Jesús; al partir el pan, se «partía» a sí mismo, en el
sentido con el que Isaías había hablado del Siervo de Yahvé: ha sido molido (attritus) por nuestras culpas (cfr.
Isaías 53, 5). Una criatura humana -
que, sin embargo, es el mismo Hijo eterno de Dios – se parte a sí mismo ante
Dios, es decir, «obedece hasta la muerte» para reafirmar los derechos de Dios
violados por el pecado; para proclamar que Dios es Dios y basta.
Es
imposible explicar con palabras la esencia del acto interior que acompaña a
este gesto de partir el pan. A nosotros nos parece un acto duro, cruel, y, en
cambio, es el acto supremo de amor y de ternura que nunca antes se había
realizado o que pueda llegar a realizarse alguna vez en la tierra. Cuando, en
la consagración sostengo entre las manos la frágil hostia, y repito las
palabras «partió el pan...», me parece intuir algo de los sentimientos que, en
aquel momento, albergaba el corazón de Jesús: cómo su voluntad humana se
entregaba por entero al Padre, venciendo toda resistencia, y repetía para sí
las bien conocidas palabras de la Escritura: Holocaustos y sacrificios por el
pecado no te agradaron, pero me has preparado un cuerpo; he aquí que te ofrezco
este cuerpo que me has dado: vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad (cfr. Hebreos
10, 5-9). Lo que Jesús da de comer a sus discípulos es el pan de su obediencia
y de su amor por el Padre.
o Hacer yo lo mismo que hizo Jesús: «partirme» a mí mismo, decir «sí» a lo que Dios me pide. pp. 22-23
Entonces comprendo que para «hacer» también yo lo que
hizo Jesús aquella noche, debo ante todo «partirme» a mí mismo, es decir,
deponer todo tipo de resistencia ante Dios, toda rebelión hacia él o hacia los
hermanos; debo someter mi orgullo, doblegarme y decir «sí» hasta el final, sí a
todo aquello que Dios me pide; debo repetir también yo aquellas palabras: ¡He
aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad! Tú no quieres muchas cosas de mí;
me quieres a mí y yo te digo «sí». Ser eucaristía como Jesús significa estar
totalmente abandonado a la voluntad del Padre.”
2. Acoger, invitar al Señor.
v Cfr. S. Agustín, 354-430,
Sermón 235, 1-4
o
Le reconocieron en la fracción del pan. Jesús
premia la hospitalidad, la acogida.
El Señor Jesús, después de
haber resucitado de los muertos,
encontró en el camino dos de sus discípulos, que conversaban sobre los hechos
del día, y les dijo: "Qué son estos discursos que vais haciendo entre de
vosotros, y por qué estáis tristes"?, etcétera; el hecho es contado sólo
por el evangelista Lucas. Marcos se limita a decir que se apareció a dos
discípulos a lo largo del camino (cf. Mc
16,12.13), pero omitió lo que ellos dijeron al Señor, y también lo que éste les
dijo. ¿Cristo con los discípulos por "camino". ¿Qué cosa nos ha
aportado esta lección? Algo grande, si procuramos comprender. Jesús apareció:
fue visto con los ojos, pero no fue reconocido. (...)
"Nosotros", dicen ellos, "esperábamos
que habría realizado la redención de Israel". O discípulos, vosotros
esperabais; es decir, ¿ya no esperáis más? ¡He aquí que Cristo vive, mientras
la esperanza ha muerto en vosotros! Ciertamente Cristo vive. Y Cristo vivo
encontró muertos los corazones de los discípulos: a sus ojos apareció y no
apareció; y fue visto y se escondió. (...) Sin duda lo vieron, pero no lo
reconocieron. "Sus ojos, en efecto, estaban pesados y eran incapaces de
reconocerlo", como hemos sentido. No dice que fueron incapaces de ver,
sino que fueron incapaces de reconocerlo.
"Por qué Cristo quiso ser
reconocido en la fracción del pan. ¿Fue
el premio de la hospitalidad". Ánimo, hermanos, ¿dónde quiso ser
reconocido el Dios? En la fracción del pan. Estemos seguros, si partimos el pan
conoceremos al Señor. Él sólo ha querido ser conocido allí. (...) Aquellos dos,
cuando hablaba con ellos el Señor, no tenían fe: porque no creían que había
resucitado, no esperaban que pudiera
resurgir. Habían perdido la fe,
habían perdido la esperanza.
Caminaban muertos junto a la misma vida. Caminaba con ellos la vida, pero, en
sus corazones, la vida todavía no había
sido reclamada.
También tú, por lo tanto, si
quieres tener la vida, haz lo que ellos hicieron, para que tú conozcas al
Señor. Ellos le ofrecieron hospitalidad. El Señor, en efecto, era como alguien
que quiere continuar su camino, pero ellos lo retuvieron. Y después de haber
llegado al lugar donde se dirigían, le dijeron: "Quédate aquí con
nosotros, ya que está atardeciendo, y el día se está acabando". Acoge al
huésped, si quieres conocer al Salvador. Lo que se llevó la infidelidad, lo
devolvió la hospitalidad. El Señor, pues, se hizo conocer en la fracción del
pan.
v Cfr. San Gregorio Magno (Papa, 540-604) ,
Hom. 23.
o Vivir la caridad para reconocer al Señor. Invitaron al Señor con sentido de la hospitalidad, con insistencia, como peregrino.
Habló con ellos, los regañó por
su dureza en entender, les explicó los secretos de la Sagrada Escritura que se
referían a él; y, sin embargo, ya que en sus corazones todavía era peregrino en
cuanto a la fe, fingió ir más lejano. (...) Quiso probar si ellos, que no lo
amaban todavía como Dios, al menos podían quererlo como peregrino. Pero como no
podían ser extraños a la caridad aquellos con los que caminó la misma Verdad,
he aquí que lo invitaron hospitalariamente como peregrino. Pero ¿por qué
decimos lo "invitaron", cuando está escrito: "Lo
obligaron"? De este ejemplo se
entiende que los peregrinos no sólo
tienen que ser invitados, sino atraídos con insistencia. Pusieron la mesa,
ofrecieron la comida, y al partir el pan reconocen aquel Dios que no
reconocieron mientras explicó la Sagrada Escritura.
Escuchando,
pues, las preceptos de Dios no fueron iluminados, mientras que lo fueron cuando los
llevaron a la práctica, ya que está escrito: "No son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino
los que cumplen la Ley: éstos son los que serán justificados" (Romanos
2,13). Por tanto, quién quiere comprender las cosas oídas, se apresure a llevar
a la práctica las que ya ha entendido. He aquí que el Señor no fue conocido
mientras hablaba, y se dignó hacerse conocer mientras era servido en la mesa.
Amad, pues, la hospitalidad, queridos hermanos, amad las obras de la caridad. A
este propósito, en efecto, Pablo nos dice: "Mantened el amor fraterno. No
olvidéis la hospitalidad, gracias a la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a
ángeles" (Hebreos 13, 1-2). Pedro dice: "Sed hospitalarios unos con
otros, sin quejaros" (1 Pedro 4,9). Y la misma Verdad afirma: "Era
peregrino y me acogisteis" (Mateo 25,35).
3. El Espíritu Santo nos hace vivir la vida de Cristo resucitado.
Cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica
v Actúa de múltiples maneras: por la Palabra de Dios, por los sacramentos, etc. Es quien nos hace vivir la vida de Cristo resucitado.
·
CEC 798: El Espíritu Santo es «el principio de toda acción vital y
verdaderamente saludable en todas
las
partes del cuerpo» (Pío XII, enc. «Mystici Corporis»: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la
edificación de todo el Cuerpo en la caridad (Cf Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, «que tiene el
poder de construir el edificio» (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual
forma el Cuerpo de Cristo (Cf 1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo;
por «la gracia concedida a los apóstoles» que «entre estos dones destaca» (LG
7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias
especiales [llamadas «carismas»] mediante las cuales los fieles quedan
«preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen
a renovar y construir más y más la Iglesia» (LG 12; cf AA 3).
·
CEC 737: (…) El Espíritu Santo
prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia
Cristo.
Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente
para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de
Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la
Comunión con Dios, para que den «mucho fruto» (Jn 15, 5. 8. 16).
4. El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.
Cfr. Francisco, Discurso en el Encuentro con el Episcopado
Brasileño, Jornada
Mundial de la
Juventud en Río, 27 de julio de 2013..
v No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, y tenemos el sentimiento de quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.
o Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (Lucas 24,17-21).
§ El misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante.
Ante todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato
John Henry Newman: «El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota
como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».[3] No hay que ceder al desencanto, al
desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que
hemos fracasado, y tenemos el sentimiento de quien debe hacer balance de una
temporada ya perdida, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran
creíbles, relevantes.
Releamos una vez más el episodio de Emaús desde este punto de
vista (Lc 24, 13-15). Los
dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están
escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora
aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día
(vv. 24,17-21). Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de
aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la
Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y,
entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia
se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado
pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos,
demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el
mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado,
insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas
para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta.[4] El hecho es que actualmente hay muchos
como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los
nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya
sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica.
o Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido.
Ante esta situación, ¿qué hacer?
Hace falta una Iglesia que no tenga miedo
a entrar en la noche de ellos. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarlos en
su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación.
Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar
con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos,
con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya
estéril, infecundo, impotente para generar sentido. (…)
o Muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aún los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a abrazarlo.
Y como no hay quien los acompañe y muestre
con su vida el verdadero camino, muchos han buscado atajos, porque la «medida»
de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aún los que reconocen el ideal
del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a
abrazarlo. Piensan que el ideal es demasiado grande para ellos, está fuera de
sus posibilidades, la meta
a perseguir es inalcanzable. Sin embargo, no pueden vivir sin tener al menos
algo, aunque sea una caricatura, de eso que les parece demasiado alto y lejano.
Con la desilusión en el corazón, van en busca de algo que les ilusione de nuevo
o se resignan a una adhesión parcial, que en definitiva no alcanza a dar
plenitud a sus vidas. (…)
o
Ante este panorama hace falta una Iglesia capaz
de acompañar, de ir más allá del mero escuchar. Jesús le dio calor al corazón de
los discípulos de Emaús.
Ante este panorama hace falta una Iglesia
capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe
en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar
esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una
Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay gente que se aleja,
contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es
necesario saber leer el todo con valentía. Jesús le dio calor al corazón de los
discípulos de Emaús.
v ¿Somos una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa?
Quisiera que hoy nos preguntáramos todos:
¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda
hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén residen nuestras
fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos, comunidad, la amistad del Señor,
María y los Apóstoles... ¿Somos capaces todavía de presentar estas fuentes, de
modo que se despierte la fascinación por su belleza? (…)
Quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero
terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar
también hoy el retorno a Jerusalén. Una Iglesia que pueda hacer redescubrir las
cosas gloriosas y gozosas que se dicen en Jerusalén, de hacer entender que ella
es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos. En ella hemos nacido.
¿Dónde está nuestra Jerusalén, donde hemos nacido? En el bautismo, en el primer
encuentro de amor, en la llamada, en la vocación.[5] Se necesita una Iglesia que vuelva a
traer calor, a encender el corazón.
Se
necesita una Iglesia que también hoy pueda devolver la ciudadanía a tantos de
sus hijos que caminan como en un éxodo.
Vida Cristiana
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